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2.10.25

Donde empieza la calma


 El sol salía sobre el horizonte como una naranja madura que se dejara caer lentamente en brazos del mar. Era agosto en el Cabo de Gata, y el aire todavía conservaba ese calor que se adhiere a la piel como un recuerdo del amanecer. La playa del Palmeral, de piedras pulidas y silencios compartidos, se extendía ante mí como un refugio. Había dejado las chanclas a un lado, y avanzaba descalzo, sintiendo bajo los pies la textura del mundo real, tangible, sin filtros.

Me detuve frente al mar justo cuando el sol comenzaba a rozar la línea del agua. No dije nada. No hacía falta. En el murmullo de las olas encontraba más respuestas que en cualquier conversación apresurada. Cerré los ojos un instante, como si así pudiera grabar en mi interior la escena: la brisa suave, el rumor del agua, el cielo encendido en naranjas y dorados.

Cerca, algunas personas hablaban en voz baja, reían, compartían ese instante. Una pareja de chicas se abrazaban mirando el amanecer, como si en ese gesto simple se sostuviera el universo. Y quizás era así. Tal vez la humanidad sobrevivía gracias a esos pequeños pactos silenciosos: un amigo que escucha, un abrazo inesperado, una mirada cómplice frente al mar.

Pensé en el mundo más allá de esa playa. En las noticias, en el ruido constante, en las heridas abiertas de una humanidad que a veces parece no aprender. Pero allí, en ese instante preciso, todo se reducía a lo esencial: el sol, el mar, la tierra bajo mis pies, y la certeza de que aún quedaban lugares donde respirar hondo y sentir que la vida, a pesar de todo, sigue mereciendo la pena.

Cuando el primer rayo de sol apareció tras el horizonte, abrí los ojos. La mañana llegaba sin prisa, como quien sabe que la esperanza no se extingue con la salida del sol, sino que se guarda en la memoria de quienes estuvieron presentes para verla.

Me incliné, me calcé de nuevo las chanclas y comenzé a caminar por la orilla, acompañado por el rumor de las olas y la sensación clara de que, aunque el mundo cambie, hay momentos que nos devuelven la fe en él. 

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