No fue una simple actuación en una de tantas galas conmemorativas para la televisión norteamericana. No. Aquello tiene su historia, su peso, su contexto.
En mayo de 1983 se celebraba el 25º aniversario de la fundación de uno de los sellos discográficos más influyentes de la historia de la música popular: Motown. Mucho más que una discográfica, Motown fue el altavoz global de la música afroamericana, un motor cultural que, desde comienzos de los años 60, transformó para siempre el panorama musical y social de Estados Unidos… y del mundo.
Fundada por Berry Gordy en Detroit, Motown rompió barreras raciales en la industria musical, haciendo que artistas negros llegaran a todos los públicos, incluidas las emisoras blancas que hasta entonces apenas programaban música negra. Su sonido —pulido, melódico, bailable, con un toque de alma y pop perfectamente equilibrado— se convirtió en una marca registrada. El “sonido Motown”.
Por sus filas pasaron auténticas leyendas: Jackie Wilson, James Brown, The Commodores, Lionel Richie, Marvin Gaye, Stevie Wonder, Diana Ross y The Supremes... Y por supuesto, The Jackson 5, aquel grupo de hermanos explosivos, liderado por un niño prodigio llamado Michael.
También fue en Motown donde Michael Jackson, ya en solitario, dio sus primeros pasos hacia una carrera imparable. Temas como Got to Be There o Ben surgieron bajo ese paraguas, antes de que el joven Michael rompiera definitivamente con su infancia musical y redefiniera el pop desde otro lugar.
Así que no, aquella gala del 25º aniversario no era cualquier cosa. Era un homenaje a una historia, a un legado, y también —aunque entonces no se sabía— el escenario de un momento histórico: la noche en la que Michael Jackson presentó por primera vez Billie Jean… y el mundo vio por primera vez el moonwalk.
Y todo eso, en un plató de televisión. Pero nada fue igual después.

Las imágenes pertenecen a aquella gala televisada a medio mundo. Y para entender realmente de qué estamos hablando, no basta con leer estas líneas: hay que verla. Visionarla con atención. Porque en esa noche no solo se celebraba un aniversario, sino que se estaba escribiendo, sin saberlo, una página decisiva de la historia del pop.
Era mayo de 1983 y se conmemoraban los 25 años de la fundación de Motown, ese sello mítico que fue mucho más que una discográfica: fue una revolución cultural. La mayoría de los artistas legendarios que habían formado parte de su historia —y también algunas estrellas emergentes de aquel entonces— hicieron acto de presencia sobre el escenario. Fue una auténtica constelación musical.
Y entre ellos, claro, los Jackson. Los hermanos. Incluido Jermaine, que ya llevaba años fuera del grupo y había continuado su carrera en solitario. En realidad, todos los Jackson habían abandonado Motown para fichar por CBS/Epic, pero Berry Gordy, presidente y fundador del sello, les pidió personalmente que participaran en aquella noche tan especial, para revivir juntos la época dorada de la familia más famosa del soul-pop afroamericano. Aceptaron, sí, pero con una condición: si ellos actuaban juntos, Michael tenía que interpretar un tema en solitario. No cualquier tema. Tenía que ser Billie Jean, del recién estrenado Thriller, producido por Quincy Jones para la CBS. Un disco que ya empezaba a asomar como algo grande, pero que todavía no había mostrado todo su potencial.
Los Jackson interpretaron un medley entrañable y vibrante con algunos de sus mayores éxitos de la etapa Motown: I Want You Back, ABC, The Love You Save, I’ll Be There… Fue un momento de nostalgia, de energía, de complicidad fraternal. El público respondió con entusiasmo. Era un homenaje vivo a los años dorados, al talento juvenil de unos chavales que conquistaron América con sus coreografías milimétricas y la voz aguda e inconfundible de un niño prodigio.
Y entonces, llegó el momento.
Michael se quedó solo en el escenario. Agradeció los aplausos. Habló con humildad y afecto de aquellos años pasados, de la infancia, de la Motown, del aprendizaje. Pero también dijo algo más. Algo importante: que lo que de verdad importaba eran las canciones nuevas. Las que estaban por venir. Y entonces… empezó la música. O más bien, empezó la magia.
Los primeros compases de Billie Jean sonaron como si fueran el anuncio de algo inevitable. Michael, con su chaqueta de lentejuelas negras, guante blanco y calcetines blancos brillando bajo el foco, bailó con una precisión sobrenatural. Y cuando llegó ese instante —ese segundo suspendido en la historia— deslizó los pies hacia atrás, desafiando la física, inventando algo que nadie había visto antes: el moonwalk. En ese momento, millones de personas en todo el mundo se llevaron la mano a la boca. Porque no era solo baile. Era otra cosa. Una aparición. Un mensaje.
Y el resto… ya es historia.

Pocas veces —y siendo sincero, ninguna hasta el día de hoy— se ha visto una actuación tan fresca, tan novedosa, tan genial y, sobre todo, tan memorable como la que ofreció Michael Jackson aquella noche de mayo de 1983 en el especial televisivo Motown 25: Yesterday, Today, Forever. Fue allí donde estrenó, ante millones de espectadores, ese paso hacia atrás que parecía flotar sobre el suelo: el moonwalk. Un gesto, un movimiento, que cambió la forma en que entendemos el baile… y el espectáculo.
Aquellos pasos, que hicieron las delicias de los fans del break dance de la época, marcaron un antes y un después. Pero lo curioso es que, según contó el propio Michael en su autobiografía Moonwalk (1988), ni siquiera tenía claro lo que iba a hacer sobre el escenario hasta la misma mañana de la actuación. Fue en la cocina de su casa —sí, la cocina— donde finalmente perfiló lo que después sería historia.
Y no fue solo la puesta en escena, que ya de por sí rozaba lo sobrenatural. Fue también la canción. Billie Jean es una obra maestra. Sin rodeos. Con ese bajo hipnótico, la batería precisa, los arreglos elegantes, la tensión constante que va creciendo hasta hacerse irresistible… Es puro arte en forma de pop. Un equilibrio perfecto entre lo comercial y lo innovador, entre lo accesible y lo sofisticado.
Yo no soy muy amigo de listas ni de rankings —ya sabes, esas cosas que cambian cada semana según quién vote—, pero Billie Jean suele aparecer, una y otra vez, en lo más alto. Muchos críticos, músicos y enteradillos la consideran la mejor canción pop de todos los tiempos. Pero lo realmente importante es que también lo cree la gente de a pie, la que de verdad importa, la que en aquellos años se rascaba el bolsillo y se iba a casa con el disco bajo el brazo. Y esa gente no suele equivocarse.
Después de aquella actuación, llegó la locura. Thriller, que ya estaba teniendo buena acogida, despegó como un cohete. Las ventas se dispararon. Y cuando se estrenó el videoclip del tema que da título al álbum —esa película de terror ochentera en miniatura dirigida por John Landis— ya no hubo vuelta atrás: en 1984 se alcanzó la asombrosa cifra de un millón de discos vendidos por semana. Sí, has leído bien. Por semana. Y hoy, más de cuatro décadas después, Thriller ha superado los 100 millones de copias vendidas en todo el mundo. Una cifra que, sinceramente, parece imposible de superar.
Y con los tristes acontecimientos de estos últimos años —la muerte de Jackson, los documentales, las controversias, los juicios paralelos en redes sociales— lo único que ha quedado claro es una cosa: la música sigue ahí. Intocable. Imbatible. Intensa. El legado es demasiado poderoso como para borrarlo con rumores, titulares o prejuicios.
El resto ya es historia del pop. De la cultura. Aunque le pese a más de uno.
Eran otros tiempos, sí. Pero qué tiempos.
3 comentarios:
La verdad es que los bailes del Jackson sirvieron mucho para el avance de los pasos de música, si...
Besicos
Como he leído por ahí: muere el hombre, nace el mito. Siempre nos quedará su música, sus movimientos y lo que nos aportó a todos.
Menuda semana Alberto...
Besos
muy bien tu blog!
Se fue el hombre pero queda el mito
Michael forever.
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