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21.7.06

Tour de Francia

Días que arrastran consigo los ecos de otros veranos, de otras juventudes, de aquellas inquietudes que se moldeaban al ritmo pausado del helicóptero sobrevolando verdes praderas y colosos alpinos. Las etapas del Tour no son solo deporte; son retales de memoria, aromas de siesta sacrificada, de ventiladores perezosos y voces graves narrando gestas en tardes que se derretían al sol.

Este año, a priori, nada hacía presagiar la emoción, la tensión, casi el drama clásico que se ha instalado en esta edición de la gran ronda francesa. Y sin embargo, contra todo pronóstico, a dos días del final aún quedaban dos españoles con opciones reales de escribir su nombre junto a los elegidos: Pereiro y Sastre, dos hombres forjados en el esfuerzo, la montaña y la perseverancia. Nadie lo habría imaginado al inicio, pero ahí estaban, en la cúspide de la expectativa nacional, rozando la gloria con la yema de los dedos.

Pero siempre hay un pero. El ciclismo —como la vida— no se rige por méritos acumulados, sino por la capacidad de resistir en el momento preciso, por la templanza cuando otros se desgarran. Ayer fue una de esas etapas infernales, de las que forjan leyenda, de las que se recordarán con esa mezcla de admiración y amargura. Y, de nuevo, fue un americano el que, como una sombra implacable, amenazó con arrebatar a nuestros corredores ese paseo soñado por los Campos Elíseos.

Aún queda la contrarreloj de mañana. Y aunque el corazón no se resigna, la razón ya empieza a dictar sentencia: difícilmente veremos a un español en lo más alto del podio. Ojalá me equivoque. Ojalá el ciclismo nos regale una última sorpresa.

Pero más allá del resultado final, queda la ilusión recobrada, el noble gesto de quienes nos han devuelto, al menos por unos días, la pasión por este deporte que tantas alegrías y desengaños nos ha dado. Y sí, volvimos a renunciar a la siesta, a ese sopor sagrado de julio, para dejarnos llevar por la épica. Por la bicicleta. Por el Tour.



18.7.06

70 Aniversario del golpe de estado fascista

Setenta años después del estallido de la Guerra Civil, aún hay quienes consideran legítimo —e incluso necesario— el golpe de Estado militar que, en julio de 1936, quebró el orden constitucional de la Segunda República y sumió a España en un conflicto fratricida cuyas heridas, en muchos casos, siguen sin cicatrizar del todo. Tal vez olviden —o prefieran olvidar— las trágicas consecuencias que derivaron de aquel alzamiento: la brutal represión, el exilio forzado de cientos de miles de ciudadanos, la instauración de una dictadura férrea que sofocó durante casi cuatro décadas las libertades más elementales y mantuvo a España anclada en un letargo político, económico y cultural.

Recientemente, el Parlamento Europeo —en una declaración sin precedentes— ha condenado de manera explícita el golpe de Estado fascista que aupó al poder al general Francisco Franco, subrayando la necesidad de que el Estado español asuma «la carga plena de su pasado». Esta resolución, respaldada por todas las fuerzas políticas europeas con la única excepción del Partido Popular español, no sólo constituye un acto simbólico de justicia histórica, sino también un llamamiento a la memoria y a la responsabilidad democrática.

El texto recuerda la dureza de la posguerra, un periodo en el que, lejos de propiciar reconciliación, se intentó erradicar al enemigo mediante una represión sistemática, institucionalizada y sin paliativos. También lamenta que, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos decidiera no incluir al régimen franquista en su política de aislamiento de las dictaduras europeas, legitimando así de forma indirecta su permanencia y frenando el retorno de la democracia a España.

Más allá del valor testimonial, la declaración incide en una idea fundamental: no es posible construir un futuro plenamente democrático sin mirar de frente al pasado. No basta con enterrar la historia bajo una losa de silencio: es preciso recordar, asumir responsabilidades, condenar críticamente a los responsables de los atropellos y rendir homenaje a quienes lucharon por las libertades, padecieron persecución o murieron defendiendo la legalidad republicana. A ellos debemos el resurgir democrático y el regreso de España al concierto europeo como nación libre y plural.

En tiempos de revisionismos interesados y de creciente desmemoria, este tipo de gestos institucionales son más necesarios que nunca. Porque, como advirtió el historiador Tzvetan Todorov, "la memoria del pasado es también una forma de justicia en el presente".


14.7.06

Comentario de Supermán Returns.

Bryan Singer se enfrentaba a un desafío titánico: revivir a un icono del celuloide que llevaba años relegado a la nostalgia. Con una apuesta valiente, decidió sumergirse en las aguas conocidas de “Superman II”, continuando una historia que parecía ya cerrada, pero que aún guardaba secretos bajo su superficie. Su elección de retomar el legado de Richard Donner es casi un acto de amor al cine clásico de superhéroes, una evocación de ese estilo y atmósfera que cautivó a generaciones enteras. Para los espectadores que vieron a Superman volar hace casi tres décadas, esta película es un espejo que refleja un mito familiar; para los espectadores modernos, sin embargo, puede sentirse como un relicario de otra época, con sus ritmos pausados y su mirada introspectiva.

Singer opta por ralentizar el pulso frenético que domina hoy el género para explorar las grietas internas del hombre bajo la capa. Más que en el choque de puños o los efectos visuales deslumbrantes, la película se detiene en la batalla más humana: la búsqueda de identidad, el conflicto entre el deber y el deseo, la soledad del héroe en un mundo que ha cambiado demasiado rápido. La cámara sigue a Superman mientras busca reencontrar su lugar en la tierra, y en esos momentos, la emoción aflora con la sutileza de una brisa que apenas roza el rostro del espectador.

La acción, aunque impecablemente coreografiada y técnicamente deslumbrante, cede protagonismo a la intimidad de escenas que permanecen en la retina. El plano en el que Superman surca el cielo nocturno, sosteniendo a Lois Lane en sus brazos, se convierte en una imagen emblemática que trasciende el género: un gesto de ternura y protección que detiene el tiempo y revela el corazón latente bajo la armadura del superhéroe.

Para el espectador que se adentra en esta narración con la mente abierta, dispuesto a dejarse llevar más allá del estallido visual, “Superman Returns” ofrece una revitalización digna del mito. Bryan Singer, junto a los guionistas Michael Dougherty y Dan Harris, han tejido una nueva tela en el tapiz del Hombre de Acero, respetando sus raíces y adaptándolo con destreza al lenguaje del siglo XXI.

Superman renace no solo como un símbolo de poder, sino como un reflejo de nuestras propias dudas y anhelos, listo para volar una vez más sobre un firmamento cinematográfico cada vez más saturado. Y eso, en estos tiempos, es un acto de heroísmo en sí mismo.



12.7.06

El regreso de Supermán

Casi veinte años han transcurrido desde la última entrega de la icónica saga protagonizada por Christopher Reeve, y ahora el Hombre de Acero regresa para, una vez más, afrontar la titánica tarea de salvar al planeta Tierra de toda adversidad. Al momento de escribir estas líneas, aún no he tenido la ocasión de contemplar esta nueva versión cinematográfica, pero debo confesar que la expectación que siento es comparable a la que me embargaba cuando, en su día, asistí al estreno de aquellas ya clásicas y emblemáticas películas.

Por supuesto, en el papel principal ya no podemos contar con la presencia inigualable de Christopher Reeve, cuya valentía y heroísmo trascendieron con creces la pantalla y se manifestaron con aún mayor nobleza en los años finales de su vida, convirtiéndolo en una figura emblemática más allá de la ficción. En su lugar, Brandon Routh, actor hasta ahora relativamente desconocido, asume el manto de este personaje mitológico, replicando así el fenómeno que en su momento supuso Reeve para una generación entera.

La saga original de Superman no fue simplemente un conjunto de películas de entretenimiento, sino que se erigió como un fenómeno cultural que definió un paradigma dentro del cine de superhéroes y, por extensión, en la cultura popular global. Desde su primer estreno en 1978, estas películas capturaron la imaginación de millones, ofreciendo no solo efectos especiales pioneros para su época, sino también una narrativa profundamente simbólica en torno a la figura del héroe. Superman, con su doble identidad como Clark Kent, encarnaba el ideal de la nobleza, la justicia y la esperanza, valores universales que resonaban en un mundo marcado por la Guerra Fría, la incertidumbre política y los profundos cambios sociales.

Este personaje, nacido en las páginas de los cómics en la década de 1930, fue elevado a un icono casi mitológico a través del cine, transformándose en un símbolo arquetípico del héroe moderno. La dualidad entre el hombre común y el ser extraordinario reflejaba las tensiones y aspiraciones de la sociedad contemporánea, al tiempo que ofrecía una vía de escape y un modelo de conducta idealizado. La saga de Reeve cristalizó ese ideal, mostrando que la verdadera fortaleza reside no solo en los poderes físicos, sino en la integridad moral y el compromiso con el bien común.

Con la llegada del nuevo milenio, el mito del superhéroe comenzó a evolucionar para adaptarse a una sociedad más compleja y plural. La tecnología digital revolucionó el lenguaje cinematográfico, permitiendo recrear mundos y personajes con un realismo antes inimaginable. Así, el Superman contemporáneo se enfrenta a desafíos no solo externos sino también internos, en un contexto donde la oscuridad, la ambigüedad moral y la fragilidad humana adquieren mayor protagonismo.

Esta nueva etapa del cine de superhéroes, que incluye la reinvención del Hombre de Acero, refleja una sensibilidad distinta, más acorde con un público acostumbrado a narrativas complejas y a héroes imperfectos. No obstante, la esencia arquetípica persiste, pues la necesidad de héroes que encarnen la esperanza y el idealismo sigue siendo una constante en la cultura global.

Así pues, aunque la nueva película incorpora los avances técnicos y narrativos del siglo XXI, el regreso de Superman invita a una reflexión sobre la perdurabilidad de los mitos y su capacidad para reinventarse sin perder su núcleo esencial. En un mundo saturado de imágenes y mensajes, la figura del Hombre de Acero continúa siendo un faro que ilumina, a su modo, las ansias humanas de justicia, valentía y redención.

Ni Lex Luthor ni la kriptonita más letal lograrán doblegar, en esta ocasión tampoco, el espíritu indómito de Superman, símbolo eterno de un ideal que trasciende épocas y generaciones.


5.7.06

A mi Méndez

Personaje emblemático, controvertido, polémico, curioso, querido, odiado, paradójico, contradictorio, y quizá hasta un poco ectoplasmático, que para eso le gusta sorprender. Podría ponerle mil etiquetas a mi amigo y compañero Paco Méndez: “el Méndez”, “la guarrucia”, “Pier Luiggi”… Como buen personaje con más vidas que un gato, tiene detractores y seguidores a partes iguales. Los detractores, claro, son esos pobres incautos que no entienden su filosofía de vida, su “walk of life” — que básicamente consiste en ir a su ritmo, cuando le da la gana y con una caña en la mano —, sus exabruptos que a veces parecen sacados de un guion de Woody Allen en modo gamberro, y otras, más cercanos al surrealismo Faemino y Cansado.

Eterno cabreo con patas que, sorprendentemente, nos alegra las mañanas grises, ocre y aburridas, como si fuera un café cargado de ironía. Su voz, dulce y aterciopelada, es comparable a la de un ángel caído… especialmente después de un viernes de fiesta que él mismo califica de “de órdago”. Su mirada, profunda y seductora, destila esa virilidad ibérica forjada en cientos de batallas, algunas ganadas, otras perdidas, y muchas otras ni siquiera empezadas. Paco es un romántico defensor de las tradiciones más arraigadas, como el arte milenario del “chateo”, que para él no es mandar mensajes sino sentarse a tomar unos chatos de vino en la tasca más cutre y con más solera del barrio.

Y por si fuera poco, es del Atlético de Madrid. O eso dice. Porque últimamente el único himno que se le ha oído entonar es el del Barcelona, pero bueno, detalles sin importancia.

Así es Paco Méndez: “asina”, con todas sus letras y sin pedir perdón.

Un día, Paco Méndez se murió. Y como para que le aceptaran en el infierno había que pasar un examen de paciencia, se ve que hasta allí le dijeron: “Mira, Paco, gracias pero no, que aquí ya estamos llenos”. Y así es cómo un tipo como él consiguió que ni las puertas del averno quisieran abrirse.