Yo también me tengo que creer, porque lo dice un jurado, la nota de prensa y hasta las redes sociales con su habitual fervor ingenuo, que, entre más de 1300 manuscritos anónimos, ha ganado Juan del Val. Sí, ese Juan del Val. El mismo que participa en programas, escribe columnas, posa en alfombras rojas y opina sobre la vida con la naturalidad de quien ha convertido las tertulias televisivas mediatizadas en un género literario.
Dicen que participó bajo seudónimo, y yo, que soy un alma crédula, intento imaginarlo enviando su novela desde un correo de Gmail que no contenga su nombre, ni su firma, ni su ego. Una proeza solo al alcance de unos pocos elegidos. Me lo imagino titulando el archivo “manuscrito_definitivo_version_final_ahora_sí.docx” y cruzando los dedos para que nadie, absolutamente nadie, sospechara nada al leer frases del tipo “porque la autenticidad es un ejercicio de autoestima pública”.
Claro, y luego el jurado, exhausto tras leer 1299 novelas de desconocidos, se encuentra con esa prosa: ese estilo tan televisivamente existencial, tan mezcla de tertulia y epifanía. Y uno de ellos, entre bostezo y café, dice:
—Oye, esto suena a alguien…
Y otro responde:
—No, imposible. Si fuera famoso, no se habría presentado al concurso.
El milagro del anonimato: ese raro fenómeno por el cual los escritores con más visibilidad, editoriales y portadas consiguen pasar desapercibidos justo cuando hay un premio de por medio.
“La vida mentirosa de los adultos”, escribió Elena Ferrante. Pues la vida milagrosa de los premiados, diría yo. Porque aquí, entre nosotros, el anonimato literario dura lo mismo que una entrevista en “El Hormiguero”.
Pero qué bonito es creer, ¿eh? Creer que todos parten desde el mismo punto, que los jurados leen sin prejuicios, que el talento se impone al apellido y que la literatura, de vez en cuando, se cuela entre tanto foco.
Y mientras tanto, los demás escritores anónimos siguen, con sus manuscritos durmiendo en carpetas polvorientas, soñando con que algún día alguien, sin reconocer su letra, diga eso de:
—Este sí, este es el bueno.
Aunque claro, quizás lo que falte no sea talento, sino un apellido con micrófono.
No hay comentarios:
Publicar un comentario