
Decía una animosa canción que solíamos cantar en las excursiones que “el dolor más doloroso, el dolor más inhumano, es pillarse los cojo… con la tapa del piano”. Pues bien, ese dolor nunca lo he experimentado, entre otras cosas porque el piano que tenemos en casa es de pared y no de cola, por lo que carece de tapa alguna.
Inhumano o no, el dolor que sí tuve anoche mientras entrenaba jugando al futbito fue bastante intenso: un latigazo, una subida o sobrecarga en el gemelo izquierdo que me dejó paralizado durante un buen rato, a pesar de los intentos desesperados de reanimación y calmantes por parte de mis compañeros.
Esta mañana me he levantado con un dolor importante en la zona, y aun así me las he arreglado para ir a trabajar, ya que hoy empiezo unas minivacaciones de nueve días y no era plan de darme de baja, aunque prácticamente no pudiera caminar, algo que en mi oficio es más que necesario.
Esto me ha servido una vez más para darme cuenta de que, a mis casi 35 años, y a pesar de que llevo cinco meses practicando deporte de nuevo después de casi cuatro años de inactividad, el cuerpo va perdiendo agilidad y fondo físico que tuve en su día. No logro terminar de coger la forma y sigo sintiendo cierto agarrotamiento al correr.
Estos días de descanso me van a venir de perlas para reposar, reflexionar y decidir si continúo con la práctica de este deporte o si empiezo a pensar en la retirada. Nos hacemos mayores, y hay que saber escuchar al cuerpo antes de que se tome decisiones por nosotros.