Se habló en este blog de...

22.5.20

Ortega y Gasset

Tal vez fueran tres: José, Ortega y Gasset.

21.5.20

Leamos más

Sobrecoge leer y ver tanta abominable odiosa fobia en prensa, televisión, redes, partidos políticos, tertulianos de abono complacido. Cuánto tiempo y tenacidad en reprochar, insultar, ofender y ridiculizar. Cuánto esfuerzo por convertir las diferencias de unos y otros en trincheras absurdas. Y cuánto fastidio y apatía suscita reafirmar la espiral indefinida de las esperpénticas ofensas. Leamos más. La lectura siempre va a perjudicar seriamente nuestra ignorancia.

20.5.20

El último gol



Nunca sabemos cuándo será la última vez.
La última vez que abrazamos a alguien.
La última vez que vemos caer la lluvia desde la ventana.
La última vez que celebramos un gol.
Nunca sabemos cuándo será la última vez que haremos cualquiera de las cosas que forman parte de nuestra vida cotidiana, por insignificantes que parezcan o por memorables que sean.

El 16 de agosto del pasado año, Aritz Aduriz marcó el que acabaría siendo el último gol de su carrera profesional. Y no fue un gol cualquiera: fue contra el todopoderoso Barcelona de Messi, en San Mamés, y le dio la victoria al Athletic Club en la primera jornada de la, por entonces, recién iniciada temporada 2019/2020. Nadie lo sabía entonces, pero ese gol sería su canto del cisne, su despedida silenciosa de los terrenos de juego.

Lo celebramos como celebramos tantos goles: con euforia, con entusiasmo, con la emoción que provoca lo inesperado. Pero no sabíamos que estábamos celebrando algo más: el final de una era.
Tal vez, si supiéramos de antemano cuándo será la última vez que hacemos algo, pondríamos todo lo que llevamos dentro. Nos vaciaríamos. Lo daríamos todo para que esa última vez fuese la mejor, la más bella, la más intensa, la más nuestra. Tal vez así, las veces anteriores —si no fueron tan buenas— quedarían redimidas por una despedida a la altura.

Aquel día de agosto, Aduriz, con 38 años y un cuerpo ya castigado por el esfuerzo de toda una vida dedicada al fútbol, se elevó como si quisiera tocar el cielo. Voló con la potencia y la garra de quien se sabe cerca del final, pero no está dispuesto a marcharse sin dejar un recuerdo imborrable.
Y ese recuerdo llegó en forma de volea imposible.
Todos empujamos ese balón con él. Todos gritamos ese gol como si supiéramos, sin saberlo, que era el último.

Hoy, su cuerpo ha dicho basta. La cadera, esa pieza clave para un delantero que siempre vivió del movimiento, de la torsión, del salto, de la pelea en el área, le ha obligado a tomar la decisión más dura: retirarse.
Se marcha sin poder jugar esa soñada final de Copa del Rey, la que debía enfrentar al Athletic con la Real Sociedad. Una final histórica, única, con sabor a tierra y rivalidad vasca, que también ha quedado suspendida por la pandemia que paralizó el mundo.

Se va un campeón. Un contendiente noble. Un delantero de los de antes, de los que no se rinden. Un jugador generoso en el esfuerzo, letal en el área, admirado incluso por quienes no compartían sus colores.
No todos los finales son justos, y este no lo ha sido. Pero hay algo que nadie le podrá quitar: su último gol fue una obra maestra, frente al mejor rival, y en la Catedral.

Ojalá, Aritz, cuando por fin se juegue esa final, estés allí, con los tuyos, con tu gente, celebrando lo que sembraste durante tantos años.
Y ojalá la vida, fuera del césped, te devuelva parte de todo lo que tú le diste al fútbol.

Gracias por cada carrera, cada remate, cada rugido al viento.
Gracias por enseñarnos que el final también puede ser glorioso, aunque venga sin aviso.


19.5.20

I Started A Joke





I started a joke which started the whole world crying
But I didn't see that the joke was on me oh no
I started to cry which started the whole world laughing
Oh If I'd only seen that the joke was on me
I looked at the skies running my hands over my eyes
And I fell out of bed hurting my head from things that I said
'Till I finally died which started the whole world living
Oh if I'd only seen that the joke was on me

Era la voz de Robin Gibb (1949-2012), una de las más hermosas del pop de todos los tiempos...

18.5.20

Top Gun: Maverick. Tráiler Oficial




Después de casi treinta y cinco años de servicio, Pete ‘Maverick’ Mitchell (Tom Cruise) sigue siendo una leyenda cuyo nombre precede su llegada. Fue uno de los mejores aviadores de la Armada, condecorado y responsable de hazañas que ya forman parte del folclore militar.

Sin embargo, esta vez no esperaba volver a la academia Top Gun, donde le reclutan como instructor de vuelo para formar a una nueva generación de jóvenes pilotos de combate, hombres y mujeres por igual. Allí conocerá a Bradley ‘Rooster’ Bradshaw (Miles Teller), el hijo de Goose, su antiguo compañero fallecido, mientras intenta adaptarse a las nuevas tecnologías y a la guerra de los drones.

Sé que el tráiler lleva ya un par de meses rodando por ahí, pero no quería perder la ocasión de compartirlo, porque quién no ha visto alguna vez la mítica película de 1986.

Otra de esas secuelitis de Hollywood, lo sé, probablemente peor que la original —que, para ser honestos, era más bien un videoclip de hora y media para ensalzar a su protagonista— pero, al fin y al cabo, es una excusa perfecta para reencontrarte con el adolescente que fuiste, aunque sea por un rato.

Y ya que uno está en edad de sopitas, buen vino, paseítos por el río y desconectar de estos tiempos chungos, crueles y canallas, Top Gun: Maverick aparece como un pequeño respiro nostálgico en el mar de calamidades actuales.


17.5.20

El tío Frasquito, la bruja de Mojácar y los polvos pichirichis


 El pasado verano, en uno de aquellos fantásticos días de vacaciones en los que el tiempo parece detenerse y la brisa del mar arrulla los pensamientos, nos contaron en Mojácar algunas historias tan antiguas como fascinantes. Relatos de brujas, chamanes y curanderos, transmitidos de generación en generación, que aún sobreviven en la memoria oral de sus gentes como un susurro del pasado que se niega a desaparecer.

Entre esas leyendas, una de las que más nos impactó fue la del tío Frasquito, un curandero muy conocido en la zona que aseguraba que, cada noche al caer el sol, veía cómo varias brujas sobrevolaban el cielo de Mojácar montadas en sus escobas. Aseguraba que, desde el porche de su casa, podía distinguir sus siluetas recortadas contra la luna, deslizándose en dirección a las sierras. Su mujer, aunque reconocía ciertas habilidades misteriosas en algunas mujeres del pueblo —como la capacidad de quitar el mal de ojo o curar verrugas con rezos—, no daba crédito a las visiones de su marido. Decía que ninguna de esas señoras tenía la pericia ni los medios para volar, y menos aún sobre una escoba. “Delirios de viejo”, murmuraba, “o tal vez efecto secundario de los dos o tres vasos de vino que se tomaba antes de cenar”.

Sin embargo, Frasquito no era tomado a broma por todos. Gozaba de cierta fama en la comarca por sus supuestos poderes curativos. Decían que había sanado casos de tuberculosis, aliviado males del corazón, e incluso devuelto la vista a un hombre que había quedado ciego tras una insolación. Y lo más sorprendente: jamás cobraba nada por sus servicios. Aunque no faltaba quien insinuara que una de sus hijas, discreta pero diligente, se encargaba de recoger generosos donativos “a voluntad” de quienes acudían a la casa con la esperanza de encontrar remedio a sus males.

Tal fue la notoriedad que alcanzó el tío Frasquito, que hubo quien hizo su agosto organizando viajes en mula, burro o en viejas camionetas, llevando y trayendo a enfermos y curiosos desde Mojácar, Garrucha, Turre y otras localidades cercanas. A veces varias veces al día.

En aquellos años de la posguerra, en un tiempo de carencias y supersticiones, la figura de la bruja —o, más bien, la curandera, la sanadora, la “curalotodo”— era algo habitual en los pueblos de la zona. Mojácar no era una excepción. La medicina oficial llegaba con cuentagotas, y en su lugar florecían los saberes antiguos: infusiones, ungüentos, rezos, y conjuros que se murmuraban al oído, casi como secretos que no debían escribirse nunca.

Bien entrado el siglo XX, ya en una época en la que el turismo comenzaba a transformar poco a poco el perfil de este rincón apartado del Cabo de Gata, surgió otra figura inolvidable: la tía Rosa, más conocida como La Cachocha. Mujer de fuerte carácter, mirada penetrante y sabiduría campesina, era célebre por preparar unos misteriosos “polvos mágicos” que todos conocían como los polvos pichirichis. Según se decía, estos polvos eran capaces de dotar a cualquier varón en edad de merecer del vigor, la seguridad y el atractivo necesario para conquistar a la mujer de sus sueños. Si el mozo no tenía encantos, los polvos suplían lo que la naturaleza no le había dado; y si los tenía, los multiplicaban.

Pero lo más curioso era que también funcionaban al revés. Si era la moza la interesada en camelarse a un muchacho, bastaba con esparcir una pizca del polvo en la bebida del pretendido y, según contaban, éste caía rendido a sus pies como por arte de magia.

Tal era la fe en estos polvos, que muchos jóvenes de la zona empezaron a mostrarse recelosos a la hora de aceptar una copa en casa ajena. Si no conocían bien a la anfitriona, preferían abstenerse, no fuera que la bebida viniera “aderezada” con los famosos pichirichis.

¿Verdad o fantasía? Lo cierto es que Mojácar tiene algo de embrujo, algo difícil de explicar. Tal vez sean sus calles blancas colgadas del monte, su aire marino cargado de leyendas o la forma en que el tiempo parece diluirse al atardecer. Quizá, solo quizá, aún quede algo de ese hechizo antiguo flotando en el ambiente. Y nunca mejor dicho.


16.5.20

Julio Anguita




Para Anguita hoy todo serán loas y alabanzas, pero en su día fue objeto de miles de insultos y descalificaciones por parte de quienes se llamaban demócratas. Los mismos que hoy utilizan Venezuela como espantajo, antes agitaban el fantasma de la URSS para meter miedo a quienes pensaban distinto, a los que se atrevían a imaginar otra forma de hacer política, fuera del blanco o el negro.

Descanse en paz un buen hombre, coherente hasta el final, con el que tuve la fortuna de coincidir varios veranos en Bolonia (Cádiz). Siempre tenía un saludo afectuoso y un recuerdo amable para mi familia. Esa cercanía y esa educación, más allá de la política, también dejan huella.


15.5.20

No se la pierdan


En 1979 la faraona actuó en el Madison Square Garden. Al día siguiente, el New York Times tituló la actuación con el mejor reclamo publicitario de su historia: 
"Lola Flores, ni canta ni baila, pero no se la pierdan".

Recitó a Lorca cuando estaba prohibido, le dio la oportunidad a Camarón de la isla, y nos dejó frases que forma parte del acervo popular. Si me quereis, irse...
Nos criamos con su omnipresencia, un huracán que te hablaba con sus ojos, sus manos y los arabescos de su cuerpo. Hace ya 25 años de la muerte de Lola Flores, un cuarto de siglo de nuestras vidas. Cómo nos la maravillábamos nosotros¡¡

14.5.20

Jorge Yepes

                                                                

                                                                   
                              Córdoba.
                              Lejana y sola.
                              Jaca negra, luna grande,
                              y aceitunas en mi alforja.
                              Aunque sepa los caminos
                              yo nunca llegaré a Córdoba.  
                              (Federico García Lorca)

Pero en este caso llegamos. Y ni lejana, ni sola, ni la muerte nos esperaba, como en los versos, antes de llegar a Córdoba. La ciudad nos recibió con los brazos abiertos, tibia de sol y de historia, como si supiera que ese sería nuestro último viaje "en condiciones" antes del vendaval que vendría después. Un tiempo incierto, inesperado, que nos ha dejado con el paso cambiado y demasiadas cosas en el tintero, con páginas a medio escribir, a medio vivir, esperando un futuro que aún no se ha atrevido a asomarse del todo.

Fueron solo cuatro días. Cuatro días que supieron a mucho, como saben las cosas buenas cuando se degustan sin prisa y con el corazón despierto. Córdoba nos enseñó que hay lugares donde el tiempo no se mide por horas, sino por momentos. Y aquel viaje nos lo confirmó: lo vivido allí fue intenso, pero nos dejó con ganas de volver, aunque de una manera más plácida, más sosegada, como quien regresa no para descubrir, sino para reencontrarse.

Porque Córdoba no es una ciudad cualquiera. Es un rincón del mundo donde la historia duerme al aire libre, donde los siglos se tocan con la yema de los dedos en cada columna, en cada callejuela, en cada sombra blanca del mediodía. Una ciudad que rebosa inspiración, talento, genio. Que aún respira el arte de los poetas, de los pintores, de los sabios de otros tiempos que dejaron allí su huella, su aliento, su duende.

Uno de esos días, justo antes de entregarnos al placer de un buen salmorejo, de un rabo de toro tierno como un recuerdo feliz, y de unos flamenquines crujientes como una carcajada inesperada, nos cruzamos con uno de esos artistas callejeros que parecen brotar del alma misma de la ciudad. Estaba allí, en un rincón empedrado, con su guitarra y su voz gastada, hilando melodías que olían a jazmín y a nostalgia. No pedía atención, pero la robaba. No reclamaba aplausos, pero se los ganaba. Era parte del paisaje colorista y humano que convierte a Córdoba en algo más que una ciudad: en una experiencia que se vive con los cinco sentidos.

Y quizás, de todo lo que nos trajimos de vuelta en la maleta ,además de las fotos, las risas, los paseos al atardecer y los sueños fugaces, fueron esos momentos inesperados, humildes y mágicos los que más entusiasmo nos dejaron. Porque viajar, al final, no es solo ver cosas nuevas, sino descubrir partes de ti que estaban dormidas, y que ciudades como Córdoba, con su belleza sabia y serena, saben despertar.

 Jorge Yepes, artista colombiano afincado en España desde hacía ya más de diez años, se nos apareció una mañana cordobesa con su bicicleta convertida en expositor ambulante. Una especie de galería rodante, modesta pero desbordante de sensibilidad, que parecía haber brotado del empedrado mismo de la ciudad. De su bicicleta colgaban decenas de dibujos a acuarela, cada uno con su propio universo. Retratos, escenas, personajes que parecían salidos de un sueño compartido entre la memoria y la actualidad, entre la poesía y la calle.

Cada obra tenía algo que la hacía especial: una mirada, un gesto, un trazo sutil que atrapaba el alma de lo representado. Allí estaban, como esperando que alguien les diera un hogar, desde iconos de nuestra cultura contemporánea hasta figuras que habitaban ya el territorio de la leyenda.

Y lógicamente, no pude resistirme a adquirir uno de ellos. Era Federico. Sí, nuestro Federico. Federico García Lorca, con la melancolía luminosa que solo los verdaderos artistas saben capturar. Desde entonces, ese retrato reina , porque no se puede decir de otra forma, el rincón que tengo en casa dedicado a su figura, a modo de pequeño santuario doméstico, íntimo y sincero. Un altar a la palabra, a la música, a la belleza.

A veces, en el vértigo cotidiano, olvidamos detenernos y mirar con atención lo que realmente importa. No está de más, de vez en cuando, pararse unos minutos a apreciar el valor del trabajo de estos artistas que se ganan la vida en la calle con lo que mejor saben hacer. Que con sus manos, sus colores, su vocación, no solo embellecen las aceras, sino que nos embellecen por dentro. A Jorge Yepes lo encontramos justo en la entrada de los Baños del Alcázar Califal. Fue un hallazgo, uno de esos regalos inesperados que a veces nos ofrecen los viajes.

Y si algún día volvemos a Córdoba, que volveremos, no dudaremos en buscarlo de nuevo. Porque en un mundo que a menudo pasa de largo, hay que aprender a detenerse donde habita el arte. Y agradecerlo.

13.5.20

Unhinged, lo último de Russell Crowe


A la espera de si habrá o no secuela de Gladiator —aunque, francamente, lo veo poco probable por ahora—, ya que, pese a que el proyecto lleva tiempo sobre la mesa con diferentes guiones, resucitar a Máximo Décimo Meridio resulta cada vez más ilógico e inverosímil. Aunque, claro, en esto de la “sequelitis” hemos visto cosas mucho más absurdas.

Por otro lado, Russell Crowe, con algún kilito de más, regresa con un thriller psicológico que podría ser la primera película en estrenarse en cines estadounidenses tras la crisis del COVID-19, siempre y cuando la pandemia lo permita, claro.

El tráiler no ofrece nada nuevo bajo el sol; más bien parece un remake de Carretera al infierno o cualquiera de las muchas cintas de psicópatas al volante que ya conocemos. Pero, como siempre, le daremos el beneficio de la duda.

La dirección corre a cargo de Derrick Borte, responsable de películas como London Town y American Dreamer.

Habrá que ver si el film consigue algo más que llenar los cines medio vacíos con esa fórmula de “psicópata en carretera” que Hollywood parece adorar.


12.5.20

Tom Skerritt y Losar de la Vera



 Anoche tuve un sueño de esos que se deslizan entre lo onírico y lo enigmático, un sueño de contornos difusos pero cargado de una intensidad emocional difícil de explicar. Me encontraba en un bar situado a la entrada de Losar de la Vera, uno de nuestros pequeños nirvanas personales, al que solemos regresar cuando el cuerpo lo necesita y la mente lo exige. Un refugio de calma, de arboles y de agua clara, donde el tiempo parece detenerse y la vida recobra algo de su sentido esencial.

Era un lugar conocido, aunque apenas visitado en un par de ocasiones al llegar a la localidad: ese bar modesto donde acostumbramos tomar un café reparador antes de instalarnos en Hostería Fontivieja. Sin embargo, en el sueño el bar parecía tener algo distinto, una atmósfera cargada de presagios, como si el tiempo se hubiera desplazado levemente de su eje.

Allí, en la barra, sentado junto a mí sin anuncio previo ni explicación razonable, se encontraba Tom Skerritt, el actor. Su rostro, curtido por la experiencia y suavizado por cierta melancolía, estaba medio oculto tras una copa de vino oscuro , o quizás era un licor más fuerte, más antiguo, más literario. El ambiente era cálido, con ese murmullo de fondo que tienen los bares habitados por silencios densos y conversaciones a media voz.

Sin saber cómo, comenzamos a hablar. De la vida, del tiempo que se nos escapa entre los dedos, de los lugares que nunca conoceremos y de los libros que jamás leeremos. Hablamos también del amor, o del desamor, que acaso sea su reflejo invertido, y él, con una serenidad que no admitía réplica, me confesó no saber ya si ambas cosas eran lo mismo o apenas se parecían.

Fue entonces, en un instante suspendido entre el brillo de su copa y la claridad crepuscular que se filtraba por la ventana, cuando Skerritt me miró con una lucidez desarmante, levantó el vaso a la altura de su pecho y dijo, como quien deja caer una sentencia antigua:
"Al fin y al cabo, el amor no existe. Todo es un invento nacido de las noches de borrachera."

Y lo dijo sin cinismo, sin rencor, casi con ternura. Como si esa frase hubiese viajado con él mucho tiempo, como si no le perteneciera del todo. Me desperté poco después, con esa frase aún resonando en mi cabeza, como un eco de verdades posibles que se niegan a desaparecer con el amanecer.

Y desde entonces me pregunto si acaso no será cierto, si el amor, ese ideal al que tantas veces nos aferramos como náufragos a una tabla, no es más que una ficción colectiva, un espejismo al que damos forma entre brindis, anhelos y memorias mal recordadas. O tal vez, quién sabe, el amor sí exista… pero solo en los sueños que no queremos olvidar.

11.5.20

25 años de la apertura de la Huerta de San Vicente

Ayer, domingo 10 de mayo, se conmemoró el 25 aniversario de la apertura de la Huerta de San Vicente como centro cultural y casa museo, antigua residencia de verano de la familia García Lorca en Granada.

He tenido el placer de visitarla en dos ocasiones; aunque en mi última visita, el pasado verano, sólo pude contemplarla brevemente desde el exterior, ya que el amable señor encargado de la tienda —que, eso sí, permanecía abierta— nos explicó que por problemas en el sistema de refrigeración la casa tenía un horario de verano bastante reducido.

Este lugar, lleno de simbolismo y cargado de una intensa emotividad, fue testigo de la gestación de algunas de las obras más significativas de Federico, como Así que pasen cinco años, Bodas de Sangre, Yerma o El diván del Tamarit.

Fue también desde aquí que el gran poeta tuvo que huir a principios de agosto de 1936, refugiándose en casa de los Rosales, para acabar siendo apresado y llevado al gobierno civil de Granada, antes de su trágico asesinato en algún punto entre Víznar y Alfacar.

Un recuerdo imprescindible para acercarnos a la memoria de uno de los más grandes poetas y dramaturgos de nuestra historia.

10.5.20

Lucía y el sexo

Me pregunto qué opinión habría tenido de esta película si la hubiera visto en su momento, allá por el ya algo lejano año 2001. No es una simple cuestión cinéfila: es más bien esa extraña sensación de mirar hacia atrás y preguntarte quién eras entonces, y qué quedó de todo aquello. Porque veinte años no son poca cosa. En dos décadas caben mundos enteros: hemos sufrido preocupaciones de todos los colores, congojas íntimas y colectivas, incertidumbres que nos quitaban el sueño, entusiasmos que nos hacían flotar, y decepciones que nos devolvían al suelo con más fuerza de la deseada.

No somos, ni seremos, aquellos que fuimos al comienzo de este siglo crispado y contradictorio. Y a veces, con algo de amargura, uno reconoce que ni siquiera sabe cuándo se produjo el cambio, en qué momento exacto dejamos de ser nosotros mismos para convertirnos en esta versión más sobria, más resignada, a veces más lúcida y otras más cansada.

Muchas personas que formaban parte esencial de nuestra vida en aquel entonces ya no están. Algunos se marcharon sin despedida, otros simplemente se desdibujaron con el paso del tiempo, como esas viejas fotos en blanco y negro que amarillean en un cajón y ya no reconocemos del todo. Las amistades también cambian de forma, se enfrían, se transforman, o desaparecen sin previo aviso. Algunas se cortaron de raíz con un gesto, una palabra, un malentendido sin resolver. ¿La culpa? ¿Mía, tuya? Qué más da. Hay cosas que terminan como empiezan: sin saber muy bien cómo ni por qué.

Y si hablamos del amor... qué decir. En tantos años, uno ya ha vivido más giros de guion que en cualquier película de Medem. Aquel amor de juventud que parecía eterno hoy es apenas una bruma amable en la memoria, una canción que escuchas de vez en cuando con una sonrisa triste. Otras historias llegaron después, con sus propias promesas, con sus propios naufragios. Si algo enseñan los años , esas implacables unidades de medida, es que el amor, como la vida, rara vez sigue un mapa claro. Los años te advierten, sí, pero no te perdonan. Y aún así, a su modo cruel y generoso, te ofrecen una miscelánea de aprendizajes que uno decide atender… o no, según la ocasión.

Lucía y el sexo, la película de Julio Medem con Paz Vega, Tristán Ulloa y Najwa Nimri, llevaba tiempo en esa lista de cosas que uno tiene idealizadas sin motivo claro. La tenía mitificada, lo reconozco. Nunca la había visto, pero había construido en mi mente una imagen de ella, casi como se hace con ciertos lugares que nunca has visitado pero a los que crees conocer. Esta mañana de domingo , lenta, tranquila, con la casa en silencio, decidí saldar esa vieja deuda.

Y así, con el café aún caliente, se terminó el mito, se disiparon las incertidumbres, y se esfumaron esas valoraciones vagas e inservibles que nos hacemos de las cosas sin conocerlas realmente. Porque opinar sin ver, como amar sin conocer o juzgar sin vivir, no deja de ser un gesto tan humano como inútil.

Mi opinión, en realidad, me la guardo. O, mejor dicho, la dejo ahí, arrinconada en algún rincón del 2001, junto a tantas otras certezas de juventud que hoy sólo sobreviven en los márgenes de la memoria. Aquel año comenzó con el atractivo ingenuo que siempre tienen los tiempos nuevos, con esa fascinación torpe que te embarga cuando todavía crees que todo está por hacer. Algo parecido ocurrió con este 2020, que irrumpió en nuestras vidas con promesas de renovación y acabó sacudiéndonos sin la menor clemencia.

Lucía y el sexo. Si aún no la has visto y piensas hacerlo, permítete el lujo de viajar, aunque sea por un rato, al 2001. No tanto por la película en sí, sino por el mundo en el que fue concebida. Un mundo que, con todas sus imperfecciones, era infinitamente más sencillo y más sereno que el que nos ha tocado habitar hoy.


9.5.20

Lisboa

                    
                    
                    Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-
                    transeúnte inútil de ti y de mí,
                    extranjero aquí como en todas partes,
                    tan casual en la vida como en el alma....(Fernando Pessoa)

 Otra vez vuelvo a verte, Lisboa, aunque sea en fotografía, en este tiempo suspendido donde ni los GPS ni las brújulas sirven de nada. Nos orientábamos antes con mapas y estrellas; hoy, basta con perdernos dentro de nuestros propios hogares para entender que hay laberintos más íntimos y profundos que los del mundo exterior. En estos días de encierro, verte, aunque solo sea en papel satinado, duele y consuela a partes iguales. Qué sed de ti tengo, Lisboa, ciudad del susurro y la saudade.

Anoche soñé que regresaba. Tal vez fue mi subconsciente, herido por todas esas escapadas truncadas por la pandemia, el que decidió hacer las maletas sin pedirme permiso. En el sueño, no sabía si viajaba en tren, en avión o en coche: sólo sabía que llegaba. Y al llegar, la ciudad me hablaba. Con tu voz de piedra y marea, me reclamabas:
—Oye, nos has dejado tiradas… prometiste volver, y no lo has hecho.

Y uno, sumido en la quimérica narcosis del sueño, no sabe si sentir alegría por el reencuentro o remordimiento por el abandono. Despierto en la oscura tenebrosidad de la noche, con el corazón encogido por un leve cargo de conciencia, como quien ha incumplido un juramento sagrado.

Pero aún me dura el sueño. Porque en él, volvíamos a montar en aquel tranvía amarillo que sube jadeando por las cuestas de Alfama, serpenteando entre fachadas desconchadas y ropa tendida al viento. Volvíamos al castillo de San Jorge, donde la ciudad se despliega a nuestros pies como un tablero de azulejos vivos, y comíamos bacalao entre acordes de fado, esas canciones que lloran los desengaños del alma con la dignidad de los que saben perder. Qué bien nos entiende el fado en estos días grises: canta lo que no sabemos decir.

Y aún más: regresábamos a la torre de Belém, centinela del tiempo, y al Monumento a los Descubridores, que sigue oteando el horizonte con los ojos anclados en África y América, como si esperara noticias de carabelas que ya nunca volverán. Caminábamos por la orilla del Tajo, y la plaza del Comercio se abría ante nosotros como un teatro dorado donde el sol se despedía en una ovación de fuego. La puesta de sol sobre el río era tan perfecta que parecía irreal. Pero no lo era. Era Lisboa, en su estado puro: decadente, hermosa, fiel a su tristeza luminosa.

Al despertar, el sueño y los recuerdos se mezclaban como cartas agitadas en una baraja. Todo era confusión hasta que el primer sorbo de café comenzó a poner orden en mi memoria, como un bibliotecario sabio que recoloca los tomos en sus estantes. Entonces supe que no había sido solo un sueño: era también una promesa.

Lisboa, te lo juro con la tinta de estas palabras y el alma del viajero que aún vive en mí:
volveremos.
Y no será un regreso cualquiera. Será un reencuentro con todo lo que fuimos y todo lo que aún podemos ser.

8.5.20

Capone. Trailer y Cartel.





Nueva adaptación al cine de la vida de el mafioso más universal de la historia. Alphonse Gabriel Capone, nacido en Nueva York en 1899 y muerto a la temprana edad de 48 años en Miami. Aunque nos es dificil olvidar la magistral interpretación que hizo de este personaje Robert de Niro en la película del año 1987 dirigida por Brian de Palma y protagonizada por Kevin Costner, "Los intocables de Elliot Ness", en esta ocasión la historia comienza con un Capone en el tramo final de su vida, debilitado fisicamente y retirado en su residencia de Florida, donde rememora atormentadamente su oscuro y violento pasado.

En el papel principal, Tom Hardy, al que acompaña entre otros, Matt Dillon, Kyle McLachlan y Tilda del Toro. Dirige Josh Trank. Promete.

7.5.20

Ozark

Puede parecer imprudente , quizá incluso osado, escribir acerca de una serie que apenas has comenzado, cuando solo llevas visualizados unos pocos capítulos. Más aún si consideramos que Ozark ha emitido ya tres temporadas completas y una cuarta espera, con la paciencia propia de las cosas bien construidas, su momento definitivo. Sin embargo, hay veces en que el impacto inicial de una ficción audiovisual es tan poderoso que uno se ve impelido a reflexionar en voz alta, o más bien en tinta, sobre lo que esa obra comienza a despertar.

Decidir qué serie ver puede convertirse en una tarea agotadora cuando acabas de finalizar una que ha colmado, e incluso superado,  tus expectativas. Las plataformas de streaming como Netflix, HBO Max o Amazon Prime Video ofrecen un menú casi infinito de opciones que, paradójicamente, dificultan la elección. La saturación de títulos, géneros, nacionalidades, formatos y promesas de excelencia puede abrumar al espectador más experimentado. A menudo uno se encuentra navegando sin rumbo por los catálogos, saltando de sinopsis en sinopsis, hasta que, extenuado, apaga el televisor. Y no siempre es la peor decisión.

Pero a veces ocurre que un artículo leído al azar, una conversación casual con un amigo de criterio fiable, o la sugerencia espontánea de tu pareja tras la cena , ese "¿qué vemos esta noche?" que abre tantas puertas,  te conduce a un título que, sin saberlo aún, puede convertirse en una experiencia narrativa absorbente. Así me sucedió con Ozark.

La serie, creada por Bill Dubuque y Mark Williams, arranca con una premisa inquietante: Marty Byrde, interpretado con sorprendente solvencia por Jason Bateman (a quien muchos recordábamos en registros cómicos), es un asesor financiero de vida aparentemente gris, casado con Wendy (Laura Linney, siempre magnífica) y padre de dos adolescentes, Charlotte y Jonah. Lo que se antoja al principio como un retrato de familia de clase media-alta en Chicago, pronto se revela como un escenario mucho más turbio: Marty lleva años blanqueando dinero para uno de los cárteles de droga más poderosos de México.

El castillo de naipes se tambalea de forma abrupta, y Marty se ve forzado a huir junto a su familia a una región ignota para él: Los Ozarks. ¿Y qué es exactamente Ozark? Se trata de una vasta región montañosa en el estado de Missouri, articulada en torno al lago homónimo ,creado artificialmente en 1931 al represar el río Osage,  que recibe millones de turistas al año. Un lugar pintoresco y aparentemente apacible, donde la naturaleza, el silencio y los árboles parecen prometer una segunda oportunidad. Nada más lejos de la realidad.

La serie transcurre, desde el primer capítulo, con un tono sombrío, deliberadamente contenido, donde los diálogos afilados y los personajes de una extraña ambigüedad moral se entrecruzan con escenas de violencia que estallan sin previo aviso. Hay algo en Ozark que recuerda , sin imitar, a Breaking Bad: esa tensión creciente entre lo doméstico y lo criminal, lo cotidiano y lo brutal. Pero aquí, a diferencia de la serie de Vince Gilligan, el protagonista no busca el poder ni el dominio: Marty no quiere triunfar, quiere sobrevivir. Es un personaje que no se deja seducir por el mal, sino que lo administra con frialdad burocrática, como quien gestiona una cuenta de resultados.

Jason Bateman, además de protagonizar, dirige con notable acierto los dos primeros episodios, y se consolida como un creador de tono: ese clima gris, casi asfixiante, donde la naturaleza parece cómplice del drama humano, se instala en el espectador desde el inicio y lo acompaña sin desfallecer.

Es cierto que uno apenas ha empezado a desbrozar los senderos narrativos de la serie, y sería prematuro emitir juicios concluyentes. Sin embargo, ya se intuyen las claves de una ficción que no se limita a entretener, sino que obliga a mirar dentro de los personajes, y por tanto, dentro de nosotros mismos. Ozark plantea dilemas éticos, cuestiona la moralidad de la supervivencia, y lo hace sin subrayados ni concesiones.

Habrá que ver cómo evoluciona, cómo se desarrollan las subtramas y qué lugar ocupará esta serie en el cada vez más complejo canon de la televisión de calidad. De momento, me quedo con la certeza de haber encontrado algo valioso, y con la sensación, tan rara en estos tiempos de vértigo digital, de querer seguir viendo no por ansiedad, sino por genuina curiosidad.
 

  


6.5.20

Fátima. La película.




 La productora Diamond Films ha lanzado el primer tráiler de "Fátima", dirigida por el italiano Marco Pontecorvo película que en principio debería estrenarse en los cines el próximo 16 de octubre, si las circunstancias lo permiten en esa fecha.
La historia, lógicamente está inspirada en los célebres hechos acontecidos en la ciudad portuguesa de Fátima en 1917, donde nos narra la historia de Lucía y sus primos Jacinta y Francisco, quienes presuntamente fueron testigos de varias apariciones de la Virgen. Según los testimonios y escritos de la época, la última aparición de la Virgen, el 13 de octubre de ese mismo años, fue presenciado por más de 70.000 personas, entre ellos, periodistas y personalidades importantes que dieron fe de ello en la prensa escrita.
 Su director ha declarado que" La película contiene un  gran mensaje universal de paz: La idea de que todos debemos cambiar nuestro comportamiento para terminar con la violencia y la guerra. Pero también es una historia humana acerca de una pequeña niña, la relación con su madre y cómo el cuestionamiento sobre la fe puede llevar a una fe aún mayor".

Aunque he tenido la oportunidad de visitar este lugar en varias ocasiones, aún no me he decidido a hacerlo. De hecho, uno de esas escapadas previstas para este 2020 y jorobadas por el COVID19 era pasar unos días en Portugal, cerca de esa localidad y visitarla brevemente uno de los días. Habrá que esperar, pero como lugar histórico de uno de los hechos más controvertidos del siglo XX, he de confesar que me pica bastante la curiosidad. Portugal está llena de lugares mágicos y maravillosos. No podían faltar los que están cargados de una dimensión espiritual y de fe que han perdurado durante más de un siglo.


5.5.20

Demolition Man. Otra secuela tardía que se avecina.



Menuda racha lleva Stallone! No parece que el tiempo ni los guionistas de Hollywood puedan con él. Tras haber desempolvado a sus dos personajes más icónicos,Rocky, con un dignísimo regreso en Creed y Creed II, y Rambo, con una violenta despedida en Last Blood, el incombustible Sly apunta ahora al regreso de una de sus películas más peculiares y queridas por los fans: Demolition Man.

La cinta original, dirigida por Marco Brambilla en 1993, mezclaba acción, sátira y ciencia ficción en un futuro distópico donde las palabrotas están prohibidas, el sexo es virtual, y nadie sabe cómo se usan las tres conchas. En ese mundo tan aséptico como absurdo, el policía John Spartan (Stallone), un tipo de la vieja escuela, era descongelado para enfrentarse al psicótico Simon Phoenix (Wesley Snipes), también salido de la criogenia con todo su salvajismo intacto. Por el camino, el personaje de Sandra Bullock, Lenina Huxley, aportaba ingenuidad, cultura pop de los 90 y mucha química con el protagonista.

Ahora, más de tres décadas después, y en pleno parón de rodajes por culpa del COVID-19, Stallone ha dejado caer que Demolition Man 2 es más que un simple rumor. Según sus propias palabras, las negociaciones con Warner Bros están "más que avanzadas", y el guion promete. ¿Volverán también Snipes (cuya carrera ha tenido altibajos y polémicas) y Bullock (ahora consagrada actriz y productora)? Esa es la gran incógnita. Stallone no ha confirmado nada, pero los fans cruzan los dedos.

Mientras tanto, su otra película en marcha, The Samaritan, una historia de superhéroes veteranos, está congelada (nunca mejor dicho) por la pandemia. Y por si fuera poco, tiene en el horno otra entrega de Los Mercenarios, ese festival de testosterona, frases lapidarias y explosiones donde se reúnen los tipos duros más curtidos de los 80 y 90. Vamos, que Stallone sigue siendo el último héroe de acción... incluso en un mundo que parece escrito por un guionista de Demolition Man.

No sabemos si en esta secuela usaremos las conchas, si Taco Bell volverá a ser el restaurante de élite, o si la sociedad será aún más "ordenada" que en la primera entrega. Pero una cosa sí es segura: cuando John Spartan despierta, las cosas se ponen en marcha.

4.5.20

Trailer de Perry Mason




Perry Mason no es, como podría pensar algún despistado, un personaje sacado de un chiste de Chiquito de la Calzada. Aunque el nombre suene a vaquero con bufanda o a pianista de salón de los años 40, lo cierto es que se trata del protagonista de una de las sagas de novelas policíacas más influyentes del siglo XX. Nacido de la pluma de Erle Stanley Gardner en los años 30, Perry Mason era, y sigue siendo, un abogado criminalista que resolvía los casos más enrevesados con temple, ingenio y una ceja siempre arqueada en modo “lo tengo todo controlado”.

Los más veteranos —esos que aún distinguen entre Raymond Burr y Marlon Brando sin necesidad de Wikipedia— lo recuerdan por la mítica serie de televisión que arrasó en la pequeña pantalla entre finales de los años 50 y mediados de los 60. Raymond Burr se metió en la toga de Mason con la naturalidad de quien ha nacido para ello: serio, sobrio, y con una mirada que podía reducir al silencio al fiscal más lenguaraz. Más adelante, en los años 80, ya entrado en carnes y con ese aire de abuelo resolutivo, Burr retomó el papel en una serie de telefilmes que mantenían el espíritu clásico del personaje, aunque ya sin tanto ritmo como en su época dorada.

Pero, como suele pasar con los iconos, Perry Mason no podía quedarse en blanco y negro.
Ahora, en plena era de plataformas, cuando uno ya no sabe si está viendo cine, serie o tráiler eterno de algo que jamás comenzará, HBO ha decidido resucitar al mítico abogado. Eso sí, con nueva cara: Matthew Rhys, que viene de demostrar su solidez en The Americans, es quien se pone esta vez en el pellejo de Mason. Y al volante de la producción ejecutiva, ni más ni menos que Robert Downey Jr., en modo “industrial del entretenimiento” tras colgar el traje de Iron Man.

La nueva versión no es un simple “remake” con filtro de Instagram. Se trata de una reinterpretación más oscura, más psicológica, ambientada en un Los Ángeles de los años 30 que huele a sudor, polvo, corrupción y whisky barato. Es decir, el caldo de cultivo perfecto para un abogado que aún no lo es del todo, y que carga más con traumas que con jurisprudencia. Un Perry Mason más humano, más roto, y por lo tanto, más moderno.

Su estreno está previsto para el próximo 22 de junio, y en un mundo donde las salas de cine languidecen como videoclubs sin luz y la pandemia del COVID-19 ha dejado tocado al sector audiovisual, no queda otra que seguir apostando por el streaming… o volver a leer. Yo apuesto por ambas.

Veremos si esta nueva encarnación está a la altura del mito, o si simplemente se queda en otra de esas revisiones con estética cuidada pero alma escasa.
Perry Mason no necesita fuegos artificiales. Le basta con un buen caso, una sala de juicios, y esa última pregunta certera, lanzada justo antes del fundido a negro.


3.5.20

Living In A Ghost Town



Living In a Ghost Town, primera canción publicada por los eternos e incombustibles Rolling Stones en ocho años. El título y la letra de la canción conecta perfectamente con estos inusuales días que nos ha tocado vivir. Ciudades fantasmas, personas de aspecto espectral, políticos que parecen más una triste aparición que gestores o opositores al gobierno. Nosotros mismos, que ya no discernimos entre lo que es real y lo que es imaginario. Y una letra que nos hace creer aún más en lo apocalíptico y dantesco. Pero son los Rolling y tienen licencia para eso y para lo que les venga en gana.
                     
                     “Los predicadores estaban predicando, 
                       las organizaciones benéficas suplicando, 
                       los políticos haciendo tratos, 
                       los ladrones felices robando y las viudas llorando.
                       No nos quedan camas para dormir.
                      Siempre tuve la sensación de que todo se vendría abajo

Lo sé, es sólo Rock and roll, but I like it...

1.5.20

Abdesalam Ben Arrabat


En el pintoresco y apacible pueblo de Benarrabá, uno de esos lugares por donde serpentea el río Genal, en la serranía malagueña de Ronda, aún se cuenta una leyenda vinculada directamente a las aguas que lo cruzan.

La fábula relata la historia de los tejidos que se elaboraban en esta villa, y que gozaron de gran fama tanto en la corte musulmana de Córdoba como en las de Málaga y Granada. El color carmín con que teñían las telas causaba auténtica admiración, por su brillo y viveza inusitados.

El artífice de esta maravilla era Abdesalam Ben Arrabat, tintorero y alquimista consumado, conocedor de todos los tintes y secretos de la época. Su pigmento mágico lo extraía de un insecto llamado “qármaz”, en realidad la cochinilla Hermes ilicia, que se posaba en las coscojas de pinos, encinas y alerces.

El secreto permaneció celosamente guardado hasta que, para desgracia de su linaje, uno de sus hijos reveló la fórmula: cochinilla, ácido sulfúrico y ácido nítrico, destilados con agua del río Genal.

Parece que, para algunas cosas, tener hijos no sale rentable…

28.4.20

Michael Robinson


.Hace apenas unos días, en una de esas tardes que el confinamiento nos regala, me topé con un magnífico reportaje en YouTube titulado “Yo vi jugar a Nate Davis”. En él se narra la historia de un jugador de baloncesto afroamericano que recaló en Ferrol a principios de los años ochenta. Pero, atención, no se trata solo de su espectacular carrera deportiva ni de sus revolucionarios números, mucho antes de que los Gasol, Ricky Rubio o Calderón pusieran a España en el mapa NBA, ni siquiera cuando Fernando Martín aún soñaba con cruzar el charco.

Este documental, parte del programa Informe Robinson, nos muestra el lado más humano del deporte, esa otra cara que a menudo parece sacada de la más pura ficción. Nate Davis lo tuvo todo a su alcance, pero la vida es una autopista con desvíos inesperados que te arrastran sin previo aviso hacia destinos inciertos.

El artífice de esta historia televisiva fue Michael Robinson, fallecido tristemente hace poco, a los 61 años. Con él, en 1990, dejamos atrás las retransmisiones soporíferas del fútbol para descubrir que antes, durante y después de cada partido había un mundo fascinante por explorar.

Con su inglés marcado y un vocabulario castellano breve pero certero, Robinson nos enseñó que lo importante no siempre es lo que te cuentan, sino cómo te lo cuentan. Y siempre con esa sonrisa elegante y esa ironía sutil que lo convirtieron en una voz y una sonrisa inolvidables para toda una generación.

Un hombre que no era periodista, ni falta que le hacía, porque lo suyo fue puro talento y carisma. Y así, con Michael Robinson, el deporte dejó de ser solo deporte para convertirse en algo mucho más divertido e interesante.


24.4.20

Castillo de Feria

 En el año 1394, el rey Enrique III entregó la villa a Gomes Suárez de Figueroa, maestre de la Orden de Santiago, concediéndole el título de Conde de Feria. Poco después, sería otro monarca, Felipe II, quien otorgaría a Lorenzo Suárez de Figueroa, hijo del anterior,  el título de Duque de Feria. Fue en esa época cuando el Señorío de Feria alcanzó su máximo esplendor, floreciendo tanto en influencia como en patrimonio. En este contexto se erigió la mayor parte de lo que hoy conocemos como el Castillo de Feria, una imponente fortaleza que corona la localidad y que he tenido la fortuna de visitar en varias ocasiones. Siempre me ha fascinado la sobriedad de su arquitectura, pero sobre todo las impresionantes vistas que regala de la comarca, extensas y abiertas como un libro antiguo que uno nunca termina de leer del todo.

La última vez que estuvimos allí fue en enero de 2019. No sabría decir por qué esta imagen ha regresado ahora, en esta inerte tarde de viernes, gris y un tanto perezosa. Quizá sea la melancolía o el simple deseo de volver a disfrutar de aquellas miniescapadas improvisadas de sábado, sin rumbo fijo ni reloj, cuando aún era posible subirse al coche y dejarse llevar por la carretera sin mayor propósito que el de cambiar de aire. Hoy, esa libertad nos parece lejana, casi irreal, como si perteneciera a otra vida o a un sueño apenas recordado.

También me viene a la memoria aquella tabla de quesos que devoramos sin remordimientos en uno de los escasos bares del pueblo. No era nada sofisticado, pero el sabor y el momento quedaron grabados con una intensidad inesperada. A veces, las cosas más sencillas, una conversación tranquila, una copa de vino, el sol de invierno en la cara, bastan para hacer feliz a este ingenuo fantaseador que aún cree en la magia de lo cotidiano.

22.4.20

Tan cerca y tan lejos



Ahora que todo nos parece tan inusual, que nos estamos desacostumbrando a todo lo que formaba parte de lo que antes llamábamos rutina o hábito, que las cosas que creíamos más asequibles y elementales forman ya parte de una miscelánea de imposibles, que incluso hemos llegado a el punto de añorar lo que antes nos resultaba monótono y aburrido. Ahora que los recuerdos bonitos recientes nos parecen remotos y tenemos la obtusa sensación de que el tiempo ha detenido su inmisericorde trayectoria y que nos vamos a congelar en este 2020 que con tanta confianza y determinación habíamos iniciado.

Ahora que vivimos un poco de esos recuerdos, los inmediatos. Los viejos se van diluyendo, como se diluye una sombra al atardecer y ya no sabemos distinguir muchos de ellos, si los hemos vivido, si los hemos soñado, nos los hemos autoinventado o alguien nos los relató con o sin detalles y al final los creemos propios. Ahora que he recordado una escena de la película "Rebeca" de Alfred Hitchcock en la que la protagonista quisiera que se inventara algo para embotellar los recuerdos, igual que los perfumes, y que nunca se desvaneciesen. Y que cuando quisieran pudieran, destapando una botella, volver a revivirlos tal y como eran.

En mi botella, una imagen, de esas miles que recopilo,
un lugar,  podría ser otro, un momento especial, de tantos. 8 de junio de 2018. Tan cerca y tan lejos.

21.4.20

Días como estos

Hasta hoy he sobrellevado el confinamiento con la entereza que permite una rutina impuesta por las circunstancias, aunque no sin cierta dificultad para calibrar con precisión el alcance de todo lo que veo, escucho y , sobre todo,  siento. No ha sido fácil encontrar el equilibrio en medio del estruendo informativo, de las cifras, del miedo sordo y de esa sensación difusa de intemporalidad que convierte los días en un todo homogéneo. Y, sin embargo, puedo decir que he "resistido" , sí, en el sentido más estoico del término, durante casi mes y medio.
Hoy, sin embargo, ha sido diferente. Ese limbo que se abre entre un día laborable y otro, una especie de grieta en la rutina, me ha golpeado con una melancolía inesperada. Era previsible, por supuesto. Ningún confinamiento es inmune a las grietas emocionales. Y este ha sido uno de esos días en los que hasta acertar se convierte en error y en los que la realidad pesa como una losa demasiado concreta.
No escribía aquí desde hacía más de dos años. Este blog, que en otro tiempo fue confidente y espejo, ha ido quedando arrinconado, como una vieja cinta VHS que sabes que guarda tesoros, pero que rara vez te detienes a rebobinar. Pensé, al inicio de esta clausura global, en escribir un diario del confinamiento. Pensé que, quizás, pudiera servir de catarsis o de huella para el futuro. Me imaginé contando con detalle mis lecturas, películas, series, las peripecias del cocinillas improvisado en que uno se convierte cuando la nevera y el tiempo se confabulan, y también esas conversaciones con Blanca, que, con una paciencia más digna de estudio que de elogio, ha aguantado mis oscilaciones anímicas y mis recurrentes tormentas interiores.
He caminado por casa. Literalmente. Hasta 12 kilómetros en una jornada, emulando —salvando distancias metafóricas y literales— mis paseos por la isla, aunque sin árboles, sin patos, sin Guadiana. Solo yo, mi sombra, y ese reencuentro diario en el pasillo en el que, cruzándonos sin mirarnos del todo, nos reconocemos en la inercia. Ella me observa, incrédula, entre la sonrisa y el tedio, mientras yo intento hacer deporte en 90 metros cuadrados con la torpeza de un ermitaño moderno.
Y sin embargo, el blog quedó mudo. Lo relegué, como tantos otros hábitos, por la inmediatez de las redes sociales, por la efímera descarga de dopamina que ofrecen los likes, y por esa falsa sensación de haber compartido algo sin haber dicho realmente nada.
Leo las noticias, casi con un automatismo malsano. Y sé que no me hace bien. Lo sé. Pero uno se obstina en la sobreinformación como quien escarba en una herida para comprobar si sigue doliendo. Y claro que duele. Y claro que todo esto va para largo. A veces nos envuelve un espejismo de optimismo, una corriente superficial que nos invita a creer que todo pasará pronto, que despertaremos de esta pesadilla y que el mundo seguirá girando como antes. Pero ya intuimos que no será así. Que la normalidad que conocimos está, al menos por ahora, en suspenso. Que tal vez no regrese del todo jamás.
Si algo hemos aprendido —y no es poco— es la futilidad de los planes a medio o largo plazo. La renuncia forzada a nuestras pequeñas certezas. No poder ir esta Semana Santa a Miranda del Castañar, ese refugio de paz, de piedra y de silencios limpios, fue el primer golpe de realidad que me hizo comprender que la vida, ahora, debe vivirse en formato breve. El día a día como horizonte. El presente como única certeza.
No sabemos si volveremos a Lanjarón, a Benarrabá, a Estoril, a Losar de la Vera o a Mojácar. Si pisaremos de nuevo La Lola, B-Nomio, La Carbonería o El Trece Uvas. Si habrá cañas en El Pestorejo o churros en el Sanarra. Si se alzará el telón en el Gran Teatro o si Ipiña cantará para los suyos en una de esas noches que parecen abrazar al mundo. Todo eso, hoy, es literatura de la memoria.
Vivimos días insólitos, pensamientos extraordinarios, emociones atípicas. El mundo, como lo concebíamos, ha virado en un eje invisible, y nosotros con él.
Y pese a todo, pese a la incertidumbre, el cansancio, el encierro y la nostalgia, que no nos falte un canto de esperanza. Que no nos falte la promesa de un nuevo amanecer, como los de Miranda del Castañar vistos desde la terraza del apartamento de la muralla, cuando el sol asoma entre los tejados y uno cree, aunque sea por unos minutos, que todo encaja.
Hay que resistir. Porque quien resiste, al final, vence.