4.9.25

Cuarenta y cuatro grados a la sombra (XXIV): Propósitos, dietas y una agencia rural emocional


Cuarenta y cuatro grados a la sombra (XXIV): Propósitos, dietas y una agencia rural emocional

El 7 de enero amaneció con cielo gris, humedad de sabañón y una sensación colectiva de “¿y ahora qué?”.
Los restos de roscón, los envoltorios de regalos sospechosos y el eco lejano de un reguetón navideño aún retumbaban en la plaza, como si la Navidad se resistiera a marcharse sin una última vergüenza ajena.

En el bar de Nines, el ambiente era silencioso, casi místico. Solo estaban Don Isidro, Mari Pepa y Frédéric, que bebía manzanilla como si fuera absenta.
Afuera, un gato se lamía la dignidad en mitad de la acera, ajeno a los propósitos humanos.

Había un cartel nuevo junto a la cafetera, escrito con letra de rotulador en una hoja de libreta cuadriculada:

“Propósitos 2026:
— Comer menos pan
— Beber más agua
— Insultar solo cuando sea necesario”**

—Lo vamos a cumplir todo —dijo Don Isidro, con solemnidad de mártir—. Hasta febrero.

Nines, que llevaba tres días sin quitarse el delantal ni hablar con su ex por WhatsApp, decidió implementar el “Menú Detox Rural”, que consistía en:

  • Caldo con acelgas recogidas por su tía Genoveva en la parcela del tío Ramón (que ahora estaba en guerra con ambos).

  • Mandarina del frutero de la entrada, que había sobrevivido a Nochevieja.

  • Y un yogur caducado solo dos días (“eso cuenta como fermentación consciente”, defendió Nines, sin pestañear).

Pero el pueblo no estaba para lechuga.
Enero dolía. Las carteras lloraban. Las básculas gritaban. Y el alma pedía hibernar envuelta en bata y mala leche.

A media mañana llegó Feli la del estanco, con la nariz roja y el alma más aún.

—He devuelto tres regalos. Uno era una báscula. Otro, un libro de mindfulness. Y el tercero... un difusor de aromas. ¡A mí, que soy asmática! —bramó mientras se sacudía el abrigo—. Este año lo único que quiero es calor humano y vino del bueno.

Y justo entonces, como una revelación en bata polar, Frédéric dio un golpe sobre la mesa de formica y anunció:

—¡Voy a abrir una agencia de turismo emocional!

Todos lo miraron como si hubiese dicho que iba a montar una pista de esquí sobre la cooperativa de aceite.

—¿Turismo qué?

Turismo emocional rural —explicó, hinchando el pecho—. Gente de ciudad viene a sentir cosas aquí.
Cosas auténticas: encender una estufa, pelar una naranja con cuchillo, ir a misa sin saber por qué, llorar viendo una gallina.
¡La experiencia Villafresno!

—¿Llorar viendo una gallina? —preguntó Mari Pepa, sin disimular el escepticismo.

—Las gallinas aquí tienen miradas muy tristes —insistió Frédéric—. Además, no es literal. Es emocional. Lo rural como catalizador del alma. Mística de lo sencillo. Un pack de emociones. ¿Me explico?

Nines parpadeó.
Mari Pepa aplaudió.
Don Isidro preguntó:

—¿Y eso lo pagaría alguien?

—¡Sí! Y mucho. Les daremos mantas, brasero, paseos por la ribera al amanecer con frases como “el frío también es amor”.
Tendrán que ayudar a alguien a podar una higuera y luego escribir sobre ello en su diario de emociones.
Todo muy contemplativo, muy "reencuéntrate contigo mismo mientras pelas una patata".

El silencio se hizo espeso, como la niebla en la carretera de Valdecabras.
Y entonces, como si de una señal divina se tratara, entró el alcalde con los párpados pegados del frío y una bufanda que le tapaba hasta el alma.

—¿Qué hay de nuevo?

—Frédéric va a montar una agencia de turismo emocional rural —informó Mari Pepa, encantada con la primicia.

El alcalde se quedó un segundo pensativo. Luego dijo:

—Como proyecto europeo... esto puede colar.

Y así nació la idea de “Siente Villafresno”, con un logo diseñado por el hijo del panadero (que dibuja bien, aunque está en la ESO por los pelos), y un eslogan que decía:

“Siéntelo. Sufre el frío. Ama el silencio. Come fuerte.”

El primer grupo llegaría en febrero. Gente de Madrid, dicen. Con bufandas hipster, sensibilidad moderada y ganas de reconectar con su yo interior en un entorno con más ovejas que likes.

Mientras tanto, en el bar, los vecinos seguían lidiando con su propia cuesta de enero.

—Yo, mi propósito de año nuevo es vivir. Y no dar la brasa más de la cuenta —dijo Don Isidro, removiendo el café con más filosofía que azúcar.

—El mío es comer sin culpa y reírme aunque el banco me mire mal —añadió Mari Pepa.

—Yo he dejado de intentar adelgazar. Voy a ampliar el cinturón emocional —anunció Feli, brindando con un chato de vino.

Frédéric levantó su taza de manzanilla y brindó también:

—Por los nuevos comienzos. Aunque sean iguales que los finales.

Y en la radio, como un suspiro cíclico del destino, sonó la misma canción con la que empezó el año anterior: "Color esperanza", en versión remix.

Nadie dijo nada.
Solo el gato, afuera, bostezó con desgana.
Y Villafresno, fiel a su estilo, siguió latiendo al ritmo lento del invierno rural, con más corazón que calefacción.

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