Cumplir 53 es un poco como abrir un cajón que no recordabas tener: al principio te asustas (“¿pero esto estaba aquí?”), luego te reconoces (“anda, si esto es mío”) y, finalmente, te ríes porque dentro hay recuerdos, achaques opcionales y un número creciente de invitaciones a reencuentros donde todos fingen que “están igual que siempre”.
A los 53 descubres que ya no quieres impresionar a nadie. Que la siesta deja de ser un vicio para convertirse en un derecho constitucional. Que los camareros te llaman “caballero” pero tú sigues sintiéndote más cerca del chaval que pedía medios de vino con limón y en vaso de plástico y hamburguesa de la casa, en la desaparecida "La Encina".
A los 53 aprendes que la vida no se cuenta por años, sino por anécdotas: por esas veces en que reíste hasta dolerte la espalda, por las personas que se quedaron incluso cuando no estabas de humor, por las canciones que sigues cantando aunque ya no puedas alcanzar las notas y por los errores que, mira, al final resultaron ser atajos y grandes soluciones.
A los 53 ya tienes claro que tu memoria funciona como el almacenamiento del móvil: está llena. Y si quieres meter algo nuevo, tienes que borrar tres cosas: normalmente, dónde dejaste las llaves, para qué entraste en la cocina y cómo se llama el vecino del tercero que lleva saludándote 20 años.
También descubres una sabiduría rara y preciosa: la de saber decir que no sin sentirte culpable, la de valorar más una buena compañía que una buena hora de llegada, la de entender que el plan perfecto es aquel que no exige nada salvo estar.
Cumplir 53 no es envejecer: es afinarte. Es como pasar de ser proyecto a ser versión definitiva (con alguna actualización pendiente, vale, pero estable). Es darte cuenta de que lo imprescindible cabe en un puñado de afectos y que lo demás… lo demás son historietas para reírte cuando toquen los 54.
Y lo mejor de cumplir años es la sensación, secreta pero real, de que aún queda muchísimo por estrenar: viajes, canciones, lecturas, vinos, amistades, tonterías que contar y fotos donde puedo asegurar que “salgo fatal”.
Así que, si como yo, cumples 53, felicidades: estás en la edad perfecta para tomarte la vida en serio, pero a ti mismo, nunca.

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