
Muchos pensaban que esta película sería un desastre, aunque sólo fuese por la nostalgia y el paso del tiempo. Cuando empezó a circular el anuncio sobre el inminente rodaje de la sexta entrega de Rocky, hace ya más de un año, críticos, bloggers y aficionados se lanzaron a una avalancha de sarcasmos, burlas e ironías. Incluso se llegó a hacer un anuncio con Fernando Tejero para mofarse de la idea de que Sylvester Stallone resucitara a su famoso boxeador. En Estados Unidos, cuando el tráiler empezó a circular por la red y se proyectaba en cines, no faltaron las carcajadas inoportunas. Se dice que hasta la esposa de Stallone, que también ejerce como directora en esta ocasión, le pidió que no sacara a Rocky del baúl de los recuerdos, temiendo que fuera motivo de vergüenza.
Con casi 60 años cumplidos, Stallone sabía perfectamente el riesgo que asumía y, como él mismo ha declarado recientemente, es de los que cree que “el día en que tienes valor para sacar tu cabeza por encima de la opinión mayoritaria, la gente hará cola para cortártela”. Sabía que lo que emprendía no iba a ser fácil.
Aun así, Stallone sentía que tenía que hacerlo. Quería volver a interpretar al viejo boxeador con el que sorprendió y conquistó Hollywood en 1976, cuando Rocky ganó el Oscar a la Mejor Película y le valió una nominación a Mejor Actor, con un presupuesto que apenas superaba el millón de dólares, y un guion que él mismo escribió. Aunque las cinco entregas anteriores recaudaron más de mil millones de dólares, el valor artístico de la saga fue decayendo, aunque la espectacularidad nunca faltó. Ahora Stallone quería recuperar la dignidad y el prestigio del personaje, olvidándose de las burlas y parodias baratas.
En este nuevo filme, titulado Rocky Balboa (prescindiendo del “VI” que le correspondería), el protagonista ha perdido a su esposa Adrian y es viudo. La relación con su hijo es distante, pues este hace tiempo dejó de admirar a su padre. Rocky ha montado un restaurante italiano en un barrio humilde de Filadelfia, donde recuerda, a veces grotescamente, sus viejos tiempos posando para fotos con clientes y contando sus legendarios combates. Todo cambia cuando un programa informático de estadísticas deportivas lo compara con el actual y muy criticado campeón de los pesos pesados, Mason “The Line” Dixon (traducido como “Frontera”), y lo da por ganador.
A partir de este combate virtual, se desencadenan circunstancias que llevan a la organización de un combate de exhibición en Las Vegas, con la inicial desaprobación de sus allegados, que poco a poco se irán sumando a este nuevo reto.
Así que Rocky vuelve a subirse al cuadrilátero para intentar revivir sus tiempos de gloria.
El pasado 20 de diciembre la película se estrenó en más de 2.500 pantallas en Estados Unidos, recaudando casi 7 millones de dólares sólo el primer día. Considerando que el presupuesto fue de 23 millones, las ganancias prometen ser bastante rentables. Las críticas tampoco se hicieron esperar, y aquí vino la sorpresa: la película ha gustado y ha sorprendido. The Hollywood Reporter la calificó como “una de las sorpresas más agradables de la temporada”, The New York Times reconoció que “sorprendentemente, no es vergonzosa” y, considerándola una fábula, la elogió. Incluso Variety, que antes del rodaje ponía mil peros, dijo que “el tiempo lejos del cuadrilátero le ha hecho bien a Rocky y a la franquicia”.
Mi opinión, que puede parecer parcial porque soy fan de toda la vida de esta saga, es que acabo de ver una película excelente, especialmente disfrutada en versión original con subtítulos, que le dan un plus.
Hubo mucho cachondeo, risas y chistes con el anuncio de esta última entrega. Ahora que ya puede verse, Stallone es quien ríe el último y, desde luego, mucho mejor.