Se habló en este blog de...

Mostrando entradas con la etiqueta Manises. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Manises. Mostrar todas las entradas

11.7.25

Luces en la memoria: el enigma de Manises y la nostalgia del misterio


Desde muy joven, los misterios del cielo me han seducido con una mezcla de inquietud y asombro. Recuerdo con nitidez aquellas tardes de verano a mediados de los años 80, encerrado en mi habitación mientras el calor se colaba por las persianas, devorando las páginas de Ovni: S.O.S. a la humanidad o El incidente Manises de J.J. Benítez. Libros que olían a tinta y a secreto. Fue entonces, en esa época de descubrimientos y certezas tambaleantes, cuando el caso Manises se alojó en mi memoria como uno de los episodios más intrigantes de la ufología española. Y aún hoy, tantos años después, me sigue pareciendo un enigma fascinante, como si las luces que aquella noche surcaron el cielo hubieran dejado una estela también en el tiempo.

Todo ocurrió el 11 de noviembre de 1979. Un domingo aparentemente anodino. El vuelo comercial TAE-297, procedente de Salzburgo con escala en Palma de Mallorca y destino final en las Islas Canarias, surcaba la oscuridad del cielo mediterráneo. Cuando se encontraba al suroeste de Ibiza, el mecánico de vuelo advirtió la presencia de dos luces rojas intensas a gran distancia por la izquierda del aparato. Eran dos puntos fijos, potentes, sin estructura aparente. Parecían moverse, o al menos eso interpretó la tripulación, y sobre todo, parecían acercarse.

Desde tierra, el Centro de Control de Barcelona confirmó que no había ningún otro aparato en las cercanías. Eso hizo saltar todas las alarmas. El comandante, desconcertado y ante la posibilidad de una colisión inminente con aquello que no tenía nombre, solicitó autorización para aterrizar de emergencia en Valencia. Aterrizaron en Manises, con la tensión colgando en el aire como un relámpago suspendido.

Pero la historia no acabó con el aterrizaje.

Varios testigos en tierra, personal del aeropuerto, militares en la base aérea, también vieron luces extrañas en el cielo. Había algo allá arriba, ajeno y silencioso. A la 1:20 de la madrugada, el Mando de Combate dio la orden: un Mirage F-1 despegó desde la base aérea de Los Llanos, en Albacete. Su misión: identificar el “tráfico desconocido”.

El piloto del caza detectó varias luces en la distancia, pero por mucho que acelerara, por mucho que maniobrara, nunca logró reducir la distancia entre él y el fenómeno. Como si las luces jugaran con él desde otro plano, burlonas e inalcanzables. Además, el Mirage sufrió interferencias en la radio y bloqueos intermitentes en sus sistemas de alerta, como si una mano invisible lo estuviera empujando hacia la incertidumbre. Tras más de una hora de persecución sin éxito, con el depósito casi vacío, regresó a la base.

¿Qué se vio realmente aquella noche?

Oficialmente, nada tangible. No hubo detecciones en radar, ni en tierra ni en aire. Nadie vio una nave. Solo luces. Pero esas luces alteraron el protocolo aéreo, movilizaron un caza de combate y dejaron en el aire más preguntas que respuestas. El expediente, desclasificado en 1994, es cauteloso: no hubo tráfico aéreo, sino luces “de dudosa identificación”.

Lo verdaderamente inquietante no es lo que se vio, sino cómo lo vimos. Porque como bien decía el psicólogo Buckhout, incluso los observadores más entrenados pueden fallar bajo presión. Nuestra mente interpreta, completa, rellena huecos con lo que espera ver. En la tensión del cielo nocturno, dos luces lejanas pueden convertirse en presencias que acechan. El piloto del Mirage, al igual que la tripulación del vuelo comercial, interpretó la amenaza. Pero... ¿existía?

El caso Manises sigue envuelto en una niebla racional y emocional. Algunos afirman que fue un simple cúmulo de errores: luces lejanas, planetas, estrellas confundidas, quizás los resplandores de la refinería de Escombreras. Otros, entre los que me incluyo por puro romanticismo del misterio, no podemos evitar pensar que algo nos visitó aquella noche. Algo que no entendemos. Algo que, como tantos otros fenómenos, se mueve en el filo donde acaba la ciencia y comienza el asombro.

Y es ahí, en ese espacio indefinido, donde habita el caso Manises. Un capítulo que no se cierra, que se resiste al archivo, y que sigue brillando, como aquellas luces sobre Ibiza, en la oscuridad.

A veces pienso que el caso Manises no me fascina tanto por lo que sucedió en el cielo aquella noche de 1979, sino por lo que encendió en mí años después, cuando era un chaval que hojeaba con devoción los libros de J.J. Benítez bajo la luz temblorosa de una lámpara de escritorio. Aquellos tomos de tapa blanda, con fotos borrosas de luces en el cielo y testimonios llenos de pasmo, no solo alimentaban mi imaginación: eran una ventana a un universo paralelo, donde lo imposible parecía posible y donde el mundo aún conservaba rincones sin cartografiar.

Eran tiempos sin internet, sin respuestas inmediatas ni explicaciones al alcance de un clic. Todo lo que sabíamos venía del boca a boca, de algún programa nocturno en la radio o de esos libros que parecían escritos para iniciarnos en una hermandad secreta del asombro. Había algo sagrado en creer, o al menos en permitirse dudar de lo establecido. Algo que hoy, en esta era de escepticismo exprés y certezas tecnológicas, echo profundamente de menos.

El caso Manises es, para mí, mucho más que un incidente aéreo. Es una madeja de misterio, pero también una cápsula del tiempo: una de esas primeras puertas que se abren cuando uno empieza a mirar el mundo con la intuición de que hay más de lo que se ve. Y, aunque el adulto que soy haya aprendido a valorar el escepticismo, el niño que fui, aquel que soñaba con luces inexplicables y cielos llenos de secretos, 
aún sigue creyendo, al menos un poco, que aquella noche pasó algo que nadie ha sabido explicar del todo.


Quizá, después de todo, ese sea el verdadero poder de estos casos: no resolver ningún enigma, sino conservar viva la capacidad de asombro. Como una luz lejana que nunca logramos alcanzar, pero que nos obliga a seguir mirando hacia arriba.