No "sus" riais, pero estoy con un desasosiego y un principio de incertidumbre que no puedo soportar. Primero han sido Andy y Lucas, y confieso que aquello ya me ha dejado tocado. Una separación inesperada, un cataclismo sentimental de los que no llenan los informativos, pero sí dejan un silencio incómodo en el corazón de la rumbita pop española. Ahora son Los Javis los que anuncian su ruptura, y sinceramente, ya no sé si tengo fuerzas para otro golpe así.
Estamos viviendo un año durísimo para esas parejas en las que nunca supimos quién era quién, esos dúos que parecían concebidos por clonación más que por coincidencia. La ciencia aún no ha podido explicarlo, pero el ojo humano no distingue a ciertos binomios: uno empieza una frase y el otro la termina, uno parpadea y el otro ya está llorando por la misma emoción estética.
Con Los Javis no sabíamos quién dirigía y quién lloraba, quién decía “acción” y quién decía “bravísimo”. Eran un único ente luminoso, un concepto artístico con dos DNI. Y ahora, de pronto, el universo se desequilibra.
Se nos está desmoronando un sistema de referencias. Si esto sigue así, cualquier día Los Pimpinela anuncian “diferencias creativas con la canción de desamor”, Ibai y Piqué se reparten la custodia de Twitch, y David y José Muñoz, los Estopa, piden el indulto emocional en La Sexta Noche.
No se trata solo de música o de televisión: es el fin de una era. Aquella en la que crecimos creyendo que la amistad era un contrato vitalicio y las parejas artísticas, un matrimonio sagrado. Andy y Lucas, los Javis, Tip y Coll, Martes y Trece, Cruz y Raya… ¿quién queda? ¿A quién acudiremos ahora cuando necesitemos un referente de simbiosis absoluta? ¿A Mario y Luigi?
Lo peor es que uno ya no puede fiarse de nadie. Detrás de cada dúo hay un futuro comunicado de Instagram escrito con tono amable y foto en blanco y negro. “Nos queremos mucho, seguiremos siendo amigos”, dicen todos. Pero el daño ya está hecho: el público huérfano, los memes de luto, los fans en modo orfandad emocional.
Quizá sea el signo de los tiempos. La posmodernidad no destruye instituciones: las disuelve con un filtro sepia y una nota de voz. Y así vamos, navegando entre separaciones, hashtags y nostalgia.
Yo, por si acaso, voy preparando el alma para el próximo golpe. Porque si un día de estos me despierto y los del Río anuncian que se separan, juro que me doy de baja del siglo XXI.

No hay comentarios:
Publicar un comentario