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15.10.09

El progreso humano


El progreso humano, a lo largo de los siglos, ha costado infinidad de víctimas y nada dice que en el presente podamos dar por clausurada esa época. Todavía vivimos en un sistema absurdo donde la relativa felicidad y libertad de unos se cimienta en el infortunio y la opresión de otros. Por desgracia, mucha gente considera esta situación como algo natural destinado a durar eternamente; incluso como algo justo. Para eso existen ideologías que proclaman la superioridad de unas razas sobre otras, de unos seres sobre los demás y hasta como último recurso, de una vida ultraterrena, donde todos seremos iguales y felices.

Santiago Carrillo (Memorias) 2006. Editorial Planeta. Edición revisada y aumentada.

8.10.09

Mi conversación privada con Dios en horas de siesta.

Un día cualquiera después de comer.
Hora: 16:30, más o menos.

Suena el teléfono.
Gli-gli-gli, gli-gli-gli.
(Los teléfonos ya ni siquiera hacen riing-riing, como antes).

—¿Sí, dígame?

—Hola, buenas tardes, ¿podría hablar con el señor don Alberto López?

—Bueno, muchas gracias por lo de señor y don, pero no me interesa ninguna oferta de telefonía, ni de internet, ni del club Chatrefour, ni la tarjeta de compra de El Corte Thailandés. Además, me acaba usted de fastidiar mi siestecita en el sofá mientras veo, entre tinieblas, Sé lo que hicisteis...

—Perdone, pero no le llamaba por nada de eso.

—¿Ah no? ¿Y con quién tengo el gusto de hablar?

—Pues verá... soy Dios.

—¿Perdón? ¿Cómo dice?

—Que soy Dios.

—¿Dios... Juan de Dios?

—No, no. Dios, Dios. A secas.

—¿Está de cachondeo? Mire que hoy no tengo el día para cantar bajo la lluvia como Gene Kelly.

—No bromeo. Soy Dios. El único y verdadero.

—¿Dios, Dios? ¿El de “me cago en…”?

—Ese mismo, por desgracia.

—¡Coño! Pues me pilla usted medio adormilado.

—Ya, ya te veo. Perdón por interrumpirte la siesta.

—¿Cómo que me ve?

—Soy Dios. Lo veo todo.

—¡Ostras, y yo en gallumbos!

—Tranquilo. Créeme, he visto cosas peores.

—Hombre, yo en gallumbos gano mucho, pero no sé si es el atuendo más adecuado para hablar con... ¿cómo le trato? ¿Su Santidad? ¿Su Altura? ¿Majestad?

—Llámame como quieras, hijo mío. Michael Landon me llamaba el Jefe en Autopista hacia el cielo.

—Pues nada, le hablo de usted, que me sale más natural. Pero dígame... ¿cómo es que llama por teléfono y no se aparece en forma de lengua de fuego o zarza ardiente o algo más bíblico?

—Marketing celestial. Si me aparezco en plan antiguo, la gente cree que es una cámara oculta o un especial de Iker Jiménez. Esto es serio, así que optamos por lo moderno: llamada telefónica post-sobremesa. Pillas a mucha gente en casa.

—¿Y no han probado con e-mails o SMS?

—Sí, pero la gente cree que es spam celestial. Ni lo abren. San Pablo propuso hacer una web con milagros en directo y subir vídeos a YouTube, pero no nos toman en serio. Mucho influencer y poca fe.

—Normal. El personal está muy quemado. La fe se desmorona. Falsedad, hipocresía, puñaladas traperas, decepciones... dan ganas de exiliarse a otro planeta.

—Por eso te llamo. Para hablar de fe. De tu fe, más bien de tu falta de fe.

—Hombre, no lo tome como algo personal. Es que el mundo no ayuda. Mire cómo están las cosas. Como dice Ismael Serrano, las hostias siempre caen sobre los que hablan de más. Y ahora con la dichosa “crisis”, todo afecta a los de abajo, mientras el de arriba se compra otro yate.

—Ya lo sé. Llevo observándote… unos 36 años.

—¡Joder, un rato dice!

—Para mí, eso no es nada. Soy intemporal.

—Cierto, cierto. Olvidaba ese detalle.

—Y he visto tu evolución... o más bien, tu involución religiosa. Has perdido la fe. Ya no crees ni en la suerte.

—Es que este mundo está mal repartido. Y cuando uno ve que los mismos se lo llevan calentito y los de siempre siguen en la cuneta... pues la fe se evapora. Hay demasiado predicador de escaparate, demasiada moralina en oferta y muy poco gesto real.

—Pasa de ellos. Son los de siempre: tiran la piedra y esconden la mano.

—Sí, pero cuando me tocan lo personal, salto.

—Eso lo sé. Pero no justifica que, en momentos de ofuscación, menciones a miembros del Santoral como si fueran compañeros de oficina.

—¿También me ve en el curro?

—Estoy en todas partes, ya te lo dije.

—Pues ya podría echarme una mano alguna mañana. Que voy hasta las cejas.

—No puedo hacer eso. Si te ayudo a ti, tendría que ayudar a todos. Sería un caos. Además, sin fe, poco puedo hacer.

—¡Ah, claro! Sin fe no actúa. Pero... ¿y si se manifestase un poco más? Algo tangible. Por ejemplo, si me tocase la Primitiva este jueves, le juro por su barba que me reconvierto. Incluso hago una donación a la Iglesia.

—No funciona así. No se compra la fe con euros.

—Bueno, si no es por no donar. Pero uno ya no se fía ni de las ONG. Que si UNICEJA, que si Matasanos sin Fronteras, que si Cruz Colarada... de cuatro partes, trincan tres y mandan una. Y gracias.

—Alguna hay, pero no todas. En fin... veo que no estás receptivo. Tendré que enviarte una señal divina.

—Pues si puede ser que el Athletic gane la Liga, eso sí que sería un milagro en condiciones.

—Tú piensa en lo de la fe. Ya hablaremos.

—Fíjese si tengo poca fe que hasta dudo que sea usted. Podría ser un Dios falso. De esos que se descargan por eMule.

—No digas chorradas.

—Perdone, es la costumbre. Bueno, vaya con usted mismo. Y piénsese lo de la Primitiva, que eso sí que me devolvería la fe.

—Jesús, Jesús…

—Dale recuerdos de mi parte. A él y al Rey del Pop.


📷 Fotografía: Atardecer en La Antilla (Huelva). Septiembre de 2008.


2.10.09

Un verano más o un verano menos.


Según se mire, porque los veranos, especialmente en determinadas épocas de nuestras vidas, dejan huella. No siempre son espectaculares, ni perfectos, ni de postal. Pero sí dejan algo. Un eco. Una vibración. Una marca invisible que solo el tiempo es capaz de revelar con claridad.

A veces lo hacen en forma de recuerdo luminoso, de carcajada compartida, de mirada en silencio o de una canción que sonaba en la radio del coche mientras atravesábamos una carretera secundaria sin rumbo fijo. Otras, simplemente vuelven cuando "aprieta el frío, cuando nada es mío, cuando el mundo es sórdido y ajeno", como escribió Sabina desde alguna de sus madrugadas rotas. Y entonces regresan. No solo los recuerdos del último verano, no solo los de este que acabó hace poco , el del 2009, sino también otros veranos, ya lejanos, ya levemente difuminados por el tiempo, que se superponen unos sobre otros como diapositivas antiguas en una vieja caja de zapatos.

No sabría decir si aquellos veranos fueron mejores o peores. Quizás eran más inocentes, o simplemente nosotros lo éramos. Pero lo cierto es que tenemos impresas en la memoria imágenes desgastadas como fotografías reveladas con prisas: un poco ajadas, algo arrugadas por los años, emborronadas por la vida y por la forma en que a veces, sin darnos cuenta, vamos deformando el pasado para hacerlo más habitable.

Seguramente habrá más veranos. Quizá más cálidos, más largos, más intensos. Pero nunca, nunca jamás, habrá uno igual a otro. Porque cada verano es único. Y cada uno se lleva algo de nosotros, como un ladrón que entra de puntillas y se lleva el sol por la ventana.

Así que, a modo de resumen sentimental, dejo aquí algunas postales desordenadas, retazos en forma de escena, capturados entre finales de junio y los últimos suspiros de septiembre de este verano de 2009, justo ahora que "el otoño llegó con su alfombra marrón tendida en las aceras", cubriendo los restos de lo vivido con esa melancolía tan suya, tan nuestra.

— Un viaje improvisado en coche con los cristales bajados, el salitre en la piel y el estribillo de una canción que ya no recuerdo, pero que en ese momento parecía contener todo lo que éramos.
— Las siestas en sombra compartida, el zumbido de los ventiladores y las conversaciones a media voz que parecen eternas, como si el calor también dilatara el tiempo.
— Una cena en la terraza de siempre, con vino barato, risas torpes, mosquitos traicioneros y promesas que no sabíamos que no íbamos a cumplir.
— El olor a aftersun, a cloro, a arena, a camiseta recién planchada para salir.
— Un mensaje que llegó tarde.
— Un reencuentro inesperado que no cambió nada, aunque por un momento fingimos que sí.
— Un cielo lleno de estrellas en un pueblo sin cobertura.
— Un domingo con resaca y tortilla fría, con los pies en alto y el alma a media asta.
— Un último baño. Siempre hay un último baño. A veces uno no lo sabe hasta después.

Y así, entre fuegos artificiales lejanos, canciones que se nos quedaron pegadas al cuerpo y un puñado de imágenes que ya empiezan a virar hacia el sepia, se nos fue este verano. El del 2009. Ni mejor ni peor. Simplemente único. Como todos.

25.9.09

Patrick Swayze

Es cierto. Es posible que no fuera el mejor actor del mundo, ni que sus películas hayan entrado en los anales de la historia del cine como obras maestras incuestionables. Pero también es cierto —y no menos importante— que quien más, quien menos, ha visto alguna vez Dirty Dancing, Ghost o Rebeldes. Y aún más: que al verlas, muchos sentimos algo. Quizá ternura, nostalgia, romanticismo o simplemente el placer de una historia bien contada.

Patrick Swayze no fue Laurence Olivier ni Robert De Niro, ni falta que le hizo. Supo construir su lugar en la memoria colectiva no desde la perfección, sino desde la autenticidad. Porque hay intérpretes que, sin haber alcanzado el Olimpo de los premios o la crítica, se cuelan con naturalidad en nuestras emociones, y se quedan ahí. No sólo por lo que hicieron, sino por cómo lo hicieron. Y Swayze lo hizo con una mezcla de carisma, talento y entrega que lo convirtió en un icono.

Su carrera, más variada de lo que a menudo se recuerda, incluyó momentos brillantes en cine (A Wong Foo: ¡Gracias por todo, Julie Newmar!), en televisión (la inolvidable Norte y Sur, donde interpretó al confederado Orry Main) y en musicales como Grease, en sus inicios, donde dejó clara su habilidad para el baile mucho antes de que Baby se negara a quedarse en una esquina.

Desde que le fue diagnosticado un cáncer de páncreas, siguió trabajando. Lo hizo con una dignidad poco habitual en el despiadado universo del show business. En esta última etapa, mientras la prensa amarilla se cebaba con él —como acostumbra a hacer con quienes sufren—, Patrick salió al paso de los rumores más crueles. Incluso cuando una falsa noticia de su muerte corrió como la pólvora por los medios, tuvo el coraje de posar junto a su esposa en una fotografía tomada en su rancho. Una imagen serena, llena de verdad, donde mostraba que seguía vivo y que seguiría luchando hasta el final.

Creo que ya lo he dicho alguna vez en este espacio, pero no me resisto a repetirlo: el breve vídeo que cada año emite la Academia durante la ceremonia de los Oscar, aquel que rinde homenaje a quienes se han ido, se vuelve con el tiempo cada vez más familiar. Cada vez más cercano. Porque cada vez son más los que, de algún modo, formaron parte de nuestras vidas. Patrick Swayze falleció el pasado 14 de septiembre en Los Ángeles. En la misma ciudad en la que, apenas unos meses antes, el 25 de junio, nos dejó otra leyenda: la estrella de la canción más grande de todos los tiempos.

Hasta siempre, Orry Main.
Hasta siempre, Patrick.


 
Videoclip del tema "She´s like the wind" que el mismo interpretó y compuso incluido en la banda sonora de "Dirty Dancing" (1987), que tuvo un enorme éxito llegando al número 1 en varios paises.

24.9.09

Going back

Efectivamente, de regreso a casa… aunque ya en la recta final de la última semana de vacaciones. Esa semana fugaz, casi esquiva, que se desliza entre los dedos como arena, veloz como una estrella fugaz. Y es justo ahora cuando, como tantos otros, uno se entrega sin querer a un pequeño flashback, una retrospectiva emocional de los días de descanso vividos, como si estuviéramos ya a punto de firmar el certificado de defunción de un verano que empieza a desvanecerse. Un verano que, sin embargo, en ocasiones aún se resiste a marcharse, tanto en lo climático como en lo mental.

Yo, como mucha gente más, tengo la sensación de que el año no comienza realmente en enero, sino al término de ese paréntesis llamado vacaciones. Un nuevo ciclo que arranca para unos en julio, para muchos en agosto, y para los más rezagados, en septiembre. Una especie de enero sin uvas ni brindis, pero con idéntico deseo de empezar algo con el pie derecho.

Proponerse que el año será bueno es casi un acto de fe. A veces no depende únicamente de nuestra voluntad, sino también de las circunstancias que se alineen —o no— a nuestro favor. Por eso, en lugar de escribir listas de propósitos inasumibles, opto por andar con paso breve, pero firme. Sin prisa, pero sin pausa. Dejar que la vida venga, que me encuentre en la ribera, mirando el horizonte con más claros que nubarrones. Y si vienen nubes, que no sean negras y cerradas, sino grises pasajeras, capaces de descargar una lluvia suave, una de esas que refrescan y no arrasan. Y si la tormenta es inevitable, que al menos sirva para limpiar lo estancado y hacer reverdecer lo que aún late.

Aquí me quedo. En Cambiarán los vientos, ese pequeño refugio desde el que desordenar pensamientos, inquietudes, enfados, comeduras de coco, nostalgias y recuerdos. También músicas, lecturas, imágenes y alguno de esos eventos consuetudinarios que ocurren en las calles, en las tuyas y en las mías, en las de aquí y en las de allá. En las de todos.

Ah, y por supuesto… cine. Siempre cine.

Fotografía: Atardecer en El Portil (Huelva). Julio de 2009.


31.8.09

Continuará...

En un arrebato de originalidad, pensé en colgar el típico cartelito de “Cerrado por vacaciones”, pero está más visto que el Telediario de las 15:00. Así que, en un nuevo y audaz alarde de ingenio —y también influido, no lo niego, por mi incorregible afición a las secuelas cinematográficas eternas e imperecederas (esa saga de la vida llamada agosto)— repito por tercer año consecutivo, y sencillamente porque me da la gana, el socorrido pero esperanzador “Continuará…” (siempre y cuando las circunstancias se muestren benévolas, claro está).

No es que pretenda resultar reiterativo ni caer en la autocompasión bloguera, pero cada vez ronda con mayor frecuencia en mi cabeza la tentación de bajar definitivamente la persiana de este blog, echarle un candado con cierre de los de antaño —de los que chirrían— y arrojar la llave a un riachuelo perdido y remoto donde sólo yo sepa buscarla, si es que alguna vez decido volver.

Ahora bien, que nadie se alarme: si Cambiarán los vientos llegara a su final, eso no significaría mi despedida definitiva de la blogosfera. Qué va. Quizá abriría otro blog, tal vez uno consagrado exclusivamente al cine —como buen mitómano que soy—, o sobre la liga de fútbol en Birmania, o de corte y confección postapocalíptico, o incluso sobre la apasionante cría del berberecho en aguas dulces de Andalucía. O puede que no abra nada, y me limite a merodear sigilosamente por vuestros blogs como un Big Brother sin cámaras pero con vocación orwelliana, vigilante, silente, omnipresente.

Pero no adelantemos acontecimientos. Ha llegado el momento del descanso, del paréntesis necesario, de la evasión sin mapas. De esos días donde los relojes se desactivan y los calendarios pierden su tiranía. Tiempo de lecturas infinitas y noches que huelen a jazmín y a tinta vieja. De volver a Luis Rosales, de por fin encarar ese libro que se resiste como un toro bravo en la plaza de nuestra pereza. De recordar, como decía el poeta, que hoy es siempre todavía. De comprender —a golpe de ola, de brisa, de silencio— que nada nos pertenece. Que ni esto, ni tú, ni yo somos de nadie. Que el tiempo tiene sus propias leyes: feroces, mudas, implacables. Que hoy estamos y somos, y que mañana… ¿quién se acordará de nosotros?

A todos los que ya habéis regresado: os deseo un feliz comienzo de temporada. A quienes, como yo, estamos a punto de partir: que sepáis exprimir hasta el último segundo con la entrega de quien sabe que no hay prórroga. Y a los que, por distintas razones, no habéis podido descansar este año, todo lo mejor que pueda traeros septiembre y los que vendrán después.

Hasta entonces, amigos.
Nos vemos a la vuelta.

27.8.09

Ágora de Alejandro Amenábar.Trailer final en español.

Creo que fue en el mes de marzo cuando publiqué el primer tráiler de la nueva película de Alejandro Amenábar, Ágora. Ahora, a poco más de un mes para su estreno previsto en octubre, tenemos entre manos un teaser-tráiler un poco más completo que el primero, que nos permite asomarnos con mayor detalle a esta ambiciosa producción.

La cinta, como ya adelanté en su momento, está ambientada en el Egipto del siglo IV, y narra la historia de la brillante astrónoma Hipatia, interpretada por Rachel Weisz. Hipatia lucha por salvar la sabiduría del mundo antiguo en un tiempo convulso, mientras que su joven esclavo, Davo —personaje interpretado por Max Minghella—, se debate entre el amor secreto que le profesa y la posibilidad de alcanzar la libertad uniéndose al imparable ascenso de los cristianos.

Como suele ocurrir con películas de este calibre, en cuanto a producción y potencial promocional, los avances que se van publicando nos dejan con las miel en los labios, esperando ansiosos el estreno. Y más cuando hablamos de Amenábar, un director que rara vez deja indiferente a su público.

Esperemos que Ágora cumpla con las expectativas y nos ofrezca una historia apasionante, en un marco histórico fascinante y con interpretaciones que la conviertan en un referente del cine histórico contemporáneo.

25.8.09

Luis Rosales y Jerez de los Caballeros


Hace unos días, mencionaba la figura de Luis Rosales, ese excelente poeta granadino que, además, fue amigo personal de Federico García Lorca. La amistad que les unía era profunda y sincera; tal es así que fue en la casa de la familia Rosales donde Federico se ocultó durante aquellos días aciagos, tratando de eludir un destino que, lamentablemente, nadie pudo evitar: su detención y posterior asesinato.

Hace poco, en Semana Santa, mientras paseaba por Jerez de los Caballeros, me encontré con una inscripción en azulejos decorando la fachada de una casa. Era un breve poema de Luis Rosales, que no puedo evitar pensar que debe ser motivo de orgullo para todos los habitantes de esta bella localidad de la provincia de Badajoz.

Ignoro la vinculación exacta que tuvo Luis Rosales con Jerez de los Caballeros, pero ese pequeño homenaje poético evoca la universalidad de su obra, que trasciende lugares y épocas, y se arraiga con fuerza en los corazones de quienes lo leen. Me pareció un instante detenido en el tiempo, un susurro del pasado que aún resuena en las calles de esta ciudad.

Esos momentos en que la poesía se encuentra con el recuerdo, y el recuerdo con la historia, nos invitan a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la importancia de preservar la memoria de quienes nos legaron tanto con sus palabras y sus silencios.

21.8.09

Puesta de sol Extremeña


 Viniendo de El Portil (Huelva) hace unas semanas, decidí hacer el trayecto por la carretera nacional Huelva-Badajoz en lugar de la autovía. Aunque esta última acorta el tiempo de viaje, le roba, a mi parecer, ese encanto de antaño: el de cruzar pueblos, frenar en los pasos de cebra, mirar fachadas encaladas, y acumular esos pequeños retazos de memoria que solo deja el paso por la calzada que atraviesa las localidades, como un hilo de historia que las une.

Al llegar a Fregenal de la Sierra, donde las encinas ya asoman con fuerza y el aire empieza a cambiar de carácter, el trazado obliga a desviarse a la derecha en dirección a Zafra. Desde allí, bordeando la localidad de Los Santos de Maimona'', se puede enlazar de nuevo con la autovía hacia Mérida.

Pero esa tarde no tenía prisa.

Con el sol ya acariciando el horizonte, decidí hacer una pequeña parada en un camino solitario, de esos que apenas figuran en los mapas y que se abren como cicatrices suaves en la piel de la dehesa. Quería estirar las piernas, tomar un poco de agua, aunque a esas alturas del viaje ya casi no conservaba frescura, y simplemente quedarme quieto, que es un lujo cada vez más raro.

Llevaba conmigo la cámara, como últimamente hago en todos mis desplazamientos. No por afán de fotógrafo , que no lo soy, sino por esa necesidad de atrapar lo efímero, de conservar el instante que se va. Y allí, entre la calma del campo y el canto lejano de algún ave que no supe identificar, comenzó la despedida del sol.

Las nubes eran pocas, el cielo estaba limpio y la luz teñía el paisaje de tonos anaranjados y cobrizos. Las encinas, las siluetas de los cercados, incluso el perfil suave de las colinas, todo parecía cobrar una textura distinta, más profunda. Capté unas cuarenta imágenes, aunque sé que ninguna puede reproducir del todo lo que sentí en ese momento: esa mezcla de belleza serena, gratitud callada y un leve, casi imperceptible, atisbo de nostalgia.

Sé que para muchos estas escenas pueden parecer manidas, reiterativas, vistas mil veces. Pero para mí, contemplar una puesta de sol en el instante mismo en que ocurre , cuando el tiempo parece suspenderse y el mundo respira despacio, sigue teniendo algo sagrado.

No comparto todas las fotos, por supuesto. Algunas prefiero guardarlas solo para mí, como quien guarda un secreto leve pero valioso. Aquí muestro unas pocas, las que creo que mejor captan el espíritu de aquel alto en el camino: una pausa humilde, pero necesaria, en mitad del viaje.

20.8.09

Lo dijo Juan Antonio Canta


“Pasarán los guitarrazos y el caos y quedará la belleza. Yo, que me paso el día rezando al dios de las canciones con desigual resultado, anoche encontré la sangre del sur en un teatro que parecía un avión e iba tan lejos que me confundí tratando de saber si era la posguerra o el futuro”

Juan Antonio Canta (1966 - 1996) nombre artístico de Juan Antonio Castillo, cantautor español.

19.8.09

Luis Rosales y Federico


Es curioso cómo a veces las piezas de la memoria y el tiempo encajan de forma inesperada. Hoy he recibido un libro que tenía encargado desde hace tiempo: El náufrago metódico, una antología poética de Luis Rosales, ese gran amigo de Federico García Lorca y, sin duda, un poeta extraordinario por derecho propio.

Esta misma noche, mientras veía en La 2 un documental sobre las pesquisas e investigaciones que realizó Agustín Penón en los años cincuenta acerca de la captura y asesinato de Federico, me ha sorprendido de nuevo la aparición de la imagen y la voz de Luis Rosales en la célebre entrevista que concedió a Soler Serrano para TVE en 1977. Parte de esa entrevista se puede encontrar en YouTube, aunque el fragmento que os dejo a continuación está extraído del documental Lorca, el mar deja de moverse, del cual ya he hablado en alguna ocasión.

Esas coincidencias, que parecen pequeños guiños del destino, me hacen pensar en la fuerza de la memoria, en cómo la historia, la poesía y el testimonio se entrelazan para mantener viva la llama de quienes marcaron para siempre nuestra cultura y nuestra conciencia.

Luis Rosales no solo fue testigo de aquellos trágicos momentos, sino también un portador de la voz de Lorca, un puente imprescindible entre el pasado y el presente. Hoy, entre el libro recién llegado y las imágenes de aquella entrevista, siento ese vínculo más cercano que nunca.Todo esto sucede en el día en que conmemoramos, o más bien recordamos, el vil y cobarde asesinato de Federico García Lorca. Un asesinato perpetrado por un grupo de descerebrados al mando de un gobernador civil que, consumido por el odio, ordenó la ejecución de nuestro gran poeta. Un hombre que, en palabras de Luis Rosales, solo se dejaba llevar por su ambición política, pero que jamás representó, ni representa ni representará absolutamente nada.

Junto a Lorca, siguen enterrados en algún lugar del barranco de Víznar cientos de inocentes ciudadanos cuyo único “delito” fue pensar de manera muy diferente a los fascistas que usurparon la democracia y la libertad de la sociedad española en 1936. Esos hombres y mujeres valientes, como Federico y tantos otros, pagaron con su vida por defender un ideal de justicia y convivencia.

Luis Rosales y Federico García Lorca, dos amigos, dos poetas que la historia quiso separar por la violencia y la barbarie, siguen vivos en la memoria de muchos de nosotros. Su obra, su compromiso y su legado permanecen como un faro que ilumina la lucha contra el olvido y la injusticia.

Hoy, más que nunca, recordarlos es un acto de resistencia y de amor a la verdad..