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18.8.06

Rain.

Llueve en Agosto,algo no muy usual para estas fechas sin que sean las típicas y más frecuentes tormentas veraniegas.Aunque "más raro fué aquel verano que no paró de nevar".

García Lorca 70 años después.


Por desgracia, en los próximos tres años se cumplirá el 70 aniversario de muchas de las atrocidades más terribles cometidas en este país. Crímenes que no fueron obra del azar ni consecuencia de los combates, sino parte de un plan meticuloso de exterminio. La represión que llevaron a cabo las fuerzas nacionales no fue una reacción, sino una condición misma del golpe de Estado, como señala Anthony Beevor en su monumental historia de la Guerra Civil: “La represión no fue tanto la consecuencia de los enfrentamientos como uno de los requisitos del golpe”.

La madrugada del 18 de agosto de 1936 fue una de esas noches que nunca terminan. Federico García Lorca fue sacado del Gobierno Civil de Granada, donde llevaba retenido dos días eternos. Lo acompañaban tres hombres: el maestro de escuela de Pulianas, Dióscoro Galindo González, y los banderilleros anarquistas Joaquín Arcollas Cabezas y Francisco Galadí Melgar. Iban “de paseo”, ese eufemismo helador que el franquismo utilizó para disfrazar el asesinato.

El vehículo –un coche, un camión, da igual: el verdugo no siempre viaja en forma concreta– se dirigió hacia las afueras, rumbo a Víznar, apenas a unos kilómetros de la ciudad. Allí permanecieron encerrados en un edificio que antes había sido residencia de verano para los niños granadinos. Una casa alegre, ahora convertida en antesala de la muerte. Las horas que pasaron allí no se pueden contar, pero debieron de ser lentas. Muy lentas. Como el silencio que antecede a lo irreversible.

A los cuatro les dijeron que, al día siguiente, serían destinados a trabajos en la carretera. Se lo creyeron. Hasta pocos minutos antes de la saca. Solo entonces comprendieron. Uno de los custodios relató años después que ofreció a Lorca la posibilidad de rezar. El poeta, que no recordaba oración alguna, fue ayudado con un "Yo pecador", y, según aquel hombre, sintió alivio en la plegaria.

“¡Que subáis al camión!”, les ordenaron. Y los condenados subieron. ¿Qué otra cosa podían hacer? El vehículo arrancó. Tomó un camino angosto, probablemente lleno de baches. En las noches de agosto, el mundo es casi mudo. Frena. Acelera. Frena. Finalmente se detiene junto a unos olivos.

“¡Que bajéis!”, gritan. Y los condenados bajan. Porque la obediencia del que va a morir es el último acto humano que le permiten.

No sabemos si era noche cerrada o si ya clareaba. Si la oscuridad obligó a encender los faros o si la luz bastaba para distinguir los bultos. Lo cierto es que allí, junto a aquellos árboles mudos, terminó la vida de Federico. Según testigos indirectos, lo remataron de un tiro en la nuca. Se resistía. El muy cabrón se resistía a morir. Porque hay quien se aferra a la vida incluso cuando le han quitado todo, menos el miedo.

Los verdugos regresaron a Granada. ¿Con prisa? ¿Sin ella? Dejaron tras de sí cuatro cuerpos y un charco de sangre sobre la tierra caliente. Luego vinieron los enterradores. No hubo ceremonia. Ni respeto. Un agujero en la tierra, lo justo para contener cuatro cadáveres, uno sobre otro. Y encima, la vergüenza tapada apenas con la tierra mínima.

No. No fue el azar. No fue un error. La muerte de Lorca –como la de tantos– fue la ejecución de una consigna: borrar a quienes representaban otra España, moderna, libre, sensible, igualitaria. Matar su voz, su belleza, su risa. El poeta, el maestro, los obreros anarquistas. No eran enemigos, eran símbolos. Y por eso los mataron.

La España eterna, decían. Pero era la España del miedo, la que prefirió la sombra al canto.

Hoy, cuando se cumplen casi 70 años de aquella madrugada, el eco del disparo aún resuena. No como un trueno, sino como un susurro que no se deja enterrar.


Si muero,
dejad el balcón abierto .

El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo.)

El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento.)

¡Si muero,
dejad el balcón abierto

17.8.06

Ha "cascado" Stroessner.

Ha fallecido a los 94 años Alfredo Stroessner, ex dictador paraguayo, célebre por una larga lista de "méritos" que, en cualquier universo paralelo decente, lo habrían inhabilitado para vivir siquiera en comunidad. Entre sus más sonadas aportaciones al mundo figura el haber dado cobijo durante años al carnicero de Auschwitz, el doctor Joseph Mengele, símbolo máximo del sadismo con bata blanca. Ya hablé de sus tropelías hace un tiempo, al leer una biografía que, por momentos, parecía más una novela de terror que un documento histórico.

Y yo me pregunto, en este mundo donde todo parece tener una lógica perversa: ¿ser un asesino, represor y corrupto garantiza una longevidad envidiable? Stroessner no ha sido el único. También tenemos a Pinochet, que logró sortear los tribunales de medio planeta gracias a su "delicado estado de salud", mientras seguía contando billetes y dando paseos con sombrero.

Y vuelvo a preguntarme, con un punto de sarcasmo casi teológico: si están tan malitos, si tan frágiles y moribundos se declaran en cada juicio... ¿por qué no se los lleva de una vez su santo señor para evitarles tanto sufrimiento? ¿Dónde está ese rayo vengador que prometían los púlpitos para los malvados?

En fin. Que descanse. O mejor dicho, que cada cual descanse donde y como le corresponda, según su biografía. Porque hay vidas que pesan más que mil cadenas.

16.8.06

Poseidón.

Acabo de ver Poseidón, y lo cierto es que, apenas finalizados los créditos, aún no he terminado de digerirla del todo. Me ha dejado una sensación un tanto ambigua, como esas películas que entretienen sin entusiasmar, que cumplen sin brillar.

No es una mala película, ni mucho menos. De hecho, se agradece su metraje contenido, alejado del abuso narrativo que suele aquejar a muchas producciones actuales del género. Poseidón no busca grandes alardes ni construcciones épicas a lo El día de mañana, ni pretende aleccionar sobre catástrofes de escala global. Su apuesta es más íntima, si se puede decir eso de un trasatlántico volcado por una ola monstruosa. La historia se centra en un grupo reducido de supervivientes y en las ingeniosas (y a veces forzadas) peripecias que emprenden para escapar del naufragio.

Lo que quizás más se le pueda reprochar es su falta de alma, esa chispa que convierte una película de acción en una experiencia memorable. No hay tensión emocional sostenida, ni personajes cuya suerte realmente conmueva. La típica relación entre padre e hija, por ejemplo, aporta el inevitable toque sensiblero, pero sin calar demasiado hondo.

En cuanto al reparto, se puede decir que es lo más solvente del film. Josh Lucas cumple y resulta carismático; Kurt Russell, como siempre, se interpreta a sí mismo, pero en el papel de exalcalde neoyorquino encuentra un equilibrio interesante entre heroicidad y vulnerabilidad. Y, personalmente, me ha resultado entrañable volver a ver a Richard Dreyfuss en pantalla, aunque sea en un rol secundario, más funcional que esencial.

Conviene aclarar que Poseidón no es un remake en el sentido estricto de La aventura del Poseidón (1972), sino más bien una reinterpretación moderna del mismo concepto: un buque de lujo que es víctima de una ola gigantesca y del caos posterior. Más que un homenaje, es una puesta al día con efectos visuales actualizados y un enfoque menos coral y más dinámico.

En resumen, una película correcta para pasar el rato. No desentona, no aburre, no molesta. Pero tampoco emociona ni deja poso. Una de esas producciones hechas con solvencia técnica, pero con el piloto automático narrativo bien ajustado. Entretenida, sí, pero olvidable.



15.8.06

Una reflexión.


En este mundo tan matraca de cagar nadie se escapa, caga el buey, caga la vaca, caga tambien el papa,y hasta la mujer mas guapa se echa su kilo de caca.

13.8.06

Homenaje a la Reina del espectáculo.

10.8.06

Arde Galicia

Más de cien incendios forestales se han declarado a lo largo y ancho de Galicia, dejando un paisaje desolador: miles de hectáreas de bosque arrasadas, pueblos cercados por las llamas, fauna muerta, familias evacuadas y, lo más trágico, tres vidas humanas perdidas.

Según las autoridades, la mayoría de los focos han sido provocados, y hasta el momento, la Guardia Civil ha detenido a cuatro personas como presuntos responsables de esta ola de incendios, que ya figura entre las peores de los últimos años. 

Las investigaciones siguen abiertas, pero todo apunta a que los autores de estos incendios no actúan por accidente. Los perfiles van desde individuos movidos por rencillas personales o conflictos vecinales, hasta posibles miembros de redes organizadas que, según hipótesis recurrentes, podrían tener vínculos con intereses urbanísticos o de recalificación de terrenos. Aunque estas conexiones no siempre se prueban, es imposible ignorar la sospecha cuando los mismos parajes acaban convertidos en solares, accesos o cultivos industriales unos años después.

Por otro lado, todavía subsisten costumbres rurales peligrosas, como la quema de rastrojos o pastos sin autorización ni control, prácticas que, en condiciones climáticas extremas como las actuales —altas temperaturas, viento seco y falta de humedad—, se convierten en auténticas bombas de relojería.

Los delitos relacionados con incendios forestales están tipificados en los artículos 352 a 358 del Código Penal, y pueden conllevar penas de hasta 20 años de prisión si hay peligro para la vida de las personas o se producen muertes, como ha sido el caso. La colaboración ciudadana, las imágenes de satélite y las pruebas periciales serán clave para identificar a los responsables y llevarlos ante la justicia.

En medio del desastre, como ya es costumbre, algunos partidos se han apresurado a exigir responsabilidades políticas. Desde el PP, por ejemplo, se ha pedido una explicación al Gobierno central, mientras en las comunidades autónomas los discursos oscilan entre la crítica cruzada y el escaqueo. El problema de fondo, sin embargo, no es solo de siglas, sino de modelo: falta de prevención, abandono del medio rural, falta de medios técnicos y humanos, planificación ineficaz y décadas de políticas forestales mal enfocadas.

Más allá de cifras y culpables, lo que arde en Galicia es también el legado de generaciones: bosques autóctonos, tierras comunales, biodiversidad, patrimonio natural, calidad del aire, seguridad de aldeas y ciudades. Quien prende fuego a un monte no solo mata árboles; hiere el futuro de sus hijos y de los hijos de sus vecinos, en un acto de barbarie que debería escandalizar a toda la sociedad.

Lo que sucede en Galicia (y en otras regiones como Asturias, León o el norte de Portugal) no es solo una catástrofe natural, sino un síntoma crónico de problemas estructurales: despoblación, falta de vigilancia, impunidad, legislación insuficiente y, sobre todo, una cultura de impunidad ante el fuego que sigue vigente en algunas zonas.

La respuesta no puede limitarse a apagar llamas cada verano. Hace falta una política forestal real, una justicia que actúe con firmeza, y una ciudadanía que no normalice lo inaceptable.

8.8.06

Javier Castillejo.

Me gusta el boxeo. Y no me avergüenzo de ello.

He de admitirlo, aunque suene a declaración de un placer culpable: me gusta el boxeo. Me ha gustado desde siempre, a pesar de la eterna censura mediática que ha sufrido —y sigue sufriendo— en este país. Un deporte noble, duro, teatral y humano como pocos, arrinconado sistemáticamente por quienes deciden qué entra en la agenda deportiva y qué no.

Hubo una época, un cortito paréntesis entre finales de los 80 y principios de los 90, en la que parecía que el boxeo iba a resucitar de su largo ostracismo. Algunos recordarán aquellas madrugadas míticas, en las que los más noctámbulos (o los más fanáticos) nos quedábamos pegados al televisor para ver en directo los combates de Mike Tyson. Duraban poco, es verdad —con suerte, un par de asaltos—, pero eran minutos de tensión eléctrica, pura explosión física y expectación mundial. Tyson era un fenómeno que no necesitaba presentación, ni traducción: era el boxeo encarnado en furia.

En el panorama nacional, durante ese mismo periodo, tuvimos también un conato de renacimiento con Poli Díaz, el Potro de Vallecas. Carisma de barrio, pegada, chulería y un récord que lo llevaba directo al estrellato. Pero mejor no comentar lo que vino después. Lo que pudo haber sido y no fue. El drama de muchos talentos que no supieron esquivar el peor de los golpes: el que viene de uno mismo.

Y sin embargo, hay casos que merecen aplauso eterno. Como el de Javier Castillejo, el Lince de Parla. Un tipo hecho a sí mismo, sin alardes, sin focos, sin padrinos. A sus 38 años, se coronó campeón del mundo del peso medio según la AMB al derrotar por KOT al alemán Felix Sturm. Eso lo convirtió en el primer boxeador español en la historia en proclamarse campeón mundial en dos categorías distintas. Casi nada. Y, sin embargo, ni puñetero caso.

La repercusión mediática fue mínima, casi anecdótica. Apenas una reseña, alguna mención tardía. Y uno no puede evitar sentir rabia. Porque lo de Castillejo no es solo una hazaña deportiva: es la historia de un hombre que a base de constancia, trabajo y humildad llegó a lo más alto. Un deportista que merece estar en el Olimpo de los grandes de España, junto a nombres como Nadal, Induráin o Gasol. Pero no. Aquí preferimos abrir los informativos deportivos con las giras veraniegas de los todopoderosos del fútbol o con las aventuras de Fernando Alonso y su urinario portátil.

Y así somos. Un país que adora el espectáculo, pero teme a la sangre. Que aplaude las metáforas bélicas del fútbol (“goleada”, “asalto”, “batalla”) pero no soporta el deporte que mejor ha reflejado la lucha de clases, la superación del marginado, la belleza salvaje de dos cuerpos midiéndose sin excusas. El boxeo no encaja. Es demasiado real.

Pero algunos seguimos ahí, en nuestra esquina neutral, escuchando la campana, esperando el siguiente asalto. Porque el ring, como la vida, no es para los que no reciben golpes, sino para los que saben levantarse una y otra vez.


7.8.06

Madrid en Agosto

Volver a Madrid en plan turista, de manera ociosa, sin prisas ni preocupaciones, sin que te importe que la mitad de las líneas del metro estén cortadas y en pleno mes de agosto, ha tenido cierto aire nostálgico.
No por echar de menos aquellos días —todo lo contrario—, sino por volver desde otro lugar, desde otra vida, y mirar la ciudad a través de un cristal teñido de un color muy distinto al de entonces.

Pasear por Malasaña, por las calles de El Barco, Corredera Baja de San Pablo, la plaza de San Ildefonso, Santa Bárbara o Colón, ha tenido su encanto. Y algo más: una especie de satisfacción tranquila al comprobar que algunos tenderos, camareros, guardias de seguridad y hasta algún que otro habitual del barrio aún se acuerdan de “el Extremeño”.

4.8.06

Odio

Hoy llevo toda la mañana canturreando esta sincera y apropiada canción de Revolver.....Odio la ensalada de verano y las luces amarillas que alumbran el extrarradio No soporto las tulipas de las lámparas que anidan en las mesitas de noche en cada cuarto Odio las neveras donde nunca hay nada aparte agua del grifo en botellas de cocacola No soporto a la gentuza que tiene perro en invierno y en verano va a la calle porque sobra Odio a los violentos que golpean encubiertos por la ley a sus familias en sus casas No soporto los mosquitos ni las ratas y el olor a sucio del que no se lava Odio al que se juega sin escrúpulo ninguno su sueldo en una máquina del bar No soporto a los que acuden los domingos a la iglesia y luego el lunes son peor que Satanás No me gustan las cadenas ni los lazos no me gustan las fronteras ni visados No me gustan los anzuelos ni las balas ni la ley sin la justicia en el que manda Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Y aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón No soporto a los que dicen la letra con sangre entra con la sangre yo no pienso negociar Odio a los torturadores pistoleros y asesinos les deseo cien años de soledad No soporto a los que hablan siempre a gritos por el móvil nada más aterrizar el avión Odio a los gallitos de gimnasio porque siempre desprecian mi sudor No me gusta que me obliguen sin brindarme explicaciones de porqué si o porqué no No me gusta ni que humillen a los toros ni la caza con hurón Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Y aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón No soporto a los ases del volante que a volar a dos cuarenta le llaman su factor riesgo Me parecen reprimidos y egoístas porque exponen mi pellejo y tu pellejo No soporto a los perros de la guerra porque se corren disparando su cañón Odio a los discjockeys asesinos porque siempre me joden la canción No me gustan las cadenas ni los lazos no me gustan las fronteras ni visados No me gustan los anzuelos ni las balas ni la ley sin la justicia en el que manda Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Y aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón.........

1.8.06

Preocupa la salud de Fidel

Saltan las alarmas: Fidel Castro delega temporalmente sus funciones al frente del gobierno cubano por razones de salud.
La noticia recorre el mundo como un reguero de pólvora, y en Miami, bastión histórico del exilio cubano, la reacción no se hace esperar: caravanas de coches, banderas ondeando, bocinazos y gritos de júbilo como si la selección nacional acabara de ganar el Mundial. Para muchos allí, este anuncio suena a preludio del fin. Pero como tantas veces en la historia cubana, la realidad es más compleja y menos inmediata.

Mientras en la Pequeña Habana se descorchan botellas, en la isla el aparato político se mantiene firme. El espíritu de la Revolución, guste o no, sigue latiendo, con sus luces y sombras, con sus mitos y contradicciones, y sobre todo, con una obstinada capacidad de supervivencia que ha sabido desafiar bloqueos, crisis económicas, aislamiento diplomático y todo tipo de presagios internacionales.

¿Molesta eso en Washington? Por supuesto. Porque más allá del desgaste del régimen o de las críticas legítimas, Cuba representa un símbolo incómodo: un pequeño país, con un enorme foco ideológico, que durante décadas ha resistido a la primera potencia mundial a escasos 150 kilómetros de distancia. Y eso, por más que les pese, sigue siendo un puñal clavado en el orgullo estadounidense.

Así que, mientras unos celebran lo que creen que será el principio del fin, otros —en la isla o en otras partes del mundo— observan con escepticismo, sin olvidarse de que Cuba lleva más de medio siglo desmintiendo pronósticos.

Y mientras tanto, estrépito de andamios, pateras y naufragios, desvelan nuestro sueño. Y mientras tanto, si hoy se cae La Habana, ¿el día de mañana quién será nuestro dueño?
Así yo canto para recordar que sigues a mi lado, que aún sueñas despierta porque así vencemos el cansancio. Así yo canto para recordar que aún seguimos vivos, si no ves más allá de tu horizonte estaremos perdidos.

21.7.06

Tour de Francia

Días que arrastran consigo los ecos de otros veranos, de otras juventudes, de aquellas inquietudes que se moldeaban al ritmo pausado del helicóptero sobrevolando verdes praderas y colosos alpinos. Las etapas del Tour no son solo deporte; son retales de memoria, aromas de siesta sacrificada, de ventiladores perezosos y voces graves narrando gestas en tardes que se derretían al sol.

Este año, a priori, nada hacía presagiar la emoción, la tensión, casi el drama clásico que se ha instalado en esta edición de la gran ronda francesa. Y sin embargo, contra todo pronóstico, a dos días del final aún quedaban dos españoles con opciones reales de escribir su nombre junto a los elegidos: Pereiro y Sastre, dos hombres forjados en el esfuerzo, la montaña y la perseverancia. Nadie lo habría imaginado al inicio, pero ahí estaban, en la cúspide de la expectativa nacional, rozando la gloria con la yema de los dedos.

Pero siempre hay un pero. El ciclismo —como la vida— no se rige por méritos acumulados, sino por la capacidad de resistir en el momento preciso, por la templanza cuando otros se desgarran. Ayer fue una de esas etapas infernales, de las que forjan leyenda, de las que se recordarán con esa mezcla de admiración y amargura. Y, de nuevo, fue un americano el que, como una sombra implacable, amenazó con arrebatar a nuestros corredores ese paseo soñado por los Campos Elíseos.

Aún queda la contrarreloj de mañana. Y aunque el corazón no se resigna, la razón ya empieza a dictar sentencia: difícilmente veremos a un español en lo más alto del podio. Ojalá me equivoque. Ojalá el ciclismo nos regale una última sorpresa.

Pero más allá del resultado final, queda la ilusión recobrada, el noble gesto de quienes nos han devuelto, al menos por unos días, la pasión por este deporte que tantas alegrías y desengaños nos ha dado. Y sí, volvimos a renunciar a la siesta, a ese sopor sagrado de julio, para dejarnos llevar por la épica. Por la bicicleta. Por el Tour.



18.7.06

70 Aniversario del golpe de estado fascista

Setenta años después del estallido de la Guerra Civil, aún hay quienes consideran legítimo —e incluso necesario— el golpe de Estado militar que, en julio de 1936, quebró el orden constitucional de la Segunda República y sumió a España en un conflicto fratricida cuyas heridas, en muchos casos, siguen sin cicatrizar del todo. Tal vez olviden —o prefieran olvidar— las trágicas consecuencias que derivaron de aquel alzamiento: la brutal represión, el exilio forzado de cientos de miles de ciudadanos, la instauración de una dictadura férrea que sofocó durante casi cuatro décadas las libertades más elementales y mantuvo a España anclada en un letargo político, económico y cultural.

Recientemente, el Parlamento Europeo —en una declaración sin precedentes— ha condenado de manera explícita el golpe de Estado fascista que aupó al poder al general Francisco Franco, subrayando la necesidad de que el Estado español asuma «la carga plena de su pasado». Esta resolución, respaldada por todas las fuerzas políticas europeas con la única excepción del Partido Popular español, no sólo constituye un acto simbólico de justicia histórica, sino también un llamamiento a la memoria y a la responsabilidad democrática.

El texto recuerda la dureza de la posguerra, un periodo en el que, lejos de propiciar reconciliación, se intentó erradicar al enemigo mediante una represión sistemática, institucionalizada y sin paliativos. También lamenta que, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos decidiera no incluir al régimen franquista en su política de aislamiento de las dictaduras europeas, legitimando así de forma indirecta su permanencia y frenando el retorno de la democracia a España.

Más allá del valor testimonial, la declaración incide en una idea fundamental: no es posible construir un futuro plenamente democrático sin mirar de frente al pasado. No basta con enterrar la historia bajo una losa de silencio: es preciso recordar, asumir responsabilidades, condenar críticamente a los responsables de los atropellos y rendir homenaje a quienes lucharon por las libertades, padecieron persecución o murieron defendiendo la legalidad republicana. A ellos debemos el resurgir democrático y el regreso de España al concierto europeo como nación libre y plural.

En tiempos de revisionismos interesados y de creciente desmemoria, este tipo de gestos institucionales son más necesarios que nunca. Porque, como advirtió el historiador Tzvetan Todorov, "la memoria del pasado es también una forma de justicia en el presente".


14.7.06

Comentario de Supermán Returns.

Bryan Singer se enfrentaba a un desafío titánico: revivir a un icono del celuloide que llevaba años relegado a la nostalgia. Con una apuesta valiente, decidió sumergirse en las aguas conocidas de “Superman II”, continuando una historia que parecía ya cerrada, pero que aún guardaba secretos bajo su superficie. Su elección de retomar el legado de Richard Donner es casi un acto de amor al cine clásico de superhéroes, una evocación de ese estilo y atmósfera que cautivó a generaciones enteras. Para los espectadores que vieron a Superman volar hace casi tres décadas, esta película es un espejo que refleja un mito familiar; para los espectadores modernos, sin embargo, puede sentirse como un relicario de otra época, con sus ritmos pausados y su mirada introspectiva.

Singer opta por ralentizar el pulso frenético que domina hoy el género para explorar las grietas internas del hombre bajo la capa. Más que en el choque de puños o los efectos visuales deslumbrantes, la película se detiene en la batalla más humana: la búsqueda de identidad, el conflicto entre el deber y el deseo, la soledad del héroe en un mundo que ha cambiado demasiado rápido. La cámara sigue a Superman mientras busca reencontrar su lugar en la tierra, y en esos momentos, la emoción aflora con la sutileza de una brisa que apenas roza el rostro del espectador.

La acción, aunque impecablemente coreografiada y técnicamente deslumbrante, cede protagonismo a la intimidad de escenas que permanecen en la retina. El plano en el que Superman surca el cielo nocturno, sosteniendo a Lois Lane en sus brazos, se convierte en una imagen emblemática que trasciende el género: un gesto de ternura y protección que detiene el tiempo y revela el corazón latente bajo la armadura del superhéroe.

Para el espectador que se adentra en esta narración con la mente abierta, dispuesto a dejarse llevar más allá del estallido visual, “Superman Returns” ofrece una revitalización digna del mito. Bryan Singer, junto a los guionistas Michael Dougherty y Dan Harris, han tejido una nueva tela en el tapiz del Hombre de Acero, respetando sus raíces y adaptándolo con destreza al lenguaje del siglo XXI.

Superman renace no solo como un símbolo de poder, sino como un reflejo de nuestras propias dudas y anhelos, listo para volar una vez más sobre un firmamento cinematográfico cada vez más saturado. Y eso, en estos tiempos, es un acto de heroísmo en sí mismo.



12.7.06

El regreso de Supermán

Casi veinte años han transcurrido desde la última entrega de la icónica saga protagonizada por Christopher Reeve, y ahora el Hombre de Acero regresa para, una vez más, afrontar la titánica tarea de salvar al planeta Tierra de toda adversidad. Al momento de escribir estas líneas, aún no he tenido la ocasión de contemplar esta nueva versión cinematográfica, pero debo confesar que la expectación que siento es comparable a la que me embargaba cuando, en su día, asistí al estreno de aquellas ya clásicas y emblemáticas películas.

Por supuesto, en el papel principal ya no podemos contar con la presencia inigualable de Christopher Reeve, cuya valentía y heroísmo trascendieron con creces la pantalla y se manifestaron con aún mayor nobleza en los años finales de su vida, convirtiéndolo en una figura emblemática más allá de la ficción. En su lugar, Brandon Routh, actor hasta ahora relativamente desconocido, asume el manto de este personaje mitológico, replicando así el fenómeno que en su momento supuso Reeve para una generación entera.

La saga original de Superman no fue simplemente un conjunto de películas de entretenimiento, sino que se erigió como un fenómeno cultural que definió un paradigma dentro del cine de superhéroes y, por extensión, en la cultura popular global. Desde su primer estreno en 1978, estas películas capturaron la imaginación de millones, ofreciendo no solo efectos especiales pioneros para su época, sino también una narrativa profundamente simbólica en torno a la figura del héroe. Superman, con su doble identidad como Clark Kent, encarnaba el ideal de la nobleza, la justicia y la esperanza, valores universales que resonaban en un mundo marcado por la Guerra Fría, la incertidumbre política y los profundos cambios sociales.

Este personaje, nacido en las páginas de los cómics en la década de 1930, fue elevado a un icono casi mitológico a través del cine, transformándose en un símbolo arquetípico del héroe moderno. La dualidad entre el hombre común y el ser extraordinario reflejaba las tensiones y aspiraciones de la sociedad contemporánea, al tiempo que ofrecía una vía de escape y un modelo de conducta idealizado. La saga de Reeve cristalizó ese ideal, mostrando que la verdadera fortaleza reside no solo en los poderes físicos, sino en la integridad moral y el compromiso con el bien común.

Con la llegada del nuevo milenio, el mito del superhéroe comenzó a evolucionar para adaptarse a una sociedad más compleja y plural. La tecnología digital revolucionó el lenguaje cinematográfico, permitiendo recrear mundos y personajes con un realismo antes inimaginable. Así, el Superman contemporáneo se enfrenta a desafíos no solo externos sino también internos, en un contexto donde la oscuridad, la ambigüedad moral y la fragilidad humana adquieren mayor protagonismo.

Esta nueva etapa del cine de superhéroes, que incluye la reinvención del Hombre de Acero, refleja una sensibilidad distinta, más acorde con un público acostumbrado a narrativas complejas y a héroes imperfectos. No obstante, la esencia arquetípica persiste, pues la necesidad de héroes que encarnen la esperanza y el idealismo sigue siendo una constante en la cultura global.

Así pues, aunque la nueva película incorpora los avances técnicos y narrativos del siglo XXI, el regreso de Superman invita a una reflexión sobre la perdurabilidad de los mitos y su capacidad para reinventarse sin perder su núcleo esencial. En un mundo saturado de imágenes y mensajes, la figura del Hombre de Acero continúa siendo un faro que ilumina, a su modo, las ansias humanas de justicia, valentía y redención.

Ni Lex Luthor ni la kriptonita más letal lograrán doblegar, en esta ocasión tampoco, el espíritu indómito de Superman, símbolo eterno de un ideal que trasciende épocas y generaciones.


5.7.06

A mi Méndez

Personaje emblemático, controvertido, polémico, curioso, querido, odiado, paradójico, contradictorio, y quizá hasta un poco ectoplasmático, que para eso le gusta sorprender. Podría ponerle mil etiquetas a mi amigo y compañero Paco Méndez: “el Méndez”, “la guarrucia”, “Pier Luiggi”… Como buen personaje con más vidas que un gato, tiene detractores y seguidores a partes iguales. Los detractores, claro, son esos pobres incautos que no entienden su filosofía de vida, su “walk of life” — que básicamente consiste en ir a su ritmo, cuando le da la gana y con una caña en la mano —, sus exabruptos que a veces parecen sacados de un guion de Woody Allen en modo gamberro, y otras, más cercanos al surrealismo Faemino y Cansado.

Eterno cabreo con patas que, sorprendentemente, nos alegra las mañanas grises, ocre y aburridas, como si fuera un café cargado de ironía. Su voz, dulce y aterciopelada, es comparable a la de un ángel caído… especialmente después de un viernes de fiesta que él mismo califica de “de órdago”. Su mirada, profunda y seductora, destila esa virilidad ibérica forjada en cientos de batallas, algunas ganadas, otras perdidas, y muchas otras ni siquiera empezadas. Paco es un romántico defensor de las tradiciones más arraigadas, como el arte milenario del “chateo”, que para él no es mandar mensajes sino sentarse a tomar unos chatos de vino en la tasca más cutre y con más solera del barrio.

Y por si fuera poco, es del Atlético de Madrid. O eso dice. Porque últimamente el único himno que se le ha oído entonar es el del Barcelona, pero bueno, detalles sin importancia.

Así es Paco Méndez: “asina”, con todas sus letras y sin pedir perdón.

Un día, Paco Méndez se murió. Y como para que le aceptaran en el infierno había que pasar un examen de paciencia, se ve que hasta allí le dijeron: “Mira, Paco, gracias pero no, que aquí ya estamos llenos”. Y así es cómo un tipo como él consiguió que ni las puertas del averno quisieran abrirse.


28.6.06

Adios a el Mundial.

Recuerdo con nitidez aquella mezcla de frustración amarga que nos invadió en España 82, cuando el sueño parecía rozarnos los dedos y se esfumaba entre las manos. La tristeza profunda que nos abrazó en México 86, como un lamento colectivo que resonaba en cada rincón del país. La decepción que nos paralizó en Italia 90, cuando las esperanzas se vieron truncadas por el implacable destino. La ira contenida y la impotencia desgarradora de Estados Unidos 94, un cóctel de emociones que parecía no encontrar salida. El sabor a fracaso en Francia 98, un golpe duro que dejó cicatrices invisibles pero profundas. Y aquella sensación de nueva impotencia en Corea-Japón 2002, aunque esta vez acompañada de un firme convencimiento: ésta podía ser la ocasión, la definitiva.

Hoy, en este instante presente, ni frustración, ni rabia, ni tristeza, ni impotencia. Solo la aceptación serena de lo que somos: un equipo, una nación, con sus luces y sus sombras, con sus gestas y sus limitaciones. Somos lo que somos, y nada más.

22.6.06

30 Años sin Fofó

Se cumplen ya tres décadas desde que desapareció uno de los personajes más entrañables y emblemáticos de la infancia para las generaciones que crecieron entre los años 60 y 70, un tiempo en el que la televisión era un refugio de inocencia y magia en un mundo todavía marcado por las heridas de la posguerra y los albores de una sociedad en transformación. En mi memoria, aquel entrañable icono se presenta como un destello tenue, una imagen difusa que el tiempo ha suavizado, pero que permanece anclada en el rincón más sensible de la memoria infantil, donde los sueños y la realidad se entrelazan.

Posteriormente, tuve la fortuna de acompañar (por televisión) y admirar a la familia Aragón en sus inolvidables programas, verdaderos hitos de la cultura televisiva española, que con su sencillez, humor y ternura tejieron un lazo indisoluble con el público. Hoy, en un panorama audiovisual dominado por la inmediatez y la espectacularidad, resulta casi impensable que estos espacios tan genuinos puedan encontrar cabida.

Es inevitable sentir una profunda melancolía al contemplar cómo aquellos tiempos —en los que la televisión era una ventana a un mundo de esperanza, valores y autenticidad— se desvanecen, dejando atrás un legado imborrable que, sin embargo, parece perderse en la vorágine del cambio cultural y tecnológico. Aquella era fue, sin duda, un capítulo irrepetible en la historia de nuestra cultura popular.

21.6.06

El juicio de Miguel Ángel Blanco

En la solemne sala de la Audiencia Nacional, donde la justicia se enfrenta a las sombras del pasado más oscuro, los familiares y amigos de Miguel Ángel Blanco alzaron su voz, encendiendo un fervor incontenible con un prolongado aplauso hacia el fiscal que, con palabra firme y emotiva, clamó por justicia. Fue un tributo vibrante, una demanda irrenunciable que resonó en cada rincón, hasta que la severa autoridad los expulsó, como quien aparta la llama que amenaza con consumir la indiferencia.

Antes de abandonar ese recinto cargado de memoria y dolor, Mari Mar Blanco, hermana del concejal asesinado en Ermua el 12 de julio de 1997, se alzó en un acto de valentía y desgarro. Con voz grave y palabras que parecen talladas en el mármol de la historia, llamó a los acusados —el ex dirigente etarra Francisco Javier García Gaztelu, ‘Txapote’, y su compañera Amaia Gallastegui— con la verdad más hiriente: asesinos, cobardes e hijos de la ignominia.

Pero su reproche no se detuvo ahí. Dirigiéndose a los familiares de quienes compartieron sangre con esos verdugos, les lanzó un desafío que atravesó el silencio gélido de la sala: «Vergüenza debería daros tener un hijo asesino». Y concluyó con una sentencia que retumbó en el corazón de todos los presentes: «Reíros, reíros, porque más fuerte será mi risa cuando os vea a todos pudriéndose en la cárcel».

Ante estas escenas de intensa humanidad, de rabia justa y de un clamor que trasciende el dolor, no queda sino reconocer que el alma se rompe, se fragmenta en mil pedazos, pero también que, en esa fractura, late la esperanza invencible de que la justicia, aunque tardía, sea finalmente cumplida.

6.6.06

Alfonso Ussía,vaya con Dios en su caso.

Asombrado, perplejo, alucinado y medio boquiabierto me quedé al ver, en esa gloriosa emisora de televisión local, la entrevista —o más bien el acto de adoración en diferido— que le hicieron a Alfonso Ussía.

Confieso que hasta ese día apenas le había prestado atención. Algún vistazo de reojo a sus columnas dominicales, alguna intervención televisiva que seguramente zapeé con la misma rapidez con la que uno cambia de acera al ver a un testigo de Jehová, y sus insistentes intentos de meter el hocico en la directiva del Real Madrid, pero poco más. No le había dado importancia. Hasta ahora.

Este año se presentó en la Feria del Libro de Mérida poco menos que como el literato estrella de la edición. Afortunadamente, no estuve presente en su intervención. Lo que sí pude "degustar", gracias a la pequeña pantalla, fue una entrevista que, por momentos, rozó y hasta traspasó las lindes de lo rancio, lo fascistoide, lo desfasado y lo peligrosamente revisionista.

Porque una cosa es tener opiniones personales, y otra muy distinta es reescribir la historia desde el lado oscuro de la contienda, sin rigor, sin objetividad y claramente influenciado por un árbol genealógico con tufillo a cruzada.

Es sano mirar hacia la historia. Es más: es necesario. Sobre todo para que no se repitan atrocidades como las que asolaron este país hace más de setenta años. Pero cuando personajes como Ussía se convierten en altavoz de una memoria selectiva y un relato manipulado, corremos el serio riesgo de alimentar nuevos extremismos, de esos que duermen agazapados en ciertas esquinas con pretensiones de púlpito.

Parece mentira que un periodista con la trayectoria y la plataforma que él tiene, siga sin enterarse de que en esta guerra no ganó nadie. O, mejor dicho, perdimos todos. Y digo “perdimos” en presente continuo, porque las heridas siguen abiertas, sangrando en los márgenes de cunetas sin nombre, en familias partidas, en relatos amputados durante décadas.

Este señor, que lleva por bandera la monarquía y se envuelve en discursos de “reconciliación nacional”, haría bien en esforzarse un poco más por comprender la historia en toda su complejidad, no sólo la que le dictaron en casa. Porque lo que muchos intentaron colarnos durante cuarenta años ya no cuela. Y porque el discurso de la equidistancia, si viene sazonado con nostalgia por los desfiles y las glorias imperiales, apesta a pasado sin digerir.


3.6.06

Los Secretos...una y mil veces

Gratificante, especial y siempre emotivo fue poder disfrutar ayer del concierto de Los Secretos en el teatro Carolina Coronado de Almendralejo, donde presentaron su nuevo trabajo titulado Una y mil veces, al tiempo que evocaron muchas de sus canciones emblemáticas, esas melodías que, quién más quién menos, ha escuchado en algún momento de su vida.

Cada vez resulta más difícil encontrar un concierto en el que uno pueda gozar de principio a fin, pero afortunadamente en esta ocasión así fue. Escuchar temas como A tu lado, La calle del olvido, Ojos de gata, Y no amanece o la archiconocida Déjame deja un sabor de boca inolvidable y transporta a épocas pasadas, cuando la música no estaba tan adulterada ni tan carente de esencia como sucede hoy día.

Que sigan brindándonos su arte por muchos años más, y que esta no sea la última vez que tenga el privilegio de verlos en directo.

he muerto y he resucitado,
con mis cenizas
un arbol he plantado,
su fruto ha dado
y desde hoy,algo ha empezado.

he roto todos mis poemas
los de tristezas y de penas,
me lo he pensado
y hoy sin dudar vuelvo a tu lado

31.5.06

El Ángel de la muerte


 Hace ya varios años que buscaba un libro riguroso y completo sobre la vida del doctor Josef Mengele, el tristemente célebre médico del campo de concentración de Auschwitz. Aunque conocía de sobra su historia y muchas de sus atrocidades ,esas que rozan lo inenarrable, sentía la necesidad de leer una obra que no sólo detallara los hechos, sino que también ofreciera una perspectiva profunda, documentada y humana sobre el monstruo y el hombre.

Fue hace unos meses, en una de las tantas visitas que este último año me han llevado a Badajoz, cuando, casi por azar, encontré ese libro que llevaba tanto tiempo buscando. Se trata de Mengele: El ángel de la muerte en Sudamérica, firmado por Gerald L. Posner y John Ware, una investigación exhaustiva que en estos momentos estoy leyendo ,y padeciendo, porque hay libros que se leen y hay libros que se sufren.

A pesar de conocer el recorrido histórico de Mengele, pocas veces una lectura me ha sobrecogido e impresionado tanto como esta. No sólo por la frialdad de los datos o la crudeza de los testimonios, sino por la forma en que el relato desmenuza la banalidad del mal, el modo en que un hombre educado, culto, incluso carismático para algunos,pudo encarnar un nivel de crueldad sistemática difícil de comprender desde cualquier lógica humana.

Llegados a este punto, uno siente que emitir un juicio sobre lo que ocurrió en Auschwitz es casi inútil. No porque los hechos no lo merezcan, sino porque las palabras se quedan cortas. Leer sobre ciertos pasajes reales provoca una mezcla de tristeza, estupor e indignación. Pero lo que más duele, lo que más escuece, es el hecho de que Josef Mengele logró eludir la justicia durante más de 35 años, viviendo clandestinamente ,y en muchos momentos con relativa comodidad en diversos países sudamericanos. Que muriera de forma rápida, casi banal, ahogado en una playa de Brasil tras sufrir un infarto, resulta una especie de burla del destino.

El libro también desmonta parte del mito y de las oscuras leyendas que lo rodearon durante décadas. Aquel Mengele convertido en figura de culto macabro ,el “ángel de la muerte” experimentando con tribus amazónicas, moviéndose con impunidad entre dictaduras sudamericanas, va diluyéndose entre las páginas. Lo que queda al final es un retrato íntimo y patético: un hombre consumido por la autocompasión, solitario, obsesionado con su seguridad, paranoico y profundamente resentido, incluso con su propia familia, que lo protegió hasta el último momento con una mezcla de lealtad ciega, miedo y culpa mal digerida.

No es un libro fácil, ni debe serlo. Es un trabajo periodístico y documental de enorme valor, que nos obliga a mirar de frente una parte de la historia que muchos preferirían olvidar. Pero olvidar no es una opción. La memoria, por dura que sea, es el único antídoto frente a la repetición de la barbarie.

Leer a Posner y Ware no nos reconcilia con nada, pero nos ayuda a entender. Y a veces, eso es lo único que podemos hacer: entender para no repetir.

25.5.06

...Go on...

Por imposibilidad tanto técnica como personal,me he visto forzado a tomarme una breve pausa que tal vez me oxigene y me positivize. En breves fechas volveré con mucha más asiduidad.La lucha continúa...y seguimos siendo de primera.

2.5.06

La ecuación Dante


Un periodista especializado en casos misteriosos, una brillante física teórica, un rabino judío experto en la Torá y un rudo militar con más cicatrices que paciencia. A priori, nada los une. Nada, salvo una ligera sospecha de que alguien los ha metido en la misma novela por error de casting.

Pero no.
En esta trepidante obra de Jane Jensen, todo encaja. O, al menos, todo acaba encajando después de unas cuantas persecuciones, revelaciones místicas, notas científicas ininteligibles y una cantidad de giros argumentales que harían marearse hasta a Christopher Nolan.

El nexo de unión entre estos cuatro personajes es un nombre: Yosef Kobinski, un rabino tan brillante como enigmático que, en 1944, desapareció misteriosamente del campo de concentración de Auschwitz —sí, has leído bien: desapareció— sin dejar más rastro que un puñado de bocetos garabateados y unas notas inconclusas sobre un libro que pretendía escribir, titulado nada menos que "El Libro del Tormento". Muy animado todo.

Y no, no es un libro de autoayuda.

En sus páginas, Kobinski pretendía desarrollar nada menos que su propia teoría sobre el universo, una suerte de mezcla entre física cuántica, misticismo cabalístico y un curso acelerado de ingeniería espacio-temporal. Según parece, este libro contenía las claves para entender el plan de Dios (spoiler: no incluye descanso ni los domingos), y quizá incluso la capacidad de cambiar de universo, como quien cambia de canal cuando empieza el informativo.

La novela es una especie de cóctel explosivo donde se mezclan conspiraciones internacionales, servicios de inteligencia que siempre llegan tarde, códigos secretos escondidos en los textos sagrados, túneles del tiempo y dilemas existenciales. Vamos, lo típico que uno se encuentra al buscar en Google "cómo arreglar la cafetera".

¿Y qué tiene esta novela que no tenga El Código Da Vinci? Bueno, para empezar, sustancia. Aquí no hay visitas apresuradas a museos ni monjes con tendencias masoquistas. Hay profundidad, hay ciencia (o al menos lo parece), hay teología, y sobre todo, hay una historia que no subestima la inteligencia del lector… aunque puede que sí lo maree un poco.

En definitiva: una novela que engancha como una serie buena de televisión, que se lee con la misma ansiedad con la que uno busca el mando cuando empieza la publicidad. Misteriosa, intrigante, con personajes que parecen salidos de cuatro libros diferentes pero que terminan funcionando como un grupo de jazz improbable.

Una obra que, sin duda, dará que hablar. Y si no da que hablar, al menos te hará mirar raro a tu microondas durante un par de días.

1.5.06

Vuelve The Italian Stallion


 Pues sí, aunque parezca increíble, ya está rulando por la red el teaser de la sexta entrega de las aventuras (y sobre todo desventuras) de Rocky Balboa. Y no, no se han molestado en ponerle numerito alguno al título. Se llama simplemente "Rocky Balboa", como si dijeran: “Eh, esto no es una secuela más, es una declaración de intenciones.” O igual es que ya no sabían en qué idioma decir "sexto" sin que sonara a risa.

La película fue cuestionada y criticada mucho antes incluso de que Stallone se pusiera los guantes o se aplicara la crema antiinflamatoria. Pero me da que al bueno de Sly le van a dar más palos que a un saco de entrenamiento, y eso sólo durante los títulos de crédito. Lo mismo hasta algún crítico se anima a darle un gancho en el tráiler, por si acaso.

Ahora bien, y esta es mi opinión personalísima, ¿Rocky 6? ¿Cuál es el problema?
Para mí, una buena película no tiene por qué ganar la Palma de Oro ni hablar danés con subtítulos blancos sobre fondo de nieve. Una buena película también es esa que te entretiene, que te emociona, que te hace levantarte del sofá con ganas de hacer flexiones aunque te duelan las rodillas con solo pensarlo. Y en ese sentido, las cinco anteriores cumplieron su cometido de sobra.

Porque, seamos sinceros: todos hemos tirado un par de puñetazos al aire después de escuchar el “Gonna fly now”, aunque fuera en pijama y con una bolsa de pipas en la mano. Todos hemos subido escaleras imitando a Rocky, aunque fueran las del metro y acabáramos jadeando como si hubiéramos cruzado el Himalaya.
Y sí, puede que los guiones no ganen un Nobel, pero ay, amigo, ¿quién necesita lógica cuando tienes música épica y un ojo morado con dignidad?

Además, hay algo entrañable en ver a un Rocky envejecido seguir peleando. Es como ver a tu tostadora de toda la vida seguir funcionando: un milagro mecánico, pero le coges cariño.

Así que aquí estoy, con la ceja torcida como él, deseando que llegue el estreno.
Porque hay películas que uno no ve con los ojos, sino con el corazón lleno de nostalgia ochentera, olor a videoclub y espíritu de superación.

¡Gonna fly now... aunque sea hasta el sofá!