Se habló en este blog de...

17.8.25

Cuarenta y cuatro grados a la sombra (VI): Los suecos que vinieron a arder


Cuarenta y cuatro grados a la sombra (VI): Los suecos que vinieron a arder.

Nadie entendió por qué, pero aquel martes a las 10:07 de la mañana, con el sol ya en modo horno de panadería de masa madre, aparecieron en la oficina de turismo de Villafresno del Río cuatro suecos: rubios, altos, sonrientes y con sandalias sin calcetines. Lo cual, de por sí, ya causó alarma moderada en el pueblo.

Se presentaron como el Grupo Trädkrona (que, según Google Translate, significa “Copa del Árbol”), una especie de asociación cultural escandinava que llevaba un mes recorriendo el sur de Europa “en busca del alma rural y el calor humano”.

El calor humano lo encontraron. Y el otro también. A cucharadas soperas.


La primera en recibirlos fue Mari Carmen, la técnica de turismo y única funcionaria del pueblo capaz de hablar inglés… a través del móvil y con subtítulos mentales. La oficina, una caseta de madera prefabricada, lucía en la puerta antiguas pegatinas de "La casera" ,"Mirinda", "Cerveza el Gavilán" y un cartel que decía “Horario reducido por derretimiento general”, y dentro, un ventilador giraba con desgana, empujando aire caliente como si fuera sopa de cocido.

Mari Carmen intentó darles el folleto oficial del pueblo, pero recordó que la impresora murió en junio tras un intento fallido de imprimir un pdf con fotos a color. Así que usó el clásico mapa plastificado con marcas de rotulador, mientras ofrecía su consejo más maternal:

No salgáis a andar hasta después de las nueve. Y aún así… llevad hielo en el sobaco.

Los suecos sonrieron, asintieron y dijeron algo sobre “naturaleza auténtica” y “experiencia cultural inmersiva”. Después, contra toda lógica, se pusieron gorritas de tela de cáñamo y salieron caminando hacia la Ermita de San Bartolo, a tres kilómetros cuesta arriba, por un camino de tierra, sin una sombra y con la temperatura ambiente en modo paellera.

Se fueron a las once.

Volvieron a la una y media.

Regresaron desfigurados, deshidratados y brillando como croquetas de jamón recién fritas. Uno sin camiseta, lo cual provocó un quejido desde la ventana de la señora Alfonsa, que gritó:
—¡Aquí hay decoro, que esto no es la costa esa de los bikinis!

El más rubio, Nils, caminaba como quien ha visto a Dios en forma de lagarto. Se apoyó en la barra del bar de Nines y pidió algo que sonó como “agua de vida” en sueco. El camarero, sin entender ni palabra, le sirvió una caña. Nils la bebió de un trago y soltó con voz fantasmal:

It burns… but I like.

La tarde la pasaron en la piscina municipal, donde se apropiaron sin querer de la sombrilla de Doña Trini, viuda del antiguo cartero del pueblo y muy territorial con la sombra. Al principio, ella los miró con la misma cara que pone cuando ve a un perro en misa. Pero al rato ya les había dado tupper de sandía, protector solar de farmacia y una clase práctica de cinquillo con baraja española.

Les pusieron apodos locales:

  • Nils era “el nórdico bueno”,

  • Erik “el de la quemadura de segundo grado”,

  • Anna “la que aguanta el picante” (comió medio pimiento relleno sin llorar),

  • y Lars, “el de la cara de irse pero quedarse”.

En el bar, Don Isidro se dedicó a observarlos como si fueran una especie nueva. Comentó:

—Estos vienen buscando lo rural... y lo van a encontrar por las ingles.
Y luego les enseñó a usar un botijo, como si les estuviera entregando el Santo Grial:

—Tecnología de barro, my friend. Esto no lleva batería y enfría como una madre.

Los suecos, fascinados, hicieron vídeos, selfies con el botijo, y uno incluso se lo llevó a la ducha del albergue "para experimentar".

Por la noche, llegó la verbena.

La orquesta “Noche Tropical” estaba medio fundida por el calor, pero tiraron de repertorio clásico. Y los suecos, vestidos con camisetas de “I ❤️ Extremadura” que alguien les había regalado, se lanzaron a bailar. Mal. Fuera de ritmo. Pero con entusiasmo olímpico.

Hubo El redoble. Hubo conga. Y hubo declaración de amor rural, porque Nils, con el sudor en los ojos y el corazón en la boca, le pidió el Instagram a Lucía, la nieta del panadero, tras enseñarle a pronunciar “empanadilla” sin romperse la lengua.

Don Isidro, entre botellines, soltó la frase que resumió el día:

Han venido cuatro vikingos… y se han hecho más extremeños que el jamón.

Al día siguiente, los suecos partieron al amanecer, con cara de resaca térmica, sombreros de paja, crema solar factor 90, un botijo que Nines les regaló “para que lo pongáis en Ikea” y una caja de tomates de Miajadas que alguien les coló en la mochila por si no volvían a comer con gusto nunca más.

Desde entonces, cada agosto llega una postal desde Estocolmo. Siempre el mismo dibujo: un sol gigante, un botijo sonriente y la frase escrita a mano:

“Villafresno forever. Mucho calor, mucho amor.”

Y al reverso, un añadido que nadie sabe quién traduce:

“Volveremos cuando se enfríe un poco. Tipo noviembre.”

No hay comentarios: