
Desde muy pequeño he sentido una verdadera fascinación por las películas de vampiros, y especialmente por la figura del príncipe de las tinieblas: el Conde Drácula. En los más de 110 años que han pasado desde la publicación de la magnífica novela de Bram Stoker (el señor de barbas de la foto inferior, si alguien necesita una pista), el personaje ha protagonizado un auténtico circo mediático. Adaptaciones teatrales, cinematográficas, televisivas, parodias, musicales, cómics, dibujos animados y versiones más o menos esperpénticas han hecho las delicias de varias generaciones de fans. Eso sí, poco o nada queda ya de la idea original que concibió el bueno de Stoker.
Versiones hemos visto de todos los colores. Desde la icónica película de 1931 con Bela Lugosi, pasando por la serie de films de la británica Hammer, con un Christopher Lee que interpretó al Conde tantas veces que acabó por desarrollar colmillos propios. También está la elegante y algo ochentera adaptación de John Badham (1981), con Frank Langella como Drácula y un mítico Laurence Olivier como Van Helsing. Digo “adaptación” con todas las comillas del mundo, porque los personajes fueron reinventados a gusto del director, aunque el resultado fue más que digno.
La última gran adaptación fue la de Francis Ford Coppola en 1992: ambiciosa, barroca, y con un Gary Oldman memorable. Una versión visualmente deslumbrante, pero que sigue sin ser una traslación fiel de la novela. De hecho, si hay una que más se le acerca, sigue siendo la de 1931, pese a sus limitaciones.
Podría enumerar decenas de títulos donde el vampirismo se codea con lo ridículo, lo romántico, lo gótico o lo directamente delirante: El baile de los vampiros, Noche de miedo, Turno de noche, Amor al primer mordisco, Brácula: Condemor 2, El misterio de Salem’s Lot, Drácula 2001… y así podríamos seguir hasta que amanezca.
Pero lo que realmente me ha dejado ojiplático —y no es fácil a estas alturas— no ha sido el anuncio de otra adaptación más, sino el anuncio de una continuación oficial de la novela original de Bram Stoker. Sí, has leído bien: una secuela oficial escrita por, atención, un tataranieto del propio Bram, un tal Dacre Stoker (sí, Dacre, que suena casi como Drácula, qué cosas). El proyecto cuenta también con la colaboración del historiador Ian Holt, y viene avalado por la familia Stoker, propietaria de los derechos.
Según dicen, han trabajado sobre notas originales no utilizadas por Bram Stoker, con la intención de "devolverle al personaje su dignidad" y ofrecer a los lectores lo que llevan esperando más de un siglo: el regreso del verdadero Drácula. ¿Será verdad o puro marketing con colmillos?
Lo cierto es que el descendiente no tiene carrera literaria conocida, así que no puedo evitar pensar que su apellido ha sido el mejor reclamo publicitario de la historia desde que se inventaron las capas negras. Y por si fuera poco, el productor Jan de Bont ya ha comprado los derechos para llevar esta secuela al cine. La maquinaria ha despertado.
La nueva novela se sitúa 25 años después de los hechos de la original. El protagonista es el hijo de Mina y Jonathan Harker, quien representa en un teatro los hechos vividos por sus padres en los Cárpatos, cuando Drácula era más que una leyenda. Y como no podía ser de otra forma, alguien —no se sabe quién— comienza a acosar al grupo que en su día acabó con el Conde. Para rizar el rizo, también se pasea por allí Jack el Destripador. Porque si vas a hacer una secuela de Drácula, mejor que tenga a todos los monstruos del menú.
¿Será un homenaje sincero o una maniobra comercial con colmillos postizos? A saber. Lo que está claro es que, aunque pasen los siglos, Drácula sigue sin descansar en paz. Y nosotros, los espectadores, tampoco.

Hombre, a ver... si dijera que la idea no me atrae, mentiría. Como he comentado, me fascinan estas historias de vampiros, colmillos, capas, crucifijos y castillos entre la niebla. Pero lo que no me entusiasma tanto es que esto siente precedente. Porque, claro, hoy resucitamos a Drácula con la bendición de un tataranieto y mañana autorizamos una continuación oficial de El Quijote, escrita por el bisnieto del primo de Sancho Panza. No digamos ya si a un familiar lejano de Lorca le da por escribir La Casa de Bernarda Alba 2: la venganza de Adela, o si el sobrino hipster de don Manuel Vázquez Montalbán decide desempolvar a Pepe Carvalho para hacerlo influencer gastronómico con canal de YouTube.
A este paso, el único no muerto va a ser Bram Stoker, que desde su tumba victoriana se va a levantar con un cabreo de órdago para poner orden y dejar las cosas claritas: “Esto lo escribí yo, señores, y Drácula no tenía moto ni tatuajes”.
La novela en cuestión no verá la luz hasta octubre de 2009, y llevará por título Dracula: The Un-Dead (lo que viene siendo Drácula: el no muerto), con un juego de palabras más bien facilón. Poco después llegará la correspondiente adaptación al cine, porque no hay cadáver literario que no acabe en Hollywood. Ya se barajan posibles protagonistas, y entre los nombres suena nada menos que Javier Bardem, aunque de momento, como cualquier rumor de casting prematuro, tiene el mismo valor que un crucifijo en Transilvania: depende de quién lo lleve.
En fin, que la máquina ya está en marcha. ¿Será un tributo legítimo? ¿Un truco publicitario? ¿Una herejía editorial? A saber. Yo, por si acaso, me he puesto a releer la novela original de 1897, no vaya a ser que lo siguiente sea un crossover entre Van Helsing y Batman. Que nos conocemos.
Seguiremos informando… desde el lado oscuro.