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22.2.18

Forges


Es curioso, ayer hablaba de las sugerencias literarias de Juan Cruz y hoy vuelve a aparecer. Y es que fue ese día precisamente. Ese día, en el cual volvía dando un paseo desde el parque del retiro, después de haber pasado una fantástica jornada en la feria del libro de hace un par de años, 2016. Entre stands de diversas editoriales, en esas que topé con el genial y prolífico periodista Canario que me brindó una breve y amena charla sobre el servicio de correos en su juventud y adolescencia y con toda la amabilidad del mundo me dedicó su libro de entrevistas "Toda la vida preguntando", donde hace un amplio repaso a  algunas de sus entrevistas a personajes tales como Francisco Ayala, María Zambrano, Vargas Llosa, García Márquez, Caro Baroja o Günter Grass entre otros.
Ver la feria del libro de Madrid a fondo requiere algo de tiempo, con lo cual y aunque me quedaron muchos stands por ver, las horas pasaron con la velocidad con la que suelen pasar cuando estás pasándolo bien.
Y fue justo cuando pasaba por Cibeles cuando me crucé con él. No puede ser, es Forges, nada más y nada menos. Paseando en solitario por la acera, tranquilo, sin prisas, como si nada o nadie le preocupara o tal vez estuviera pensando en su próxima viñeta, quien sabe. ¿Cómo me dirijo a él?, pensé. Señor, Caballero, perdone, me permite, me hace el favor, sería tan amable.
Y al llegar a mi lado, sin pensarlo dos veces le dije, -Antonio, buenas tardes. ¿Me permite una foto con usted?. -Claro, que sí, faltaría más, me dijo amablemente.
Madrid, es enorme. Un viernes por la tarde suele estar atestada de gente y más junto a la Cibeles. Pues bien, no se me ocurrió otra cosa que pedirle a un señor mayor que pasaba junto a su señora que hiciera el favor de fotografiarnos a lo que accedió también con toda la gentileza del mundo.
-¿Cómo va esto?. -Pues verá, mire usted la pantalla y dele ahí donde está la camarita.
-OK, ya está. -Muchas gracias caballero. Me devuelve el teléfono y ¡¡horror¡¡ Sólo se ve el dedo de este buen señor que lo ha plantado en mitad del objetivo.
Puf, ¿qúe hago?, ¿cómo no me voy a fotografiar con Forges si lo hice el otro día con el risitas en Punta Umbría?
Perdone, Antonio, es que no ha salido bien, ¿permites otra?-Pues claro hombre, tranquilo, no pasa nada.
-Verá caballero, pille usted el movil por aquí e intente no poner el dedo en el medio.
-Creo que ya está. -Muchas gracias. Miro el movil y aunque ya si que salimos el genial Forges y yo se sigue viendo el dedo del señor a un lado. Bueno, edito y fuera.
En ese momento, creo, fue cuando el buen señor que me hizo la fotografía se dio cuenta de a quien estaba fotografiando y absorto en la sorpresa le dijo.-Sepa usted que es un honor haberle hecho una foto. Le dijo con una enorme sonrisa en la cara.
Gracias Antonio. Le estreché la mano y simplemente le dije, -A seguir bien. Forges continuó su camino, el matrimonio mayor el suyo y yo me quedé editando la foto para fardar de con quien me había encontrado y con quien me había hecho una foto.
Hoy ,Forges ha muerto a la edad de 76 años en Madrid, víctima de un cancer de páncreas. Juan Cruz le ha dedicado un bonito y emotivo artículo en El País. Estoy más que seguro que el señor que me hizo la fotografía se habrá acordado hoy de ese momento. Y yo me quedo con la enorme satisfacción de haberle dado la mano a un referente del humor gráfico de este país que supo criticar la injusticia desde la ternura y la genialidad.
“Todas las generaciones nos creemos que somos importantísimas para la inteligencia de la humanidad. Siempre tendemos a ver el mundo desde nuestro punto de vista. Yo no me siento emigrado a una nueva cultura, yo soy parte de esa nueva cultura. A mí la tecnología no me da miedo y creo que es una de las ventajas que tenemos en la búsqueda de la libertad”. (Forges)

21.2.18

El dulce sabor de la venganza

Ocurrió una mañana del pasado verano, en una terraza Onubense a la hora del desayuno. -El dulce sabor de la venganza, le decía mientras ojeaba el periódico, junto a un  zumo de naranja recién exprimido y el expreso bien cargado.
 -Esa satisfacción es lo que mueve el mundo, reconócelo, es lo que ha tentado a infinidad de personajes históricos a tomar la justicia por su mano mientras disfrutan del mal ajeno. Tú fíjate bien, si te enchufas un clásico policíaco de aquellos que ya sólo ves si te los descargas, porque ni en la 2 a las tres de la mañana los emiten, puedes comprobar que la venganza es lo que obsesiona a los anti héroes, a los nacidos para perder, los que saben que ni hay justicia ni hay Dios que ponga las cosas en su sitio, y mucho menos el tiempo, que dicen que también lo hace. Yo llevo treinta y cinco años esperando que el tiempo, Dios o algún ente actúe en mi favor, pero nada, aquí si no te mueves no cambian las cosas.
-Pero vamos a ver, le dijo su amigo mientras le observaba medio en broma, medio en serio. -A tu edad, ¿te crees James Cagney en "Contra el imperio del crimen"? Hay cosas contra las que no nos podemos enfrentar, está claro.
 -No es que me crea James Cagney. En todo caso me creería Cliff Robertson en "Bajos fondos", pero tampoco. Dicen que la venganza potencia el crimen, que en un gran porcentaje suele estar asociada con los asesinatos, tiroteos, trifulcas, peleas y demás. Mira Donald Trump, ¿por qué cojones te crees que semejante chalado ha llegado al poder? Por venganza. Pero no por su propia venganza. La venganza de los blancos patriotas, los de las barras y las estrellas pinchada en el jardín de su casa. Y mira al DiCaprio. ¿Por qué te crees que al final le han dado el oscar por "El Renacido"? Pues por lo mismo, por venganza. Hasta los cojones estaba ya de que si en la tabla de Titanic había hueco para los dos. No iba a dejar pasar la oportunidad de llevarse el galardón cuando la película trata sobre eso precisamente, venganza. Y fíjate la que arma el tío, que atraviesa montes, ríos y salta como James Bond para vengar la muerte de su hijo, y para compensar lo de la puñetera tabla. Que sí, joder, que cabían los dos, que lo he visto en Internet.
 -Y mira Edmundo Dantes. Eso sí que fue una venganza y lo demás coña marinera.
-¿Edmundo Dantes? ¿El de "El baile del pañuelo"?
- No, joder, ese era Leonardo, Leonardo danés, que por cierto conozco a un primo suyo que vive en San Vicente de Alcántara. -Joder, es que entre Leonardos, el Dicaprio y este, me estoy haciendo un lío de tres pares. -Edmundo Dantés, el Conde de Montecristo. ¿Habrás leído el libro de Alejandro Dumas?
-Pues no, creo que vi una película o miniserie hace años. Un tío que lo encierran en una mazmorra,¿no?
 - Sí, esa.¿y te parece poco motivo para escaparse y vengarse de los que lo metieron entre rejas hasta que las barbas le llegaron al suelo?
-Hombre,  no sé, no deja de ser una novela, película o serie.
-Da igual, la venganza, esa que no impone la justicia para compensarte de algo. En todas las sociedades antiguas, el principal método para disuadir asesinatos era permitir a la familia del asesinado vengarse del asesino. Es algo humano, va con nosotros desde que nacemos.
-Pues no sé que decirte ni que pensar de todo esto. Puede que la venganza sea humana, puede que haya quien encuentre un placer orgásmico en castigar a quien se ha portado mal contigo. Será todo lo humano que me digas, un mecanismo que ha ido evolucionando con nosotros desde que no existía nada que impartiera justicia. Lo será, pero creo que perdonar es aún más humano que la venganza.
Se levantaron de la mesa y se marcharon dirección a la playa. Nunca supe de qué se trataba dicha venganza ni si se llevó a cabo. Ni volví a verlos durante el resto del verano.

20.2.18

La presbicia de mi memoria

Resulta que un buen o mal día tienes que aceptar lo que llevas durante una larga temporada dejando pasar por alto, ignorando o sencillamente autonegando.
¿Yo, problemas de visión?  Imposible. Desde mi más tierna infancia he tenido vista propia de lince de Doñana, de águila imperial vigilando el Tajo a su paso por Toletvm, de buitre leonado que acecha a sus presas junto al salto del gitano en Monfragüe, de gato en la oscuridad de un tejado Londinense, de Nosferatu en el abismo de la noche, de Clark Kent desde lo más alto del edificio del Daily planet o de Robinson Crusoe oteando la inmensidad del mar subido a una palmera a la espera de una embarcación que lo rescate y lo devuelva a la civilización.
Pero llega ese día, de nuevo. Llega ese día en el que te sientas en un restaurante con tu chica, mesa para dos con acogedora música de fondo, reserva hecha un par de días antes, gentil y profesional camarero que te ofrece la carta que una vez más te cuesta trabajito leer. Es por culpa de esta tenue luz, dices mientras separas de tu vista las sugerencias gastronómicas impresas, hasta que consigues enfocar con más o menos nitidez el ceviche de atún y aguacate con vinagre de frambuesas, el arroz salvaje con verduras al pimentón de la vera, las carrilleras ibéricas estofadas con dátiles y chutney de mango y la pasión roja del jerte con merenguitos de postre, con un Habla de la tierra para no perder la buena costumbre de acompañar con un buen tinto de esta nuestra Extremadura.
Y la noche siguiente, continúas con tu sana costumbre de leer un ratito en la cama antes de dormir. Un poquito de historia, algo de ensayo, la última de Care Santos, Federico, que nunca me falla, ¡Ay que trabajo me cuesta, quererte como te quiero¡ o ese libro que te recomienda Juan Cruz, algún que otro día sobre las tres de la tarde. Pero también resulta que la luz de la lampara del techo ya no es suficiente, así que te compras un flexo led, de esos molones que te cuesta una pasta, con tres intensidades de luz para poder sumergirte muchas
noche más en mil y una historias y vivencias de diversos autoras y autores que te transportan a otros mundos incluso en ocasiones mucho más allá de la vigilia.
Pero ni con el flexo led en la intensidad tres puedes llegar a definir con claridad el negro sobre blanco. Será que me hago mayor. Será que los 40 pasaron veloces, como el deseo, fugaces como los sueños, intensos, tan intensos como efímeros.
La presbicia, me dicen, la presbicia, esa anomalía o defecto del ojo que aparece con la edad y que te impide ver con claridad los objetos próximos. Es curioso, porque a veces también creo tener presbicia en la memoria, pero no en la memoria próxima o inmediata, en esa memoria que se va emborronando poco a poco con el inmisericorde paso del tiempo, que va perdiendo nitidez y claridad y que a veces, como leer sin gafas, vamos distorsionando y cambiando a veces a antojo de lo que nos hubiera gustado. La presbicia de mi memoria me dice que ni con lentes voy a poder visionaria bien. Tal vez en algunas cosas, me esté haciendo un favor.