Al llegar a casa esta tarde, con el cuerpo algo cansado y la mente ya pensando en el partido de futbito que me espera a las ocho, me he topado con un milagro tecnológico digno de ser narrado en los anales domésticos: una de las lucecitas intermitentes del módem —ese maldito centinela de mis desesperos— había dejado de parpadear. Una tenue luz fija, sin titubeos ni sarcasmos, me daba la bienvenida como si dijera: “Hermano, hemos vuelto”.
Encendí el ordenador con la desconfianza de quien ha sido traicionado demasiadas veces y, tras unos segundos que parecieron siglos, ¡voilá! Internet ha regresado a mi hogar. Han sido dos semanas de oscuridad digital, de conversaciones con grabaciones automáticas, de promesas incumplidas por parte del servicio técnico de Orange, y de silencios telefónicos tan elocuentes como desesperantes. Me dijeron que, en cuanto se restableciera el servicio, me llamarían. ¿Os han llamado a vosotros? Pues a mí tampoco.
El caso es que vuelvo a estar aquí, y aunque me pilla con la mochila en la mano y las zapatillas de deporte ya puestas, no podía marcharme sin agradeceros vuestros comentarios, vuestro humor y, quién sabe, incluso que me hayáis echado un pelín de menos (aunque sea por compromiso, je, je, je).
La foto que acompaña este post fue tomada en la casa de Benito Pérez Galdós, allá en Las Palmas de Gran Canaria. Me lo imagino allí, entre libros, papeles y tinteros, ajeno a la fibra óptica y los routers caprichosos. Seguro que Don Benito era más feliz sin internet... pero también es verdad que se habría perdido este momento tan glorioso.
Gracias a todos por la paciencia. Esta misma noche me pondré al día con vuestros espacios, que ya tenía más ganas que modem sin reset.
Nos vemos en la red, compañeros.
Y ahora... ¡a por el partido!