Cuarenta y cuatro grados a la sombra (XV): Procesiones y empanadillas
En Villafresno del Río, la Semana Santa no es una semana: es una estación emocional. Empieza el Domingo de Ramos y termina… cuando se enfrían las torrijas y alguien recoge los últimos bancos de la plaza. No hay tronos dorados, ni bandas militares, ni costaleros con cuello de gimnasio. Pero hay algo más poderoso: fe rural, improvisación bendita… y muchas ganas de liarla.
Domingo de Ramos: calor y camisa sagrada
El Domingo de Ramos amaneció con 32 grados a la sombra y 40 en el asiento del coche. Las palmas se entregaban en la puerta de la iglesia, pero ya venían cocidas, como si las hubieran pasado por el microondas de Dios.
Los niños iban disfrazados de angelotes, santos y algún que otro Pokémon (confusión que Don Ramiro trató de ignorar con un suspiro cristiano). Los mayores, como siempre, iban disfrazados de sí mismos pero “vestidos de domingo”, que aquí significa sudar en lino o poliéster sin perder la compostura.
Don Isidro estrenó su camisa “de lino sagrado”, que solo usaba para bodas, bautizos y catástrofes climáticas.
—Esto, más que Ramos, parece el Corpus… del infierno —murmuró, mientras le chorreaban las sienes.
La procesión salió puntual, como mandan los cánones y el reloj biológico de Don Ramiro, que no se atrasa ni en Semana Santa. El paso del Cristo de la Clemencia, hecho hace años sobre una mesa camilla con ruedas de carretilla y un par de refuerzos de andamio, avanzaba entre baches, aplausos y algún tropiezo. Los costaleros eran tres: los primos de Julián el del estanco y uno que pasaba por allí con buena voluntad y resaca.
El paso se ladeaba como una peineta con viento de levante, pero la gente no decía nada. Se aplaudía con respeto y fervor, que para eso es Semana Santa.
En cada esquina se improvisaba una saeta. La mejor la cantó Mari Pepa la del ultramarinos, aunque estaba afónica y se quedó en algo entre saeta, tos seca y el himno del Extremadura CF. Aun así, emocionó. Hubo quien lloró. Hubo quien estornudó.
Los abuelos, sentados en sillas de anea bajo los naranjos secos de la plaza, comentaban:
—¿Te acuerdas cuando al Cristo se le cayó un brazo en 2009?
—Sí, y lo arregló el Manolo con superglú. Milagro moderno, y no lo cobró.
Jueves Santo: vigilia creativa y chorizo infiltrado
El Jueves Santo fue, como siempre, día de vigilia. Pero en Villafresno eso se interpreta libremente: mientras no haya filete, todo lo demás se negocia. En muchas casas se comió empanada de atún con huevo, croquetas de bacalao y sopa tan espesa que si se caía la cuchara, no se hundía.
Nines, siempre práctica, puso en el bar una tapa especial de "pecado venial": garbanzos con espinacas… pero con chorizo infiltrado.
—¡Yo esto lo como por tradición, no por convicción! —decía Isidro mientras mojaba pan con la actitud de un mártir feliz.
Viernes Santo: silencio relativo
El Viernes Santo llegó con cielo gris, temperatura agradable… y una procesión del Silencio que fue cualquier cosa menos silenciosa.
Primero, el tractor de Pancracio pasó por la carretera con las balas de paja para el corral. Luego, el altavoz del locutor de Radio Zumbío se quedó encendido y soltó media copla antes de que alguien lo apagara. Para rematar, varios móviles de los costaleros vibraban sin parar con alertas del tiempo:
—¡Aviso naranja por viento y saetas espontáneas!
El paso del Cristo iba iluminado por unas velas del bazar, que a las nueve de la noche parecían churros flácidos con mecha. A mitad del recorrido, una señora gritó:
—¡Por Dios, que alguien le eche un abanico al Santo!
Y entonces ocurrió el milagro del año: Julián, concejal de festejos, subió al paso y colocó discretamente un mini ventilador de pilas a los pies del Cristo. A pilas. En modo oscilante.
—Si esto no es devoción moderna, que baje Dios y lo vea —dijo Don Isidro, emocionado.
Sábado Santo: resaca de incienso y tortilla comunitaria
El Sábado Santo fue día de descanso. O de resaca litúrgica. A media mañana, en la plaza, se organizó una tortilla comunitaria para alimentar almas y estómagos: veinte huevos, cuatro kilos de patata, y la aparición espontánea de cinco botellas de anís “por si refresca”.
En Radio Libélula entrevistaron a Don Ramiro, que dijo:
—Aquí no tenemos mantillas, pero sí mantas… para el frío del alma.
Doña Alfonsa, maestra jubilada, le aplaudió desde su silla:
—¡Muy bien dicho, padre! ¡Y viva la tortilla sin cebolla!
Domingo de Resurrección: limonada, Judas y piedad eléctrica
El domingo amaneció con campanas alegres, pájaros gritones y olor a limonada. Tras la misa, se procedió a la tradicional quema del Judas, representado este año por un espantapájaros con camiseta de “¡BAJAD LA LUZ, MALDITOS!” y un recibo de la factura eléctrica grapado al pecho, 142 euros de indignación divina.
Cuando ardió, la gente aplaudió como en las bodas. Algunos lloraban. Otros brindaban.
Nines repartió limonada. Doña Alfonsa, torrijas. El bar parecía una verbena con incienso y azúcar. Don Isidro, con voz firme y dulzona, soltó la frase final mientras se limpiaba una lágrima:
—Otra Semana Santa sin perder la fe… ni el calor. Lo que es un doble milagro.
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