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13.7.25

¿Qué fue de la capa de ozono? Crónica sentimental de una estrella mediática venida a menos

 Hubo un tiempo, querid@s amig@s, en que la capa de ozono era la reina del drama ecológico. Ni el deshielo polar, ni las mareas negras, ni siquiera los incendios forestales tenían tanto protagonismo como ella. La capa de ozono salía en telediarios, acaparaba documentales, tenía su propia entrada en enciclopedias gordas y era protagonista en debates escolares, junto al reciclaje y los deberes de matemáticas.

Corría la década de los 80 y los 90 y todos temblábamos ante la amenaza de "el agujero de la capa de ozono", ese misterioso boquete en el cielo por el que, según los expertos, se colaban rayos ultravioletas capaces de freírnos como boquerones en la playa de Punta Umbría. El culpable: un puñado de productos con nombres de villano de Marvel, los CFC, clorofluorocarbonos, presentes en sprays, desodorantes de bola y hasta en los  frigoríficos y neveras que tu tío Ramón trajo de Alemania del Este para venderlas en su tienda de electrodomésticos .

En los colegios, los profesores nos advertían con la voz grave y el proyector de diapositivas  encendido:—Si seguimos así, no habrá capa de ozono y todos acabaremos con la piel como un chicharrón.

Y tú, que solo querías usar laca para hacerte el tupé de moda, a lo George Michael en "Faith" te sentías culpable de destruir el planeta con cada vaporización capilar.

Pero de repente, sin que nadie diera muchas explicaciones, la capa de ozono desapareció del panorama mediático. No como amenaza, sino como tema. Así, sin más. Se fue como se van los juguetes del Burger King: sin despedirse. Un día hablaban de ella en Informe Semanal y al siguiente, nada. Silencio. Como si hubiera conseguido trabajo en Noruega o se hubiera casado con un guarda forestal.

Los más optimistas dijeron que “la habíamos salvado”, que “los países firmaron el Protocolo de Montreal” y que “todo estaba bajo control”. Pero tú, que ya eras un poco desconfiado desde que el cambio climático empezó a sonar más fuerte que el reguetón, te preguntabas en voz baja:

—¿Y no se siguen usando gases raros? ¿No sigue habiendo fábricas echando de todo al cielo? ¿No era esto urgente?

A día de hoy, la capa de ozono vive en el anonimato. Algunos dicen que se ha retirado a vivir a un balneario atmosférico entre la estratósfera y las Alpujarras Granadinas. Otros aseguran que está en tratamiento por estrés oxidativo, intentando cerrar su agujero con terapia y cremas solares factor 50. Lo cierto es que nadie pregunta por ella. Ni una portada en El País Semanal, ni un especial de Netflix. Ni siquiera una entrevista en Sálvame (cuando existía).

¿Tiene hijos? ¿Se ha casado? ¿ Tiene una cuenta de Instagram? ¿Colabora con influencers climáticos?

No se sabe. Su presencia se ha difuminado más que el desodorante Fa, frescor salvaje del caribe, en pleno agosto.

Y mientras tanto, seguimos quemando cosas, soltando gases de nombre impronunciable, fabricando cosas con más plástico que una boda en Las Vegas, y diciendo con la boca llena de nuggets veganos:

—Algo habrá que hacer, ¿no?

Pero no te preocupes, si la capa de ozono vuelve, será con un documental narrado por David Attenborough, una campaña en TikTok con filtros de rayos UV y, si hay suerte, un cameo en la próxima temporada de "Stranger Things" o "En la que se avecina".


Hasta entonces, que no nos coja sin crema.

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