Hacía más de una década que no lo veía. Tal vez dos, no sabría decirlo con exactitud. Ahora veo a Carlos casi todas las mañanas, con su manera de andar, medida y sincrónica. Hace ya mucho que dejó de ser el niño que conocí pero parece un buen hombre. Me saluda, pensaba yo, con un cierto aire de cortedad y modestia. La vida le habrá formado así, a todos nos modifica y nos esculpe de una diferente manera. Ya no es aquel gamberrete sin maldad que mis recuerdos me dibujan difuminado.
Día tras día durante casi un año la misma cortes y educada rutina. -¡Buenos días, Alberto¡
-¡Buenos días Carlos! ¿Qué tal?, -Bien, bien. Y sigue su camino de cada mañana, a comprar el pan, o a entrar o salir del portal de su casa para hacer lo que buenamente tenga que hacer.
Hace un par de semanas, tras su afable y cordial saludo, de repente se detiene y me pregunta.- Oye, Alberto, ¿ a tí te gusta la poesía? -Pues sí Carlos, me gusta la poesía. Sin extenderme más en la respuesta. Me cuenta que ha escrito un libro de poesía. Bueno, en realidad que ha recopilado las poesías que lleva escribiendo desde hace más de 25 años y que por fín ha logrado publicarlas y que si quiero uno de los ejemplares que tiene. ¡Por supuesto!, le respondo yo. Pero me lo tienes que dedicar, cual escritor de éxito que se precie.- Eso está hecho, ahora mismo bajo uno.
A los pocos minutos aparece con un ejemplar de ese libro de poesías en la mano. Rumbo a la frontera, se titula.
Carlos me cuenta que en ese libro narra su lucha desde los 16 años con una enfermedad, la esquizofrenia. Como voy a apurado de tiempo, como casi siempre, le doy las gracias y sigo con mi trabajo, no sin antes prometerle que por la tarde en casa comenzaré a leerlo. Y eso hice.
Y en ese libro conozco al niño que nunca conocí, aunque durante años compartiéramos aula en la desaparecida EGB del colegio Salesianos. Cuenta que desde los 13 años empezó con los primeros síntomas, de lo infeliz que fué, de sus ingresos en el hospital, de las medicaciones a las que fué sometido, de su breve etapa laboral en la que fué víctima de un jefe "jeta" que contrataba empleados con minusvalías porque recibía subvenciones pero que después los explotaba hasta 16 horas al día. De sus amores imposibles, de su profunda fe religiosa, de su familia y de algunas ilusiones truncadas, muchas de las cuales ya nunca podrá realizar, pero siempre con ganas de poder seguir adelante en la vida. Que se tenga una mejor y mayor conciencia de su enfermedad, que no por ser esquizofrénico se es una persona violenta y peligrosa, cuenta Carlos en su libro entre poemas que dedica a cada uno de los momentos y personas claves de su vida. Y termina siendo consciente de los fallos quen puede haber en ese libro, pero que todo lo que hay en ese libro es lo que sale de su interior porque lo vive así, a golpe de verso y prosa.
Y uno se queda tras la lectura algo absorto y meditabundo, y es ahora cuando comprende, haciendo un enorme trabajo de memoria, algo de aquella infancia de Carlos.
Amigo Carlos, compañero del colegio, que María Auxiliadora siempre te proteja y que la vida, a partir de ahora, siempre, siempre te trate bien. Carlos Alonso, Carlos, Carlitos, Carlos.
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