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2.9.25

Cuarenta y cuatro grados a la sombra (XXII): La invasión del fresquito traicionero


Cuarenta y cuatro grados a la sombra (XXII): La invasión del fresquito traicionero 

El primer día de frío real llegó sin avisar. Bueno, sí avisó, pero como en el pueblo ya nadie se fía de la app del tiempo (“Ayer decía lluvia, y lo único que llovieron fueron chismes”), la gente salió en manga corta. A los cinco minutos ya estaban todos mojándose los brazos con Reflex y pidiendo cita con la fisio del centro de salud.

—Esto no es un cambio de temperatura —decía Loles la del estanco—, esto es una traición atmosférica.

Don Isidro bajó a la plaza envuelto en su abrigo de entretiempo que databa de la Expo del 92. Se paró junto a la fuente, miró al cielo como esperando una disculpa, y sentenció:

—¡Esto no es frío, esto es el apocalipsis por fascículos! ¡Y hoy ha salido el de las anginas!

Las palomas no volaban, se refugiaban bajo las tejas. Las moscas desaparecieron como si se hubieran marchado en un autobús discreto, y los gatos buscaban motores calientes como si fueran ingenieros térmicos.

En las casas se desató la batalla anual:

—¿Encendemos el brasero o tiramos de manta?

—¿Estufa de leña o el aire caliente ese que huele a polvo, adolescencia y exámenes de recuperación?

—¿Sopa o callos a las once de la mañana?

En algunos hogares, los dos mandos (el del brasero y el de la calefacción) convivían en un delicado equilibrio diplomático. En otros, directamente se declaraba la independencia térmica: en la cocina se estaba como en Sebastopol, y en el salón como en Punta Cana.

En el bar de Nines, el cambio se notaba:

—Hoy hay sopa de picadillo —dijo Nines con voz solemne—. Y si se acaba, hay sopa de sobre, que tampoco está tan mal si le echas huevo y fe.

Las cañas dieron paso al “caldito con chorrito de algo”, fórmula ancestral que sirve tanto para entrar en calor como para liberar secretos familiares.

Y el cartel nuevo en la puerta lo dejaba claro:

“Aquí se calienta uno por dentro.
Lo de fuera es secundario.
(Y si pides ensalada, eres sospechoso)”

Frédéric, que seguía viviendo en su furgoneta reconvertida en vivienda oficial del Departamento de Turismo Internacional Imaginario, descubrió por fin el brasero de picón en casa de Mari Pepa. Tras meter sin querer el calcetín y provocar un fogonazo digno de San Lorenzo, el susto y el olor a lana quemada se convirtieron en rito de iniciación oficial al invierno extremeño.

—C’est incroyable! —gritó, mientras Mari Pepa lo abanicaba con una revista del Teleprograma.

—Eso te pasa por no saber arrimarte —dijo ella, con sabiduría rural y un toque de coqueteo de baja intensidad.

Esa tarde, en el salón parroquial, se celebró la presentación de la liga local de parchís, la única competición en la que está permitido gritar, acusar de trampas y beber anís mientras se juega. Don Cipriano presidió el acto con una bufanda bordada que decía “Villafresno nunca se enfría”, regalo de su hija en 2013 y jamás lavada desde entonces.

—Este año vamos a usar dados oficiales. Nada de esos que brillan en la oscuridad. Que luego hay líos —advirtió el alcalde mientras rellenaba los cuadrantes con letra de médico jubilado.

En la televisión de los bares, La 2 volvió a poner misas en latín y coros bávaros. La combinación tuvo un efecto narcótico generalizado: a las cuatro de la tarde, media comarca se encontraba en estado de levitación ligera entre el sofá y el mundo de los sueños.

Solo se oía el murmullo lejano de alguna lavadora centrifugando como si también ella buscara calor.

A las ocho de la tarde, empezó a circular por WhatsApp la alerta local, reenviada por tías, primas, concejales y el cuñado del de Protección Civil:

“Esta noche bajamos a 4 grados.
Sacad las mantas.
Cuidado con las estufas.
El año pasado se nos chamuscó un visillo y nadie dijo nada.”

El mensaje venía acompañado de una foto de una chimenea encendida y un emoticono de brasero con cara sonriente.

Don Isidro, frente al brasero, con copa en mano y la manta de cuadros bien remetida, miró a Frédéric con solemnidad de cronista antiguo y sentenció:

—Aquí el verano nos achicharra y el invierno nos achucha. Pero si sabes sobrevivir a las dos cosas, ya eres de aquí.

Frédéric apuntó en su libreta de notas:

“Frío seco.
Gente cálida.
Sopa hirviendo.
Abrigo emocional.
Esto no es un pueblo: es una estufa con alma.”

Esa noche se durmió en su furgoneta. Con una manta eléctrica, un brasero de repuesto y la certeza de que el infierno puede esperar. Al fin y al cabo, en Villafresno, el invierno es otra fiesta, solo que en zapatillas gordas, con ruido de cucharas y olor a leña.

Y si el frío aprieta, siempre queda la opción de meterse en la cama con el pijama del Decathlon y un buen caldito entre pecho y espalda. Porque aquí, el amor se mide en grados centígrados... y en lo rápido que alguien te tapa los pies si se te sale la manta.

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