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28.9.08

Uno de los grandes

Después de todo un intenso y genial fin de semana de boda en Herrera del Duque, con sus brindis, sus canciones, sus reencuentros y risas compartidas, nada más llegar a casa, todavía con el cansancio a cuestas pero con el cuerpo y el alma en paz, decido asomarme al mundo de la actualidad. Es domingo por la tarde, el otoño empieza a notarse en el aire, y al encender el ordenador me topo con una noticia que, aunque anunciada, me sacude por dentro: ha muerto Paul Newman.

Triste, sí. Anunciada, también. Pero aun sabiendo que llevaba tiempo enfermo, leerlo negro sobre blanco es como cerrar un capítulo que no queríamos terminar jamás. No quiero caer en tópicos —ya le dediqué un par de homenajes personales en agosto, cuando supimos que el final estaba cerca— pero siento que es justo y necesario, casi una obligación moral, detenerse un momento y rendirle un nuevo tributo.

Porque no ha muerto solo un actor. No. Ha fallecido una parte de la historia del cine. Se ha ido alguien que representaba una época, un estilo, una forma de estar frente a la cámara y frente a la vida. De esos que se cuentan con los dedos de una mano... y aún sobran dedos. Un tipo que lo tenía todo: talento, carisma, presencia, y esa mirada azul tan reconocible como inolvidable. Era el perfecto equilibrio entre elegancia y cercanía, entre estrella de Hollywood y ser humano con conciencia social.

Se va Paul Newman. Se va Eddie Felson, se va Luke Jackson, se va Hud Bannon, se va Henry Gondorff… y se va Butch Cassidy, ese forajido que nos enseñó que se puede robar un banco con estilo, amar a una mujer sin palabras, y enfrentarse a un pelotón de fusilamiento con una sonrisa entre los labios. Porque así fue siempre Newman: un hombre que miraba de frente a todo, a la cámara, a sus personajes, a sus errores y a sus causas. Que usó su fama para ayudar a los demás —ahí están su fundación, sus productos solidarios, sus millones destinados a hospitales y comedores—. Y todo sin alardes. Sin ruido. Sin red social ni postureo.

Paul Newman pertenecía a una generación irrepetible. La del cine con alma. La de los actores que hablaban con los ojos y que nunca necesitaban levantar la voz para hacerse oír. Era un caballero sin disfraz, un rebelde tranquilo, un competidor feroz en la pista de carreras, y un esposo fiel durante medio siglo a Joanne Woodward, con quien formó una de las parejas más estables y admiradas del celuloide.

Ha muerto uno de los grandes, de esos que ya no se hacen, como las películas que protagonizaba. De los que se quedan en la memoria sin necesidad de revisionarlos, pero que uno siempre quiere volver a ver. No porque se hayan vuelto a poner de moda, sino porque forman parte de nosotros. De nuestra historia sentimental. Del cine en bata los domingos por la tarde. De las noches de insomnio en blanco y negro. De aquellas sesiones míticas de "Sábado cine" tras "Informe Semanal".

Se ha ido, sí. Pero no del todo. Porque Butch Cassidy seguirá cruzando la frontera en su bicicleta. Fast Eddie seguirá apuntando con su taco de billar. Luke seguirá desafiando al sistema desde su celda. Y Henry Gondorff seguirá timando a mafiosos con una sonrisa socarrona. Y Paul Newman, Paul el inmenso, seguirá brillando en cada plano, en cada diálogo, en cada sombra.

Te vas, Paul, pero te quedas. Porque hay ausencias que, por mucho que duelan, son eternas presencias.

Hasta siempre, caballero.
Gracias por tanto.

23.9.08

Vuelta a casa

Bueno, pues aquí estoy de nuevo. Después de unas semanitas deliciosas por tierras y aguas andaluzas, vuelvo a casa —aunque aún en modo vacaciones— con ese sabor a mar que se resiste a desaparecer del paladar, y con muy poquitas ganas, todo hay que decirlo, de reincorporarme de lleno a la rutina. Ya se adivinan los tonos ocres del otoño, ese gris y marrón que colorea la vuelta a lo cotidiano, tras el paso fugaz de un verano que, como un rayo de sol montado en bicicleta, se aleja silbando por el horizonte.

Este año las vacaciones han sido eso, vacaciones. En mayúsculas y con todas sus letras. Días de absoluto relax, sin más objetivos que pasear por la playa al amanecer, devorar libros a la sombra de una terraza tranquila, y entregarme sin culpa a esas siestas reparadoras que en invierno se convierten en cabezadas improvisadas en el sofá, de mala postura y con el telediario de fondo. En cambio, estos días he llegado a dormir la siesta con tal dedicación que en alguna ocasión he rozado las cuatro horas explorando el interior de mis párpados. ¡Puro arte del descanso!

Y claro, ya en casa, son muchas las pequeñas cosas que se echan de menos. El murmullo constante del mar por la noche, como una nana salada que se mete en los sueños. Las visitas casi diarias a la feria del libro de La Antilla, donde siempre encontraba algún título inesperado. Las tardes de lectura en la terraza, con las palmeras del parquecillo de enfrente como cómplices silentes. El mercadillo con sus aromas de verano, las coquinas, las patatas fritas recién hechas de la churrería del paseo… En fin, mejor no sigo, que me va a entrar eso que llaman síndrome postvacacional, ¡je, je!

Muchas gracias a todos los que habéis pasado por aquí durante mi ausencia, dejando comentarios, saludos o simplemente vuestras visitas silenciosas. Poco a poco iré poniéndome al día, retomando el pulso de este blog que, como sabéis, es un espacio que me apasiona y que me permite compartir con vosotros mis pasiones, mis historias y mis descubrimientos. Vosotros, los que os pasáis por aquí con frecuencia, ya sois parte de este rincón, y eso —créedme— ayuda mucho a volver a colocarse en los tacos de salida para una nueva temporada.

Vengo con muchas ideas bajo el brazo: futuros post, fotografías que esperan su momento, alguna que otra historia ficticia que me ronda la cabeza, libros y películas que quiero comentar, el regreso de Queen + Paul Rodgers (ese concierto del 25 de octubre en Madrid ya se va oliendo), y, en definitiva, un final de septiembre y un octubre que se avecinan intensos y estimulantes.

Gracias por estar ahí. Seguimos en contacto.
Un saludo enorme.