Érase una vez un libro tan encantador, atractivo, fascinante, seductor, educador, divertido, gracioso, tentador y sugestivo, que de tanto prestarlo y tanto leerlo una y otra vez por todas y cada una de las personas por las que fué cayendo en sus manos, perdió todas las palabras que tenía impresas hasta quedar totalmente en blanco. Desde entonces dediqué mi vida a buscar esas palabras perdidas. Jamás he encontrado ninguna.
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