Cuarenta y cuatro grados a la sombra (IX): El Fin del Calor (o el 31 de diciembre de agosto)
El milagro se confirmó el viernes a primera hora: 38 grados de máxima.
Treinta y ocho. ¡Treinta y ocho! La noticia se corrió como la pólvora. En la farmacia, la señora que lleva el tensiómetro de alquiler gritó:
—¡Esto es frescor, coño! ¡Me voy a poner mangas largas!
En la carnicería, Anselmo bajó la temperatura de la cámara a 2 grados “por solidaridad con el clima”.
Y en el bar de Nines, al abrir la puerta de la cámara de Mahou, un cliente exclamó:
—¡Esto es Siberia!
El Ayuntamiento emitió un bando extraordinario, redactado de urgencia por el alcalde Cipriano, con su habitual tono de solemnidad poética:
“Se informa a los vecinos de Villafresno del Río que, al ceder la ola de calor, se convoca a toda la población a celebrar el Fin de la Ola a las 22:00 horas en la plaza, con brindis, música y acto simbólico de despedida del infierno climático que hemos vivido. Traigan silla, botijo y alegría. Y si alguien tiene un ventilador que funcione, que lo comparta, hombre. Que estamos en verano, pero no en el Sáhara”.
En menos de dos horas, el pueblo entero entró en modo Fin de Año.
La banda de música, que no tocaba desde la boda de Genaro (la del jamón sudado y las croquetas volcánicas), sacó los instrumentos del altillo del local de ensayo.
El saxofonista, Manolo el del estanco, avisó:
—Tengo los labios derretidos, pero haré lo que pueda.
Las abuelas, sin esperar más instrucciones, empezaron a preparar bandejas de roscas fritas, empanadillas y canapés de ensaladilla que amenazaban con salirse por los bordes del pan de molde.
Y Nines colgó en la fachada del bar un cartel improvisado con rotulador rojo que decía:
“Hoy, el calor se va. ¡Y tú también, Lorenzo, cabrón!”
A las nueve en punto, con 35 grados (que ya se consideraban temperatura de entretiempo), la plaza era un mosaico humano.
Niños corriendo con globos llenos de hielo picado (que les duraban medio minuto), adolescentes ensayando coreografías para TikTok con música de Camela, y mayores colocando las sillas de enea como si se tratara de un consejo de sabios.
El decorado era puro reciclaje festivo: guirnaldas de San Bartolo, luces de Navidad, banderas de la Eurocopa del 2008 y una gran pantalla de tele vieja conectada a un reloj digital que marcaba la cuenta atrás hacia las 22:00, como si fuera Nochevieja.
Don Isidro, con su mejor camisa de lino celeste —la de los funerales, elecciones y milagros climáticos— se sentó en primera fila, junto a su cuñado Fermín y su perra Lola, que llevaba un pañuelo con estrellitas.
—Esto me recuerda al 82, cuando llovió en agosto —dijo, mientras se abanicaba con un folleto de la misa de San Blas.
A las diez en punto, estalló el espectáculo:
Las campanadas
No había uvas. ¡¿Qué uvas?! Las únicas bolitas accesibles eran de hielo, que los niños se metían en la boca antes de que se esfumaran entre risas y gritos.
Un voluntario del pueblo, con voz engolada y gorro de cotillón, cantó las doce como si narrara un combate de boxeo:
—¡Una! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro!… ¡Y la última por Lorenzo, el cabrón!
El brindis general
El gazpacho corría por las copas de plástico como si fuera champán. Algunos le echaron un chorrito de vino de pitarra para darle “cuerpo”, y proclamaron que habían inventado el "bloody Mary de la tierra".
—Está ácido, pero refresca —dijo Blasa, mientras se limpiaba el bigote de ajo con una servilleta de propaganda de ferretería.
Cánticos populares
Una versión flamenca de Let It Go, rebautizada como Déjalo ya, calor, se convirtió en himno espontáneo.
Y la charanga, entre pasodobles, improvisó uno nuevo:
Brisita de la buena, entra por la rendija,
tú eres mi heroína, tú eres mi cobija.
El coro de mujeres del Centro de Día entonó una sevillana dedicada a la sombra, mientras una pareja mayor bailaba a dos por hora, pero con dignidad.
El acto central: la quema simbólica del abanico
A las once en punto, el silencio se hizo en la plaza.
Mari Pepa, viuda de dos calores y superviviente de la ola de 2003, colocó su abanico viejo —deshilachado, con manchas de gazpacho y hasta una grapa— sobre un pequeño brasero.
—Se va con honores —dijo—. Este abanico ha sido mi espada, mi escudo y mi salvación. ¡Que descanse en paz!
El público aplaudió. Alguno lloró. Y mientras el abanico ardía con dignidad, el cura, en camiseta de tirantes, hizo discretamente la señal de la cruz.
Y entonces... el baile
El DJ Termo, esta vez con camisa de lino blanca y un ventilador apuntándole a la cara, pinchó solo temas por debajo de 100 bpm: boleros, canciones lentas y algo de música instrumental de los 80.
—Prohibido el reguetón hasta que bajemos de los 30 grados —avisó por megafonía.
Los suecos del capítulo VI, desde Estocolmo, mandaron un vídeo por WhatsApp proyectado en la pantalla:
—"Nos alegramos por vosotros, hermanos del sur. Aquí hace 18 grados y estamos llorando de alegría".
Don Isidro se levantó, alzó su botellín de Mahou bien sudado, y dijo con voz firme:
—Que vuelva el calor cuando quiera. Pero que avise. Y que traiga cerveza.
Al día siguiente, amanecieron con 34 grados.
Pero eso ya era otoño para Villafresno del Río.
Y por primera vez en semanas, alguien dijo:
—¿Ponemos un café?
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