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4.7.17

La punta del sebo



En la misma ría de Huelva, allí donde muere el rojo del río Tinto y el verdoso del Odiel, allí donde se unen y donde se diluyen y desaparecen en el mar, como aquellas lágrimas en la lluvia de Blade Runner, existe un lugar que los Choqueros denominan como la punta del sebo. Allí, en esa punta hay una enorme estatua, el monumento a Colón, una estatua que otea el horizonte en dirección sudoeste cuarta sur, por donde en 1492 iniciaron el primer viaje las tres carabelas.
He pasado por aquel lugar en algunas ocasiones y en una de ellas detuve el coche, bajé y me acerqué a la misma base del monumento. No recuerdo ya si lo leí o me lo contaron, pero si sigues la singladura de la mirada de ese monumento, siempre un poco más allá, casi puedes percibir a lo lejos la silueta de las tres naves en busca de una ruta más corta a las Indias.
Colón permanece allí, en la punta del sebo, silencioso, solitario, incluso pasados ya muchos años de aquel ruidoso conmemorativo centenario que nos dejó a todos un poco aturdidos. Incluso también, pasados ya más de cinco siglos de un viernes cinco de agosto, cuando unos hombres, con muy poquita cosa, se hicieron a la mar, sin estar seguros que regresarían.

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