Cuarenta y cuatro grados a la sombra (XIV): Primavera con P de Polen
El primer síntoma de la primavera en Villafresno del Río no fue el canto de los pájaros, ni las flores, ni el cambio de hora, ni el anuncio de El Corte Inglés
. Fue la tos de Don Isidro, que estalló en la plaza como un petardo asmático y con barba de tres días.
—¡Ya está aquí! —dijo con resignación, mientras sorbía por la nariz como si intentara succionar el polen de toda la comarca—
Las almendras florecieron en una semana como si cobraran por productividad. Los campos pasaron del gris invierno al technicolor rural en tres días, y las abejas salieron en formación, con una puntualidad casi militar, zumbando entre olivos y rosales como si les fueran a quitar la subvención.
Los tractores iniciaron su ritual matutino a las seis en punto. El rugido de los motores se mezclaba con el canto de las chicharras prematuras y el golpeteo regular de los goteros de riego. En el parque infantil, la primera lagartija del año hacía flexiones al sol sobre el tobogán como si entrenara para la olimpiada de reptiles.
El consultorio médico, como siempre, se adaptó con su peculiar sentido del humor. La enfermera colgó un cartel junto a la báscula:
“Si usted respira y le pica todo, es primavera.
Si no respira, venga urgente.
Y si viene a por recetas, tráigase paciencia y un libro.”
El mostrador se llenó de vecinos con ojos rojos, narices del color de una guindilla y pañuelos que parecían haber pasado por una batalla. Doña Brígida, que era hipocondríaca todo el año y alérgica sólo por temporadas, afirmaba que el polen este año venía “modificado genéticamente para matar”.
—Esto ya no es naturaleza, es terrorismo vegetal —decía mientras se embadurnaba las fosas nasales con Vicks VapoRub y una ramita de ruda.
Nines, al ver que el bar comenzaba a llenarse de parroquianos con mascarillas de obra, gafas de buceo y estornudos tan potentes que hacían temblar los sifones, decidió adaptar el menú del día:
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Lunes: puré antihistamínico
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Martes: croquetas de aire
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Miércoles: ensalada de polen (solo para valientes y masoquistas)
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Jueves: callos con mentol
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Viernes: estofado de carne con Loratadina rallada
Incluso añadió una sección de infusiones: “Tisana de ortiga para el picor, tila con jengibre para la rabia y manzanilla con anís por si acabas llorando”.
En el ayuntamiento, el alcalde Cipriano ordenó barrer la plaza tres veces al día con un camión soplador nuevo que sonaba como un reactor soviético en apuros. La consigna municipal era clara: “Ni una flor seca en el suelo. Guerra al residuo botánico hostil.” Pero cada vez que soplaba el viento, parecía que alguien sacudiera un edredón lleno de polen desde el campanario.
Don Isidro se enfadó con un ciprés centenario que llevaba soltando pelusa como si tuviera ganas de jubilarse por partes:
—¡O deja de soltar mierdas o lo podo yo mismo con la motosierra del nieto, que no tiene miedo ni a los cipreses ni al obispado!
En el colegio, las maestras organizaron los talleres de cruces de mayo. Este año, por unanimidad de las madres asmáticas, todas las flores serían de papel maché, plastilina y ganchillo. Una niña alérgica hasta al WiFi declaró solemnemente:
—Cuando termine cuarto de primaria, me voy al Polo Norte. Allí no hay olivos ni gramíneas. Y los osos polares me dan menos miedo que los plátanos de sombra.
Los recreos se parecían más a un quirófano: los niños salían con gafas de sol, mascarillas de colores y un abanico colgando al cuello como si fuera un stent de emergencia.
En la plaza mayor, junto a la fuente (que aún echaba agua a intervalos, dependiendo de si alguien se acordaba de abrir la llave), se instaló un marcador digital en una de las farolas solares:
“Faltan 46 días para los 40 grados.”
Para unos era amenaza. Para otros, profecía. Para Don Isidro, era una cuenta atrás personal:
—Que vengan. Aquí los esperamos con abanico, vinagre en los sobacos y mala leche.
La tertulia del banco de piedra volvió a activarse. Julián el del estanco, Manolo el del pan y Puri la de los recados compartían diagnósticos, previsiones y rumores climáticos:
—Dicen que este año viene El Niño.
—No, es La Niña.
—¡Pues yo he oído que es El Yerno! Que viene sin avisar, se instala y no hay quien lo eche.
—Yo me voy comprando un aire acondicionado aunque tenga que enchufarlo a la farola de la iglesia.
Y en medio de tanto picor y estornudo, las tardes eran amables. La brisa aún tenía alma, el sol era compañero y no enemigo, y los abuelos volvían a jugar al dominó en la calle sin derretirse. La parroquia tomaba el fresco en las sillas de anea, se comentaban las novedades del campo y del mundo, y un silencio tierno bajaba desde el monte a la hora de la siesta.
En esos días tranquilos, Villafresno del Río parecía otro: un lugar donde la vida rural aún olía a tomillo, a limonada… y a Ventolín.
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