27.3.07

¿Vuelve Forrest Gump?


odo —o casi todo— el mundo ha visto Forrest Gump, esa inolvidable fábula moderna que conquistó al público y a la crítica a mediados de los años 90. La película, dirigida con brillantez por Robert Zemeckis, no solo se alzó con seis premios Óscar —incluyendo el de mejor actor para Tom Hanks y mejor director—, sino que se convirtió en un auténtico fenómeno cultural. Hanks, en estado de gracia tras Philadelphia, se ganó definitivamente un lugar en el panteón del cine gracias a su interpretación de ese hombre sencillo cuya vida, casi por accidente, se cruza con los grandes hitos de la historia reciente de Estados Unidos.

Lo que muchos desconocen es que Forrest Gump está basada en una novela homónima escrita por Winston Groom. Y que, años después del éxito abrumador de la película, el autor publicó una continuación titulada Gump & Co.. En ella, el entrañable Forrest continúa su viaje por el absurdo y el asombro, interactuando esta vez con figuras destacadas de los años 80 y 90, desde Ronald Reagan hasta actores de Hollywood o estrellas del pop. La novela, con un tono algo más paródico y autorreferencial que la original, amplía el universo de Gump sin perder del todo su ternura característica.

El guionista Eric Roth —responsable del libreto original y ganador del Óscar por él— llegó a adaptar esta segunda parte para la Paramount Pictures hace ya más de una década. Sin embargo, problemas legales relacionados con los derechos de autor mantuvieron el proyecto en suspenso. Hoy, tras años de silencio, los rumores sobre su posible reactivación han vuelto a emerger. Al parecer, los obstáculos legales han sido finalmente resueltos, lo que abre la puerta, al menos en teoría, a una potencial secuela cinematográfica.

Y claro, la pregunta se impone: ¿volvería Tom Hanks a meterse en la piel de Forrest, ese personaje que ya forma parte del inconsciente colectivo? ¿Contaría la producción con la dirección de Zemeckis, pieza fundamental del engranaje que hizo posible la magia del original? De momento, no hay confirmaciones oficiales, pero el interés está servido.

Si algo nos enseñó Forrest Gump es que la vida es como una caja de bombones: nunca sabes lo que te va a tocar. Tal vez, en esta ocasión, nos vuelva a tocar una historia capaz de conmovernos, hacernos reír, y reconciliarnos —aunque sea por un rato— con la humanidad.


19.3.07

Kevin Carter. La fotografía que le costó la vida

El fotógrafo de guerra Kevin Carter captó una de las imágenes más estremecedoras del siglo XX en Sudán, en marzo de 1993. Durante más de veinte minutos, contempló una escena que condensaba el horror y la indiferencia del mundo: una niña desnutrida, desplomada sobre la tierra árida, apenas con fuerzas para respirar, mientras un buitre la acechaba a unos metros, esperando pacientemente su agonía. Carter, cámara en mano, aguardó en silencio el momento preciso para inmortalizar el símbolo perfecto del desastre humanitario.

Tras tomar varias fotografías, se alejó del lugar. Una de aquellas imágenes sería portada de The New York Times y, al año siguiente, le valdría el Premio Pulitzer. Dos meses después de recibir el galardón, Kevin Carter se suicidó. Tenía 33 años.

La pregunta que le perseguiría hasta el final era tan sencilla como devastadora: “¿Y después, ayudaste a la niña?” La respuesta, que nunca pudo dar sin ser incomprendido, encerraba un dilema moral profundo. Carter no ayudó a la niña. Si lo hubiera hecho, si se hubiera implicado, no habría captado aquella imagen. No habría dado testimonio.

Y ahí reside el nudo trágico de la historia. Porque esa fotografía —una de las más impactantes jamás publicadas— sacudió conciencias, provocó protestas, despertó donaciones, y obligó a mirar donde antes nadie quería mirar. Pero también lo destruyó por dentro. Nadie, ni su entorno más cercano, logró comprender del todo el conflicto ético al que se enfrentaba: si intervenía, salvaba una vida. Si no lo hacía, podía salvar miles.

Carter no fue indiferente. Fue víctima de su propia sensibilidad, de la contradicción de querer denunciar el mal sin poder remediarlo directamente. Fue testigo de un mundo donde el horror sucede a plena luz del día y donde la ayuda, muchas veces, no llega.

En su nota de despedida escribió:
"Estoy deprimido... sin teléfono... sin dinero para el alquiler... sin dinero para la manutención de mi hija... sin dinero para las deudas... dinero. Estoy perseguido por los vívidos recuerdos de asesinatos y cadáveres y rabia y dolor... de niños hambrientos o heridos, de locos armados, de verdugos... Me voy para reunirme con Ken."

Kevin Carter no fue un héroe ni un villano. Fue un testigo. Un hombre que miró demasiado tiempo al abismo… y el abismo terminó por devolverle la mirada.


18.3.07

Alfredo Landa se despide

Uno de esos actores que todos, de alguna forma, sentimos “como de la familia” ha decidido bajar el telón de su carrera. Ha compartido con nosotros cientos de tardes frente al televisor, especialmente en aquellos años en que las “españoladas” dominaban la programación de TVE y nuestras casas se llenaban de risas, ocurrencias, besos robados y pícaros enredos con final feliz. Alfredo Landa, el eterno pícaro con alma de galán tímido, ha dicho adiós a los escenarios y a las cámaras a los 74 años.

Se marcha con elegancia, con la misma naturalidad con la que aparecía en pantalla. “Cuando se pierde la pasión, hay que decir adiós, tranquilamente”, ha declarado, con esa mezcla de firmeza y lucidez que sólo otorgan los años y el oficio vivido a fondo. Ni Spielberg ni Scorsese lo harían cambiar de opinión, dice. Y le creemos. No busca aplausos de última hora, ni vueltas triunfales. “No voy a ser como los toreros, con todos los respetos”, añade, dejando claro que para él, el final no es un número más en taquilla, sino un gesto, una decisión íntima y firme. “Toda mi vida he pensado que un apretón de manos tenía más valor que cualquier frase. Me voy con un apretón de manos”.

Se despide también con una reflexión amarga, aunque lúcida, sobre el estado actual del cine: “el mensaje que ahora me llega del cine es que no hay amor, no hay talento y no hay creatividad”. Tal vez tenga razón. Tal vez ya no existan personajes como los suyos, ni historias que miren al espectador con la complicidad de quien sabe que la vida, aun siendo dura, merece ser contada con ternura, ironía y humanidad.

Afortunadamente, el Festival de Málaga ha sabido rendirle homenaje en vida, algo poco habitual en este país donde tantas veces preferimos los panegíricos a título póstumo. Más de cien películas —El crack, Los santos inocentes, La vaquilla, El bosque animado, La marrana…— quedan como legado de un actor irrepetible, versátil, popular y profundo, que supo evolucionar desde la comedia más costumbrista hasta el drama más contenido, sin perder nunca esa verdad tan difícil de fingir.

Desde este pequeño rincón, mi homenaje personal. No sólo a uno de los actores más queridos de nuestro cine. También, y sobre todo, a uno de los mejores. Que usted disfrute de su merecido descanso, Don Alfredo. Y gracias por tantas historias, por tantas emociones, por tanto cine. Nos queda su memoria viva, encendida en cada escena.


14.3.07

Se vende el castillo de Drácula

No es broma. El castillo en el que residió —al menos durante parte de su inquietante existencia— Vlad Tepes, más conocido como Vlad el Empalador, figura histórica que inspiró a Bram Stoker para dar vida al eterno conde Drácula, ha salido al mercado inmobiliario. Así, como quien vende un dúplex en la periferia o un apartamento con cocina americana. La diferencia, eso sí, radica en el precio... aunque, siendo sinceros, tal y como está el mercado inmobiliario en España, pronto dejará de ser tan abismal.

Tras la caída del régimen de Ceaușescu en 1989, la princesa Ileana —quien durante años vivió exiliada— volvió a Rumanía con la firme intención de recuperar su legado patrimonial. Uno de sus principales objetivos: el castillo de Bran, una joya de piedra encaramada en los Cárpatos y con siglos de historias reales y ficticias clavadas en sus muros. No fue fácil. Hubo que enfrentarse a un sinfín de trámites, litigios, gestiones y burocracia rumana de la más densa. Pero en mayo del pasado año, por fin, la familia Habsburgo recuperó su propiedad tras desembolsar unos modestos 20 millones de euros. Peccata minuta para quien se precie de tener linaje y ambición.

El plan, naturalmente, era venderlo por una cifra bastante más elevada, alegando que el mantenimiento del castillo no es precisamente como el de una casa de campo en La Vera. Ya hay inversores interesados y propuestas para convertirlo en parque temático. No se sabe aún si rendirá culto a Vlad Tepes, figura histórica de oscura brutalidad, o al conde Drácula, icono pop, gótico y eterno, amante del buen vino... si es rojo y con cuerpo.

Yo, por mi parte, ya he hecho números. Sólo me faltarían unos 100 millones de euros —nada que no resuelva una buena primitiva— para hacerme con él. Prometo ser un propietario ejemplar: empezaría por alicatar la sala de ataúdes, sanear la cripta y convertir la torre oeste en salón de baile. Imaginen ustedes los fines de semana rurales con vistas a los Cárpatos, copas de sangre (o de Rioja, que viene a ser parecido) y noches eternas al ritmo de Bauhaus o The Cure.

Así que ya saben. Si algún alma caritativa desea contribuir a esta noble causa, acepto donativos. A cambio, prometo invitaros a la inauguración. Dress code: capa negra, mirada penetrante y mucha, mucha sed.


12.3.07

The Connells - '74-'75

Hoy me acordé de esta canción y del magnífico video que la acompaña. Los años, esas unidades de medida...

11.3.07

De Madrid al cielo


En humo, la ciudad se despierta
En la desolación y el desconsuelo
De voces rotas y miradas yertas
Marzo se llenó de miedo

Sin más necesidad que seguir vivos
Enterraremos hoy a nuestros muertos
Tantos brazos se quedarán vacíos
Y heridas tantas almas, tantos cuerpos

Llenaremos las calles por ti
Prenderemos velas a nuestro paso
Con las manos blancas y así
De Madrid al cielo, que no os olvidamos

Nuestras almas la voz y la palabra
Nuestra meta continuar unidos
Y sembrar el camino de esperanza
Luchando por la paz que hoy elegimos

Dibujaremos interrogaciones
Cubriremos Atocha de claveles
De nuevo habrá quién viaje en los vagones
Y quien espere en los andenes

Lloraremos de rabia por ti
Limpiarán la lágrimas el odio
Hoy vestida de luto Madrid
Y con ella el mundo un poco más roto

Lloraremos de rabia por ti
Limpiarán laS lágrimas el odio
Hoy vestida de luto Madrid
Y con ella el mundo un poco más roto

Llenaremos las calles por ti
Prenderemos velas a nuestro paso
Con las manos blancas y así
De Madrid al cielo, que no os olvidamos
De Madrid al cielo, que no os olvidamos

ELENA BUGEDO.

Nadie olvida

Hoy, tres años después de aquel terrible día vemos como todo sigue igual de politizado y manipulado tanto por unos como por otros. Que cada cual lo vea desde el punto de vista que le de la gana, pero que a nadie se le olvide.

7.3.07

García Márquez, 80 años de un genio


El autor de esta fotografía, Francis Giacobetti, estaba fascinado desde siempre por el escritor de lengua española. El día convenido para la sesión fotográfica esperaba en su estudio a una gran comitiva que acompañase a el premio Nobel de literatura de 1982. En su lugar se encontró a un hombre discreto que intentaba averiguar el piso mirando en los buzones. "¿Viene solo?", le preguntó. El escritor le contestó con una media carcajada: "No se extrañe, llevo ya cien años de soledad".

6.3.07

Adios maestro.

Hay un librito que suelo ojear con frecuencia, como quien visita a un viejo amigo cuya ironía no envejece: La cadena, de José Luis Coll. Más que un diccionario, es un juego de espejos lingüísticos, un artefacto de humor inteligente, sencillo en apariencia, pero afilado como un bisturí. Coll, con mirada aguda y verbo preciso, encadenaba palabras y definiciones como eslabones de una reflexión lúdica, crítica, a veces sarcástica y en ocasiones —sí, también— lírica. Con él, el lenguaje volvía a ser una fiesta y una trampa, una verdad disfrazada de chiste o un chiste que escondía verdades incómodas.

Uno de los ejemplos que mejor resume su ingenio:

RETROCEDER: Intentar llegar al lugar de donde nunca debimos haber...
SALIDO: Dícese del hombre que hace el amor frecuentemente con su propia...
ESPOSA: Argolla metálica que se aplica a las muñecas del reo, o mujer que hace reo al...
MARIDO: Héroe...

Y así, palabra tras palabra, frase tras frase, La cadena nos atrapaba con la sutileza de quien ha observado mucho y ha juzgado poco, pero ha entendido todo.

Hoy, José Luis Coll ha fallecido en Madrid a los 75 años. Se va un nombre imprescindible del humor español del siglo XX. Para el recuerdo queda su inconfundible tándem con Luis Sánchez Pollack, el inimitable Tip. Juntos, Tip y Coll fueron una revolución sin estruendos: elegancia, ingenio, juego de palabras y una mirada absurda —pero lúcida— sobre la vida cotidiana. Una pareja cómica de las que ya no se estilan, capaces de convertir una conversación sin sentido en alta literatura del disparate.

También nos deja sus brillantes intervenciones en programas de debate —donde hacía del comentario agudo un arte—, sus colaboraciones radiofónicas, sus artículos cargados de sátira, y sus otros libros no menos celebrados, como Epitafios o El eroticoll, donde la mordacidad y el ingenio se daban la mano con un toque de provocación.

En su memoria, seguiré felicitando a mis amigos el día de su cumpleaños con otra de sus definiciones brillantes, heredada de ese libro que tanto disfruto:

AÑOS: Unidades de medida que advierten, pero no perdonan.

Nos deja uno de los grandes. Un artesano de la palabra, un domador de la lógica, un observador tierno y feroz de la condición humana. Gracias por enseñarnos que el humor también puede ser una forma de inteligencia. Que la tierra te sea leve, maestro.

2.3.07

Cinco títulos para un mismo film.

Poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el alto mando alemán inició una investigación tan secreta como delirante sobre los poderes sobrenaturales. Viejas leyendas hablaban de una raza de guerreros que no usaban escudos ni espadas, porque su fuerza, decían, provenía directamente de la tierra. Mientras Alemania desplegaba sus engranajes bélicos, las SS reclutaban en la sombra a un puñado de científicos para crear el arma definitiva: el soldado invencible. Se dice que los cuerpos de soldados muertos en combate eran enviados a un laboratorio clandestino cerca de Koblenz, donde eran objeto de siniestros experimentos. Rumores de la época hablaban de escuadrones alemanes que peleaban sin armas, aniquilando con las manos desnudas. No se sabe quiénes fueron, ni qué fue de ellos. Lo único cierto es que, de todas las unidades de las SS, hubo una cuyos miembros jamás fueron capturados…

Así comienza Shock Waves, película dirigida en 1977 por un tal Ken Wiederhorn. Lo confieso: esa introducción me atrapó. Toquetea sin disimulo en los cajones oscuros del ocultismo nazi, ese magma de mitología y paranoia que ha alimentado novelas, documentales, conspiranoias de bar y —cómo no— las correrías arqueológicas de Indiana Jones.

Últimamente me ha dado por bucear en esa gloriosa e injustamente menospreciada serie B de toda la vida. Me refiero a esos films de ciencia ficción de los 50 y 60 —plagados de criaturas atómicas y platillos que cuelgan de hilos— o a aquellos títulos bélicos y terroríficos que nos mantenían hipnotizados en las sesiones matinales gratuitas de los sábados, cortesía del ayuntamiento, allá por los primeros ochenta, en la casa de la cultura, donde el sonido rebotaba más que las pelotas Nivea de la feria.

El problema con Shock Waves comienza cuando uno intenta buscar información. Resulta que la criatura tiene hasta cinco títulos distintos, dependiendo de dónde y cómo se la mire. En los créditos iniciales, en su idioma original, se presenta como Shock Waves, mientras una voz en off en español —sobria pero cómplice— nos la vende como Ondas de choque. Hasta ahí, todo bien. El lío empieza cuando ni en la filmografía de Peter Cushing ni en la de John Carradine aparece tal título. En Estados Unidos, sin ir más lejos, se la conoce también como Death Corps, un nombre mucho más preciso si uno tiene en cuenta que el argumento gira en torno a un comando de zombis nazis de las SS, diseñados en laboratorio y sumergidos en un prolongado letargo bajo las oscuras aguas del océano. Hasta que, claro, algún imprudente perturba la siesta y los muchachos deciden salir a estirar las piernas.

Pero la cosa no termina ahí. En España también se ha distribuido bajo los títulos de Terror en las aguas y La isla de los nazis submarinos, que suena a chiste de Gila pero va en serio. En fin, títulos para todos los públicos.

Lo cierto es que, más allá de estas piruetas de nomenclatura, Shock Waves merece una oportunidad, aunque solo sea por ver a un Peter Cushing en piloto automático y a un John Carradine ejerciendo de viejo sabio loco mientras se toma un daiquiri al borde de una piscina infestada de zombis. Es cierto que aguantar la risa resulta complicado —incluso en los momentos teóricamente tensos— pero es que esto no es solo una película: es un monumento kitsch, una cápsula de serie B con sabor a celuloide rancio y a gloria nostálgica.

Una de esas joyitas imperfectas que, precisamente por sus costuras mal cosidas, brilla como solo puede hacerlo lo que no pretende ser perfecto.


1.3.07

Hostel II

Hoy en día, cualquier recurso parece válido a la hora de promocionar una película. La industria del cine, cada vez más cercana al marketing salvaje que a la creación artística, se sirve de toda clase de estrategias —más o menos discutibles— para asegurarse un lugar en el saturado escaparate audiovisual. Sirva como ejemplo este cartel promocional de Hostel: Part II, secuela del exitoso y sanguinolento Hostel, producido por el ubicuo y controvertido Quentin Tarantino.

En esta continuación, el esquema narrativo se recicla sin complejos: si en la primera entrega eran dos jóvenes mochileros norteamericanos los que se veían atrapados en la macabra red de torturas para millonarios con instintos psicopáticos, ahora serán tres chicas —jóvenes, guapas y desprevenidas— las que, en pleno viaje de estudios por Europa, descubrirán que el exótico hostal eslovaco que les sirve de alojamiento encierra un secreto que sería la envidia de cualquier mente enferma.

La película no se anda con sutilezas. Es cine de vísceras, de grito fácil y susto asegurado, una montaña rusa visual que busca provocar más que narrar. El espectador no asiste a un relato, sino a un desfile de atrocidades estilizadas, con la promesa implícita de transgredir los límites de la tolerancia moral y estética. Todo está al servicio de la experiencia sensorial extrema.

¿Recomendable? Para amantes del gore explícito, la violencia sin filtros y la adrenalina cinematográfica que no se detiene a contemplar el paisaje. Para el resto, probablemente resulte excesiva, o incluso gratuitamente cruel. Pero lo que nadie puede negar es que Hostel: Part II es fiel a su propuesta: mostrar lo peor del ser humano... con banda sonora inquietante y luces de neón.