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12.7.25

Superman

 Anoche fuimos al cine a ver la nueva versión de Superman, la dirigida por James Gunn. Íbamos con esa mezcla de curiosidad y recelo que uno lleva siempre que se enfrenta a un mito reinventado. Pero salimos del cine en silencio, con esa rara sensación de que acabábamos de ver algo que no era solo una película. La propuesta de Gunn es moderna, vibrante, con una mirada más humana que nunca sobre el Último Hijo de Krypton. Hay músculo visual, sí, pero también alma. Este Superman duda, siente, se hiere por dentro; es una figura poderosa, pero no invulnerable. Y ahí está su fuerza.


La cinta respira respeto por el legado, pero no se acomoda en él. Se atreve a mirar hacia adelante sin traicionar lo esencial: la esperanza. En un mundo narrativo saturado de superhéroes que matan, ironizan o simplemente destruyen, Gunn rescata la nobleza. Y eso, en estos tiempos cínicos, es casi un acto revolucionario.

Imposible, sin embargo, no pensar en Christopher Reeve. En aquel Superman que nos enseñó a muchos que volar era posible. Había algo profundamente elegante en su mirada limpia, en esa manera suya de ser imbatible sin parecer altivo, de sonreír con la gravedad de quien sabe que el bien no necesita alardes. Reeve no interpretaba a Superman: lo encarnaba. Su capa no ondeaba por el viento, sino por la decencia. Y su Clark Kent era todo lo contrario a estos líderes que hoy se disfrazan de mesías cuando no son más que bufones peligrosos.

Porque sí, al salir del cine no dejábamos de pensar en eso: lo mucho que este mundo necesita a alguien como él. Un superhombre que no venga a imponer, sino a equilibrar. Que no busque el caos, sino el consuelo. Que se atreva a alzar el vuelo por encima de tanto delirio que hoy nos gobierna. Que mire a los ojos a toda esa estirpe de caudillos modernos que confunden liderazgo con furia, y les diga, sin levantar la voz: “No”.

Nos hace falta alguien así. No tanto porque creamos en los superpoderes, sino porque empezamos a desconfiar de los humanos. Vivimos tiempos en los que la serenidad es un superpoder y la justicia una quimera. Y tal vez por eso, entre tanta oscuridad, nos aferremos a la idea de un hombre que vuele por encima del ruido y que, simplemente, haga el bien.

Quizás nunca venga. Pero mientras tanto, que no nos falte el cine para recordarnos lo que aún podríamos ser. Aunque sea por dos horas. Aunque sea desde la butaca de la nostalgia.


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