Resulta que un buen o mal día tienes que aceptar lo que llevas durante una larga temporada dejando pasar por alto, ignorando o sencillamente autonegando.
¿Yo, problemas de visión? Imposible. Desde mi más tierna infancia he tenido vista propia de lince de Doñana, de águila imperial vigilando el Tajo a su paso por Toletvm, de buitre leonado que acecha a sus presas junto al salto del gitano en Monfragüe, de gato en la oscuridad de un tejado Londinense, de Nosferatu en el abismo de la noche, de Clark Kent desde lo más alto del edificio del Daily planet o de Robinson Crusoe oteando la inmensidad del mar subido a una palmera a la espera de una embarcación que lo rescate y lo devuelva a la civilización.
Pero llega ese día, de nuevo. Llega ese día en el que te sientas en un restaurante con tu chica, mesa para dos con acogedora música de fondo, reserva hecha un par de días antes, gentil y profesional camarero que te ofrece la carta que una vez más te cuesta trabajito leer. Es por culpa de esta tenue luz, dices mientras separas de tu vista las sugerencias gastronómicas impresas, hasta que consigues enfocar con más o menos nitidez el ceviche de atún y aguacate con vinagre de frambuesas, el arroz salvaje con verduras al pimentón de la vera, las carrilleras ibéricas estofadas con dátiles y chutney de mango y la pasión roja del jerte con merenguitos de postre, con un Habla de la tierra para no perder la buena costumbre de acompañar con un buen tinto de esta nuestra Extremadura.
Y la noche siguiente, continúas con tu sana costumbre de leer un ratito en la cama antes de dormir. Un poquito de historia, algo de ensayo, la última de Care Santos, Federico, que nunca me falla, ¡Ay que trabajo me cuesta, quererte como te quiero¡ o ese libro que te recomienda Juan Cruz, algún que otro día sobre las tres de la tarde. Pero también resulta que la luz de la lampara del techo ya no es suficiente, así que te compras un flexo led, de esos molones que te cuesta una pasta, con tres intensidades de luz para poder sumergirte muchas
noche más en mil y una historias y vivencias de diversos autoras y autores que te transportan a otros mundos incluso en ocasiones mucho más allá de la vigilia.
Pero ni con el flexo led en la intensidad tres puedes llegar a definir con claridad el negro sobre blanco. Será que me hago mayor. Será que los 40 pasaron veloces, como el deseo, fugaces como los sueños, intensos, tan intensos como efímeros.
La presbicia, me dicen, la presbicia, esa anomalía o defecto del ojo que aparece con la edad y que te impide ver con claridad los objetos próximos. Es curioso, porque a veces también creo tener presbicia en la memoria, pero no en la memoria próxima o inmediata, en esa memoria que se va emborronando poco a poco con el inmisericorde paso del tiempo, que va perdiendo nitidez y claridad y que a veces, como leer sin gafas, vamos distorsionando y cambiando a veces a antojo de lo que nos hubiera gustado. La presbicia de mi memoria me dice que ni con lentes voy a poder visionaria bien. Tal vez en algunas cosas, me esté haciendo un favor.
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