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31.8.25

Cuarenta y cuatro grados a la sombra. La feria de octubre (XX): Tómbolas, peluches diabólicos y el alcalde romano


La feria de octubre (XX): Tómbolas, peluches diabólicos y el alcalde romano

Octubre en Villafresno del Río no es un mes cualquiera. Es “El Mes” con mayúsculas. El mes de la feria, esa festividad en la que todo el pueblo se disfraza de adolescente, la dieta se suspende por decreto, y la racionalidad queda temporalmente sustituida por algodón de azúcar, estraperlo emocional y música machacona.

Desde el martes, la plaza mayor se llenó de furgonetas que portaban sus tesoros sin miedo:

  • La churrería cuasi guerrillera de “El Gordo”. Un señor mayor, casco de soldador y alicates en ristre, amasaba la masa con un soplete.

  • Los gemelos de Usagre, expertos en hinchables, montaron colchonetas, castillos y toboganes sin un manual a la vista. —“¡Que sea más divertido!”— gritaban, y lo era.

  • La tómbola del terror, un atril adornado con serpentinas y luces rotas, ofrecía de premio:

    1. Batidoras industriales.

    2. Un jamón “eterno” (sin fecha de caducidad).

    3. Un altavoz con forma de dragón coreano que “ruge con más decibelios que un concierto de los 80”.

El jueves llegó el momento inaugural. El alcalde Cipriano, empeñado en darle “toque cultural-renovador” a la feria, se plantó en el centro de la plaza vestido de centurión romano:

—Este pueblo tiene raíces profundas —bramó—. ¡Y si los romanos conquistaron el mundo, nosotros conquistaremos el futuro… y el puesto de churros!

Llevaba sandalias de cuero hechas a mano por su cuñada de Talarrubias, y cada vez que levantaba el brazo para el saludo marcial, el doberman de la vecina del quinto ladraba como si se preparara para el circo.

Don Isidro, fiel a su espíritu competitivo, fue el primero en probar fortuna en el tiro con escopeta de corcho.
Disparó cinco veces:

  1. Tres al pato de corcho (¡olé!).

  2. Uno al ojo del feriante (lo cobró como “blanco secundario”).

  3. Y otro… al rótulo de la peña flamenca, que terminó girando sobre su eje.

Por su hazaña le ofrecieron un peluche gigantesco —tamaño sofá— y la posibilidad de elegir. Eligió, con sabiduría, una alcachofa de peluche:
—Me recuerda a mi cuñada —justificó—. Y a la vez es muy tierna.

Frédéric, nuestro cronista de Lyon, ahora empadronado de facto, vivió su primera ‘feria hardcore’ como si fuera una ceremonia tribal. En una sola noche:

  • Comió churros con lluvia de azúcar y gotas de espresso.

  • Montó en la rana mecánica con Mari Pepa, que no dejó de reír durante novecientos saltos —“contracturetis estivalis” diagnosticó después.

  • Bailó sevillanas con una señora que juraba haber salido en el “Qué me dices” Vogue Edition.

  • Compró cinco llaveros con la Virgen de Guadalupe —“por si dan suerte fiscal”—, y los clavó en su mochila junto al cuaderno.

La atracción estrella fue el “Túnel del Terror Rural”, un remolque decorado con sacos de cebada y neón parpadeante. Sustos incluidos:

  1. Un recibo de la luz de 182 €.

  2. Un cartel de “SE BUSCA FONTANERO URGENTE” clavado en madera.

  3. Y la guinda final: un concejal disfrazado de “Halcón Fiscal” que reaparecía tras cada curva gritando:
    —¡¡EL IBI SUBE EN NOVIEMBRE!!

Una señora mayor salió llorando y pidió cita urgente en el ambulatorio, jurando que “el pánico fiscal es peor que el quemazo en el asfalto”.

La verbena comenzó a las diez con pasodobles y fandangos de pega. A medianoche, un tecnopop de La Campanera —versión remix 2025— retumbó hasta en la ermita del cerro. La gente bailaba abrazada, con sudores patrios, mezclando castizo y postureo festivalero.

  • Nines sirvió más cubatas que en toda la pandemia. Algunos decían que habían desarrollado inmunidad al hielo.

  • Julián, el concejal de festejos, se enamoró perdidamente de una feriante con dientes de oro, tatuaje de flamenco y riñonera de leopardo.

  • Mari Nieves, la concejala de cultura, salió al micrófono (tras su cuarto cubata) y anunció:
    —El año que viene traemos un espectáculo de drones… ¡o me rapo!

A las tres de la mañana la orquesta tocó por última vez. Entre vapeadores y campanadas lejanas, el pueblo coreó:

“Resistiré, erguido frente al calor,
¡resistiré!”

Y al final, Don Isidro, con su alcachofa de peluche abrazada al pecho, se sentó en el bordillo y murmuró:

—Esto no es una feria. Esto es una epifanía con reggaetón.

Frédéric, ya convertido en cronista no oficial, escribió en su libreta:

“Octubre: feria, locura y milagros ibéricos.
Esto no es turismo rural. Es surrealismo de pueblo.
Y quiero más.”

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