En lo alto de un risco, donde el viento parecía hablar en voz baja y las noches caían como un manto espeso, se alzaba el castillo de San Alvar. Allí, en el salón principal, un lugar donde las telarañas parecían bordados antiguos y el eco era el único habitante fiel, vagaba un fantasma llamado Don Leandro.
Leandro no era un espectro furioso ni un alma en pena que buscara venganzas. Era, más bien, una sombra triste. Había sido señor del castillo muchos siglos atrás, cuando los estandartes aún flameaban y las almenas vibraban con risas, banquetes y música de laúd. Ahora, cada piedra estaba fría y vacía, como si el tiempo hubiera vaciado no solo las salas, sino también los recuerdos de todos menos los suyos.
Cada noche, Leandro recorría los pasillos recordando su vida. Veía, como en un sueño lejano, a su esposa Elena caminando junto a él por los jardines; escuchaba la carrera de sus hijos entre los patios; sentía el orgullo de las celebraciones, del hogar lleno. Pero al intentar acercar la mano a esas visiones, todo se desvanecía como polvo dorado.
Porque todos ellos, Elena, los niños, los amigos, los sirvientes, habían partido siglos atrás hacia un lugar al que él no podía seguir.
Leandro estaba atrapado en un pequeño pliegue entre dos mundos: el de los vivos, que ya no podían verlo, y el de los muertos, que no podían recibirlo. Era como una carta olvidada entre las páginas de un libro perdido.
A veces, cuando el amanecer teñía de rosa las almenas, Leandro sentía que algo tiraba de él, como una brisa cálida que casi lo llamaba por su nombre. Pero nunca era suficiente. Algo en el castillo, sus recuerdos, su amor, su pena, o tal vez su propio miedo, lo retenía allí, como una raíz que no quiere soltarse de la tierra.
Y aun así, cada noche, él seguía caminando, murmullo entre piedras, esperando el día en que sus pasos dejaran de resonar y, por fin, pudiera cruzar el umbral que lo separaba de los suyos.
Mientras tanto, el castillo de San Alvar seguía en pie, silencioso y solitario, guardando en su interior al último de sus habitantes: un fantasma que no asustaba a nadie, porque solo deseaba dejar de estar solo.

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