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21.9.25

El canto sereno del otoño en Cáceres

 El otoño llega a Cáceres con una delicadeza casi imperceptible, como un murmullo que se cuela entre las ramas de los árboles del Parque del Príncipe. Basta detenerse unos segundos frente al cauce sereno del agua, apenas cubierta de hojas caídas, para entender que la ciudad ha entrado en otro ritmo. La claridad del verano, abrasadora y vertical, se suaviza ahora en reflejos quebrados, en sombras que juegan sobre la superficie, en la cadencia pausada de una estación que no tiene prisa.

Caminar por los senderos arbolados del parque es asistir a un espectáculo discreto pero profundo: las hojas, que todavía resisten con su verde maduro, comienzan a mezclarse con tonos ocres y dorados, como si el paisaje se vistiera de un manto que anuncia la transformación. Bajo los pies, la tierra se cubre de un rumor crujiente, y el aire fresco invita a una respiración más honda, a un pensamiento más sereno.

El Parque del Príncipe, con sus esculturas y su vegetación diversa, se convierte en un escenario donde el tiempo se muestra en su verdadera naturaleza: no como pérdida, sino como renovación. Ahí está el árbol de hierro, con sus cigüeñas metálicas alzando las alas contra el cielo limpio de septiembre, recordándonos que toda despedida trae consigo un vuelo, una posibilidad de renacer.


El otoño, lejos de ser el final de un ciclo, se presenta como un umbral. Tras el bullicio y la plenitud del verano, llega la hora de la introspección luminosa, del orden que trae la caída de las hojas y del sosiego que permite mirar hacia adelante con calma. Cáceres, desde este rincón verde que late dentro de la ciudad, nos invita a entender el cambio no como melancolía, sino como esperanza: cada hoja que cae es también un espacio abierto para lo que vendrá.


Así, en el Parque del Príncipe, el otoño no es melancolía, sino promesa. Un tiempo en el que los caminos cubiertos de hojas señalan nuevas sendas, y en el que la vida se reinventa en el murmullo del agua, en la frescura de la brisa y en la certeza de que toda estación guarda en sí misma la semilla del comienzo.

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