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8.10.08

Drácula: el no muerto


Desde muy pequeño he sentido una verdadera fascinación por las películas de vampiros, y especialmente por la figura del príncipe de las tinieblas: el Conde Drácula. En los más de 110 años que han pasado desde la publicación de la magnífica novela de Bram Stoker (el señor de barbas de la foto inferior, si alguien necesita una pista), el personaje ha protagonizado un auténtico circo mediático. Adaptaciones teatrales, cinematográficas, televisivas, parodias, musicales, cómics, dibujos animados y versiones más o menos esperpénticas han hecho las delicias de varias generaciones de fans. Eso sí, poco o nada queda ya de la idea original que concibió el bueno de Stoker.

Versiones hemos visto de todos los colores. Desde la icónica película de 1931 con Bela Lugosi, pasando por la serie de films de la británica Hammer, con un Christopher Lee que interpretó al Conde tantas veces que acabó por desarrollar colmillos propios. También está la elegante y algo ochentera adaptación de John Badham (1981), con Frank Langella como Drácula y un mítico Laurence Olivier como Van Helsing. Digo “adaptación” con todas las comillas del mundo, porque los personajes fueron reinventados a gusto del director, aunque el resultado fue más que digno.

La última gran adaptación fue la de Francis Ford Coppola en 1992: ambiciosa, barroca, y con un Gary Oldman memorable. Una versión visualmente deslumbrante, pero que sigue sin ser una traslación fiel de la novela. De hecho, si hay una que más se le acerca, sigue siendo la de 1931, pese a sus limitaciones.

Podría enumerar decenas de títulos donde el vampirismo se codea con lo ridículo, lo romántico, lo gótico o lo directamente delirante: El baile de los vampiros, Noche de miedo, Turno de noche, Amor al primer mordisco, Brácula: Condemor 2, El misterio de Salem’s Lot, Drácula 2001… y así podríamos seguir hasta que amanezca.

Pero lo que realmente me ha dejado ojiplático —y no es fácil a estas alturas— no ha sido el anuncio de otra adaptación más, sino el anuncio de una continuación oficial de la novela original de Bram Stoker. Sí, has leído bien: una secuela oficial escrita por, atención, un tataranieto del propio Bram, un tal Dacre Stoker (sí, Dacre, que suena casi como Drácula, qué cosas). El proyecto cuenta también con la colaboración del historiador Ian Holt, y viene avalado por la familia Stoker, propietaria de los derechos.

Según dicen, han trabajado sobre notas originales no utilizadas por Bram Stoker, con la intención de "devolverle al personaje su dignidad" y ofrecer a los lectores lo que llevan esperando más de un siglo: el regreso del verdadero Drácula. ¿Será verdad o puro marketing con colmillos?

Lo cierto es que el descendiente no tiene carrera literaria conocida, así que no puedo evitar pensar que su apellido ha sido el mejor reclamo publicitario de la historia desde que se inventaron las capas negras. Y por si fuera poco, el productor Jan de Bont ya ha comprado los derechos para llevar esta secuela al cine. La maquinaria ha despertado.

La nueva novela se sitúa 25 años después de los hechos de la original. El protagonista es el hijo de Mina y Jonathan Harker, quien representa en un teatro los hechos vividos por sus padres en los Cárpatos, cuando Drácula era más que una leyenda. Y como no podía ser de otra forma, alguien —no se sabe quién— comienza a acosar al grupo que en su día acabó con el Conde. Para rizar el rizo, también se pasea por allí Jack el Destripador. Porque si vas a hacer una secuela de Drácula, mejor que tenga a todos los monstruos del menú.

¿Será un homenaje sincero o una maniobra comercial con colmillos postizos? A saber. Lo que está claro es que, aunque pasen los siglos, Drácula sigue sin descansar en paz. Y nosotros, los espectadores, tampoco.


Hombre, a ver... si dijera que la idea no me atrae, mentiría. Como he comentado, me fascinan estas historias de vampiros, colmillos, capas, crucifijos y castillos entre la niebla. Pero lo que no me entusiasma tanto es que esto siente precedente. Porque, claro, hoy resucitamos a Drácula con la bendición de un tataranieto y mañana autorizamos una continuación oficial de El Quijote, escrita por el bisnieto del primo de Sancho Panza. No digamos ya si a un familiar lejano de Lorca le da por escribir La Casa de Bernarda Alba 2: la venganza de Adela, o si el sobrino hipster de don Manuel Vázquez Montalbán decide desempolvar a Pepe Carvalho para hacerlo influencer gastronómico con canal de YouTube.

A este paso, el único no muerto va a ser Bram Stoker, que desde su tumba victoriana se va a levantar con un cabreo de órdago para poner orden y dejar las cosas claritas: “Esto lo escribí yo, señores, y Drácula no tenía moto ni tatuajes”.

La novela en cuestión no verá la luz hasta octubre de 2009, y llevará por título Dracula: The Un-Dead (lo que viene siendo Drácula: el no muerto), con un juego de palabras más bien facilón. Poco después llegará la correspondiente adaptación al cine, porque no hay cadáver literario que no acabe en Hollywood. Ya se barajan posibles protagonistas, y entre los nombres suena nada menos que Javier Bardem, aunque de momento, como cualquier rumor de casting prematuro, tiene el mismo valor que un crucifijo en Transilvania: depende de quién lo lleve.

En fin, que la máquina ya está en marcha. ¿Será un tributo legítimo? ¿Un truco publicitario? ¿Una herejía editorial? A saber. Yo, por si acaso, me he puesto a releer la novela original de 1897, no vaya a ser que lo siguiente sea un crossover entre Van Helsing y Batman. Que nos conocemos.

Seguiremos informando… desde el lado oscuro.

6.10.08

Todo tiene un un final

“Es una lata el trabajar, todos los días te tienes que levantar...”, decía con desparpajo Luis Aguilé en una de esas canciones que uno tararea aunque no quiera. Y sí, claro que es una lata. Pero no el levantarse en sí. Lo que fastidia es el motivo: trabajar. Porque, seamos sinceros, si lo que hay por delante es cachondeo, escapada o viajecito de placer, nos levantamos a la hora que sea, preparamos la maleta en un plis-plas y salimos pitando con más energía que un niño el día de Reyes.

Hoy ha sido mi primer día laboral desde que comenzaron las vacaciones allá por el ya lejano 29 de agosto. Y, si os soy sincero, por más que he buscado el famoso síndrome postvacacional, no lo he encontrado por ninguna parte. Nada de tristeza, desgana ni dramatismo. Incluso he recuperado sin esfuerzo esa "regularidad" que tanto promocionan en los anuncios de cereales con fibra. Qué cosas.

Eso sí, después de comer me ha invadido ese sopor clásico, ese peso de párpados que ni la presencia de Elsa Pataky en persona conseguiría levantar. Y no me malinterpretéis, no por falta de interés, sino porque el sueño de la sobremesa es poderoso, ancestral, casi litúrgico. Eso sí, hay que controlarlo: que ese pequeño viaje al mundo de la inconsciencia no dure más de lo justo, no sea que por la noche uno no logre subirse al tren nocturno rumbo al reino de Hades.

Pilas cargadas, soltamos amarras y comenzamos a navegar con todas las velas desplegadas en esta nueva temporada 2008-2009. Cantaría la Salve marinera, pero hace tantos años que no la entono que apenas recuerdo la letra. Y, seamos francos: ni hay mar por aquí, ni yo he dejado nunca de ser un tipo de secano.

3.10.08

Jesusito "Of my life"


Una de las mejores cosas que tiene un bodorrio, entre muchas otras, es la posibilidad de reencontrarte con gente a la que aprecias y con la que te unen mil y un recuerdos, anécdotas y risas de otros tiempos. A veces, las grandes amistades —esas que se forjan no solo con los años, sino con las décadas— son las que perduran con firmeza, aunque haya distancia de por medio o el calendario se nos eche encima.

El pasado sábado, en Herrera del Duque, en la boda de José y María, tuve la suerte de compartir un momento así. En la foto, con mi amigo Jesús, que siempre va conmigo, guardado en un rinconcito of my heart, como decía aquella canción. Y ahí seguirá.


1.10.08

Noche de ronda


El pasado viernes, y con motivo de la boda de nuestros amigos José y María, acudí a la localidad de Herrera del Duque, un bonito pueblo situado en la comarca de La Siberia Extremeña. Aunque la experiencia completa daría para contar con todo lujo de detalles —algo que me reservo para otra ocasión—, intentaré hacer un resumen que capture la esencia de lo vivido.

En estas localidades, las tradiciones más arraigadas siguen transmitiéndose con orgullo de generación en generación. Una de las más emotivas y pintorescas es, sin duda, la celebración de la noche previa a la boda, que se convierte en todo un acontecimiento para familiares, amigos y vecinos.

Tras unas copas compartidas con los amigos más cercanos, el novio —o ya casi marido— es escoltado por una rondalla de músicos a través de las calles principales del pueblo. Con guitarras, laúdes y bandurrias, la comitiva avanza entonando canciones populares, mientras el ambiente se va llenando de alegría, complicidad y expectación.

El destino es la casa de la novia. Allí, un numeroso grupo de familiares, amigos y vecinos aguardan en la puerta. Cuando la rondalla llega con el novio al frente, comienzan a cantarle a la novia, lanzándole piropos musicales con el arte y la picardía de las canciones tradicionales. Al poco, ella aparece en el balcón, sonriente y emocionada, recibiendo ese homenaje musical que ya forma parte del ritual.

Entre aplausos y vítores, la novia baja finalmente a la calle, y se marca con su futuro esposo un baile espontáneo y entrañable, al ritmo de la música que con entusiasmo siguen tocando los músicos, acompañados por los coros improvisados de los asistentes.

Como colofón, se ofrece a todos los presentes un refrigerio que, en realidad, era más bien un banquete popular. No faltaban el buen jamón, lomo ibérico, queso, chorizo y una variedad de dulces típicos de la zona, todo ello regado con vinos y brindis que se alargaron hasta altas horas de la madrugada.

Este fue solo el comienzo de un fin de semana inolvidable, que arrancó el viernes por la noche con esta celebración tan emotiva y genuina, y que concluyó el domingo casi al amanecer, con otro acto similar pero ya con los novios convertidos oficialmente en marido y mujer.

Sin duda, una boda para el recuerdo, vivida en un entorno donde la hospitalidad, la música y las tradiciones se entrelazan para crear momentos que dejan huella.

28.9.08

Uno de los grandes

Después de todo un intenso y genial fin de semana de boda en Herrera del Duque, con sus brindis, sus canciones, sus reencuentros y risas compartidas, nada más llegar a casa, todavía con el cansancio a cuestas pero con el cuerpo y el alma en paz, decido asomarme al mundo de la actualidad. Es domingo por la tarde, el otoño empieza a notarse en el aire, y al encender el ordenador me topo con una noticia que, aunque anunciada, me sacude por dentro: ha muerto Paul Newman.

Triste, sí. Anunciada, también. Pero aun sabiendo que llevaba tiempo enfermo, leerlo negro sobre blanco es como cerrar un capítulo que no queríamos terminar jamás. No quiero caer en tópicos —ya le dediqué un par de homenajes personales en agosto, cuando supimos que el final estaba cerca— pero siento que es justo y necesario, casi una obligación moral, detenerse un momento y rendirle un nuevo tributo.

Porque no ha muerto solo un actor. No. Ha fallecido una parte de la historia del cine. Se ha ido alguien que representaba una época, un estilo, una forma de estar frente a la cámara y frente a la vida. De esos que se cuentan con los dedos de una mano... y aún sobran dedos. Un tipo que lo tenía todo: talento, carisma, presencia, y esa mirada azul tan reconocible como inolvidable. Era el perfecto equilibrio entre elegancia y cercanía, entre estrella de Hollywood y ser humano con conciencia social.

Se va Paul Newman. Se va Eddie Felson, se va Luke Jackson, se va Hud Bannon, se va Henry Gondorff… y se va Butch Cassidy, ese forajido que nos enseñó que se puede robar un banco con estilo, amar a una mujer sin palabras, y enfrentarse a un pelotón de fusilamiento con una sonrisa entre los labios. Porque así fue siempre Newman: un hombre que miraba de frente a todo, a la cámara, a sus personajes, a sus errores y a sus causas. Que usó su fama para ayudar a los demás —ahí están su fundación, sus productos solidarios, sus millones destinados a hospitales y comedores—. Y todo sin alardes. Sin ruido. Sin red social ni postureo.

Paul Newman pertenecía a una generación irrepetible. La del cine con alma. La de los actores que hablaban con los ojos y que nunca necesitaban levantar la voz para hacerse oír. Era un caballero sin disfraz, un rebelde tranquilo, un competidor feroz en la pista de carreras, y un esposo fiel durante medio siglo a Joanne Woodward, con quien formó una de las parejas más estables y admiradas del celuloide.

Ha muerto uno de los grandes, de esos que ya no se hacen, como las películas que protagonizaba. De los que se quedan en la memoria sin necesidad de revisionarlos, pero que uno siempre quiere volver a ver. No porque se hayan vuelto a poner de moda, sino porque forman parte de nosotros. De nuestra historia sentimental. Del cine en bata los domingos por la tarde. De las noches de insomnio en blanco y negro. De aquellas sesiones míticas de "Sábado cine" tras "Informe Semanal".

Se ha ido, sí. Pero no del todo. Porque Butch Cassidy seguirá cruzando la frontera en su bicicleta. Fast Eddie seguirá apuntando con su taco de billar. Luke seguirá desafiando al sistema desde su celda. Y Henry Gondorff seguirá timando a mafiosos con una sonrisa socarrona. Y Paul Newman, Paul el inmenso, seguirá brillando en cada plano, en cada diálogo, en cada sombra.

Te vas, Paul, pero te quedas. Porque hay ausencias que, por mucho que duelan, son eternas presencias.

Hasta siempre, caballero.
Gracias por tanto.

23.9.08

Vuelta a casa

Bueno, pues aquí estoy de nuevo. Después de unas semanitas deliciosas por tierras y aguas andaluzas, vuelvo a casa —aunque aún en modo vacaciones— con ese sabor a mar que se resiste a desaparecer del paladar, y con muy poquitas ganas, todo hay que decirlo, de reincorporarme de lleno a la rutina. Ya se adivinan los tonos ocres del otoño, ese gris y marrón que colorea la vuelta a lo cotidiano, tras el paso fugaz de un verano que, como un rayo de sol montado en bicicleta, se aleja silbando por el horizonte.

Este año las vacaciones han sido eso, vacaciones. En mayúsculas y con todas sus letras. Días de absoluto relax, sin más objetivos que pasear por la playa al amanecer, devorar libros a la sombra de una terraza tranquila, y entregarme sin culpa a esas siestas reparadoras que en invierno se convierten en cabezadas improvisadas en el sofá, de mala postura y con el telediario de fondo. En cambio, estos días he llegado a dormir la siesta con tal dedicación que en alguna ocasión he rozado las cuatro horas explorando el interior de mis párpados. ¡Puro arte del descanso!

Y claro, ya en casa, son muchas las pequeñas cosas que se echan de menos. El murmullo constante del mar por la noche, como una nana salada que se mete en los sueños. Las visitas casi diarias a la feria del libro de La Antilla, donde siempre encontraba algún título inesperado. Las tardes de lectura en la terraza, con las palmeras del parquecillo de enfrente como cómplices silentes. El mercadillo con sus aromas de verano, las coquinas, las patatas fritas recién hechas de la churrería del paseo… En fin, mejor no sigo, que me va a entrar eso que llaman síndrome postvacacional, ¡je, je!

Muchas gracias a todos los que habéis pasado por aquí durante mi ausencia, dejando comentarios, saludos o simplemente vuestras visitas silenciosas. Poco a poco iré poniéndome al día, retomando el pulso de este blog que, como sabéis, es un espacio que me apasiona y que me permite compartir con vosotros mis pasiones, mis historias y mis descubrimientos. Vosotros, los que os pasáis por aquí con frecuencia, ya sois parte de este rincón, y eso —créedme— ayuda mucho a volver a colocarse en los tacos de salida para una nueva temporada.

Vengo con muchas ideas bajo el brazo: futuros post, fotografías que esperan su momento, alguna que otra historia ficticia que me ronda la cabeza, libros y películas que quiero comentar, el regreso de Queen + Paul Rodgers (ese concierto del 25 de octubre en Madrid ya se va oliendo), y, en definitiva, un final de septiembre y un octubre que se avecinan intensos y estimulantes.

Gracias por estar ahí. Seguimos en contacto.
Un saludo enorme.


31.8.08

Continuará...


Un año más, finalmente, ha llegado el momento de desconectar. De verdad. De echar el cierre durante un tiempo, físico y mental, a la rutina. Hoy es 31 de agosto, y mientras en la televisión y los diarios aparecen las típicas imágenes de la operación retorno —colas de coches, niños medio dormidos en estaciones, frases recicladas de cada año—, uno se dispone a hacer la maleta. Pero no para volver, sino para irse. Para marcharse por fin unos días, y dejar que el cuerpo respire, que la cabeza se airee y que el alma se oxigene.

Llega septiembre. El mes que, para muchos, marca el inicio real del año. Más que enero. Porque es ahora cuando florecen los propósitos: comer mejor, andar más, hacer limpieza en el móvil y en la vida. Septiembre es un umbral, una puerta entreabierta entre lo que fue y lo que está por venir. Es esa delgada línea —que no sé si es roja, gris o del color del mar al amanecer— que separa los días de chiringuito y siestas largas, de los relojes puntuales y los atascos con banda sonora de despertador.

Pero para mí, septiembre siempre ha sido otra cosa. El mes de mis vacaciones por excelencia. El momento en que todo el mundo vuelve y yo, como contracorriente amable, me voy. Cuando las playas se vacían, las calles se relajan y el sol sigue calentando, pero sin estridencias. Cuando el pescado sabe aún mejor, el aire huele distinto y el mundo parece bajar un poco la voz.

Y así me marcho. Con la maleta medio hecha y muchas ganas de vaciarme por dentro para volver a llenarme de otra manera. De paseos al alba por la orilla, de lecturas sin prisa ni avisos sonoros, de pescadito frito —onubense, por supuesto, el mejor del mundo, no insisto más—, de curas de sueño sin despertador. Tal vez alguna película. Tal vez una libreta en la mochila. Tal vez nada.

Intentaré espantar esas nubes negras que en los últimos tiempos se han empeñado en hacer sombra. Con suerte, el aire limpio del sur soplará fuerte, y se las llevará bien lejos, allá donde vieron naves ardiendo más allá de Orión.

Y aunque mi idea es desconectar casi por completo, puede que algún día me dé por leeros en silencio, como el Gran Hermano, pero el bueno, el de Orwell, no el del programilla de marras. Leer sin comentar, observar sin interrumpir. Como quien se asoma a una ventana conocida.

Así que, lo dicho: nos vemos. No sé cuándo, pero volveré. Porque al final, uno siempre vuelve, por ganas, por costumbre o por cariño. Que paséis un mes de septiembre fabuloso, los que volváis a la rutina y los que, como yo, aún la esquivamos un poquito más.

Abrazos grandes para ellos y besitos dulces para ellas.

Nos leemos pronto.

Yo, para todo viaje
—siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera—,
voy ligero de equipaje. (Antonio Machado)

29.8.08

50 años

El tiempo, ese verdugo silencioso, pasa para todos. Incluso para aquellos artistas que mantenemos congelados en nuestra memoria como si fueran inmunes al desgaste. En nuestras retinas siguen siendo jóvenes, vibrantes, magnéticos. Están atrapados en una canción, en un paso de baile, en una imagen de videoclip o en una portada de vinilo. Y de algún modo, forman parte de nuestra propia banda sonora vital.

Escribir sobre uno de estos artistas —sobre uno de esos pocos que han alcanzado la cima y que allí arriba siguen, aunque los años hayan pasado— no es tarea fácil. Habría que dedicarle páginas, libros, documentales enteros. Porque estamos hablando de alguien que no sólo revolucionó el escenario, sino que se convirtió en referente universal, en icono de la cultura, en símbolo para varias generaciones que crecieron con su música, su estética, sus movimientos imposibles y su vulnerabilidad latente.

Como todo genio, tiene sus luces y sombras. Y quien quiera trazar su retrato sólo con una brocha blanca o negra, errará el enfoque. Hay quien no puede —o no quiere— separar al artista del ser humano. Hay quien olvida que detrás de cada superestrella hay también un niño, una herida, una fragilidad envuelta en oro y focos. Y así, en la adversidad, en medio del ruido, la sospecha o el juicio público, se le condenó por adelantado. La justicia mediática, esa tan rápida y tan cruel, no suele leer los matices.

Y sin embargo, ahí sigue. Intocable en lo esencial. Porque el talento —el talento de verdad— no se entierra bajo escándalos ni se disuelve con el paso del tiempo. Permanece. Como un eco. Como una luz.

Hoy cumple 50 años. Y aunque suene absurdo —y hasta poético—, tal vez él nunca debió cumplirlos. Tal vez el destino le reservaba la eternidad a los 27 o a los 33, como a tantos otros. Pero siguió. Contra todo. En su piel, en su silencio, en su aislamiento. Un Peter Pan que se resistía a envejecer, en un mundo que se empeñaba en hacerlo crecer a la fuerza.

A veces me pregunto si su leyenda sería aún más gigantesca si la muerte lo hubiera sorprendido en pleno esplendor. Pero es una pregunta cruel, ¿verdad? ¿Acaso la leyenda no está ya escrita, tatuada en la memoria colectiva, con sus errores y sus aciertos? ¿Importa acaso el color de las nubes que la envuelven, si la tormenta nos hizo bailar igual?

Porque hay artistas que nos acompañan más allá de su vida o de la nuestra. Artistas que no envejecen del todo, aunque el calendario avance. Artistas que nos recuerdan quiénes fuimos, cada vez que suena una canción.

Y hoy, que cumple 50 años, no puedo evitar sentir un nudo en la garganta. Porque no sé si celebrar ese medio siglo o lamentar que el tiempo haya pasado también para él.

26.8.08

Leyendas urbanas

A lo largo del año recibo infinidad de correos en cadena que insisten, con tono apocalíptico y cierta mala leche, en que si no los reenvío a un número determinado de personas, caerá sobre mí la maldición del Chimpancé Hebreo, la ira de la suegra de Tutankamón o el fantasma de algún palacio lúgubre, normalmente el de Linares, que parece tener más espectros censados que habitantes vivos. Y claro, uno ya no sabe si reírse o echarse agua bendita.

Internet ha sido, desde sus inicios, un caldo de cultivo estupendo para el florecimiento de todo tipo de leyendas urbanas. Y con la llegada de YouTube, el asunto ha alcanzado cotas de surrealismo que rozan lo cinematográfico. Hay vídeos que parecen sacados directamente de festivales de terror de serie B, aunque algunos están tan bien hechos que merecerían un Goya, o por lo menos una ovación en Sitges.

Especialmente memorable es uno que vi hace tiempo: una supuesta niña en un cementerio mexicano, grabada en visión nocturna por un chico que se está filmando a sí mismo mientras explora el lugar. La escena está tan bien lograda que por un momento dudas si es una broma o un nuevo expediente sin resolver de Cuarto Milenio. La cara del chaval cuando ve a la niña es tan creíble que dan ganas de invitarle a un casting.

Hoy me ha llegado otra de esas “gilipolleces cósmicas”, como me gusta llamarlas. Un montaje cutre con mensaje incluido en el que se me advierte, con la sutileza de un verdugo, que si no lo reenvío antes de medianoche a 23 contactos, sufriré siete años de desgracia, se me secarán los geranios y vendrán los cobradores del frac aunque no deba nada.

Y yo me pregunto: ¿la gente los reenvía por auténtico pavor supersticioso o simplemente para seguir la bola y comprobar cuántos incautos siguen cayendo en la trampa digital?

En fin, si ves este mensaje y no lo reenvías, no pasará absolutamente nada... salvo que un duende travieso entre en tu casa, te apague el wifi y te obligue a hablar con la gente cara a cara. Y eso, amigos, sí que da miedo.


24.8.08

Ganar perdiendo


Esa es la sensación que tengo ahora mismo, cuando apenas han pasado unos minutos desde que ha terminado la final olímpica de baloncesto en los Juegos de Pekín 2008. El marcador final ha sido de 107-118 a favor del todopoderoso equipo de Estados Unidos. Pero que nadie se equivoque: esta no ha sido una derrota cualquiera. Ha sido una batalla colosal, un espectáculo majestuoso, un duelo de titanes.

España ha jugado de tú a tú contra un combinado que muchos consideran imbatible, una constelación de estrellas NBA lideradas por Kobe Bryant, LeBron James, Dwyane Wade o Chris Paul. Pero durante los 40 minutos de juego, los nuestros —nuestros campeones— han demostrado tener el talento, la garra y la sangre fría necesaria para hacer temblar a los gigantes.

Y lo han hecho. Con corazón, con inteligencia, con una defensa feroz y un ataque brillante. Nos ha faltado poco. Muy poco. Y si alguien hoy no ha estado a la altura, han sido los árbitros. No lo digo como excusa de mal perdedor —porque no hemos perdido nada más allá del oro—, sino como un hecho visible. Las decisiones cuestionables, los criterios desiguales y ciertas concesiones descaradas al rival han empañado en parte lo que podría haber sido una gesta inolvidable.

Pero a pesar de todo, hoy hemos vivido uno de los mejores partidos de baloncesto en muchos años. Una final que ya forma parte de la historia. Porque este equipo —nuestro equipo— ha vuelto a demostrar que lo suyo no es flor de un día. Que no son promesa: son presente y futuro. Con figuras consolidadas como Pau Gasol, Navarro, Rudy Fernández, Felipe Reyes, Garbajosa, Raúl López y, por supuesto, mi paisano Calderón, cuya ausencia por lesión hoy se ha notado y mucho. Y con jóvenes prodigios como Ricky Rubio, que con tan solo 17 años ha jugado con una madurez pasmosa. Qué pedazo de jugador se está forjando.

Hace 24 años, en Los Ángeles 1984, España se colgaba la medalla de plata frente a otra generación de oro... americana. Hoy repetimos la hazaña, pero esta vez el sabor es diferente. No sólo porque les hemos plantado cara, sino porque sabemos que tenemos equipo para rato. Un grupo unido, valiente, que ha demostrado que el baloncesto español está en lo más alto del mundo.

Hemos ganado mucho más que una medalla. Hemos ganado respeto. Hemos ganado admiración. Y sobre todo, hemos ganado futuro. Hoy, más que nunca, podemos decir con orgullo: somos los mejores. Aunque el oro brille en otras manos, el corazón del baloncesto late en rojo.


22.8.08

24 años no son nada


La Historia, a veces, se repite. Veinticuatro años después de aquella inolvidable final olímpica de baloncesto en Los Ángeles, la selección española vuelve a plantarse en la lucha por el oro. Esta vez, tras una durísima semifinal en la que hemos derrotado a Lituania por 91-86, con más sufrimiento que brillantez, pero con el carácter que define a los equipos grandes. En el momento en que escribo estas líneas, aún se está disputando la otra semifinal entre Estados Unidos y Argentina, pero seamos realistas: salvo una hecatombe baloncestística, todo apunta a que nos volveremos a ver las caras con los norteamericanos.

Y eso, inevitablemente, me devuelve a 1984.

De aquella final guardo un recuerdo nítido y entrañable. Éramos chavales. Mi hermano y yo vimos la primera parte por televisión, embobados ante la pantalla, en plena madrugada veraniega. La segunda mitad la seguimos por la radio, mientras emprendíamos el viaje hacia nuestras vacaciones de agosto en Bolonia, Cádiz. Salíamos de casa a las cinco de la mañana en el Renault 12 de mi padre, con las ventanas bajadas y las mochilas apretadas en el maletero. Y allí íbamos, cruzando media Andalucía con la voz del comentarista narrando cómo los gigantes americanos, con Pat Ewing, Alvin Robertson o Sam Perkins, nos pasaban por encima con aquella superioridad tan suya. Aun así, aquel grupo —los Epi, Corbalán, Fernando Martín, Iturriaga, Solozábal— nos hizo soñar. Hicieron historia.

Sabíamos que era casi imposible plantarles cara, pero se hizo lo que se pudo. Y sobre todo, se encendió una chispa. La que años después explotaría con la generación dorada que nos ha llevado a lo más alto del baloncesto mundial.

Hoy, esa chispa arde con más fuerza que nunca.

La selección de 2008 ha madurado, ha aprendido de sus derrotas y ha asumido su grandeza. Con Pau Gasol liderando como lo que es, uno de los mejores jugadores del planeta, con Navarro encendido, con Rudy haciendo diabluras en el aire y Ricky Rubio, ese niño con mirada de adulto, asombrando al mundo con apenas 17 años. Sin olvidar a Felipe Reyes, Garbajosa, Calderón (lesionado pero presente), y a todos los que han hecho posible esta nueva hazaña.

Tal vez los estadounidenses vuelvan a ser favoritos. Tal vez vuelvan a tener más músculo, más NBA, más leyenda. Pero esta vez no somos los invitados. Esta vez venimos a competir de igual a igual. Y pase lo que pase en la final, ya hemos ganado algo que no se mide en puntos: el respeto de todos.

Bolonia sigue allí, el Renault 12 ya no. Pero el baloncesto —y los recuerdos que trae— sigue encestando en lo más hondo de nuestras emociones.


Antes de aquella final olímpica de 1984, que muchos aún recordamos como si fuese ayer, se jugó una semifinal que, para muchos, fue una auténtica gesta. España se medía nada menos que con la Yugoslavia de un joven llamado Dražen Petrović, que por entonces ya apuntaba maneras de genio y que años después acabaría convertido en leyenda. Aquel partido fue una proeza de una generación de jugadores que nos hicieron soñar despiertos: Romay, Corbalán, Iturriaga, Arcega, Solozábal, Sibilio, Chicho Creus, De la Cruz, el añorado Fernando Martín y algún otro nombre que la memoria a veces juega a ocultar. Todos ellos bajo la batuta de otro inolvidable, Antonio Díaz-Miguel, aquel seleccionador de voz suave y convicción firme que supo llevarnos a lo más alto cuando nadie lo esperaba.

Aquel grupo nos llevó a la primera gran final de nuestra historia. La disputamos contra los Estados Unidos y, aunque sabíamos que ganar era una utopía, la ilusión fue tan real que aún hoy se recuerda con el brillo de las gestas imposibles.

Este domingo, a las ocho y media de la mañana, volveré a hacer lo mismo. Me levantaré para ver la final de Pekín 2008, esta vez en soledad, con el café humeando en la cocina y el televisor como única compañía. Y no sé muy bien por qué, pero sé que algo de nostalgia se apoderará de mí. No sólo por el baloncesto, sino por lo que rodea esos recuerdos: aquel verano de 1984, la infancia, los veranos largos, las radios que narraban hazañas mientras cruzábamos España en coche, los que ya no están, los que éramos antes de saber todo lo que ahora sabemos.

A veces uno se da cuenta de que veinticuatro años, aunque sobre el papel parezcan mucho, en realidad no son nada. Apenas un suspiro. Aquel niño que madrugó para escuchar una semifinal con su hermano sigue estando dentro. Hoy ve el partido desde otro lugar, con otra edad, pero con la misma pasión.

Porque el tiempo pasa, sí, pero hay emociones que no caducan. Hay recuerdos que se quedan, como una medalla invisible colgada del alma.


21.8.08

Ayer vendrá




La tarde va a morir; en los caminos
se ciega triste o se detiene un aire
bajo y sin luz; entre las ramas altas,
mortal, casi vibrante,
queda el último sol; la tierra huele,
empieza a oler; las aves
van rompiendo un espejo con su vuelo;
la sombra es el silencio de la tarde.
Te he sentido llorar: no sé a quién lloras.(Luis Rosales)

Con profundo respeto hacia las víctimas y sus familiares del terrible accidente de aviación de ayer en Madrid.

19.8.08

Y Fermín Cacho me respondió.


Esta tarde el Campeón Olímpico de los 1500 metros en Barcelona 92, Fermín Cacho respondiendo las preguntas de los lectores en www.elpais.com analizaba la final de los 1500 metros en la que el Español Juan Carlos Higuero ha terminado quinto. Yo por probar envié mi pregunta hace un rato y cual ha sido mi sorpresa cuando he visto que ha sido una de las seleccionadas. Aquí os pongo pregunta y respuesta:
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Si en esta carrera hubiera estado el Fermín del 92 se los hubiera merendado a todos. ¿no crees que esta prueba anda algo devaluada en los últimos tiempos?. Un saludo Campeón. Alberto López Cordero 28. 18:34h.

No sé si me los hubiese merendado a todos, pero sí hubiese competido con otra actitud y otra forma. También es cierto que en los tiempos en que yo corría se corría muy rápido, ha sido la época del atletismo mundial en que más se corría, ahora falta eso. Y creo que lo que falta ahora es echarle más ganas y creerse lo que se está haciendo.
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No sé, pero a mi me ha hecho cierta ilusión que todo un campeón Olímpico, que por cierto, guardo aquella carrera en video después de tantos años, me haya respondido aunque sea a una pregunta simple y chorra. 23 añitos tenía Fermín Cacho cuando ganó aquella mítica medalla de oro en la prueba reina de atletismo. Hoy, retirado hace varios años sigue ligado al mundo del atletismo, ya que pocos como él pueden enseñar a las nuevas generaciones, que ójala dentro de unos años nos den las mismas alegrías.

18.8.08

Elvis, un muerto muy vivo

31 años después de su muerte, Elvis Presley sigue siendo objeto de miles de avistamientos, casi como si fuera una virgen de El Escorial o un OVNI.

Según he leído, el famoso cantante ha sido visto en lugares tan dispares como:

  • Una gasolinera en Montana.

  • Un supermercado en Cambridge.

  • Saliendo de un "Pizza Hut" en Southampton, Inglaterra.

  • En una oficina en Oslo.

  • Leyendo poesía en la Universidad de Penn State.

  • Haciendo autostop en Texas.

  • Manejando un camión en Tasmania.

Lo que me sorprende es que aquí en España, periodistas de la talla de Lydia Lozano no hayan al menos recibido algún testimonio de alguien que le haya visto bañándose en la playa de Torremolinos, vendiendo en un mercadillo, limpiando cristales en la Castellana, de gorrilla en Sevilla o haciendo el Camino de Santiago para redimirse de todos sus pecados.

Son muchas las teorías que sustentan a estos ilusionados que aseguran que Elvis está vivo, o que al menos no murió en 1977, entre ellas:

  • En su lápida está mal escrito su segundo nombre: debería ser Aaron y no Aron.

  • Su tumba está entre las de su padre y su abuela, y no junto a su madre, como había pedido.

  • Aunque al morir pesaba 250 libras, en el certificado de defunción figura con “solo” 170, y el certificado original desapareció.

  • Testigos de su funeral dijeron que el ataúd estaba excesivamente frío, lo que alimentó la teoría de que dentro había un cuerpo de cera mantenido con aire acondicionado.

  • Dos horas después de anunciar su muerte, un hombre muy parecido a Elvis compró un pasaje a Buenos Aires usando el alias “John Burrows”, que el propio cantante utilizó en varias ocasiones.

  • El día después de su muerte, una de sus exnovias recibió una rosa enviada por “Lancelot”, el apodo que solo ellos dos conocían.

  • Era gran seguidor de la numerología y, si sumas los números de su fecha de muerte (16-08-1977), obtienes 2001, título de su película favorita, donde un hombre reflexiona sobre la inmortalidad en un baño — curiosamente, el lugar donde se encontró el cuerpo de Elvis.

  • Poco antes de morir, perdió diez millones de dólares en un negocio inmobiliario vinculado a la mafia; se cree que ayudó al gobierno a desmantelar la red a cambio de una nueva identidad.

  • Tras su muerte, un cantante enmascarado llamado Orion empezó a dar conciertos similares a los de Elvis, y desapareció misteriosamente tras un reportaje televisivo en 1981.

  • Hasta hoy, nadie ha cobrado su seguro de vida.

Desde luego, imaginación no falta. Pero Elvis no es el único en la lista de supuestos “no-muertos”. En España también tenemos casos y el último en “desaparecer por su propia voluntad” fue Jesús Gil, aunque dudo que este personaje pasase desapercibido en cualquier isla paradisíaca.


16.8.08

Y claro, al final aparecieron los videos.

Tal como comenté, esta mañana, al abrir la página del blog, por fin estaban todos los vídeos que desde hace unos diez días había intentado subir sin éxito. Desconozco la razón por la cual, desde mi cuenta de YouTube, se produjo este retraso, que aunque no es la primera vez que ocurre, nunca se había prolongado tanto.

En fin, lo que tengo claro es que a partir de ahora seguiré subiendo los vídeos siguiendo el método que me explicaron hace un tiempo, el cual parece no dar ningún tipo de problema.


15.8.08

El polémico spot de Snikers con M.A

Este vídeo era otro de los que tenía pendiente desde hace varios días. En los tiempos que corren, uno debe andar con pies de plomo con lo que dice o hace, porque siempre aparece el típico moralista o enteradillo de turno al que todo le parece escandaloso, ofensivo o atentatorio contra la moralidad, el honor o cualquier otra cosa que, seguro, el protestante en cuestión jamás predicaría con el ejemplo, sino todo lo contrario.

Da miedo parodiar, hacer un chiste, un simple comentario o recurrir a la ironía o el sarcasmo —siempre desde un lugar divertido y con sentido del humor— sin intención de ofender, simplemente para mirar la vida desde un ángulo más ameno.

Este ha sido el caso del spot de televisión de la empresa Mars, propietaria también de la marca Snickers.

En el anuncio aparece M.A. Baracus, es decir, Mr. T (sí, el de El Equipo A), montado en un tanque y disparando chocolatinas Snickers a un corredor que practica marcha, supuestamente de una forma "amanerada". Mientras le lanza las chocolatinas, M.A. le increpa diciéndole que es “una desgracia para la raza humana” y que lo hará “correr como los hombres”.

Pues bien, según algunos, esto resulta ofensivo para los homosexuales, y han montado tal revuelo que la empresa ha decidido retirar el anuncio para no alimentar más polémicas. Curiosamente, esa polémica es precisamente lo que buscan algunos, que habrán visto una oportunidad para lanzar sus dobles moralidades.

Juzgad vosotros mismos, pero si esto es motivo para ofenderse, desde luego se acabó el humor, la parodia y cualquier forma cómica de ver la vida, gracias a cuatro amargados.


14.8.08

Dos hombres y un destino. La escena de la bicicleta

Hace un par de días, con motivo del pequeño tributo que le dediqué a Paul Newman, tenía pensado añadir además de las fotografías que ya compartí, este vídeo —o mejor dicho, esta escena— de la película Dos hombres y un destino, una de mis favoritas, dirigida en 1969 por George Roy Hill.

La escena en cuestión, que sin duda mucha gente conocerá de sobra, muestra a Butch Cassidy (interpretado por Paul Newman) ofreciendo un pequeño y divertido paseo en bicicleta a Etta Place (Katherine Ross), quien en realidad era la pareja de su compañero de fechorías, The Sundance Kid (Robert Redford). Todo ello mientras suena de fondo la célebre canción de B.J. Thomas, Raindrops Keep Falling on My Head (Gotas de lluvia sobre mi cabeza), tema que logró uno de los cuatro Óscares con los que fue galardonada la película. Además, la película se llevó premios por mejor fotografía, guion original y banda sonora original, esta última compuesta por Burt Bacharach.

Poseo desde hace tiempo una edición especial en DVD, en caja metálica, uno de esos pequeños tesoros que guardo como oro en paño. Espero que os guste tanto como a mí; apenas son tres minutillos de nada, pero seguro que os arranca una pequeña sonrisa.


13.8.08

¡¡Resuelto gracias a Drea¡¡

 

En mi total e inmensa ignorancia informática, desconocía que existían otras formas mucho más sencillas y prácticas de subir vídeos desde YouTube a un blog. Por suerte, una amiga —que también tiene blogs magníficos como "Bloglobosofía", "A dos pasos del paraíso" o "Extremadura Perdura", donde también colaboro y que os recomiendo echar un vistazo en mis enlaces— me envió un correo completísimo, con instrucciones claras y hasta ilustradas, explicándome cómo subir el vídeo simplemente pegando el código que proporciona YouTube. Así de fácil, sin líos ni complicaciones.

Mil gracias por la ayuda, amiga.

Y para celebrarlo, os dejo este vídeo: The Miracle de Queen, un curioso y divertido videoclip de 1989 en el que los chicos de la banda son sustituidos por otros más jóvenes… salvo en la estelar aparición final, cuando se unen los miembros reales con sus pequeños “clones”. Una joya para fans y curiosos.


No suben los videos de Youtube

No sé qué está pasando, pero llevo más de una semana intentando subir vídeos desde YouTube a mi blog y nada. Selecciono el vídeo, le doy a subir y aparece el mensaje de siempre: “Este vídeo aparecerá en breve en tu blog”. Pero luego… no aparece ni rastro. Ya me ha pasado antes, alguna vez se ha retrasado un par de días en alojar el contenido, pero esta vez la espera se está haciendo eterna: ¡más de siete días y nada!

No sé si ocurrirá como en otras ocasiones y de repente se “instalen” todos los vídeos de golpe, incluidos algunos que ni siquiera quería subir y que sólo puse para probar si funcionaba. Si alguien sabe qué puede estar pasando o conoce otro método para subir vídeos de YouTube sin hacerlo desde la propia página, le agradecería que me lo contase.

Algunos posts sin su vídeo correspondiente casi pierden sentido, y hubiera quedado mucho mejor poder completar el tributo a Paul Newman con alguna escena de sus innumerables películas.

¡Cagontó!

12.8.08

Paul Newman


Paul Newman se apaga. O al menos eso es lo que afirman fuentes cercanas al actor, quien, a sus 83 años, no ha podido superar una grave enfermedad que arrastra desde hace tiempo y para la cual los médicos le han dado apenas unas semanas de vida. Hablar de un gigante de la gran pantalla como él daría para mucho más que un simple post. Mi intención, sin embargo, es rendir un pequeño tributo a alguien que nos ha hecho y nos seguirá haciendo pasar grandes momentos a todos los amantes del buen cine.

La filmografía de Paul Newman está llena de grandes películas, muchas de ellas ya míticas y legendarias, pero yo guardo un cariño especial por su inolvidable papel de Butch Cassidy en la genial cinta Dos hombres y un destino, junto a Robert Redford, con quien también compartió pantalla en El golpe, ambas dirigidas por el magnífico George Roy Hill. Películas así, sencillamente, ya no se hacen.

Paul Newman no fue solo un mito, una leyenda y un icono del cine, sino también un actor excepcional que durante décadas nos regaló interpretaciones memorables, cargadas de talento y humanidad. Ojalá pueda recuperarse, pero más allá de eso, su legado perdurará para siempre.

11.8.08

Wall-E


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Viendo Wall-E, la primera duda que me asalta es si en Pixar realmente saben a qué tipo de público va dirigida esta cinta. No es que no haya escenas divertidas que sin duda harán las delicias de cualquier niño —que las hay y muchas—, pero creo que ese aspecto queda en un segundo plano. La película me da la impresión de ser, más bien, un mensaje o una autoreflexión profunda que, al menos para los adultos, resulta clara y reveladora.

Wall-E nos presenta una visión de un futuro, quizás no tan lejano, en el que estaremos cada vez más aferrados a la tecnología y lo virtual, en detrimento de las cosas que realmente merecen la pena en la vida. De hecho, esa realidad ya está ocurriendo: basta con dar un paseo por el barrio donde uno se crió para darse cuenta de que los niños casi ya no juegan en la calle. Para eso tienen consolas, internet, y hasta pueden relacionarse virtualmente, haciendo “amistades” digitales en lugar de esos viejos amigos de la calle que compartían juegos y aventuras reales.

Pocas veces una película con tan poco diálogo ha dicho tanto. Ese idealismo y esa advertencia deberían hacernos reaccionar, reflexionar y, ojalá, cambiar algo en nuestra forma de vivir y relacionarnos.

En cuanto a la parte técnica, Wall-E se sitúa sin duda entre las mejores películas de animación de la era moderna. Otro acierto más para Pixar. Tras maravillarme con Ratatouille, han vuelto a hacerlo con esta joya futurista, que combina sensibilidad, humor y una crítica social que no deja indiferente.