
En un arrebato de originalidad, pensé en colgar el típico cartelito de “Cerrado por vacaciones”, pero está más visto que el Telediario de las 15:00. Así que, en un nuevo y audaz alarde de ingenio —y también influido, no lo niego, por mi incorregible afición a las secuelas cinematográficas eternas e imperecederas (esa saga de la vida llamada agosto)— repito por tercer año consecutivo, y sencillamente porque me da la gana, el socorrido pero esperanzador “Continuará…” (siempre y cuando las circunstancias se muestren benévolas, claro está).
No es que pretenda resultar reiterativo ni caer en la autocompasión bloguera, pero cada vez ronda con mayor frecuencia en mi cabeza la tentación de bajar definitivamente la persiana de este blog, echarle un candado con cierre de los de antaño —de los que chirrían— y arrojar la llave a un riachuelo perdido y remoto donde sólo yo sepa buscarla, si es que alguna vez decido volver.
Ahora bien, que nadie se alarme: si Cambiarán los vientos llegara a su final, eso no significaría mi despedida definitiva de la blogosfera. Qué va. Quizá abriría otro blog, tal vez uno consagrado exclusivamente al cine —como buen mitómano que soy—, o sobre la liga de fútbol en Birmania, o de corte y confección postapocalíptico, o incluso sobre la apasionante cría del berberecho en aguas dulces de Andalucía. O puede que no abra nada, y me limite a merodear sigilosamente por vuestros blogs como un Big Brother sin cámaras pero con vocación orwelliana, vigilante, silente, omnipresente.
Pero no adelantemos acontecimientos. Ha llegado el momento del descanso, del paréntesis necesario, de la evasión sin mapas. De esos días donde los relojes se desactivan y los calendarios pierden su tiranía. Tiempo de lecturas infinitas y noches que huelen a jazmín y a tinta vieja. De volver a Luis Rosales, de por fin encarar ese libro que se resiste como un toro bravo en la plaza de nuestra pereza. De recordar, como decía el poeta, que hoy es siempre todavía. De comprender —a golpe de ola, de brisa, de silencio— que nada nos pertenece. Que ni esto, ni tú, ni yo somos de nadie. Que el tiempo tiene sus propias leyes: feroces, mudas, implacables. Que hoy estamos y somos, y que mañana… ¿quién se acordará de nosotros?
A todos los que ya habéis regresado: os deseo un feliz comienzo de temporada. A quienes, como yo, estamos a punto de partir: que sepáis exprimir hasta el último segundo con la entrega de quien sabe que no hay prórroga. Y a los que, por distintas razones, no habéis podido descansar este año, todo lo mejor que pueda traeros septiembre y los que vendrán después.
Hasta entonces, amigos.
Nos vemos a la vuelta.