29.6.25

Mientras tanto, un café


 ¿Sabéis qué he aprendido últimamente? Que la paciencia no es solo una virtud. Es una forma de inteligencia. Así, con todas sus letras. Y no de la brillante, tipo premio Nobel, no. De la otra, la que se cocina a fuego lento, con cara de “yo ya he visto esto antes y sé que no hay que hacer nada”.

Porque no todo en esta vida tiene que resolverse al momento, como si estuviéramos en un programa de cocina con cuenta atrás. No todo necesita una respuesta clara, brillante y en tres puntos, como si la vida fuera un examen de filosofía.

Hay veces, más de las que me gustaría admitir, en las que lo más sensato que uno puede hacer es nada. Respirar. Observar. Y esperar. Como cuando se te cae algo debajo del sofá: tú sabes que está ahí, pero si metes la mano sin pensar, te llevas un susto, una pelusa y tres monedas que no sabías que tenías.

La vida no siempre es una batalla que hay que ganar. De hecho, si me apuras, muchas veces ni siquiera es una batalla: es más bien un río raro, de esos que no sabes muy bien si cruzar, nadar o simplemente sentarte en la orilla a ver si pasa algo interesante. Y tú ahí, con una canoa rota, remando con una cuchara de postre. Dignidad cero, pero bueno, avanzas.

Así que yo ahora, cuando algo no tiene solución inmediata, no me agobio. Me hago un café. Miro por la ventana. A veces incluso le hablo a la maceta. La única que tengo. Y si la planta no responde, que suele ser lo habitual, interpreto su silencio como sabiduría vegetal.

Porque a veces las respuestas llegan solas. Y otras veces, bueno, no llegan. Pero mientras esperas, estás tranquilo. Y con suerte, has aprendido a no meterte en el río con zapatos nuevos.

La paciencia, amigos. Esa señora que siempre llega tarde, pero que cuando llega, te salva el día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario