Volverá la lluvia de la infancia,
con su olor a tierra recién mojada,
cuando el cielo plomizo era anuncio
de un milagro pequeño y cotidiano.
Caerán las gotas lentas en los cristales,
dibujando carreras inciertas,
y nosotros, tras el visillo bordado,
miraremos como quien ve un misterio.
La calle, desierta, olerá a pan y a leña,
los charcos serán mares diminutos
donde navegarán barquitos de papel
hechos con deberes y sueños arrugados.
Tronará a lo lejos, como un gigante dormido,
y las madres correrán a cerrar ventanas,
mientras las luces tiemblan en la penumbra
de salones con mantas y dibujos animados.
En la radio sonará un parte de tarde,
algún transistor chisporroteará en la cocina,
y el tiempo parecerá más denso, más lento,
como si las horas supieran quedarse.
Volverá la lluvia de la infancia,
aunque ya no llueva igual ni estemos allí,
porque en algún rincón del alma
siguen mojados los patios de 1982.
Y cada trueno lejano nos devuelve,
sin avisar, a esa ventana empañada
donde un niño, con la nariz pegada al vidrio,
esperaba que escampara… para salir a jugar.
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