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18.9.25

Henry Brubaker

 En 1987 la vida era otra. En España sólo teníamos dos canales de televisión, y cualquier película destacable que apareciera en la pequeña pantalla era recibida como un acontecimiento. Recuerdo bien aquella noche en la que emitieron Brubaker. No era una cinta cualquiera: era una historia dura, áspera, incómoda, que se coló en la vieja salita de la casa de Santa Catalina como una revelación. La grabé en VHS, con la carátula escrita a mano, y aún conservo aquella cinta como quien guarda un talismán gastado. La vi una y otra vez, tantas que el magnetismo de la cinta se debilitó antes que mi fascinación.

Robert Redford encarnaba a Henry Brubaker, un hombre que se infiltraba en la cárcel como un preso más, para conocer de primera mano la corrupción, el dolor y la miseria que allí reinaban. Era un personaje que parecía hecho a medida de Redford: íntegro, elegante incluso en la derrota, obstinado hasta el límite en la defensa de la dignidad humana. Había en él algo que nos hablaba de la vida misma: entrar en un lugar oscuro, hostil, lleno de trampas, y aun así mantener en pie la esperanza de que la honestidad sirve de algo, aunque el precio sea la soledad o el fracaso.

Con los años entendí que Brubaker no era sólo un drama carcelario, sino una parábola de lo que significa ser fiel a uno mismo en un mundo que se empeña en empujar hacia el lado contrario. Y en cada revisión, veía en Redford no sólo al director de prisiones de la ficción, sino a un espejo de nuestras luchas íntimas, esas en las que se pierde mucho y se gana apenas la tranquilidad de la conciencia.

Hoy, mientras sostengo aquella vieja cinta en mis manos, el tiempo parece plegarse. Vuelvo a verme en 1987, en una salita donde aún se sentaban personas que ahora sólo existen en la memoria y en el corazón, con la ilusión intacta de grabar películas en un VHS. La muerte reciente de Robert Redford convierte esa cinta en un testimonio todavía más nostálgico y entrañable. Como si junto a la desaparición de los nuestros, se hubiera apagado también uno de los últimos héroes que nos acompañaban en la pantalla.


El VHS ya no se rebobina, las dos cadenas se convirtieron en infinitos canales, y nosotros hemos perdido más de lo que ganamos. Pero cuando pienso en Brubaker, pienso también en esa parte de nosotros que todavía lucha, aunque la vida sea una prisión sin candados visibles. Y en ese silencio, el eco de Redford sigue recordándonos que la integridad, aunque solitaria, es la única victoria verdadera.

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