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25.10.25

Viernes noche

 Viernes noche. Sushi en casa. Plan tranquilo, de esos que suenan bien cuando los dices:

—Esta noche, sushi y peli.

Y ya parece que tienes la vida ordenada.

Ella llega con la bandeja, yo pongo los platos y empieza la ceremonia japonesa de andar por casa.

—He comprado sushi del bueno —dice.

Traducción libre: bandejas de Shibuya con más arroz que peces en el mar.

Abrimos los palillos. Ella los maneja con elegancia. Yo, en cambio, parezco intentando atrapar una anguila invisible.

—No, así no, me corrige, se coge con estos dos dedos.

—Cariño, con esos dos dedos no cojo ni un billete de 50 del suelo —respondo mientras un maki sale rodando por la mesa.


Todo va bien hasta que aparece el wasabi. Ese punto verde traicionero que parece inofensivo… hasta que toca tu lengua.

Ella se pone un poco, yo, por orgullo, me echo el doble.

Tres segundos después, noto que me arde el alma.

—¿Está fuerte? —pregunta ella sonriendo.

—No, no, está perfecto, me está limpiando los pecados yblos malos deseos a gente residual—contesto con la lágrima viva.

Seguimos cenando, riéndonos, comentando lo exótico del menú, pero los dos sabemos la verdad:

estamos pensando en un poco de torta del casar o una tortilla de patatas.

Aun así, brindamos con vino, un "Bala perdida" que está cojonudo, nos miramos y decimos “hay que repetirlo pronto”.

Y puede que lo hagamos…

pero la próxima vez, con jamón, queso y lomo de Extremadura.

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