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2.2.09

La última nevada

Ocurrió más o menos por estas fechas, a principios de febrero. Una mañana como otra cualquiera de un invierno tan frío como este, en la cual Juanjo y yo nos dirigíamos al colegio con el pequeño aliciente de ser viernes y la particularidad de que ese día nos quedábamos casi todos a comer allí, ya que los Salesianos todos los años participaba en la campaña contra el hambre, que consistía en quedarse a comer un simple bocadillo que comprábamos en el colegio en solidaridad con los que pasaban hambre del tercer mundo y el dinero recaudado se enviaba a las misiones.
Supongo que como muchas otras mañanas, Juanjo me contaba la película que había visto en video la noche anterior, ya que era de los pocos que poseían un reproductor Beta, y con ello disfrutaba de esas "obras maestras" del cine como eran las películas de Pajares y Esteso, las de Jaimito o alguna que otra de Bruce Lee. Tampoco había mucho donde elegir pues apenas había video clubs y el material que poseían no era muy extenso.
Entre patadas y puños, o señoritas ligeras de ropa, de repente hizo un pequeño paréntesis.
-¿Sabes?, anoche cuando estaba a punto de salir de las clases particulares de Don Rafael, unas niñas que también están apuntadas salieron un momento a comprar al kiosco y cuando regresaron volvieron con la cabeza llena de copitos de nieve.
-¿De verdad?
-Sí, sí. Lo que pasa es que cuando yo salí de las clases ya no estaba nevando, y lo poco que había caído ya se había derretido, pero es verdad.
-Pues no sé, no había escuchado nada y mi padre que ayer estuvo de tarde tampoco dijo nada cuando llegó por la noche.
-Pues es verdad y esta mañana desayunando mi madre tenía la radio puesta y han dicho que va a nevar por aquí.
-Ojala nevara. Yo nunca he visto la nieve.
Llegamos al colegio y nadie de los que yo conocía hizo ningún tipo de mención al hecho narrado por Juanjo. Nadie sabía ni había visto nada.
Así que la mañana pasó de la manera más normal posible para unos niños de 5º. curso de la desaparecida EGB. De vez en cuando miraba por la ventana, por si al cielo, bastante gris, le daba por repetir lo de la noche anterior, o aún peor, le daba por llover y fastidiaba el día. Llegó la hora de la salida, y en vez de marcharnos a casa como hubiese sido habitual nos pusimos a hacer cola para comprar el bocadillo. El resto del tiempo fue un enorme recreo hasta las tres que era la hora de la entrada por la tarde.
Estábamos todos formados en el patio para entrar en las aulas cuando alguien empezó a gritar.-¡¡Está nevando, está nevando¡¡
Yo por más que miraba no veía nada, cuando al pronto empecé a percibir unas pequeñas motitas blancas que descendían como si fueran plumas, de un lado para otro movidas por el poco viento que hacía. La locura se apoderó de casi todos, gritando y alzando la mano para poder atrapar uno de aquellos minúsculos copos.
Pero aquello no parecía ir a más, incluso dejaron de caer. Con una pequeña sonrisa pero con la decepción de que no veríamos la nieve nos dirigimos todos hacía las aulas.
No pasarían más de cinco minutos cuando de nuevo alguien volvió a gritar.-¡¡otra vez está nevando¡¡.
-¿otra vez? Pero si apenas habían caído unos diminutos copillos, está claro que aquí nunca nieva. Pensé.
Pero cual fue mi sorpresa, cuando al mirar por la ventana comprobé que en efecto ahora si nevaba de verdad, y de que manera. Todos corrieron a asomarse a los cristales con la boca abierta y casi sin dar crédito a lo que veíamos.
Así que ni clases de manualidades ni nada, hasta el profesor se quedó embobado viendo como en pocos minutos el suelo se cubría de un manto blanco que la gran mayoría de los que allí estábamos jamás habíamos visto.
-Don Miguel, Don Miguel, déjenos salir al patio. Lo que empezó como una petición a modo personal de un compañero, se hizo un clamor popular en unos segundos.¡¡Al patio, al patio¡¡. Supongo, que casi tan emocionado como nosotros por tocar la nieve, el profesor dijo.-Venga, todos al patio.
Y como si fuera lo último que íbamos a hacer, dejamos todo sobre los pupitres y salimos fuera, cosa que poco a poco hicieron el resto de clases y de nuevo aquello se volvió a convertir en un improvisado y original recreo.
Aquella tarde ya no hubo más clases. Estuvimos el resto del tiempo corriendo por los inmensos patios y campos de fútbol que por aquellos tiempos había en el colegio, hoy gran parte de ellos desparecidos, ya que se vendieron y construyeron pisos y algún concesionario de automóviles. Incluso rememoramos una de las lecturas de clase de lenguaje titulada "Los lobos bajan al llano", donde la nieve era la principal protagonista.
El camino de regreso a casa lo tengo grabado en la memoria. Es una de esas estampas que perduran en tu interior por muchos años que pasen. Si todos los días tardábamos unos veinte minutos en recorrer el camino que había desde el colegio hasta la barriada de Santa Catalana, aquel día tardaríamos más de una hora. Y es que no había rincón o explanada en la que no nos parásemos a guerrear con la nieve.
Al llegar a casa, llamé a la puerta y abrió mi hermano, que esa mediodía había regresado de Cáceres donde estudiaba y se había tirado toda la tarde dormido en el sofá ajeno a todo aquello. Cuando me vio llegar empapado hasta los huesos, me preguntó que me había pasado, así que le dije que se asomara a la calle. Aún medio adormilado no daba crédito a lo que veía y con el pelo alborotado se puso la chaqueta y salió a dar una vuelta.
Aquella noche volvió a nevar y el cielo se tornó de un color rojizo como nunca he vuelto a verlo.
A la mañana siguiente todos en el barrio salimos al parque en construcción por aquellos días a seguir con la guerrilla de nieve, aunque el sol empezó poco a poco a derretir aquel increíble manto blanco. Recuerdo a la madre de Juanjo con un tomavistas filmando algunos de aquellos momentos. Imágenes que no he vuelto a ver y que me gustaría rememorar algún día. Durante algunos días más, la nieve se conservó el las zonas en las que el sol casi no daba en todo el día, pero no volvió a caer ni un sólo copo más.
Decían los mayores que hacía unos treinta años que no nevaba en Mérida. Recuerdo que sentí algo de pena al pensar que si tenían que pasar otros treinta años para que volviera a nevar ya no me acordaría de aquellos días. Pero no, me convencí a mí mismo que al año siguiente volvería a caer otra nevada similar, o como mucho un par de años o tres después.
Pues bien, ya han pasado veintiséis años de la última nevada, pero la sigo recordando con los mismos ojos de aquel niño de diez.

11 comentarios:

Cristina Poulain dijo...

Yo también quiero que nieve :(
Muy bonito :D
UN beso

Antonio dijo...

Lo recuerdo. Es un rollo que aquí no nieve nunca.

Gema dijo...

Que bueno, nunca he visto nevar, cuando he ido a Sierra Nevada he visto la nieve pero nunca nevar. Tiene que ser muy divertido, esto del cambio climatico igual nos hace ver por estos lares alguna vez la nieve porque hay días que hace un frio que pela.
Besos.

Belén dijo...

Yo vengo de teruel, tenía la nieve muy aprendida!

Besicos

Mundos Azules dijo...

Aunque para tí seguramente la protagonista de tu entrada sea la nieve, y lo digo sobre todo por el título, para mi la protagonista ha sido la historia entera. Me ha encantado y me ha recordado mis viejos tiempo de escuela. Genial.

Calle Quimera dijo...

Ha sido todo un acierto compartir este recuerdo con nosotros, Alberto, lo he disfrutado una barbaridad. Estaba tan vívidamente narrado que casi me pareció presenciar toda la escena... Yo soy sevillana, y en mi tierra jamás vi nevar. La primera vez que vi ese espectáculo tenía 4 años,y fue en León, en el camino de un viaje a Oviedo que hicimos toda la familia. Aún lo tengo impreso en la retina, y prefiero no decirte cuánto ha pasado ya de aquello.. :-)

Estos recuerdos no se van nunca, te lo garantizo, y dentro de 30 años estará tan fresco en tu memoria como hoy.

Un besote enorme.

Maria Coca dijo...

Qué bonito!!!! Ver nevar en Mérida debe ser alucinante. Seguro. Un relato plagado de emoción, Alberto.

Besosss

Anónimo dijo...

Te felicito por lo bien que has narrado esa experiencia inolvidable para tí, lindo post :)

Saludos y un abrazo

LlunA dijo...

jjejej tu historia me resulta familiar, yo viví algo similar, es tan bonito cuando las cosas te cogen así por sorpresa!!
un besote

Roxi dijo...

Que lindo recuerdo !!!
Esa emoción, esa nostalgia, esa imagen tan clara, tan cristalina.
Yo tambi´ñen recuerdo la primera vez que vi la nieve, que vi nevar en Santiago, que es algo que ocurre muy, pero muy derrepente. No es habitual.
Todos alegres, sorprendidos, jugando, todos niños, sin importar la edad.
Me vendría bien, un poquito de nieve por estos días.
Un abrazo!

Unknown dijo...

eres todo un poeta eh?

me ha gustado mucho>!