El pasado verano, en uno de aquéllos fantásticos días de vacaciones , nos contaron en Mojácar algunas historias de brujas, chamanes y curanderos.
Entre otras leyendas ancestrales trasmitidas de generación en generación, supimos del tío Frasquito, un curandero del la zona que aseguraba que todos los días al caer la noche veía como varias de estas brujas volaban la localidad montadas en sus escobas. Su mujer, aunque era conocedora de ciertas habilidades de algunas señoras de la zona, no creía que ninguna de ellas tuviera la pericia de poder volar y menos sobre una escoba. Delirios, tal vez, de un señor mayor que posiblemente tomara más de un par de vinos antes de la cena.
Frasquito se hizo célebre por su supuesto poder en sanar dolencias y enfermedades como la tuberculosis y la ceguera sin cobrar absolutamente nada, aunque había quien aseguraba que una de sus hijas era la encargada de recibir generosos donativos de quienes acudían allí en masa a buscar remedio para sus padecimientos.
Tal llegó a ser la celebridad de Frasquito, que hubo quien hizo su agosto llevando y trayendo a la gente desde Mojácar, Garrucha y otras localidades cercanas, varias veces en el día.
Cierto es también que en la época de la postguerra en Mojácar, la figura de la bruja, más que bruja, curandera, curalotodo o santera, era algo habitual.
Bien entrado en siglo XX y ya en tiempos en los que el turismo le dio el empuje que necesitaba esa parte tan alejada del resto de España del cabo de gata en la provincia Almeriense, fue muy conocida la tía Rosa, más conocida como "La Cachocha". Nos contaron que esta mujer elaboraba una especie de polvos mágicos llamados "polvos pichirichis", que tenían el poder de dotar a cualquier varón en edad de merecer, del vigor, atractivo y energía para que la mujer a la que pretendía cayera rendida a sus pies bajo sus encantos, si es que los tenía. Y si no los tenía, que era lo más probable, dichos polvitos hacían su faena de galanteo y enamoramiento.
El encantamiento también funcionaba a la inversa si era la moza en cuestión la que quería camelarse al joven. Y era tal la creencia en que aquello llevaba a buen puerto, que muchos de esos jóvenes eran reacios a tomar algo en casas o lugares que no les inspiraban mucha confianza no fuera que la bebida en cuestión llevase cierta dosis de los "polvos pichirichis".
Cierto o no, Mojácar es una localidad que cautiva y atrapa a todo el que pasa unos días allí, tal vez aun quede algo de ese embrujo, y nunca mejor dicho.
2 comentarios:
Confieso q siento una especial fascinacion por brujas y brujerias, quizas porq yo misma lo soy un poco. Esos lugares quedan impregnados de cierta energia q se percibe y te engancha.
Mi madre la conocía ala Cachocha
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