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1.12.25

Diciembre


 Diciembre llega lento,

como un susurro frío en la cristalería del alba,

con las manos cargadas de bruma

y un olor a leña que despierta a los tejados

que sueñan con echar a volar.


En sus bolsillos guarda

los últimos restos del año:

un reloj que late fuera de hora,

tres copos que cantan en coro

y un deseo dormido dentro de una nuez.


Hay un silencio nuevo en las calles,

un rumor de luces que tiemblan

como si el viento quisiera apagarlas

para dibujar con ellas un mapa secreto

sobre las ventanas empañadas.


Diciembre sabe a hogar,

a regreso de sombras amistosas,

a pasos que crujen sobre la noche

como si el suelo fuese una vieja postal

que decide contarnos su historia.


Y mientras el mundo se recoge

en el borde de un sueño,

él nos recuerda que el tiempo también se extravía,

que a veces el frío es solo un pájaro blanco

posado en el hombro del día.


Porque diciembre, en el fondo,

es la despedida más dulce del año:

esa en la que uno mira hacia atrás

y ve cómo los recuerdos bailan

con abrigos demasiado grandes,

y entiende, sin prisa,

que aún queda luz por encender

en los cajones donde duermen las horas.