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28.6.06

Adios a el Mundial.

Recuerdo con nitidez aquella mezcla de frustración amarga que nos invadió en España 82, cuando el sueño parecía rozarnos los dedos y se esfumaba entre las manos. La tristeza profunda que nos abrazó en México 86, como un lamento colectivo que resonaba en cada rincón del país. La decepción que nos paralizó en Italia 90, cuando las esperanzas se vieron truncadas por el implacable destino. La ira contenida y la impotencia desgarradora de Estados Unidos 94, un cóctel de emociones que parecía no encontrar salida. El sabor a fracaso en Francia 98, un golpe duro que dejó cicatrices invisibles pero profundas. Y aquella sensación de nueva impotencia en Corea-Japón 2002, aunque esta vez acompañada de un firme convencimiento: ésta podía ser la ocasión, la definitiva.

Hoy, en este instante presente, ni frustración, ni rabia, ni tristeza, ni impotencia. Solo la aceptación serena de lo que somos: un equipo, una nación, con sus luces y sus sombras, con sus gestas y sus limitaciones. Somos lo que somos, y nada más.

22.6.06

30 Años sin Fofó

Se cumplen ya tres décadas desde que desapareció uno de los personajes más entrañables y emblemáticos de la infancia para las generaciones que crecieron entre los años 60 y 70, un tiempo en el que la televisión era un refugio de inocencia y magia en un mundo todavía marcado por las heridas de la posguerra y los albores de una sociedad en transformación. En mi memoria, aquel entrañable icono se presenta como un destello tenue, una imagen difusa que el tiempo ha suavizado, pero que permanece anclada en el rincón más sensible de la memoria infantil, donde los sueños y la realidad se entrelazan.

Posteriormente, tuve la fortuna de acompañar (por televisión) y admirar a la familia Aragón en sus inolvidables programas, verdaderos hitos de la cultura televisiva española, que con su sencillez, humor y ternura tejieron un lazo indisoluble con el público. Hoy, en un panorama audiovisual dominado por la inmediatez y la espectacularidad, resulta casi impensable que estos espacios tan genuinos puedan encontrar cabida.

Es inevitable sentir una profunda melancolía al contemplar cómo aquellos tiempos —en los que la televisión era una ventana a un mundo de esperanza, valores y autenticidad— se desvanecen, dejando atrás un legado imborrable que, sin embargo, parece perderse en la vorágine del cambio cultural y tecnológico. Aquella era fue, sin duda, un capítulo irrepetible en la historia de nuestra cultura popular.

21.6.06

El juicio de Miguel Ángel Blanco

En la solemne sala de la Audiencia Nacional, donde la justicia se enfrenta a las sombras del pasado más oscuro, los familiares y amigos de Miguel Ángel Blanco alzaron su voz, encendiendo un fervor incontenible con un prolongado aplauso hacia el fiscal que, con palabra firme y emotiva, clamó por justicia. Fue un tributo vibrante, una demanda irrenunciable que resonó en cada rincón, hasta que la severa autoridad los expulsó, como quien aparta la llama que amenaza con consumir la indiferencia.

Antes de abandonar ese recinto cargado de memoria y dolor, Mari Mar Blanco, hermana del concejal asesinado en Ermua el 12 de julio de 1997, se alzó en un acto de valentía y desgarro. Con voz grave y palabras que parecen talladas en el mármol de la historia, llamó a los acusados —el ex dirigente etarra Francisco Javier García Gaztelu, ‘Txapote’, y su compañera Amaia Gallastegui— con la verdad más hiriente: asesinos, cobardes e hijos de la ignominia.

Pero su reproche no se detuvo ahí. Dirigiéndose a los familiares de quienes compartieron sangre con esos verdugos, les lanzó un desafío que atravesó el silencio gélido de la sala: «Vergüenza debería daros tener un hijo asesino». Y concluyó con una sentencia que retumbó en el corazón de todos los presentes: «Reíros, reíros, porque más fuerte será mi risa cuando os vea a todos pudriéndose en la cárcel».

Ante estas escenas de intensa humanidad, de rabia justa y de un clamor que trasciende el dolor, no queda sino reconocer que el alma se rompe, se fragmenta en mil pedazos, pero también que, en esa fractura, late la esperanza invencible de que la justicia, aunque tardía, sea finalmente cumplida.

6.6.06

Alfonso Ussía,vaya con Dios en su caso.

Asombrado, perplejo, alucinado y medio boquiabierto me quedé al ver, en esa gloriosa emisora de televisión local, la entrevista —o más bien el acto de adoración en diferido— que le hicieron a Alfonso Ussía.

Confieso que hasta ese día apenas le había prestado atención. Algún vistazo de reojo a sus columnas dominicales, alguna intervención televisiva que seguramente zapeé con la misma rapidez con la que uno cambia de acera al ver a un testigo de Jehová, y sus insistentes intentos de meter el hocico en la directiva del Real Madrid, pero poco más. No le había dado importancia. Hasta ahora.

Este año se presentó en la Feria del Libro de Mérida poco menos que como el literato estrella de la edición. Afortunadamente, no estuve presente en su intervención. Lo que sí pude "degustar", gracias a la pequeña pantalla, fue una entrevista que, por momentos, rozó y hasta traspasó las lindes de lo rancio, lo fascistoide, lo desfasado y lo peligrosamente revisionista.

Porque una cosa es tener opiniones personales, y otra muy distinta es reescribir la historia desde el lado oscuro de la contienda, sin rigor, sin objetividad y claramente influenciado por un árbol genealógico con tufillo a cruzada.

Es sano mirar hacia la historia. Es más: es necesario. Sobre todo para que no se repitan atrocidades como las que asolaron este país hace más de setenta años. Pero cuando personajes como Ussía se convierten en altavoz de una memoria selectiva y un relato manipulado, corremos el serio riesgo de alimentar nuevos extremismos, de esos que duermen agazapados en ciertas esquinas con pretensiones de púlpito.

Parece mentira que un periodista con la trayectoria y la plataforma que él tiene, siga sin enterarse de que en esta guerra no ganó nadie. O, mejor dicho, perdimos todos. Y digo “perdimos” en presente continuo, porque las heridas siguen abiertas, sangrando en los márgenes de cunetas sin nombre, en familias partidas, en relatos amputados durante décadas.

Este señor, que lleva por bandera la monarquía y se envuelve en discursos de “reconciliación nacional”, haría bien en esforzarse un poco más por comprender la historia en toda su complejidad, no sólo la que le dictaron en casa. Porque lo que muchos intentaron colarnos durante cuarenta años ya no cuela. Y porque el discurso de la equidistancia, si viene sazonado con nostalgia por los desfiles y las glorias imperiales, apesta a pasado sin digerir.


3.6.06

Los Secretos...una y mil veces

Gratificante, especial y siempre emotivo fue poder disfrutar ayer del concierto de Los Secretos en el teatro Carolina Coronado de Almendralejo, donde presentaron su nuevo trabajo titulado Una y mil veces, al tiempo que evocaron muchas de sus canciones emblemáticas, esas melodías que, quién más quién menos, ha escuchado en algún momento de su vida.

Cada vez resulta más difícil encontrar un concierto en el que uno pueda gozar de principio a fin, pero afortunadamente en esta ocasión así fue. Escuchar temas como A tu lado, La calle del olvido, Ojos de gata, Y no amanece o la archiconocida Déjame deja un sabor de boca inolvidable y transporta a épocas pasadas, cuando la música no estaba tan adulterada ni tan carente de esencia como sucede hoy día.

Que sigan brindándonos su arte por muchos años más, y que esta no sea la última vez que tenga el privilegio de verlos en directo.

he muerto y he resucitado,
con mis cenizas
un arbol he plantado,
su fruto ha dado
y desde hoy,algo ha empezado.

he roto todos mis poemas
los de tristezas y de penas,
me lo he pensado
y hoy sin dudar vuelvo a tu lado