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31.12.09

Lo dijo Bertrand Russell


"Un pesimista es un imbécil antipático y un optimista, un imbécil simpático,porque ninguno de los dos sabe lo que va a pasar".

Bertrand Russell (1872-1970) Filósofo y escritor

15.12.09

A fumar a la puta calle

Sí, soy de los que se alegran —y mucho— del endurecimiento de la ley antitabaco. No porque quiera convertir a los fumadores en apestados sociales, ni porque los considere víctimas de su propia adicción, ni mucho menos por marginarlos. Esto no va de eso. Esto va de respeto.

Cada uno con su cuerpo puede hacer lo que le venga en gana. Faltaría más. Estamos en un país libre, y eso incluye el derecho a fumar. Pero la libertad, como todo en la vida, termina donde empieza la de los demás. Y ahí está el quid de la cuestión.

El problema no es que alguien fume, sino que lo haga invadiendo espacios comunes. Porque, seamos claros: el humo no se queda flotando sobre la cabeza del fumador como una nube privada. El humo se expande, se mete en los pulmones ajenos, en la ropa de los niños, en el aliento de quien no ha fumado nunca pero comparte mesa, bar o vagón con alguien que sí lo hace.

Y lo peor es que, durante años, la falta de respeto ha sido sistemática. ¿Cuántas veces hemos tenido que aguantar que alguien encendiera un cigarro en la sobremesa de un restaurante, en el interior de un bar cerrado, en la sala de espera de una estación, sin ni siquiera preguntar si molestaba? Lo normalizó la costumbre, pero no por ello era aceptable.

Por eso me parece de justicia que se prohíba fumar en cualquier establecimiento cerrado de uso público. Porque no se trata de castigar a nadie, sino de protegernos todos. No hay ninguna razón lógica por la que un no fumador tenga que salir de un local con la garganta irritada y la ropa apestando a tabaco.

A menudo escuchamos a los defensores del tabaco tirar de comparaciones: “el alcohol mata más”, “la comida basura también es perjudicial”, “hay contaminación en las ciudades”. Y sí, todo eso es cierto. Pero lo que no parece que entiendan es que ni el vino ni los Big Mac me afectan directamente cuando el de al lado se los mete entre pecho y espalda. Su elección no me envenena a mí. El humo, sí.

Nadie ha prohibido fumar. Simplemente se ha delimitado dónde. Lo pueden seguir haciendo en la calle, en sus casas, en espacios abiertos, en lugares donde no afecten la salud de terceros. Así de sencillo. Así de justo.

Y sí, ojalá la ley se aplique con firmeza, con sanciones reales. Porque el civismo no puede depender siempre de la buena voluntad individual. A veces, hace falta una norma que recuerde lo que debería ser obvio: que la libertad no significa que los demás tengan que respirar tus adicciones.


6.12.09

Una tarde en los canchales






Hace unas semanas, cámara en mano, me acerqué a la zona conocida como “Los Canchales”, muy cerca de la localidad de La Garrovilla (Badajoz), con la intención de presenciar uno de esos espectáculos naturales que te reconcilian con el mundo: la llegada de las grullas. Miles de ellas, agrupadas en los llanos, ofrecían una estampa que difícilmente se olvida. Sin embargo, por lo esquivas que son y la considerable distancia a la que se encontraban, fue imposible captarlas con una calidad fotográfica decente. Otra vez será.

Pero la naturaleza es sabia, y a veces te regala otras maravillas sin haberlas pedido. En este caso, el atardecer se convirtió en el protagonista inesperado. El juego de luces, la textura de las nubes y la tímida caricia del sol en retirada crearon un escenario perfecto para dejarse llevar y apretar el disparador.

De todas las instantáneas que tomé aquella tarde, hay una en especial que me tiene enamorado: la primera. No tiene filtros, ni retoques, ni ediciones mágicas. Solo la luz tal cual fue, dibujando una sinfonía de colores que parecía sacada de un cuadro impresionista. A veces no hace falta más que mirar y dejarse sorprender.

Aquí os dejo algunas de esas imágenes. Si queréis verlas con mayor detalle, clicad sobre ellas. Espero que os transmitan, aunque sea un poquito, la misma calma y asombro que sentí yo aquel día entre grullas lejanas y cielos que hablaban por sí solos.


3.12.09

Fernando Martín 20 años despues. Por Juanma Iturriaga.


A mí Fernando Martín no me caía bien. He tardado mucho tiempo en reconocerlo, pero puede que este vigésimo aniversario de su muerte sea el momento para ser sincero. Me refiero a cuando estaba en el Estudiantes, claro, aquella temporada que con Vicente Gil, Sapo Lopez Rodriguez, Alfonsito Del Corral, Slab Jones fueron subcampeones de liga detrás del Barça y los del Madrid tuvimos que soportar una y mil veces que nos cantasen “somos el primer equipo de Madrid”. Ese cuerpo, ese ir más derecho que una vela, esa envergadura descomunal, ese descaro reflejado en una mirada desafiante, esa pelliza que me llevaba… No sé, me pareció un pijito madrileño de 2,05. Entonces le fichó el Madrid, se hizo compañero y pude cambiar de opinión al conocerle de verdad. Bueno, todo lo que Fernando dejaba que le conocieses, que costaba, pues tampoco se puede decir que fuese un libro abierto ni mucho menos.

Se cumplen veinte años y como corresponde a tal efemérides, se suceden homenajes, recuerdos y análisis de lo que supuso Fernando en nuestro deporte. La verdad es que a mí, hoy, no me apetece nada teorizar sobre su persona. Ya lo he hecho en varias ocasiones y luego al final, por si os apetece, os pondré dos enlaces a dos artículos que en su momento escribí sobre él. He pensado que lo que realmente me pide el cuerpo es compartir su recuerdo a través de algunas de las escenas que suelen saltar a primer plano en mi cabeza cada vez que por el motivo que sea, me acuerdo del añorado Fernando.

-Pabellón del Real Madrid. Vestuario del equipo local, o sea, el nuestro. Estamos los dos sentados mientras se oye fuera a Mike Davis pegar gritos: “Martini, Martini, sal”. Los tres hemos sido expulsados (por mi culpa) de un Madrid-Barça final de liga. En un momento Fernando se gira y me suelta: "¿Ves lo que has hecho? Mira en qué lío me he metido por defenderte. La próxima vez te arreglas tú solito". El y yo sabíamos que era mentira.

-Discoteca Pachá. Un grupo de amigos estamos intentado hacer la envolvente a base de incontenible parloteo a unas modelos que andaban por allí. Bueno, todos menos uno. Fernando está de pie, apoyado en una pared, con un refresco en la mano y con cara de medio aburrimiento, supuestamente ajeno a todo, música, mujeres, charlas. Su aparente desinterés causa estragos en la población femenina y no tarda en desaparecer muy bien acompañado. Un crack.

-Noviembre de 1989. La última vez que vi a Fernando. Estaba en el CajaBilbao y jugamos contra el Madrid en el Palacio. Fernando andaba lesionado y después del partido, mientras salía buscando el autobús, me lo encontré. Le pregunté qué tal estaba y cuando iba a volver a jugar. Me dijo que iba bien y que le faltaba ya poco para reaparecer. Y me lo dijo de una forma distinta a la rutinaria, con un brillo de ilusión que me dejó pensativo. Desde su vuelta de la NBA no andaba muy boyante de ánimo, y me alegré de que su disposición fuese positiva. Desgraciadamente no tuvo tiempo para confirmar mi sospecha

-Pabellón del Madrid. Partido de vuelta frente la Cibona, sin Drazen Petrovic pero con Alexander, su hermanito. En el partido de ida decidimos que había que darle un buen mamporro por las putadas que nos había hecho en Zagreb. Todo iba bien, ganábamos de veinte, estábamos clasificados y faltaba menos de un minuto para terminar. Sacan los croatas de banda, corta Alexander por mitad de la zona, se encuentra con Fernando y este, ni corto ni perezoso, le mete un viaje que lo manda diez metros fuera del campo. Todos nos quedamos sorprendidos. Antes de que le dijésemos algo soltó. “¿Pero no habíamos quedado?”. A todos se nos había olvidado el asunto. A él no.

-Madrid. En la calle donde tenía el chalet su familia. Fernando y yo nos compramos unas motos. La mía era una BMW de 1000 cc y la suya una Yamaha 1100. Dos tiros, vamos. Lo habíamos hecho de espaldas al club, pues estaba prohibido, y el padre de Fernando no lo veía claro (el mío, que vivía en Bilbao, no lo supo nunca). En esto nos fuimos a dar una vuelta a Navacerrada y a la vuelta comimos en su casa. Al terminar, toda la familia Martín salió a despedirme. Agarré mi moto, me pasé de darle gas a la salida y terminé cayéndome enfrente de todos. El padre de Fernando se metió en casa rápidamente y tuve que aguantar un chorreo descomunal. “Joder tío, después de lo que me ha costado convencerle, vienes tú y te das una hostia aquí mismo”.

-Milán. Dino Meneghin consigue, con sus tretas de perro viejo, sacarle de sus casillas a Fernando y lograr que le piten tres faltas de ataque en los primeros minutos de juego. Ciego de ira se tiene que ir al banquillo aguantándose las lágrimas de rabia. Aquel viejales no podía hacerle eso. Pepito Grillo Corbalán intenta hacerle entender que el suceso no es más que una lección que podía ser muy beneficiosa para su aprendizaje. En aquel momento era como hablar con una pared, pero sin duda lo asimiló, y Dino ya no se lo pudo hacer otra vez.

-Navacerrada. Noche cerrada. Esta no es una vivencia, sino una visión, pues nunca estuve presente. Fernando está tumbado en mitad del campo, mirando las estrellas al raso y metido en un saco con la cremallera subida hasta arriba. Sólo se le ve la cara. Esto, según él, era lo más. Allí dejaba de ser Fernando Martín, allí no le agobiaba nada. ¡Anda que no nos descojonamos de sus noches en saco de dormir durante años!.
-Colegio SEK. Madrid. Biriukov y yo hacíamos un campus de baloncesto en verano. Le invitamos para jugar un partidito entre amigos. Txetxu y yo ganamos, el perdió. Al terminar nos fuimos a dar un baño a la piscina. En un momento Fernando agarró a Dani (sí, el Dani de Emilio Aragón y el Vip) que había jugado en su equipo, y le dijo que habían perdido por su culpa. No sólo eso, sino que cogiéndole por el cuello, le metió debajo del agua. Ja, ja, ja, todos reímos. Hasta que a la cuarta aguadilla consecutiva vimos la cara de susto que llevaba Dani y le pedimos que parase. ¡Que poco le gustaba perder!.

- Hotel Calderón. Barcelona. El año de Petrovic. Nos encontramos allí y quedé con mis excompañeros para vernos después de cenar y echar un pitillo socializador. Les pregunté qué tal iban con el niño y Fernando me dejó sorprendido: “Nosotros lo que tenemos que hacer es llegar a dos minutos del final del partido igualados. Entonces se la damos a ese, y ya está, ganamos”. El asumir por parte de Fernando un papel secundario en los momentos decisivos me llamó la atención. Pero al final la cosa terminó mal, el equipo se rompió después de los 62 puntos de Petrovic en la final de la Korac y después de ir 5-0 con el Barça en temporada, el Madrid perdió la liga 3-2 frente al Barça y Neyro. Dos gallos en el mismo corral. Mal asunto

-Cualquier campo. Cualquier partido. Fernando en las letras. Pidiendo el balón. No, no lo pide, lo exige. Te mira como diciendo “o me la pasas o te vas a arrepentir. ¿No ves que este que tengo detrás no puede conmigo?. ¡Dámela coño! Y claro, se la dabas. Por miedo y sobre todo porque sabías que aquellas eran unas buenas manos para depositar nuestra suerte.
Todo esto y mucho más era Fernando Martin. Un personaje peculiar, todo lo alejado que se puede estar de producir indiferencia. Un atleta superlativo, un competidor extraordinario. Un pionero y a la vez un hombre abrumado a veces por el significado que llegó a tener. Un tipo al que la suerte puso en mi camino.

Juan Manuel Iturriaga