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21.7.17

Star Wars. Episodio VIII. Los últimos Jedi. Posters promocionales.

Imágenes promocionales del episodio VIII de Star Wars, Los últimos Jedi. Como es habitual en estas superproducciones de la galaxia muy, muy lejana, los carteles, fotogramas y teasers van llegando con cuentagotas, como si fueran reliquias Jedi que debemos ganar con paciencia y meditación. La espera se alarga hasta el próximo 15 de diciembre, fecha en la que se producirá el estreno mundial y, con suerte, descubriremos si Rey consigue que Luke le enseñe a dominar los caminos de la Fuerza o si, por el contrario, acabará más perdida que un stormtrooper sin GPS.

Mientras tanto, y para no dejarnos sin historias en esta galaxia, ya se está rodando otra película sobre los orígenes del mismísimo Han Solo, ese pícaro espacial cuyo carisma supera a la velocidad del Halcón Milenario. El universo Star Wars no deja de expandirse, ofreciéndonos nuevas aventuras que harán las delicias de fans y curiosos.

Solo queda prepararse con palomitas, ponerse la túnica Jedi y esperar con paciencia galáctica. Que la Fuerza nos acompañe, siempre.


20.7.17

Lon Chaney, el hombre de los mil rostros



Contar la historia de Lon Chaney es contar la historia de la la primera estrella del cine de terror. Su vida, como la de muchas otras estrellas de principios del siglo XX, está cargada de innumerables elementos dramáticos que bien podrían ser llevados a la gran pantalla.  Nacido en 1883 en Colorado Springs, era el segundo de cuatro  hijos varones de padres sordomudos en un entorno extremadamente humilde, donde la enfermedad y la muerte solían llamar a las puertas de su casa con bastante insistencia.  El mito y la leyenda, aunque sobre todo su personalidad, han convertido con el paso de los años a la figura de Lon Chaney, en algo más que un misterio. Se dice que no pronunció una sola palabra hasta la edad de ocho años, pues se comunicaba con sus padres mediante el lenguaje de signos y por mímica, algo que fué determinante y característico en su talento de sus posteriores interpretaciones en el cine mudo de la época.
 Tenía  tan sólo diecinueve años cuando contrajo  matrimonio con una joven y talentosa  cantante de nombre  Cleva a quien conoció en Oklahoma en 1905 y tan sólo al año siguiente tuvieron un hijo al que llamaron Creighton, el cual años más tarde sería conocido como Lon Chaney Jr. Tras una breve estancia en Chicago, se mudaron a Los Ángeles, cumpliendo su deseo de vivir en la costa oeste.
Al poco tiempo de llegar Lon consiguió un trabajo como comediante, cantante y bailarín junto a dos cómicos Alemanes con los que trabajó durante una temporada en San Francisco. Durante esa etapa matrimonio se fué degradando poco a poco y en San Francisco la situación se volvió insoportable. Allí su mujer, Cleva, disfrutó de un gran éxito  desarrollando su profesión como cantante y fue muy requerida en las mejores salas de la ciudad , eclipsando completamente la fama incipiente de su marido. En estos años comenzaron los excesos con el Alcohol y empezó a beber demasiado. Lon acusó a su mujer  no sólo de descuidar a su hijo, sino también de serle infiel. Finalmente se divorciaron en 1914.  
Anteriormente,  en 1912, Chaney acudió a Universal Estudios donde su amigo Lee Moran le consiguió sus primeros trabajos en el mundo del cine, apareciendo sobre todo en comedias de la época hasta que en 1915 se convirtió en un miembro habitual de la Universal.  Muchos años después en una entrevista para un programa de televisión en 1969, su hijo Lon Chaney Jr. describió la vida laboral de su padre en esos primeros días: "Solía ​​sentarse en una sala de los estudios Universal y entonces un asistente de dirección salía y preguntaba: "¿Alguien aquí que pueda interpretar a  un chaval universitario?": Mi padre decía el primero: "Sí, yo puedo interpretar a un chaval universitario". Luego volvían a salir y preguntaban: "¿Quién puede interpretar a un chino?". Y el que siempre llevaba su propio maletín de maquillaje y no había nadie que pudiera transformarse en tan poco tiempo decía: "Sí, puedo interpretar a un chino."Y en unos instantes se convertía en un chino, al que interpretaría durante diez minutos. Después un griego, más tarde un negro, y así se tiraba durante varios días interpretando a cuatro o cinco personajes diferentes en pocas horas".

En 1918 su sueldo era de solamente 5 dólares en la Universal . Así que habló con el  director del estudio, William Sistrom, y le pidió un aumento de sueldo de 125 por semana más contrato de cinco años. Según Chaney, Sistrom le dijo que conocía a un buen actor cuando lo veía , pero que al mirar directamente a Chaney sólo veía a uno del montón. Así que Chaney se fue de Universal Estudios. A medida que las semanas de búsqueda de un  empleo se fueron convirtiendo en meses, Chaney llegó a pensar que Sistrom tal vez tuviera razón, pero antes de que las cosas se convirtieran en desesperadas,  William S. Hart. Hart que había visto a Chaney en algunas de sus primeras películas de Universal, le ofreció una papel como villano en uno de sus westerns llamado Riddle Gwane . Chaney disfrutó trabajando con Hart que a diferencia de muchas otras estrellas de la época, esperaba que sus co-protagonistas  actuaran de verdad en lugar intentar cosechar toda la gloria.
Tras ese trabajo, las cosas comenzaron a mejorar para Chaney. Llegaron más trabajos en nuevas películas e incluso comenzó a trabajar para Universal de nuevo. Después llegó la asignación que cambió su carrera entera, y el momento en que Chaney fue completamente consciente de su potencial como actor. El director George Leone Tucker le había pedido que actuara en una película llamada "The Miracle Man" (1919). Tucker le describió a Chaney los diversos papeles que había en la película, incluyendo el del lisiado que jugó un papel tan determinante en su historia. Chaney de inmediato pensó que todo su futuro dependía de conseguir ese papel de Lisiado.
"The Miracle Man" fue un exitazo y Chaney y Tucker se convirtieron en amigos íntimos. Planearon varios proyectos futuros juntos. Chaney incluso había pensado en dirigir una de las producciones de Tucker, pero su muerte repentina dejó a Chaney profundamente desolado.  La siguiente película de Chaney fue "The Penalty" (1920) en la que interpretó a un asesino sin piernas. El director, Wallace Worsley, quería conseguir el efecto mediante ángulos con las cámaras,  pero Chaney diseñó una especie de arnés de cuero en el que ató las pantorrillas de sus piernas contra sus muslos y caminó sobre sus rodillas. Éste fue el primero de los muchos papeles en los que se sometió a una auto-tortura atroz para lograr un efecto deseado, muy efectivo y creíble y que quedó en su reputación como algo masoquista.

Para su papel en "El jorobado de Notre Dame"  dirigida por Wallace Worsley en 1923, se adaptó fielmente a la descripción  del personaje de la novela de Victor Hugo, tanto que más tarde fue criticado de  haber exagerado el maquillaje para la caracterización. Para ello llevó una joroba de goma excesivamente pesada, atada a un arnés de cuero y unos cojines de tal manera que no podía caminar erguido. Por encima de todo este armatoste llevaba un traje de goma color carne y piel cubierto con pelo de animal. El calor dentro del traje era tan insoportable que estaba continuamente empapado de sudor.
Su caracterización para  "El Fantasma de la Ópera" dirigida por  Rupert Julian en 1925, fue otro ejercicio de auto-tortura. Para la mítica escena donde la niña interpretada por Mary Philbin se arrastra detrás del fantasma y le quita la máscara , uno de los grandes momentos en la historia de las películas de terror, Chaney insertó un dispositivo en la nariz que separaba las fosas nasales y levantaba la punta de la nariz para producir la apariencia de un especie de cráneo desnudo. Hizo hincapié en este efecto con unos dientes postizos a los que se les añadían otros pequeños dientes que llegaban a hacerle heridas en los extremos de sus labios. A la vez usó discos de celuloide en su boca para distorsionar sus pómulos con mayor eficacia.
a preocuparme".
¿Había alguna razón en particular para someterse a estos autocastigos? No se tiene constancia de ello Al fin y al cabo, nadie le obligaba a pasarlo realmente mal cada vez que se metía en uno de estos tremendos personajes, pero la prensa de la época le dio cierta repercusión a este aspecto. Aparte de estos personajes del cine de terror, Chaney actuó en "Tell It to the Marines"  dirigida por George W. Hill en 1927, en la que interpretaba a un duro sargento militar sin maquillaje y sin caracterizaciones. De lo que no hay duda es que los excesivos esfuerzos por hacer creíbles a todos esos personajes fueron minando la salud de Lon Chaney progresivamente.  Las primitivas lentes de contacto que utilizó para simular la ceguera dieron lugar a que la vista también se le deteriorara y tuviera que usar gafas en su vida cotidiana. Así mismo, los artefactos, armatostes y plataformas que muchas veces diseñó y usó para distorsionar su cuerpo terminaron afectando a su espina dorsal. Lo mantuvo en secreto hasta después de aparecer en "The Unknown" (Tod Browning, 1927), en el que interpretó a un hombre sin brazos que tenía la habilidad de lanzar cuchillos con los dedos de los pies. Para este personaje Chaney llevó puesta una camisa de fuerza tan fuertemente atada que le produjo severos dolres en los brazos. al terminar el rodaje de esta película declaró que cada vez le costaba más caracterizarse de este tipo de personajes porque le afectaba a la espina dorsal y el problema ya era bastante preocupante.
En 1929 Chaney comenzó a tener problemas con su garganta. Mientras filmaba "Thunder"  dirigida por William Nigh,  una película sobre el mundo del ferrocarril de la época ambientada en el Noroeste de Estados Unidos, un trozo de nieve artificial  entró en su garganta y la empeoró aún más. Chaney fue ingresado en el hospital e intervenido de amígdalas, pero la garganta seguía causándole dolorosas molestias. A pesar de ello, en 1930 filmó su primera película sonora "The Unholy Three"  dirigido de nuevo por Tod Browning, que fue un remake de otra versión muda del año 1925. Chaney era algo reacio a realizar películas sonoras porque esta novedad cinematográfica había terminado con la carrera de otras estrellas del cine mudo, no ya por el hecho de que al escuchar la voz de estos actores esto  decepcionara al público, sino más bien porque  esto significaba el fin de su especialidad: la pantomima como arte de expresión.  Pero no fue el caso de Chaney, el público y la crítica quedaron tan impresionados por la versatilidad de Chaney con su voz como lo habían sido con la de su cuerpo. En esa película Chaney imitó la voz de una anciana, la de un ventrílocuo y su maniquí, la de una niña, e incluso la de un loro. Hasta firmó una declaración jurada en la que afirmaba realizar esta variedad de voces que fue utilizada como material publicitario de la película.

Cuando el rodaje de la película concluyó, viajó a Nueva York, donde consultó a varios especialistas de  garganta.  Allí descubrieron que tenía cáncer, aunque no se  lo dijeron. Chaney regresó a su lugar de descanso, una cabaña de montaña que tenía en California, donde esperaba que un largo descanso mejorara su salud, pero ocurrió todo lo contrario ya que sufrió una neumonía lo que deterioró aún más su estado del cual ya no se recuperó.  Murió en el hospital el 6 de agosto de 1930, a la edad de 47 años, como resultado de una hemorragia en la garganta.  Ironías de la vida, en sus últimos días perdió totalmente la voz y se vio obligado a volver al lenguaje de señas que había usado cuando era niño para comunicarse con sus padres.

Por desgracia, muchas de las películas de Chaney de todos los períodos de su carrera, la más célebre de ellas, "Londres después de la medianoche" (1927) se han perdido sin que conste que haya una sola copia de ella, aunque es casi seguro que en alguna filmoteca a lo largo del mundo se conserve, más bien en un lamentable estado, alguna de ellas. En cuanto a las películas que se conservan sobre todo las de la MGM, muchas se deterioran en almacenes y permanecen sin restaurar, sin  ni tan siquiera ser vistas y mucho menos editadas en DVD o Blu-ray.  Esto es  más que sorprendente, dada la enorme popularidad, el mito y la leyenda de Lon Chaney. Si Chaney hubiera vivido, habría protagonizado, y de hecho estaba firmado, el papel del famoso conde en la primera versión sonora de "Drácula" en el año 1931, dirigida una vez más por Tod Browning. Película que finalmente protagonizó Bela Lugosi. Ahora ya sólo podemos imaginar lo emocionante  que pudo haber sido la interpretación  de este personaje por Lon Chaney. Es de suponer y estoy totalmente convencido que "El hombre de mil caras" podría haberle puesto cientos de voces a una carrera de actor ya distinguido en el cine mudo que no hubiera desmerecido absolutamente nada en una etapa sonora que no  pudo consolidar.

19.7.17

Londres después de medianoche


"Londres después de medianoche" tiene parte de ficción y parte de realidad. Para los que somos aficionados tanto a la buena lectura, como al cine clásico, como al cine de terror, supone todo un homenaje emocionante y sorprendente.
La parte de ficción es la trama que con habilidad y maestría nos detalla su autor, Augusto Cruz.  La parte real es la de la historia de la película perdida, del mismo título del libro, y que ha sido objeto de búsqueda e investigación por infinidad de aficionados no sólo al cine, también a las historias malditas y con un cierto halo malvado y perverso. No se conserva ninguna copia de dicho film, al menos que se sepa, ya que la última de ellas  desapareció en 1967 en un incendio de uno de los almacenes de la Metro Goldwin Mayer.
 La novela de Augusto Cruz nos cuenta como Mc Kenzie, agente del FBI retirado y hombre de confianza de J.Edgar Hoover, es contratado por el famoso coleccionista Forrest Ackerman para investigar el paradero de la primera película americana de vampiros, el filme más buscado de la historia, "Londres después de medianoche", película  muda del año 1927 dirigida por Tod Browning, (director entre otras del clásico de 1931"Drácula" con Bela lugosi), con el mítico Lon Chaney como protagonista, que en España se tituló "La noche del espanto" Todo apunta a que la última copia se perdió a finales de los años sesenta, sin embargo, un enigmático joven afirma haber asistido recientemente a una proyección privada.
La leyenda asegura que "Londres después de medianoche" trajo la desgracia a sus actores porque en ella actuaban vampiros reales, que los cines que la exhibieron se incendiaron y que aquellos que la buscan desaparecen. Mc Kenzie, que no cree en maldiciones se lanza a la peligrosa misión de encontrar la película.

El autor:
 Augusto Cruz Nació en 1971en Tampico (México). Ha cursado talleres de guionismo cinematográfico en México y UCLA, así como el Masterclass en Dirección del Sindicato de Directores de México. Colaborador de Etiqueta Negra y La Nave, ha obtenido premios o becas por parte del CIGCITE, del Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes y del Centro de las Artes de Oaxaca. Desde hace unos años abrió una panadería en su ciudad natal, donde entre una generación y otra de panes exquisitos, escribe novelas de aventuras con un innegable sabor literario. "Londres después de medianoche" es su primera novela.

18.7.17

Las alas de Wellman


 Contar la historia de William A. Wellman es adentrarse en una de las trayectorias más intensas, apasionadas y poco domesticables de la edad de oro de Hollywood.

Piloto de guerra, hombre de acción, cineasta de nervio y puño firme, Wellman fue un tipo que jamás escondió su carácter: directo, brusco, incluso hosco si hacía falta. Pero también un artista incansable, un perfeccionista que entendía el cine como un arte de riesgo. De cuerpo entero.

Antes de rodar su primera escena, William Augustus Wellman ya había vivido lo suficiente para llenar tres películas. Nacido en Brookline, Massachusetts, en 1896, llegó a Europa para combatir en la Primera Guerra Mundial enrolado en la Legión Extranjera Francesa y más tarde como audaz piloto en la legendaria escuadrilla Lafayette, un escuadrón de élite formado por voluntarios estadounidenses. Allí no solo perfeccionó su relación con el cielo y el peligro, sino que forjó ese carácter temerario que luego imprimiría a su cine.

Fue el actor Douglas Fairbanks, estrella del cine mudo y aventurero con porte de galán, quien le echó un cable para introducirlo en Hollywood. Primero como actor, aunque pronto comprendió que su sitio estaba detrás de la cámara. En 1923 dirigió su primera película, y desde entonces no paró durante más de cuatro décadas, entregando un promedio de dos filmes al año. Un total de 76 títulos, con géneros tan variados como el western, el cine bélico, el drama criminal o la comedia romántica.

Wellman era duro. Con los actores, con los productores, con él mismo.
No le temblaba la voz para alzarla, ni la mano para cortar escenas. Se cuenta que incluso puso en su sitio al mismísimo John Wayne, algo que pocos podían presumir. Su exigencia no era gratuita: buscaba la verdad en cada plano, la coherencia entre la cámara y la emoción.
Consideraba que demasiada interpretación volvía a los actores ensimismados, atrapados en sí mismos. Para él, el cine no era vanidad, sino resultado. Técnica. Ritmo. Fuego real.

Visualmente era un camaleón.
Creía que el estilo debía adaptarse a la historia. Así, en Incidente en Ox-Bow (1943), un drama oscuro sobre el linchamiento y la justicia popular, construyó la atmósfera con primeros planos cerrados, que acentuaban la claustrofobia y la histeria colectiva.
Mientras que en Alas (1927), su mayor proeza técnica y artística, colocó cámaras en los biplanos y rodó combates aéreos como nunca antes se había visto en la pantalla. La película, que contaba la historia de dos amigos en la Primera Guerra Mundial, mezclaba violencia y camaradería con una veracidad que solo podía venir de alguien que había estado allí.
Alas fue la primera película en ganar el Oscar a la mejor película de la historia. Y la carrera de Wellman, desde entonces, no paró de subir.

Curiosamente, Wellman nunca se consideró un artista. Afirmaba que las películas eran para entretener, no para buscar la trascendencia. Pero sus imágenes, a menudo líricas y poderosas, lo desmentían. Especialmente sus planos largos en escenas de combate, que transmitían la crudeza sin florituras, sin música épica, sin maquillaje.

En 1958 regresó a sus recuerdos de juventud con La escuadrilla Lafayette, una cinta que pudo haber sido su testamento de guerra. Pero los recortes impuestos por el estudio lo decepcionaron tanto que decidió alejarse del cine definitivamente. Para un hombre de su talla moral, no había peor enemigo que el compromiso mal entendido.

Pese a esa retirada, su huella es inmensa. Fue el impulsor de carreras míticas, como la de James Cagney en El enemigo público (1931), o la de Gary Cooper, que brilló por primera vez en Alas. También dirigió películas clave como Beau Geste (1939), Caravana de mujeres (1951), o la primera versión de Ha nacido una estrella (1937), una historia que sería revisitada décadas después, pero cuya versión original sigue conservando una frescura y una melancolía irrepetibles.

William A. Wellman falleció en Los Ángeles en 1975, a los 79 años.
Como director, fue un francotirador sin escuela ni doctrina. Como hombre, un piloto que nunca dejó de volar, incluso cuando la cámara era su avión.
Y como cineasta, uno de los últimos grandes que hicieron películas cuando hacer cine era todavía una forma de vivir.


17.7.17

La lealtad


Esta podría ser una de esas historias que, a estas alturas de la vida, uno ya no recuerda con certeza si la leyó en alguno de esos libros que llegan a nuestras manos como por azar, sin pedir permiso ni anunciar su importancia. Tal vez la escuché en una de aquellas noches interminables de verano, tan propias de los últimos años de los ochenta o los primeros de los noventa, cuando las palabras se deslizaban entre amigos con la misma naturalidad que el vino en las copas. O quizás —¿por qué no?— la imaginé alguna vez, en un lugar cualquiera, de esos que han formado parte de mi vida sin yo haberlo notado del todo. Incluso cabe la posibilidad, no del todo improbable, de que la viviera en carne propia y luego, con el tiempo, la olvidara, como se olvidan tantas cosas que en su momento parecieron fundamentales.
Lo dicho: la memoria es frágil, caprichosa a veces, juguetona otras, como si no quisiera que descubriésemos del todo la verdad. O puede que sí recuerde con exactitud dónde la escuché o quién me la contó. Pero ya no importa. Ya no resulta relevante.

Y así fue como ocurrió esta, tal vez verídica, tal vez inventada historia que hoy me decido a compartir: la historia de un hombre que, una tarde cualquiera, como tantas otras, sintió ese impulso algo desesperado de sentarse a escribir. Pero las palabras no venían. Las ideas, como mariposas enloquecidas, revoloteaban fuera de su alcance. Esa impotencia —tan conocida por quienes aman escribir— lo invadía como una niebla espesa. Era, según parece, como intentar cavar en el aire.

En ese estado de zozobra y desazón se encontraba cuando apareció —o tal vez se le apareció— un amigo.

—¿Qué estás escribiendo, membrillo? —le preguntó, con esa mezcla de sorna y afecto que solo los amigos verdaderos pueden permitirse.

—Pues la verdad... no tengo ni idea. Dame una idea, algo, lo que sea. Si me inspira, escribiré sobre eso.

—Déjame pensar... —respondió el amigo, llevándose los dedos al mentón, como si extrajera de su interior alguna verdad olvidada—. El otro día estuve hablando con mi novia sobre la lealtad. Pues eso: escribe sobre la lealtad.

—Vale, te haré caso. Intentaré escribir algo sobre la lealtad.

Y se puso a escribir. Lo hizo con ese gesto medio ausente, con la mirada entre la pantalla y los recuerdos, y las manos a medio camino entre la duda y el impulso:

> "Si te entregas por completo sin dejar jamás de ser libre.
Si cumples siempre todo lo prometido, incluso cuando hacerlo duela.
Si no hieres, aunque te hieran.
Si no mientes, aunque a veces optes por callar.
Si te marchas cuando es necesario, pero nunca sin despedirte..."



Aquí el tipo levantó la vista del teclado y frunció el ceño, con esa expresión de quien no termina de reconocerse en lo que escribe.

—¿Voy bien? ¿Te gusta lo que llevo escrito?

—No sé... —respondió el amigo, rascándose la cabeza—. Suena un poco raro, ¿no crees?

El tipo suspiró, borró lo escrito y volvió a intentarlo. Esta vez, sin florituras ni excesos. Escribió de manera más directa, más sincera. Y escribió esto:

> "Pase lo que pase, seré siempre tu amigo.
Aunque pasen años sin vernos.
Aunque a veces no tenga fuerzas ni para escribir un simple mensaje.
Aunque olvide tu cumpleaños.
Aunque alguna vez hayamos tenido nuestras diferencias.
Siempre te recordaré con una sonrisa.
Y el día en que volvamos a encontrarnos, te daré un abrazo de los de verdad,
y será como si no hubiera pasado ni un solo día desde la última vez que nos vimos."



—¿Y ahora? —preguntó el tipo, esperando el veredicto.

—Sí, ahora sí. Me gusta —dijo el amigo con una sonrisa.

—¿Pero qué más?

Entonces el tipo simplemente sonrió, con esa sonrisa serena de quien ya no necesita añadir nada más.
Y el amigo, en ese preciso instante, comprendió —sin palabras ni explicaciones— lo que era, en el fondo, la verdadera lealtad.

16.7.17

Yerushalayim shel zahav















Avir harim tsalul k'yayin
Vereiyach oranim
Nissah beru'ach ha'arbayim
Im kol pa'amonim

U'vtardemat ilan va'even
Shvuyah bachalomah
Ha'ir asher badad yoshevet
Uvelibah - chomah

Yerushalayim shel zahav
Veshel nechoshet veshel or
Halo lechol shirayich ani kinor

Chazarnu el borot hamayim
Lashuk velakikar
Shofar koreh behar habayit
Ba'ir ha'atikah

15.7.17

These are the days of our lives

Los recuerdos de la infancia tienen una luz distinta.
No es solo que sean los más intensos o los más claros: es que nos atraviesan con una verdad desnuda, sin filtros. Tal vez porque, en aquellos días ya lejanos, todo dolía o deslumbraba con una intensidad que hoy nos cuesta concebir. Cada descubrimiento era un temblor, una grieta en lo conocido, y cada pequeño gesto de cariño se nos clavaba en el pecho como un sol de mediodía.

La infancia no tiene dobleces.
Lo que sucede, sucede de verdad. Y así se queda.
Un amigo que nos defiende en el recreo, una madre que nos arropa sin decir palabra, un verano interminable con sabor a helado derretido y rodillas peladas. Los niños lo viven todo sin escudos, sin opiniones prestadas, sin cinismo. No se parapetan tras excusas o ideologías. Solo sienten. Y lo sienten todo.

Quizá por eso esos primeros años se quedan grabados como una capa profunda de nuestra piel, como una marca de agua invisible.
Después, con el paso del tiempo, otros recuerdos llegan: más elaborados, más razonados, más correctos. Pero también más tibios. Más olvidables.
Las imágenes de la juventud, de la adultez, se van borrando como huellas en la orilla.
Pero los recuerdos de la niñez...
Esos no se van.
Vuelven una y otra vez, como un perfume olvidado, como una canción vieja que nos salta en la radio y nos detiene de golpe en mitad de una mañana cualquiera.

Quizá por eso la nostalgia pesa tanto.
Porque no es solo echar de menos un tiempo perdido.
Es echar de menos una forma de estar en el mundo, una forma de mirar, de sentir, de querer.
Es añorar esa plenitud sin reservas, esa alegría súbita que estallaba porque sí, y ese dolor que nos rompía por dentro… pero pasaba, y no dejaba rencor, solo aprendizaje.

La infancia no se recuerda:
se revive.


14.7.17

Porque los viejos rockeros nunca mueren

Pues no, nunca mueren.
Como bien decía Miguel Ríos, el rock and roll no solo no ha muerto, sino que a veces resucita con más fuerza que nunca, justo cuando más lo necesitamos.
Y este año, que musicalmente se estaba deslizando hacia lo insustancial, hacia ese terreno blando del pop reciclado y los hits de usar y tirar, ha empezado a oler —por fin— a pólvora, a cuero, a escenario en llamas. A rock del bueno. A ROCK con mayúsculas.

Claro, es que después del año pasado, con los conciertos de Bruce Springsteen y Paul McCartney, parecía que cualquier intento de levantar el vuelo iba a quedarse a medio gas. Pero no. El rock, como los viejos samuráis, siempre tiene una sorpresa guardada en la manga.

Y vaya sorpresa: los Scorpions.
Sí, los mismísimos Scorpions, con su leyenda a cuestas y sus eternos himnos que han puesto banda sonora a tantas vidas.
¿Quién me lo iba a decir? Que los iba a ver en vivo, cuando llevan anunciando su retirada más veces que los Rolling Stones una gira mundial.
Y lo mejor: sin tener que ir a Madrid o a ninguna capital de esas que suelen acaparar a los dinosaurios sagrados del rock. No. Aquí. En esta Augusta ciudad.
Desde aquel evento de 2008 con Iron Maiden como cabeza de cartel, no se vivía algo así. Un terremoto eléctrico de esta magnitud.

Es verdad que en los últimos años hemos visto desfilar por aquí a grandes artistas. Sí. Pero en lo que a ROCK con alma y cicatrices se refiere, lo cierto es que el calendario ha estado más bien desnutrido.
Hasta ahora.

Porque no solo serán los Scorpions.
Medina Azahara —maestros en lo suyo, herederos del rock andaluz más genuino—, también estarán ahí. Y, por supuesto, nuestros Bucéfalo, incombustibles, irreverentes, más de 30 años pateando escenarios como quien respira.

Así que ya sabéis: pilas puestas y a pasarlo bien.
No solo por la música, sino por el ritual, por la liturgia del rock en directo, por los recuerdos que nos gritarán desde cada riff.
Porque los puretillas, sí, también tenemos derecho a vibrar con los nuestros. A gritar. A sudar. A recordar quiénes fuimos.

Porque I know, it’s only rock and roll… but I like it.
Vaya que sí.



Hoy la radio habló de aquellos tiempos 
En que el rock le dio a la juventud un sino nuevo.
Y siento que la historia se repite 
Pues los viejos rockeros nunca mueren...

13.7.17

La forma de las ruinas



En el año 2014, Carlos Carballo es detenido por intentar robar el traje con el que fue asesinado en Bogotá en 1948 Jorge Eliécer Gaitán, líder político colombiano. Carballo, es un hombre  angustiado que  no deja de buscar señales para resolver los secretos de un pasado que no deja de obsesionarle profundamente. Un hombre martirizado con las supuestas mentiras de los libros y las resoluciones judiciales de la historia, que vive entregado de forma casi patológica a la causa de la impugnación de la versión oficial de la historia de su país. Pero nadie, ni siquiera sus amigos más cercanos, sospecha las razones profundas de su obsesión.
¿Qué conecta los asesinatos de Jorge Eliécer Gaitán cuya muerte partió en dos la historia de Colombia, y de John F. Kennedy? ¿De qué forma puede unc rimen ocurrido en 1914, el del senador liberal colombiano Rafael Uribe, marcar la vida de un hombre en el siglo XXI?
Para Carballo todo está conectado, y las coincidencias no existen. Tras un encuentro fortuito con este hombre misterioso, el escritor Juan Gabriel Vásquez se ve obligado a internarse en los secretos de una vida ajena, al tiempo que se enfrenta a los momentos más oscuros del pasado colombiano.
La forma de las ruinas es al mismo tiempo una intriga de investigadores investigados, una novela profundamente autobiográfica y una intensa exploración histórica. Una lectura adictiva, tan bella y tan honda como apasionante, y una indagación magistral en las verdades inciertas de un país que no acaba de conocerse. (Editorial Alfaguara)
El autor:
Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) es autor de la colección de relatos Los amantes de Todos los Santos y de las novelas Los informantes (escogida por la revista Semana como una de las más importantes publicadas en Colombia desde 1982), Historia secreta de Costaguana (Premio Qwerty en Barcelona y Premio Fundación Libros & Letras en Bogotá) y El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara 2011, English Pen Award 2012 y Premio Gregor von Rezzori-Città di Firenze 2013). Vásquez ha publicado también una recopilación de ensayos literarios, El arte de la distorsión, y una breve biografía de Joseph Conrad, El hombre de ninguna parte. Ha traducido obras de John Hersey, John Dos Passos, Victor Hugo y E. M. Forster, entre otros, y es columnista del periódico colombiano El Espectador. Sus libros han recibido diversos reconocimientos internacionales y se han publicado en dieciséis lenguas y una treintena de países con extraordinario éxito de crítica y de público. Ha ganado dos veces el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. En el año 2012 ganó en París el Premio Roger Caillois por el conjunto de su obra, otorgado anteriormente a escritores como Mario Vargas LlosaCarlos FuentesRicardo Piglia y Roberto BolañoLas reputaciones fue su cuarta novela. Sus libros se han traducido a 26 lenguas y se han publicado en más de 40 países, con una extraordinaria acogida de crítica y público. La forma de las ruinas es su quinta novela. (Editorial Alfaguara)

12.7.17

El final de una Psicosis



La psicosis es, en términos psiquiátricos, un estado mental marcado por la pérdida del contacto con la realidad.
Quienes la sufren pueden experimentar alucinaciones, delirios, cambios en la personalidad y un pensamiento desordenado y caótico. Todo muy serio y complejo, sí. Pero parece que Hollywood no se cansa de explotar ese concepto para estirar hasta la saciedad las historias más insólitas.

Porque, seamos honestos: ¿no nos basta ya con tres películas dedicadas a los delirios y locuras de Norman Bates, el desgarbado y perturbado protagonista de la saga Psicosis?
En la tercera entrega lo vimos marcharse esposado en la parte trasera de un coche patrulla, probablemente para no volver a pisar la calle jamás. Y eso parecía el cierre definitivo. La última película tuvo una recaudación bastante floja, a pesar de contar con un guion digno y un reparto decente.

Pero no, no basta. Ahora nos llega una cuarta parte. Sí, una cuarta parte.
¿Pero cómo? Norman está encerrado. Por segunda vez. ¿Qué nos queda? ¿Un Psicosis IV carcelario?
No parece necesario. Pero, ¿y si en vez de estirar la historia para adelante, contamos sus orígenes?
Ah, claro, la vieja fórmula de la precuela. Ya lo hizo Francis Ford Coppola con El Padrino II, revelando los secretos de Don Vito Corleone.
¿Pero la historia del joven Norman Bates generará la misma expectación? Eso está por ver.

El plan es sencillo y poco arriesgado: será un telefilme, estreno directo en televisión y luego al vídeo doméstico.
Y ya tienen a su elegido para interpretar a Norman joven: Henry Thomas, el famoso Elliot de E.T., el extraterrestre de Spielberg.
La película promete un trasfondo psicoanalítico profundo, mostrando el oscuro pasado de Norman y su madre, así como su lucha interna en el presente, atormentado por voces que lo incitan a continuar con sus asesinatos.
Todo un drama psicológico que, al menos en teoría, debería cerrar el círculo.
¿Seguro?

Uff, con estas franquicias nunca se sabe.
Tal vez en el futuro nos propongan otra secuela más, o incluso un remake del film original del maestro Hitchcock.
O quién sabe, quizás la conviertan en una serie de televisión.
Esta historia del joven Norman, con sus sombras y sus demonios, bien podría dar para varias temporadas.
Nunca se sabe, señor Perkins. Nunca se sabe.


11.7.17

De Anthony Bates a Norman Perkins



Y es lo que tiene, amigos, cuando un personaje ficticio sobrepasa la figura de quien lo interpreta.
Que la sombra de un gigante te oculte la luz, esa luz propia con la que soñabas brillar algún día.
Puedes cambiar de registro, de género, de aspecto; puede que pruebes suerte en comedias, dramas o películas de acción, pero da igual.
Siempre te perseguirá, siempre te recordarán por aquel papel, por aquella película que ya es leyenda, que se ha mitificado, que es un clásico.

Has tocado techo, seguramente demasiado pronto, y más de veinticinco años después, sigues arrastrando ese lastre que te impide desarrollarte como actor.
Cada vez que apareces en pantalla, grande o pequeña, ahí está la voz en la sala: “¡Mira, es Norman Bates, el de Psicosis!”

¿Qué hacer? Pues ya que soy Norman Bates, ya que soy Anthony Perkins, el de Psicosis, seguiré siéndolo.
Y no solo me meteré en la piel de Norman otra vez, por tercera vez nada menos, sino que le daré un giro de tuerca a la historia.
Le echaré cojones al asunto y me atreveré a dirigir la película.
Que me vayan a masacrar y a tildar de encasillado, pues que lo hagan.
Con razón.

Lo sé, el maestro Hitchcock es el maestro.
Y sé que Psicosis es una obra maestra irrepetible.
Realizar una tercera parte no será tarea fácil, ni para mí ni para mi equipo.
Tengo clara la historia que quiero contar, pero lo verdaderamente jodido será la crítica, que me va a desollar vivo por atreverme a retomar este universo de terror y suspense.
¿O es que acaso esa mente perturbada de Norman Bates es, en el fondo, mi propia mente?

El guion que tengo en la cabeza está tan bien pensado que haré un trabajo que satisfará profundamente, tanto delante como detrás de las cámaras.
Ya que soy Anthony Bates —o Norman Perkins, como quieran llamarme— voy a dar una profundidad al personaje que no ha tenido hasta ahora.
Lo mostraré como lo que realmente es: un ser atormentado, complejo, absorbente y, por qué no, sugestivo.

Me machacarán, lo sé, pero me da igual.
¿El título? Psicosis III.
Y solo por eso, ya estarán afilando las plumas para despellejarme.
Que ellos afilen, que yo afilo el cuchillo.



10.7.17

El regreso de Norman



Hoy en día, ya nada nos extraña. Secuelas, reinicios, precuelas, spin-offs, historias alternativas, expansiones en universos compartidos…
Ya no sorprende que entre el episodio VI y el VII de Star Wars pasen más de treinta años, ni que la esperada continuación de Blade Runner se estrene tras más de tres décadas de silencio.
Tampoco asombra que sagas como Rocky o Jurassic Park se prolonguen cuatro décadas después, o que personajes que en un principio fueron protagonistas se conviertan en secundarios, mientras algunos secundarios se convierten a su vez en protagonistas de películas o series derivadas.
Incluso la muerte de un actor no es ya impedimento para que su personaje siga presente en pantalla, gracias a los avances tecnológicos y a la cada vez más difusa frontera entre realidad y efectos digitales.

Pero en 1983, ese panorama era bien distinto.
Secuelas, claro que había, pero continuar una historia que parecía cerrada décadas atrás no era algo habitual ni esperado.
Por eso, cuando se anunció una secuela de Psicosis, la obra maestra del maestro del suspense Alfred Hitchcock, el mundo del cine se llevó una sorpresa.
¿Atreverse a retomar la historia de Norman Bates? ¿Veintidós años después de aquel terrible incidente en el Motel Bates? Parecía una locura.
Pero lo cierto es que el resultado fue más que satisfactorio.

En esta continuación, Norman ha pasado estos años encerrado en un penal psiquiátrico.
Aparentemente curado, sale en libertad, pese a las airadas protestas de Lila Crane, hermana de Marion, víctima de Norman en la escena de la ducha que quedó grabada en la historia del cine, y viuda de Sam Loomis, el amante de Marion y otro de sus fatales encuentros.
Norman regresa al motel y, tras echar al actual encargado —quien lo había convertido en un antro de sexo y borracheras— vuelve a tomar el control del lugar.
Poco después, entabla amistad con una joven camarera en un restaurante de carretera cercano.
Pero entonces, una serie de horribles asesinatos vuelve a sacudir el lugar.

Una de las virtudes que sorprende de esta secuela es que logra mantener el suspense psicológico que hizo célebre al film original.
Además, el reparto aporta un nivel excelente: Anthony Perkins recupera magistralmente su papel de Norman Bates, mientras que Vera Miles regresa como Lila Crane, la hermana de Marion, aportando una continuidad emocional y narrativa.
Meg Tilly, por aquel entonces una joven promesa, deslumbra con su interpretación; años después confirmaría su talento en películas como Agnes de Dios y Valmont, dirigidas por Milos Forman.
Los secundarios Robert Loggia —inconfundible por su inolvidable escena del piano en Big con Tom Hanks— y Dennis Franz completan un elenco sólido y creíble.

Quizá la secuela de Psicosis esté siempre un poco a la sombra del original, como suele pasar con las continuaciones, pero no cabe duda de que es una de las más inquietantes y bien hechas de la primera mitad de los ochenta.
Ahora mismo, me están entrando ganas de darle una nueva visualización, aunque claro, antes volveré a ver el clásico de Hitchcock para refrescar aquella atmósfera y aquel escalofrío que nunca pasa de moda.


9.7.17

El suspense llevado a su paroxismo



En Phoenix, Arizona, Marion Crane, una secretaria bella y decidida, se encuentra con su amante Sam Loomis en la habitación de un motel, aprovechando la hora del almuerzo para estar juntos a escondidas. La precariedad económica que ambos sufren les impide contraer matrimonio, y es ese peso lo que empuja a Marion a un acto desesperado: roba 40.000 dólares que su jefe le ha confiado para depositar en un banco. Sin pensarlo dos veces, huye de la ciudad conduciendo su coche.

El pánico la consume, la paranoia la acecha, y para evitar ser descubierta, decide dormir en el automóvil. Pero el destino no está de su lado: un policía sospechoso la sigue hasta un garaje donde, utilizando parte del dinero robado, cambia de coche para tratar de despistar. La noche la encuentra finalmente en el Motel Bates, un lugar solitario y casi olvidado. Allí, conoce a Norman, el joven y reservado gerente que cuida con esmero a su madre enferma, quien vive en la casa contigua al motel.

Después de una breve conversación con Norman, Marion se retira a su habitación. En un momento de aparente tranquilidad, decide tomar una ducha que quedará para siempre grabada en la historia del cine. Mientras el agua corre, es apuñalada brutalmente hasta morir. Norman, en un acto tan perturbador como calculador, culpa a su madre de la tragedia, limpia meticulosamente la sangre de la escena, coloca el cadáver de Marion en el maletero del coche y lo hunde en un pantano cercano, como tratando de enterrar también sus propios secretos.

La hermana de Marion, Lila, inquieta por su ausencia, visita a Sam. A ellos se une Arbogast, un detective privado encargado de recuperar el dinero robado. La investigación de Arbogast le lleva hasta el Motel Bates, donde interroga a Norman. Sin embargo, la búsqueda de la verdad tendrá un precio: Arbogast es asesinado cuando intenta contactar con la enigmática madre de Norman.

Decididos a descubrir qué ocurre, Sam y Lila se hospedan en el motel. Mientras Lila explora la casa y siente que algo siniestro se oculta tras sus muros, Norman intenta distraer a los visitantes con su habitual amabilidad. Lo que sucede a continuación cambiará para siempre el significado del suspense en el cine.

Alfred Hitchcock explicó en su día su forma de dirigir Psicosis con una sencillez asombrosa: “Usé cine puro para conmover al público. Todo lo hice con intención visual, dirigida por todos los caminos posibles al espectador. Por eso el asesinato en el cuarto de baño es tan violento. En esta historia, me importaba poco el tema o los personajes; me interesaba remover al público a través de todos los elementos del filme: la fotografía, la planificación, la banda sonora... Porque lo que intriga al público no es el mensaje ni una interpretación, ni siquiera una novela muy apreciada, sino la existencia de una película pura”.

El largometraje costó apenas 800.000 dólares, una cifra modesta incluso para la época. Fue rodado con un equipo de televisión para economizar, lo que obligó a filmar la mayoría de las escenas con rapidez. Pero cuando Hitchcock decidía otorgar un carácter verdaderamente cinematográfico a alguna escena, imprimía un ritmo mucho más lento y calculado. Así fue con la célebre escena de la ducha, que tardó siete días en rodarse, y que se convertiría en uno de los momentos más impactantes y estudiados de la historia del cine.

A pesar de estas limitaciones presupuestarias y técnicas, Psicosis recaudó más de 16 millones de dólares, convirtiéndose no solo en una obra maestra del suspense, sino en uno de los filmes más rentables de Hitchcock.

Más allá de la icónica escena de la ducha —que conmocionó al público al matar a la protagonista a los pocos minutos de comenzar la película—, hay otra escena que ha quedado grabada en la memoria colectiva: el asesinato del detective Arbogast mientras sube una escalera, magistralmente construido y ejecutado.

Otro pilar fundamental de esta obra es la banda sonora, un elemento crucial que, junto al juego de miradas y silencios, mantiene hipnotizado al espectador en un suspense constante.

El guion se basa en una novela de Robert Bloch, inspirada en un caso real de un joven psicótico, calvo y regordete, que vivía obsesionado con su madre en una mansión victoriana del medio oeste americano. Aunque el aspecto físico del personaje de la novela poco tiene que ver con el Norman Bates que interpretó Anthony Perkins, Hitchcock escogió la novela principalmente por el impacto inesperado del asesinato en la ducha. Y con su genialidad, transformó una historia vulgar y mediocre en un clásico absoluto, alabado por la crítica y considerado una joya que mezcla elementos fantásticos, melodramáticos, psicoanalíticos y de terror.

Rodada en blanco y negro, en una época en la que el color ya era estándar para los grandes estrenos, Psicosis ha resistido la prueba del tiempo como un film indispensable, un hito imprescindible en la historia del cine.



6.7.17

Borg contra McEnroe


El cine es ante todo un arte que, mediante fotogramas  en continuo movimiento y sonido consigue plasmar sobre todo la vida del  ser humano en todas sus circunstancias y todo lo que le acontece, le preocupa y le divierte e interesa, siempre bajo la visión de un director, que acertadamente o no, guía a una serie de actores en la labor de escenificar cualquiera de esas circunstancias. En la ya algo larga historia de la humanidad hay algunas historias que permanecen con el transcurrir del tiempo, ya sean siglos, décadas o años. Historias que en cierta medida les permiten identificarse con ellos mismos y que en la mayoría de las ocasiones, suelen servir de ejemplo a futuras generaciones. Las historias legendarias tratan generalmente de aspectos sobre nuestra vida, la cultura y en general la literatura ha tenido o debería tener al menos cierto peso en las personas y en la sociedad.  La literatura y el cine, por tanto,  son artes que tienen como principal objetivo narrar historias. Debería escribir algo sobre la fotografía, o de la película que trata la historia entre dos personajes tan opuestos como el Sueco Borg y el Estadounidense John McEnroe, pero como aún no se ha estrenado ahí queda la historia real y esos fotograbas en continuo movimiento que pretenden contarnos su historia o al menos una parte de ella. 

5.7.17

De proverbios, dichos, refranes y máximas

Se pueden decir muchas cosas. Se pueden lanzar mil frases al aire. Podemos decirlas porque sí, porque nos apetece, para adoctrinar o simplemente para aconsejar. Podemos soltar tonterías sin sentido ni lógica, sin tener ni puta idea de lo que hablamos.

Podemos soltar algo como: “Mira siempre las estrellas, pero nunca olvides encender la luz”. O podemos darle la vuelta: “Enciende la luz siempre, pero tampoco te olvides de mirar hacia las estrellas”. Frases bonitas, proverbios con su lado positivo, esos mantras que repetimos como si fueran la fórmula mágica.

Pero hay una que siempre me ha parecido especialmente brillante: “Al fin hemos encontrado a nuestro enemigo, y resulta que nuestro enemigo somos nosotros mismos.”

Hace mucho tiempo escuché una frase latina (latina de la de verdad, no de la de alguna canción de reggaetón) que decía: “Nec amor nec tussis celatur”, o lo que en nuestro lenguaje de andar por casa y zapatillas viene a ser: “Ni el amor ni la tos se pueden esconder.”

Esa verdad hoy está un poco pasada de moda. Porque ahora hay algo que no se puede ni quieren esconder: el poder.

Cuando escucho a alguien entonar el “Gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus”, ese clásico “alegrémonos pues aún somos jóvenes”, ya no me suena igual.

Recuerdo un libro viejo que circulaba hace años, del que no logro recordar el título, pero que básicamente nos enseñaba a triunfar en la vida. Decía que si no puedes vencerlos, únete a ellos. Maquiavelo, ese filósofo renacentista cuya escultura seguramente os mira desde algún rincón, ya avisaba: no castigues a la fiera que no podrás aniquilar.

Camus lo dijo y muchos le creyeron: “El hombre rebelde es el que dice siempre no.” Lo que Camus jamás dijo, o al menos yo no he leído, es que algunos de esos que ayer se proclamaban rebeldes, diciendo no a todo, son hoy los déspotas de siempre. Y lo más curioso es que siguen diciendo que no. Por decir, o por no.


4.7.17

La punta del sebo



En la misma ría de Huelva, donde el rojo intenso del río Tinto se funde con el verdoso misterio del Odiel, donde ambos colores se abrazan y desaparecen para siempre en las aguas saladas del Atlántico, hay un lugar cargado de historia y de silencios. Un lugar que los choqueros conocen bien y llaman con un nombre tan evocador como extraño: la Punta del Sebo.

Allí, en esa punta que parece desafiar al tiempo y al viento, se alza una enorme estatua: el monumento a Cristóbal Colón. El navegante, eterno vigía, con la mirada fija en el horizonte, en dirección sudoeste cuarta sur —exactamente por donde, en aquel lejano 1492, partieron las tres carabelas que cambiaron para siempre el mundo.

He pasado por aquel sitio en varias ocasiones. Recuerdo una en particular, cuando frené el coche, bajé despacio y me acerqué a la base del monumento. No sé si leí aquella inscripción o me la contaron, pero recuerdo claramente que si sigues la línea de la mirada de Colón, más allá, casi rozando el límite de la vista, puedes imaginar la silueta tenue de las tres naves surcando el océano, buscando la ruta que las llevaría a las Indias… o a lo que luego supimos que era otro mundo.

Colón permanece allí, en la Punta del Sebo, silencioso y solitario, como un guardián que ha visto pasar siglos de historias y olvidos. Aunque el estruendo de aquel conmemorativo centenario de mediados del siglo XX todavía resuena en la memoria de quienes lo vivieron, él sigue ahí, inmóvil, como si el tiempo no le afectase.

Más de cinco siglos han pasado ya desde aquel viernes cinco de agosto, cuando un puñado de hombres, con poco más que coraje y esperanza, se lanzaron a la mar en aquellas embarcaciones frágiles, sin garantía de regreso. Sin saber que su viaje cambiaría para siempre el destino del planeta.

Y hoy, en la Punta del Sebo, en ese rincón donde los ríos se funden y la historia susurra, Colón sigue mirando. Quizá no hacia el pasado, ni siquiera hacia el futuro, sino hacia ese infinito que tanto nos fascina, donde se mezclan sueños, esperanzas y el misterio eterno de lo desconocido.


3.7.17

De las infelicidades y otros demonios



De vez en cuando me detengo a pensar en las felicidades e infelicidades que forman parte de nuestras rutinas. Y llego a sospechar que la infelicidad, en realidad, es sólo una cuestión de fe. De fe en nosotros mismos. Al final, somos tan desgraciados como decidamos permitirnos serlo.

Si alguien insiste en que no veamos las cosas como deberían ser, al menos veámoslas como realmente son. No como les gustaría que las viéramos. Tal vez, al final, la mejor opción sea convertirnos en cínicos. Pero no de los amargados, sino de los lúcidos.

Puede que sea cierto eso de que la vida verdadera es la que nunca vivimos. Pero siempre nos queda un recurso: soñarla. Imaginarla. Y eso, para según qué días, puede ser casi lo mismo que vivirla.

Nadie podrá decir que no eres una persona sensata, moderada, dialogante… si eres capaz de llegar a un completo acuerdo con cualquiera. Siempre que te dé la razón, claro.

La convivencia es esencial. Fundamental. Necesaria para mantener en pie este delicado equilibro que llamamos sociedad. Deberíamos, por tanto, llevarnos bien con todo el mundo. O al menos hasta que alguno nos venda… o nos clave el puñal por la espalda.

Hay quien dice que existe una fórmula, más o menos efectiva, para acercarse a algo parecido a la humildad: imaginar que somos una simple mota de polvo flotando —brillante, si quieres— en el aire de una mañana soleada. Vamos, ni más ni menos que lo que somos.

Como suele repetir alguien que conozco: si tomas un círculo y lo acaricias demasiado, se vuelve vicioso. Quizá, entonces, sea mejor ser cuadrado que redondo.

Y para cerrar, un diálogo de sabios… o de espabilados de la vida:

—Yo, con muy poquito, me contento. Aunque siempre deseo mucho.

—No hay hombre tan contento que, teniendo novecientos noventa y nueve, no quiera llegar a los mil.


1.7.17

La araña de Penón

Han pasado más de ochenta años desde aquella madrugada trágica en la que Federico García Lorca fue arrebatado a la vida, un asesinato injusto y cruel que se clavó en la memoria de Granada y de España entera. Más allá de los rumores, las leyendas y las medias verdades, hoy tenemos un mapa, aunque imperfecto, de aquellos días oscuros en que la guerra civil española empezó a devorar a su propia gente. Sabemos quiénes fueron, más o menos, los protagonistas de aquella tragedia; conocemos los hechos, por muy difíciles que sean de asimilar; y tenemos el corazón apretado al pensar en la carretera de Alfacar a Víznar, ese camino polvoriento y abandonado que se convirtió en tumba y en símbolo de una barbarie sin nombre.

Durante décadas, hablar de aquel asesinato fue como pisar una mina: peligroso y prohibido. La España franquista se encargó de enterrar la verdad bajo un silencio cómplice, un tabú que no sólo censuró a periodistas y escritores, sino que intimidó a cualquier ciudadano que osara levantar la voz. Y así, la voz de Federico fue silenciada por mucho tiempo, su cuerpo permaneció desaparecido y su recuerdo casi olvidado dentro de nuestras propias fronteras, mientras fuera de ellas la admiración y el respeto por su obra crecía imparable.

Fue un extranjero, Gerald Brenan, quien rompió el hielo en 1950 con La faz de España, al señalar por primera vez, aunque con prudencia, lo que había ocurrido en Granada. Pero no fue hasta los años sesenta cuando Ian Gibson, un irlandés obstinado y paciente, se sumergió en el laberinto de mentiras, secretos y silencios que rodeaban el caso. Entrevistó a casi todos los que, directa o indirectamente, tuvieron algo que ver con la muerte de Lorca, sin miedo a incomodar ni a remover cenizas que muchos preferían que permanecieran frías.

En esos días, casi siempre surgía un nombre que parecía una sombra escondida entre las historias: Agustín Penón. Un hombre que ya había intentado, años atrás, hacer lo que Gibson apenas comenzaba a desentrañar. Penón era un barcelonés de familia emigrada a Costa Rica, que más tarde se trasladó a Nueva York y forjó una amistad con el escritor William Layton. Juntos crearon una serie radiofónica de éxito, cuyos ingresos les permitieron financiar un viaje a España en 1955 con un objetivo claro: esclarecer la verdad sobre el asesinato de Lorca, un tema que en el país natal del poeta era aún impensable tratar.

Durante más de un año, Penón recorrió Granada y sus alrededores con la tenacidad de un detective novelista. Recogió testimonios, fotografías, documentos y hasta logró localizar el certificado de defunción del poeta. Se entrevistó con personajes que vivieron aquella noche de verano, y con el principal responsable del asesinato, en una hazaña que parecía más un acto de valentía que una mera investigación. Sin embargo, su trabajo quedó relegado al olvido: la famosa maleta donde guardó todo ese material se perdió en el tiempo, y Penón, acosado por el miedo y las amenazas, tuvo que huir de Granada para acabar sus días en Costa Rica, en 1976.

No fue hasta 1995 cuando aquella maleta y la historia que contenía llegaron a manos de Marta Osorio, escritora de cuentos infantiles y amiga de Penón, quien guardó y protegió ese legado. Y es precisamente esa historia, ese viaje íntimo y valiente, la que Enrique Bonet ha convertido en un cómic que es mucho más que un simple relato dibujado. La araña del olvido es una obra maestra, una ventana a un pasado oscuro y complejo, un testimonio vivo que invita a adentrarse en uno de los episodios más turbios de la Granada conservadora y reaccionaria de entonces.

Porque contar la historia de Federico García Lorca es mucho más que rememorar al poeta; es enfrentar la memoria de un país, es desenterrar las sombras y mirar de frente la verdad, por dolorosa que sea.


27.6.17

DIRTY DANCING 2017



Pues resulta que en una de esas tardes desapasionadas, en las que uno ha perdido cierto gusto por el cine —no por nada en particular, simplemente porque la cartelera rara vez logra tentarme— me topo con un remake de Dirty Dancing. ¿En serio? ¿Tan escasos de ideas andan en la Meca del cine?

No es que la original fuera una obra maestra absoluta, ni en argumento ni en ejecución, pero ya ha adquirido ese estatus de clásico ochentero con su banda sonora icónica. Y, en una tarde como ésta, sin nada mejor que hacer, uno se deja llevar por la historia —aunque manida— de la chica remilgada y el animador pendenciero y hortera de un complejo turístico.

Hay que aclarar que se trata de un telefilme, estrenado directamente en televisión —supongo que en alguna plataforma de pago— es decir, que por fortuna ni pisó la gran pantalla.

El resultado de esta nueva versión es para reír, pero más por desesperación: interpretaciones absurdas de actores rematadamente malos; coreografías que, modestia aparte, en las fiestas de mi barrio lucen mucho mejor; y ni siquiera la presencia del veterano Billy Dee Williams —sí, el mismísimo Lando Calrissian para los fans de Star Wars— logra aportar un mínimo de magia a este despropósito.

Para colmo, el metraje sobra más de media hora —y siendo benévolos—, porque, francamente, habría que prescindir casi de todo.

En definitiva, si esperáis un viaje nostálgico a través del tiempo, el baile y la música, preparaos para un buen batacazo. Avisados quedáis.

10.5.16

Cama roja


Las voces del pasado dicen que nos integremos
 en una opción política
y que esta juventud casquivana se disipa a sí misma
 entre el alcohol y la melancolía.

Yo quisiera luchar en contra del capitalismo
 pero veo al pueblo comunista.
 Tantos años pasando el hambre de la esperanza
 para rendirse al becerro de oro.

Cuando veo tus ojos son mis 68.
 Lo demás ya no existe, tú lo haces mentira.
 Son demasiado hermosos
 para ser de derechas.
 Compromiso político y amor adolescente,
que más da…

 Con hacer roja la cama
creo que será suficiente.
 Así serán nuestros sueños
 tan rojos que un día seremos valientes.

La sábana en la ventana
 para que todos la vean
y nuestra cama tan roja,
 la cama tan roja, …
 El ocaso sobre la marea.

Tan solamente creo en la belleza de tu cuerpo
 que se marchita al ritmo de la caja del reloj.
No empuñaré más rifle que mi sexo tan pequeño
 para traerte de nuevo a mi lado.

Ojalá no pienses que mi desengaño es pereza.
 Mi memoria me demuestra
 lo estéril de la lucha burocrática.

Pienso que tras las grandes revoluciones racionales
 se restaura sonriendo el orden anterior
y los que murieron a manos de rebeldes
 pudieron engendrar a ese Mesías que no viene,
 así que déjame decirte
que entre lo malo y lo peor
 yo no elijo nada y sigo soñando.

Cuando veo tus ojos son mis 68.
 No pueden hacer nada frente a un colt 45.
 Tengo unas figurillas que no se venden nada
pero son tan hermosas que ya no me da miedo
 y tampoco a ti.

 Con hacer roja la cama
 creo que será suficiente.
Así serán nuestros sueños
 tan rojos que un día seremos valientes.
La sábana en la ventana
para que todos la vean
 y nuestra cama tan roja,
 la cama tan roja, …
 El ocaso sobre la marea. (Juan Antonio Castillo)