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23.8.25

Cuarenta y cuatro grados a la sombra (XII): Navidad, brasero y jamón al límite


Cuarenta y cuatro grados a la sombra (XII): Navidad, brasero y jamón al límite

La llegada de diciembre se notó de golpe, como un portazo térmico: nueve grados por la mañana, escarcha en los retrovisores y el típico crujido del suelo cuando uno pisa la primera helada. En Villafresno del Río eso activa el espíritu navideño como una campanilla en un convento de clarisas: con ímpetu, tradición y un punto de descontrol.

La señora Alfonsa, como cada año desde 1983, sacó el belén de corcho del altillo del armario. El ácaro huía despavorido al ver el panorama: más musgo artificial que un jardín vertical del IKEA, un río de papel de aluminio arrugado que parecía la ruta de la plata tras un terremoto, y un San José sin pies pero que seguía en pie por pura voluntad cristiana y un palillo oculto bajo la túnica. El Niño Jesús, que en realidad era un muñeco de plástico de los años 70, tenía una cara que daba más miedo que ternura, pero Alfonsa decía que lo importante era el mensaje.

Mientras tanto, en el bar de Nines, los villancicos empezaron a sonar desde el puente de la Constitución. Desde entonces, nadie en el pueblo ha podido tomarse un café sin escuchar a Camela cantando “Los peces en el río” con ese teclado que parece una verbena montada en un carrito de la compra. El espumillón cuelga de las botellas de anís, del ventilador del techo y hasta del marco de una foto de Julio Iglesias en blanco y negro.

—Esto da ambiente —dice Nines mientras calienta el chocolate en el microondas y saca churros de una bolsa congelada. Los mete en la freidora, los saca con prisa y quedan tan crujientes que crujen hasta en el pensamiento.

El gran evento de la temporada no es la misa del Gallo ni el encendido de luces, que en Villafresno consiste en enchufar una regleta en la fachada del ayuntamiento. No. El verdadero espectáculo es el Belén viviente, organizado por la Asociación Cultural “Ni Frío Ni Calor”, que este año ha recibido una subvención de 312 euros para vestuario, iluminación y "refrigerio del elenco". El refrigerio, como siempre, fue anís y polvorones.

Este año, el papel de Niño Jesús lo hace el hijo de Lucía, la peluquera, que tiene cinco meses y cara de haber vivido ya varias vidas. El buey no pudo venir —problemas de movilidad bovina—, así que lo sustituyó el burro de Julián, disfrazado con orejas de cartón y una manta marrón. El ángel anunciador fue, una vez más, Manolito “el sordo”, que subido a una escalera de la comunidad gritaba a destiempo:
—¡Gol en el descuentooooo!
—¡Que no, Manolo! ¡Gloria in excelsis, jodío!

La gente aplaude igual, porque a estas alturas ya no se espera otra cosa.

Y luego está el Sorteo del Jamón, la verdadera liturgia laica de la Navidad villafresnera. Organizado por el Ayuntamiento, patrocinado por la ferretería El Tornillo Feliz y supervisado, como siempre, por Don Isidro, que lleva veinte años sin que le toque ni la tos.

Las papeletas se venden en el estanco, en la carnicería, en la gasolinera y hasta en el ambulatorio, donde el enfermero, entre vacuna y vacuna, te dice:
—¿Te pincho la del tétanos y te vendo dos papeletas?

El sorteo se celebra cada 23 de diciembre en la plaza del pueblo, sobre una mesa plegable del salón de actos. Este año, la mano inocente fue Marta, la nieta de Alfonsa, con siete años, trenza torcida y mocos nivel 2. Marta sacó el número 042.

—¡El de la Lotería! —gritó alguien eufórico.
—No, alma de cántaro, ese era el Gordo. Este es el jamón —respondió Nines, mientras se encendía un cigarro a escondidas del cartel "Prohibido fumar".

El agraciado fue Damián, el del camión, que ya tiene fama de que todo le cae del cielo. El cuñado le regaló un coche, su suegra cocina para él, y su mujer, Pepi, todavía le plancha los calzoncillos. Cuando dijeron su nombre, ni se inmutó. Solo alzó las cejas y murmuró:
—Era de esperar.

—¡Tongo! —protestó Don Isidro, ya con media sonrisa y el palillo atravesado en la comisura del labio—. Si a ese le toca hasta cuando no juega.

Cinco minutos después, Nines ya había puesto el jamón sobre la barra del bar. Sacó el cuchillo jamonero de la caja registradora (lo guarda ahí “por si un día entran a robar”) y empezó a repartir lonchas con regañás y vino de cartón.

—¿No se lo va a llevar Damián? —preguntó alguien.
—¡Pero si ya tiene tres en casa! Y este lo ha donado, que dice que es Navidad —respondió Nines, mientras cortaba como una artista del cuchillo.

Y así, entre vasos de vino peleón y olor a brasero portátil, se fue haciendo noche en la plaza. Los niños correteaban disfrazados de estrella fugaz, pastorcillo y, en el caso de Carlitos, de Spiderman (la madre dice que no había otra cosa). Dos suecos, Lena y Gustav, que vuelven cada año porque “aquí la gente es muy cálida, aunque el tiempo no tanto”, bailaban agarraos con un grupo de jubiladas de la Asociación de Encaje de Bolillos.

A eso de las diez y media, cuando la escarcha ya se insinuaba en los bancos y alguien sacó un altavoz para poner “All I Want for Christmas Is You” en bucle, Don Isidro levantó su copa de anís del mono y miró al cielo.

—Y que el año que viene nos coja con salud, con sombra en verano y con jamón en la cesta —dijo, solemne, mientras le temblaba el vaso pero no la intención.

En Villafresno del Río, la Navidad no se mide por luces ni escaparates. Se mide en calor humano, braseros prestados y la generosidad de quien comparte su jamón sin necesidad de hacer una foto para subirla a ninguna red social.

Porque, como dijo Damián esa noche antes de irse:
—Donar el jamón no me cuesta nada. Total, me queda el del sorteo del sindicato.

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