1.3.18

Berlín 1933. El incendio del Reichstag


Soy de los que en ocasiones se plantean o se paran a pensar, cuando ocurre una desgracia de grandes dimensiones, quien puede ser el principal beneficiado de dicha tragedia. Pasa a menudo, incendios en bosques, guerras en países subdesarrollados, alarmas de virus o gripes de las que siempre, pero siempre hay alguien que saca buena tajada de ello.
El otro día ojeaba un libro sobre los orígenes, auge y posterior caída del nazismo en Alemania y cómo no, en ese libro se narraba el célebre incendio en el Reichstag, es decir, lo que era la sede del parlamento Alemán a comienzos de los años 30.
Ocurrió concretamente un 28 de febrero de 1933, cuando Hitler apenas llevaba un mes  escaso en el poder elegido democráticamente por el pueblo Alemán. Oficialmente, según las autoridades competentes, un albañil comunista que se encontraba en paro prendió fuego al parlamento Alemán,  con lo cual, para gozo del recién estrenado canciller, esto le dio poderosas razones para suspender todos los derechos civiles y pasarse la constitución por el forro.
El 28 de febrero de 1933, cuando aún las llamas del Reichstag no se habían extinguido desde la noche anterior, Adolf Hitler dictaba un decreto que entre otras perlas, suspendía la libertad de expresión, de asamblea y de prensa y que permitía la encarcelación, sin juicio, de cualquiera, fuese de la ideología que fuese, que se atreviera a oponerse al partido Nazis. Ese mismo día, sin ir más lejos, fueron detenidos más de 5000 comunistas.
Todo aquello no dejaba de tener un tufillo de manipulación, pero a ver quien era el atrevido que osaba denunciarlo.¿Serían los propios Nazis los que idearon el incendio del Reichstag y buscaron a un culpable idóneo para dicho hecho?
 La euforia y rapidez con la que reaccionó Hitler y sus acólitos apenas unas horas después de que el presunto pirómano fuera detenido por las autoridades, fue de alguna manera  el comienzo del funcionamiento de la terrible maquinaria Nazi y lo que vendrían después, hasta el final de la Segunda guerra mundial en 1945.
Se suspendieron nada menos que siete artículos constitucionales, precisamente los que protegían los derechos humanos, las libertades de reunión, de asociación, de opinión y de prensa. Y con todos estos derechos y libertades fundamentales quitadas de un plumazo, Hitler tuvo la libertad para detener a quien le diera la gana, en un mes escaso que llevaba como canciller, sometió a Alemania a todos sus deseos. Comenzó a encarcelar a ciudadanos, todos supuestos comunistas, y como las cárceles se le empezaron a quedar  muy pequeñas con toda esa afluencia de presos, fue entonces cuando comenzó la oscura historia de los campos de concentración.
Apenas tres meses después del incendio del Reichstag, ya había privadas de libertad en estos campos más de 25.000.  
Y mientras la terrible sombra de la Alemania Nazi se extendía, Europa ni se percataba de la gravedad del asunto. El  que fuera presunto autor del incendio del Reichstag, el albañil en paro, un holandés de nombre Marinus van der Lubbe, fue ejecutado en la guillotina tres días antes de cumplir 25 años. El 10 enero de 2008 fu anulada la sentencia de Lubbe, en virtud de una ley aprobada en 1998, que permitía la rehabilitación de algunos condenados por la justicia nazi entre 1933 y 1945. El tribunal justificó la anulación de la sentencia por las conclusiones injustas específicamente nacionalsocialista en que se había basado el fallo de diciembre de 1933. 
Habían pasado setenta y cuatro años desde el incendio del Reichstag. 

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