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3.12.09

Fernando Martín 20 años despues. Por Juanma Iturriaga.


A mí Fernando Martín no me caía bien. He tardado mucho tiempo en reconocerlo, pero puede que este vigésimo aniversario de su muerte sea el momento para ser sincero. Me refiero a cuando estaba en el Estudiantes, claro, aquella temporada que con Vicente Gil, Sapo Lopez Rodriguez, Alfonsito Del Corral, Slab Jones fueron subcampeones de liga detrás del Barça y los del Madrid tuvimos que soportar una y mil veces que nos cantasen “somos el primer equipo de Madrid”. Ese cuerpo, ese ir más derecho que una vela, esa envergadura descomunal, ese descaro reflejado en una mirada desafiante, esa pelliza que me llevaba… No sé, me pareció un pijito madrileño de 2,05. Entonces le fichó el Madrid, se hizo compañero y pude cambiar de opinión al conocerle de verdad. Bueno, todo lo que Fernando dejaba que le conocieses, que costaba, pues tampoco se puede decir que fuese un libro abierto ni mucho menos.

Se cumplen veinte años y como corresponde a tal efemérides, se suceden homenajes, recuerdos y análisis de lo que supuso Fernando en nuestro deporte. La verdad es que a mí, hoy, no me apetece nada teorizar sobre su persona. Ya lo he hecho en varias ocasiones y luego al final, por si os apetece, os pondré dos enlaces a dos artículos que en su momento escribí sobre él. He pensado que lo que realmente me pide el cuerpo es compartir su recuerdo a través de algunas de las escenas que suelen saltar a primer plano en mi cabeza cada vez que por el motivo que sea, me acuerdo del añorado Fernando.

-Pabellón del Real Madrid. Vestuario del equipo local, o sea, el nuestro. Estamos los dos sentados mientras se oye fuera a Mike Davis pegar gritos: “Martini, Martini, sal”. Los tres hemos sido expulsados (por mi culpa) de un Madrid-Barça final de liga. En un momento Fernando se gira y me suelta: "¿Ves lo que has hecho? Mira en qué lío me he metido por defenderte. La próxima vez te arreglas tú solito". El y yo sabíamos que era mentira.

-Discoteca Pachá. Un grupo de amigos estamos intentado hacer la envolvente a base de incontenible parloteo a unas modelos que andaban por allí. Bueno, todos menos uno. Fernando está de pie, apoyado en una pared, con un refresco en la mano y con cara de medio aburrimiento, supuestamente ajeno a todo, música, mujeres, charlas. Su aparente desinterés causa estragos en la población femenina y no tarda en desaparecer muy bien acompañado. Un crack.

-Noviembre de 1989. La última vez que vi a Fernando. Estaba en el CajaBilbao y jugamos contra el Madrid en el Palacio. Fernando andaba lesionado y después del partido, mientras salía buscando el autobús, me lo encontré. Le pregunté qué tal estaba y cuando iba a volver a jugar. Me dijo que iba bien y que le faltaba ya poco para reaparecer. Y me lo dijo de una forma distinta a la rutinaria, con un brillo de ilusión que me dejó pensativo. Desde su vuelta de la NBA no andaba muy boyante de ánimo, y me alegré de que su disposición fuese positiva. Desgraciadamente no tuvo tiempo para confirmar mi sospecha

-Pabellón del Madrid. Partido de vuelta frente la Cibona, sin Drazen Petrovic pero con Alexander, su hermanito. En el partido de ida decidimos que había que darle un buen mamporro por las putadas que nos había hecho en Zagreb. Todo iba bien, ganábamos de veinte, estábamos clasificados y faltaba menos de un minuto para terminar. Sacan los croatas de banda, corta Alexander por mitad de la zona, se encuentra con Fernando y este, ni corto ni perezoso, le mete un viaje que lo manda diez metros fuera del campo. Todos nos quedamos sorprendidos. Antes de que le dijésemos algo soltó. “¿Pero no habíamos quedado?”. A todos se nos había olvidado el asunto. A él no.

-Madrid. En la calle donde tenía el chalet su familia. Fernando y yo nos compramos unas motos. La mía era una BMW de 1000 cc y la suya una Yamaha 1100. Dos tiros, vamos. Lo habíamos hecho de espaldas al club, pues estaba prohibido, y el padre de Fernando no lo veía claro (el mío, que vivía en Bilbao, no lo supo nunca). En esto nos fuimos a dar una vuelta a Navacerrada y a la vuelta comimos en su casa. Al terminar, toda la familia Martín salió a despedirme. Agarré mi moto, me pasé de darle gas a la salida y terminé cayéndome enfrente de todos. El padre de Fernando se metió en casa rápidamente y tuve que aguantar un chorreo descomunal. “Joder tío, después de lo que me ha costado convencerle, vienes tú y te das una hostia aquí mismo”.

-Milán. Dino Meneghin consigue, con sus tretas de perro viejo, sacarle de sus casillas a Fernando y lograr que le piten tres faltas de ataque en los primeros minutos de juego. Ciego de ira se tiene que ir al banquillo aguantándose las lágrimas de rabia. Aquel viejales no podía hacerle eso. Pepito Grillo Corbalán intenta hacerle entender que el suceso no es más que una lección que podía ser muy beneficiosa para su aprendizaje. En aquel momento era como hablar con una pared, pero sin duda lo asimiló, y Dino ya no se lo pudo hacer otra vez.

-Navacerrada. Noche cerrada. Esta no es una vivencia, sino una visión, pues nunca estuve presente. Fernando está tumbado en mitad del campo, mirando las estrellas al raso y metido en un saco con la cremallera subida hasta arriba. Sólo se le ve la cara. Esto, según él, era lo más. Allí dejaba de ser Fernando Martín, allí no le agobiaba nada. ¡Anda que no nos descojonamos de sus noches en saco de dormir durante años!.
-Colegio SEK. Madrid. Biriukov y yo hacíamos un campus de baloncesto en verano. Le invitamos para jugar un partidito entre amigos. Txetxu y yo ganamos, el perdió. Al terminar nos fuimos a dar un baño a la piscina. En un momento Fernando agarró a Dani (sí, el Dani de Emilio Aragón y el Vip) que había jugado en su equipo, y le dijo que habían perdido por su culpa. No sólo eso, sino que cogiéndole por el cuello, le metió debajo del agua. Ja, ja, ja, todos reímos. Hasta que a la cuarta aguadilla consecutiva vimos la cara de susto que llevaba Dani y le pedimos que parase. ¡Que poco le gustaba perder!.

- Hotel Calderón. Barcelona. El año de Petrovic. Nos encontramos allí y quedé con mis excompañeros para vernos después de cenar y echar un pitillo socializador. Les pregunté qué tal iban con el niño y Fernando me dejó sorprendido: “Nosotros lo que tenemos que hacer es llegar a dos minutos del final del partido igualados. Entonces se la damos a ese, y ya está, ganamos”. El asumir por parte de Fernando un papel secundario en los momentos decisivos me llamó la atención. Pero al final la cosa terminó mal, el equipo se rompió después de los 62 puntos de Petrovic en la final de la Korac y después de ir 5-0 con el Barça en temporada, el Madrid perdió la liga 3-2 frente al Barça y Neyro. Dos gallos en el mismo corral. Mal asunto

-Cualquier campo. Cualquier partido. Fernando en las letras. Pidiendo el balón. No, no lo pide, lo exige. Te mira como diciendo “o me la pasas o te vas a arrepentir. ¿No ves que este que tengo detrás no puede conmigo?. ¡Dámela coño! Y claro, se la dabas. Por miedo y sobre todo porque sabías que aquellas eran unas buenas manos para depositar nuestra suerte.
Todo esto y mucho más era Fernando Martin. Un personaje peculiar, todo lo alejado que se puede estar de producir indiferencia. Un atleta superlativo, un competidor extraordinario. Un pionero y a la vez un hombre abrumado a veces por el significado que llegó a tener. Un tipo al que la suerte puso en mi camino.

Juan Manuel Iturriaga

2 comentarios:

Belén dijo...

Es una buena forma de recordar a alguien... con las anécdotas que les unieron...

Besicos

EL OBISPO dijo...

¡Qué grande Iturriaga!

Como lo echamos de menos en las retransmisiones y que bien escribe.

Además cuando emite opiniones, estoy más o menos de acuerdo con la mayoría de ellas.

Un crack.