30.7.09

Asesinos de mierda

No sois más que un puñado de cobardes. Asesinos, psicópatas, escoria humana sin ideas propias, marionetas al servicio de unos cuantos que os manejan a su antojo como muñecos de trapo. Tenéis el cerebro lavado, vacío de pensamiento, incapaces de comprender el poder de la palabra. No sabéis convencer, solo imponer. No sabéis construir, solo destruir.

Reclamáis unos supuestos derechos sin tener la dignidad de defenderlos con argumentos. Queréis imponeros por la fuerza donde la razón os da la espalda. Aterrorizáis a una sociedad cansada, harta de mirar por encima del hombro, de andar con miedo por las calles. Buscáis adeptos entre los más vulnerables, entre los jóvenes sin rumbo, entre quienes no tienen sueños ni esperanzas, solo un agujero negro por futuro.

Dais asco. Pero, sobre todo, dais pena.

Fanáticos de mierda, exaltados sin causa, ladrones de vidas ajenas, mafiosos de cloaca. Hijos de puta —con todos los respetos para una profesión que muchas mujeres ejercen con una dignidad infinitamente superior a la vuestra—. Vosotros, y también los que os apoyan, directa o indirectamente. Los que callan, los que no se atreven a poner los puntos sobre las íes. Cómplices todos.

Ojalá pudierais sentir una mínima parte del dolor que sembráis. El vacío de esas familias a las que les habéis arrebatado a sus seres queridos. Pero esa es, precisamente, la diferencia entre vosotros y nosotros: que jamás os pagaríamos con vuestra propia moneda. Porque valoramos la vida. Porque entendemos lo que significa una persona para quienes la aman, para quienes aún sienten algo en las entrañas.

También vosotros tenéis madres, padres, hermanos, incluso hijos. Y no os gustaría ver sus cuerpos despedazados por una bomba cobarde. Pero esa empatía, ese mínimo sentido de humanidad, os queda demasiado lejos.

No sé si existe Dios. No sé si hay justicia más allá de la que fabricamos los hombres. Pero sí sé lo que deseo con todas mis fuerzas: que no volváis a saber lo que es una mañana luminosa, una salida de sol, una risa al aire libre, una tarde de paseo, un café con los amigos.

Todas esas cosas sencillas y maravillosas que ya no podrán disfrutar esos dos jóvenes asesinados. Ni sus familias. Nunca más.


28.7.09

Una reflexión cualquiera


En muchas ocasiones la vida se asemeja un viaje en tren, repleto de embarques y desembarques, salpicado de contratiempos, de algún accidente, sorpresas agradables y profundas tristezas.

Fotografía tomada entre Almendralejo y Villafranca de los Barros (Badajoz)

23.7.09

Smile

No es este, ni mucho menos, el último post que escribiré sobre Michael Jackson en este blog. Pero sí creo que, coincidiendo con que este fin de semana se cumple el primer mes de su triste desaparición, ha llegado el momento de cerrar —al menos por ahora— este humilde tributo, homenaje, o como cada uno quiera llamarlo, que he querido dedicarle.

Durante la ceremonia en su memoria, emitida en televisión hace un par de semanas, fuimos testigos de uno de los momentos más emotivos: su hermano Jermaine interpretando, de forma desgarradoramente conmovedora, la canción "Smile", la favorita de Michael. Una canción que, curiosamente, no fue compuesta por él, sino por otro genio inmortal: Charles Chaplin.

Tal vez sea casualidad, pero en la mayoría de las imágenes en las que Michael no estaba sobre un escenario, siempre aparecía con una sonrisa en los labios. Sonreía. Incluso en los momentos más difíciles, incluso cuando el mundo parecía pesarle encima.

"Smile", decía la canción. Sonríe, aunque duela. Aunque cueste. Aunque a veces todo parezca oscuro.

Ese es, quizás, el mejor legado que nos deja: la capacidad de seguir sonriendo a pesar de todo. Y de hacer sonreír a los demás, como él lo hizo tantas veces.


Smile, though your heart is aching
Smile, even though it's breaking
When there are clouds in the sky
You'll get by...

If you smile
With your fear and sorrow
Smile and maybe tomorrow
You'll find that life is still worthwhile
If you just...

22.7.09

Cosas que salen del alma

Esta mañana hablaba con alguien acerca de los posts que, en las últimas semanas, he ido publicando en este pequeño espacio mío, esta especie de refugio digital donde me doy el gusto de evadirme, reflexionar o, simplemente, soltar lo que llevo dentro. Salió de nuevo el tema Michael Jackson, aunque esta vez hablábamos única y exclusivamente de música. Nada más. Su voz, su ritmo, su legado.

En medio de la conversación, aparece otro tipo. De esos que no tienen más inquietudes que leer la portada del MARCA, escuchar música de discoteca con autotune y letras de encefalograma plano, y que probablemente no ha leído un libro en su vida. El clásico que confunde opinión con prejuicio y conversación con interrupción.

Al oír el nombre de Michael Jackson, torció el cuello y soltó, con una mezcla de suficiencia y desinformación:
—¿Quién, el pederasta ese?

Y ahí... me saltó el resorte.
Le respondí con una frase que me salió sin filtros, del estómago, como un latigazo:
—¿Pederasta? ¡¡Tu puta madre!!

Lo sé, no es lo más elegante que he dicho en mi vida. Pero qué quieres que te diga, me salió del alma. Eso sí: acto seguido me disculpé. No por mí, sino por su madre, que seguramente no tiene culpa de haber criado a un individuo que lleva la ignorancia como bandera, con la soberbia de quien no sabe, pero tampoco quiere saber.

Porque sí, a veces la ignorancia no es solo una falta de información: es una actitud. Una elección. Una especie de escudo de plástico barato con el que algunos se protegen del más mínimo esfuerzo intelectual. Y lo grave no es ya que no lean, no escuchen, no se cuestionen nada. Lo grave es que encima opinen con desprecio sobre lo que no entienden. Que reduzcan a una caricatura de taberna lo que fue una carrera artística inmensa, compleja, contradictoria, sí, pero también profundamente influyente.

¿Me pasé? Tal vez. ¿Me arrepiento? No. Porque hay cosas que no pueden dejarse pasar. Y porque, para qué negarlo, me quedé agustito. Qué queréis que os diga.


21.7.09

We are the world

En 1985 todos nos estremecimos con aquellas terribles imágenes de niños muriendo de hambre en Etiopía. La crudeza de aquella hambruna, retransmitida por televisiones de todo el mundo, sacudió conciencias y despertó un clamor de solidaridad global. Fue entonces cuando Michael Jackson y Lionel Richie decidieron poner música a esa necesidad urgente de ayudar: juntos compusieron We Are the World, una canción que, más allá de su melodía, se convirtió en un símbolo de unidad y compromiso.

El productor Quincy Jones fue el encargado de coordinar una grabación sin precedentes. Para ello, aprovechando la celebración de los American Music Awards, envió invitaciones a muchos de los artistas más exitosos del momento. En la tarjeta podía leerse, en letras bien visibles: "Dejen el ego en la puerta". Ese mensaje, simple y directo, resumía la esencia del proyecto.

La respuesta fue masiva. Aquella madrugada de enero de 1985, un total de 45 voces se unieron en un estudio de Los Ángeles: Bruce Springsteen, Ray Charles, Tina Turner, Diana Ross, Paul Simon, Stevie Wonder, Bob Dylan, Cyndi Lauper, Billy Joel, Willie Nelson, y, por supuesto, Michael y Lionel, entre muchos otros. En el coro, rostros también conocidos: Dan Aykroyd, Bette Midler, Harry Belafonte, todos los hermanos Jackson salvo Jermaine, Smokey Robinson... Una constelación de talento reunida por una causa mayor.

El impacto fue inmediato: se vendieron casi ocho millones de copias del sencillo y otros cuatro millones del álbum en el que se incluyó. We Are the World ganó el Grammy a la Canción del Año y, lo que es más importante, recaudó más de 50 millones de dólares, donados íntegramente a la campaña humanitaria para Etiopía.

Después de aquello vinieron otras iniciativas parecidas: Live Aid, Band Aid, Songs for Japan. Pero ninguna ha logrado alcanzar la dimensión emocional y simbólica de la original.

Cuarenta años después, We Are the World sigue siendo mucho más que una canción: es un recuerdo imborrable de que cuando el arte se une con el corazón, el mundo puede ser un lugar un poco mejor.


15.7.09

Can You Feel It

En 1980, Michael Jackson, a pesar de haber cosechado un éxito arrollador con su álbum en solitario Off the Wall, seguía vinculado artísticamente a sus hermanos en el grupo The Jacksons. Ese año publicaron el disco titulado Triumph, un trabajo que consolidaba al grupo no solo como una banda heredera del sonido Motown, sino como un referente absoluto del soul, el funk y la innovación visual.

De entre todas las canciones que incluye el álbum, probablemente “Can You Feel It” sea la más recordada, versionada y reutilizada. Su energía desbordante, su mensaje de unión y su producción impecable la convirtieron en un himno de aquella época. Pero más allá de la canción —con Michael y Randy como voces principales— lo que realmente marcó un hito fue su videoclip.

Y es que estamos hablando de 1980, una época en la que los efectos especiales digitales aún eran una quimera, y en la que los videoclips empezaban apenas a despuntar como un lenguaje artístico por derecho propio. El video de “Can You Feel It” sorprendió por su ambición visual y simbólica. Dirigido por Bruce Gowers con una narración épica escrita por Michael y Jackie Jackson, y locutada por el legendario Ken Nordine, era una mezcla de fantasía cósmica, alegoría espiritual y estética futurista. Ángeles de luz, planetas, galaxias, rayos, niños de todas las razas… todo al servicio de un mensaje de hermandad y esperanza.

Aunque hoy pueda parecer algo ingenuo o kitsch en lo visual, hay que verlo con los ojos de la época: fue un prodigio técnico y conceptual, una obra pionera que la MTV incluyó entre los 100 mejores videoclips de todos los tiempos, y que en cierto modo anticipó la dimensión cinematográfica que años después alcanzaría Michael en su carrera como solista, con joyas como Thriller o Smooth Criminal.

“Can You Feel It” es, más que una canción, un manifiesto audiovisual de su tiempo. Una pieza que condensaba la esencia de los Jacksons: ritmo, elegancia, mensaje y espectáculo. Y también, para muchos, un pedacito de esa nostalgia lejana que cada vez parece más inalcanzable, pero que revive con fuerza cada vez que suena su poderoso estribillo.


13.7.09

Say, say, say

Aunque con el tiempo la amistad entre Paul McCartney y Michael Jackson se resquebrajaría —sobre todo tras la adquisición, por parte del Rey del Pop, del codiciado catálogo editorial de canciones de The Beatles—, lo cierto es que antes de aquel desencuentro existió una colaboración sincera, creativa y muy fructífera entre ambos artistas.

Una de las piezas más emblemáticas surgidas de esa conexión fue “Say, Say, Say”, incluida en el álbum de Paul McCartney Pipes of Peace, lanzado en 1983. En pleno apogeo de Thriller, todo lo que tocaba Michael se convertía automáticamente en oro, y esta canción no fue la excepción: alcanzó el número uno en las listas estadounidenses, manteniéndose en la cima durante seis semanas consecutivas.

El videoclip, otro de esos pequeños tesoros de los años 80, es una joya por derecho propio. Con estética de película de época, nos presenta a Paul y Michael como una peculiar pareja de buscavidas que recorren pueblos ofreciendo un misterioso brebaje curativo y deleitando a las multitudes con espectáculos de variedades en ferias y garitos de dudosa reputación. Su química es palpable, fresca y lúdica. Junto a ellos, aparece Linda McCartney, esposa de Paul, en uno de sus cameos más entrañables, y también LaToya Jackson, entonces una joven natural y encantadora, antes de los efectos de la cirugía mediática.

Una curiosidad que pocos conocen: gran parte del video fue rodado en los terrenos de una finca californiana que, años después, Michael Jackson convertiría en su famoso rancho Neverland. Como si el destino ya hubiese marcado ese lugar con una estrella brillante en el mapa del pop.

“Say, Say, Say” sigue siendo una de esas colaboraciones icónicas que resumen lo mejor de una época: creatividad, música sin complejos, estética teatral y el lujo de ver juntos a dos titanes de la cultura popular mundial. Más allá del desencuentro que vendría, esta canción quedó como prueba de que cuando la música une, el resultado puede ser simplemente inolvidable.


9.7.09

Whatzupwitu

Michael Jackson, además de un artista irrepetible, fue siempre una persona generosa y agradecida con quienes se cruzaban en su camino. En 1992, el actor Eddie Murphy colaboró con él en el videoclip de “Remember the Time”, donde daba vida a un faraón egipcio en una corte negra, lujosa y repleta de estrellas como Iman y Magic Johnson. El videoclip, dirigido por John Singleton, fue todo un despliegue visual que todavía hoy sigue sorprendiendo por su producción y su imaginación.

Un año más tarde, en 1993, Eddie Murphy —que también intentaba hacerse un hueco en el mundo de la música— lanzó el álbum Love’s Alright. Siendo amigo de Michael y habiendo compartido pantalla recientemente, es muy probable que le pidiera una colaboración para darle un pequeño empujón a su proyecto musical. Y Michael, fiel a su estilo generoso, aceptó encantado.

El resultado fue la canción “Whatzupwitu”, una pieza simpática, alegre, con un mensaje de unidad y optimismo, muy en la línea de los valores que ambos solían defender. Aunque musicalmente no pasará a la historia, el videoclip es tan peculiar como entrañable: lleno de efectos digitales que hoy parecen sacados de un CD-ROM de los 90, con nubes, corazones flotantes y querubines animados al estilo de Microsoft Paint, todo envuelto en una atmósfera de buen rollo y camaradería entre ambos.

Lo cierto es que la carrera musical de Eddie Murphy no alcanzó ni de lejos el nivel de su faceta actoral, y ni siquiera una colaboración con el Rey del Pop pudo cambiar eso. Aun así, “Whatzupwitu” queda como una rareza curiosa y divertida, que muchos o no han visto nunca o simplemente no recuerdan. Y es una pequeña muestra de cómo Michael Jackson no solo colaboraba con superestrellas, sino también con amigos, por puro afecto.

Una cápsula del tiempo en forma de videoclip, que hoy se mira con una sonrisa entre la nostalgia y la ternura.

7.7.09

Comienza la leyenda


Dicen que una leyenda es una narración, oral o escrita, con mayor o menor proporción de elementos imaginativos, que generalmente pretende hacerse pasar por verdadera o, al menos, estar ligada a algún aspecto de la realidad. Se transmite de generación en generación, casi siempre por vía oral, y con el tiempo va experimentando añadidos, omisiones y distorsiones que acaban moldeando su esencia original.

Supongo que eso mismo ocurrirá con la figura de Michael Jackson. El paso del tiempo, implacable y distorsionador, irá añadiendo fábulas, invenciones, medias verdades y falsedades completas. Se publicarán biografías dudosas, películas vagamente inspiradas en hechos reales, testimonios oportunistas y objetos "personales" que jamás pasaron por sus manos. Todo formará parte del mito, de esa nebulosa en la que lo verdadero y lo inventado se funden hasta ser indistinguibles.

Es el precio que pagan los mitos. Aquellos que alcanzan una dimensión universal, como Michael Jackson, dejan de ser simples seres humanos para convertirse en espejos donde millones de personas proyectan deseos, frustraciones, idolatrías y hasta rencores.

Lo de hoy —el homenaje multitudinario televisado en todo el mundo— más que un funeral ha sido una celebración. La celebración de una vida artística descomunal, irrepetible, de un fenómeno cultural que traspasó barreras de raza, edad, idioma y geografía. Un evento seguido por miles de millones de personas, convertido en el acto televisado con más audiencia de la historia. La última actuación de un hombre que ya es inmortal.

Y aunque ha habido momentos muy emotivos, lo cierto es que no deja de sobrevolar cierta sensación de injusticia. Porque Michael lo dio todo —literalmente todo— a su público y a su arte, y a cambio recibió un trato cruel, desmedido, por parte de esa misma sociedad que, con la misma facilidad con la que encumbra, destruye. La misma sociedad que convierte a los genios en sospechosos, a los distintos en monstruos y a los vulnerables en chivos expiatorios.

Pero el tiempo, a su modo, también restituye. Con el paso de los años, cuando el ruido se disipe, lo que quedará será la música. El arte. La voz. El baile. La emoción que despertaba su figura.

Lo demás, como ocurre con todas las leyendas, será materia de discusión. Pero el legado, ese, ya nadie lo podrá destruir.



No ha sido un adiós. Es el comienzo de una nueva era, un tiempo en el que aún quedan muchas cosas por descubrir. Cosas que Michael dejó guardadas, tal vez con la esperanza de que algún día fueran entendidas, especialmente por aquellos que lo seguimos no solo en sus días de gloria, sino también en sus momentos más oscuros y difíciles.

Porque ahora, de repente, todo el mundo lo recuerda con respeto. Ahora todos rinden pleitesía, como si nada hubiese pasado. Como si durante años no se hubiese hecho leña del árbol herido. Como si no se hubiese juzgado, señalado, ridiculizado. Es triste ver cómo, una vez desaparecido, el silencio sustituye a la crítica, y los mismos que ayer lo enterraban en vida hoy lo veneran como mito.

Gracias, Michael. Gracias por estos últimos 25 años de mi vida en los que siempre estuviste ahí, en forma de canción, de videoclip, de recuerdo. Por los momentos inolvidables que acompañaste sin saberlo. Por hacer más llevadero un mal día con solo pulsar el play. Por tu música, por tu entrega, por darlo todo —literalmente todo— y quedarte sin nada.

Gracias por dejarte la vida en el intento de hacérsela un poco más fácil a los demás. Hoy más que nunca, tu luz brilla más allá del escenario. Y aunque ya no estés, sigues aquí, en cada nota, en cada paso, en cada alma que aprendió a soñar contigo.

No es un final. Es un nuevo comienzo.

In our darkest hour
In my deepest despair
Will you still care
Will you be there
In my trials
And my tribulations

Through our doubts
And frustrations
In my violence
In my turbulence
Through my fear
And my confessions
In my anguish and my pain
Through my joy and my sorrow
In the promise
Of another tomorrow
I'll never let you part
For you're always in my heart

5.7.09

Un excelente actor

En 1987 se lanzó al mundo Bad, el esperadísimo nuevo álbum de Michael Jackson tras el éxito descomunal —e irrepetible— de Thriller. La expectativa era gigantesca, y Jackson lo sabía. Por eso, lejos de repetir la fórmula, apostó por algo distinto: seguir explorando el videoclip no solo como herramienta promocional, sino como auténtica obra cinematográfica.

Y para ello no escatimó. Decidió rodearse del mejor talento posible y convenció nada menos que a Martin Scorsese —sí, el mismísimo director de Taxi Driver y Toro Salvaje— para que dirigiera el primer videoclip promocional del disco: la pieza que acompañaría al tema Bad.

El resultado fue un corto de más de 16 minutos rodado en Nueva York, con ambientación urbana, estética realista y un claro trasfondo social. La historia, inspirada en un caso real, se centra en Darryl (interpretado por el propio Michael Jackson), un joven estudiante de una escuela de élite que regresa a su barrio humilde durante las vacaciones y se enfrenta al dilema de su identidad y pertenencia: ¿seguir el camino que ha comenzado o volver a las calles con su antiguo grupo?

La parte añadida al videoclip —es decir, la secuencia dramática previa a la interpretación musical en el metro— funciona como un auténtico cortometraje. Está rodada con el pulso narrativo característico de Scorsese, e incluso cuenta con la presencia de un jovencísimo Wesley Snipes en uno de los primeros papeles de su carrera.

Aunque está en inglés y sin subtítulos, no resulta difícil seguir el argumento gracias a las expresiones, la atmósfera y la tensión dramática.

Bad no fue simplemente un videoclip. Fue una declaración de intenciones. Una muestra de que Michael Jackson no solo era un genio musical, sino también un visionario que comprendía el poder del audiovisual para contar historias, remover conciencias y traspasar las barreras del entretenimiento.

Una obra que, más de 35 años después, sigue siendo ejemplo de cómo el pop puede alcanzar dimensiones cinematográficas.



…cuando llega el momento, Daryl se detiene. Tiene la oportunidad justo delante, el anciano camina solo, distraído, una víctima fácil. Sus amigos observan desde la distancia, expectantes, casi desafiantes. Wesley Snipes —intenso, provocador— le lanza una mirada que pesa como una losa: “Hazlo, si aún eres uno de nosotros”.

Pero Daryl no puede. Algo dentro de él se rebela. No ha vuelto al barrio para demostrar que sigue siendo el mismo, sino para recordar quién fue, y decidir en qué quiere convertirse. El gesto de Daryl lo dice todo: no lo hará. No va a seguir el camino fácil, ni va a dejarse arrastrar por la presión del grupo. La decepción de sus amigos es inmediata, el ambiente se enrarece, la tensión estalla… y en ese instante irrumpe la música.

El andén del metro se transforma en un escenario urbano donde el lenguaje ya no es el de las palabras o los reproches, sino el de la danza. Bad, el tema, explota con fuerza, con energía desafiante y precisa. Michael Jackson, como Daryl, lidera una coreografía que es tanto un acto de afirmación como una declaración de independencia: no necesita robar, no necesita violencia, no necesita renunciar a sus principios para demostrar quién es.

La escena funciona como catarsis. La danza sustituye a la confrontación física, y el ritmo toma el lugar del conflicto. La dirección de Scorsese eleva el videoclip al rango de cortometraje narrativo, donde lo estético y lo simbólico van de la mano. Jackson baila como si su identidad estuviera en juego, y en cierto modo lo está.

Daryl no reniega de su pasado, pero tampoco se deja encerrar en él. Les demuestra a sus amigos que hay otra forma de ser “auténtico”, y que la fuerza no reside en los puños, sino en la convicción de ser uno mismo. El videoclip termina con esa sensación de triunfo silencioso, de ruptura con lo establecido. Es, en esencia, un alegato por la libertad individual, por el cambio, por el derecho a evolucionar.

Y Michael Jackson lo hace, como siempre, sin discursos, sin sermones, solo con música, cuerpo y mirada. Bad no es solo un videoclip: es un relato corto, un manifiesto, una danza contra el conformismo.


En 1988, durante la promoción de su película La última tentación de Cristo, Martin Scorsese fue preguntado sobre su experiencia rodando el videoclip de Michael Jackson Bad. Scorsese respondió que fue una experiencia muy agradable, destacando no solo la profesionalidad y amabilidad de Michael, sino, lo que más sorprendió a los periodistas, su faceta como actor. Con cierto enfado tuvo que reiterar varias veces que Michael Jackson era un excelente actor, y que debería dedicarse con más frecuencia a la actuación.

Una de las anécdotas más interesantes que contó fue que la famosa escena del metro, donde el joven interpretado por Jackson intenta atracar a un anciano, fue completamente improvisada por Michael y que no fue necesario modificar ni una sola toma. Esa escena, cargada de tensión y emoción contenida, fue fruto del talento natural de Jackson para la interpretación, algo que muchas veces se pasa por alto debido a su estatus como ícono musical.

Curiosamente, esta parte no musical del videoclip Bad fue poco emitida en televisión y suele pasar desapercibida para muchos espectadores, que solo recuerdan la espectacular coreografía y el tema musical. Sin embargo, merece la pena verla y valorarla como un pequeño cortometraje que añade profundidad y contexto a la canción, mostrando el lado más dramático y humano del artista.

4.7.09

Lo dijo Michael


A veces, cuando te tratan injustamente, te creces, te haces más fuerte y decidido. La esclavitud fué algo terrible, pero cuando los negros de América por fin se liberaron de la opresión, eran más fuertes. Sabían lo que era que otras personas te controlaran la vida y te doblegaran el espíritu. Nunca consentirían que eso volviera a ocurrir. Yo admiro esa fuerza. Las personas que la posee adoptan una postura firme y ponen el corazón y el alma en lo que creen.

Moonwalk, autobiografía de Michael Jackson, editado por PLAZA&JANES (1988)

3.7.09

Imágenes de los últimos ensayos de Michael

 

Tanto la fotografía de la parte inferior como las imágenes incluidas corresponden al pasado 24 de junio, dos días antes del trágico suceso. En estos días, muchas personas afirmaron que Michael Jackson se encontraba pletórico, en plena forma y muy ilusionado con su inminente regreso al escenario. Sin embargo, al ver las imágenes, lo único que se me ocurre es que o bien alguien se excedió con la administración de medicamentos, o simplemente sufrió un paro cardíaco, como desgraciadamente les ocurre a muchas otras personas sin previo aviso, y caen fulminadas. Recordemos los casos de futbolistas como Miklós Fehér, Marc-Vivien Foé y, más recientemente, Antonio Puerta aquí en España; jóvenes mucho más jóvenes que Michael y en aparente excelente estado físico.

La duda persistirá hasta que no se haga público un informe oficial de la autopsia, si es que éste logra esclarecer los hechos. Una verdadera pena, pues se pudo haber disfrutado de un espectáculo visual y musical magnífico y, como vemos, Michael Jackson tenía hambre de escenario y muchas ganas de ofrecernos lo mejor que tenía.