Se habló en este blog de...

21.7.22

Mohamed Katir

Se llama Mohamed Katir y es tan español como tú o como yo. Su padre llegó en patera, jugándose la vida cruzando el estrecho. Ayer, Mohamed ganó la medalla de bronce en 1.500 metros en el Mundial de Atletismo. Bienvenidos a los que suman. Para restar, ya tenemos a bastantes. ¡Por muchas medallas más!

12.7.22

TONTXU VIDEO-POEMA PARA AMIGOS NACIDOS EN 1972


A los y a las que nacimos en 1972. ¡¡¡Feliz medio siglo¡¡¡ a Tod@S los cincuentones y cincuentonas, y a los que nos faltan unos meses para llegar a esa cifra redonda y salimos en este maravilloso video, sin duda "estamos mejor que nunca". Cumplir años, sólo es una manera de complementar esta maravillosa aventura llamada VIDA. Gracias Ipiña !!! Nos vemos por esos bares Cacereños.

7.7.22

Más cine por favor

Lo de coleccionar películas fue —o tal vez aún es, en algún rincón dormido de mi ser— un mal maravilloso que me acompañó durante años. Comenzó con el extinto formato VHS, aquel armatoste negro que parecía inmortal y que requería espacio, mucho espacio. Cuando la colección superó los dos mil títulos, ya no había estantería, cajón o armario que diera abasto. Cada cinta era un pequeño tesoro, con su carátula impresa a color, sus etiquetas cuidadosamente escritas a mano, y en muchos casos, con meticulosos cortes publicitarios realizados en el momento exacto para evitar tragarse los anuncios de detergentes, yogures o coches. Luego llegó el DVD. Más compacto, más moderno, más brillante. Y con él, las grabadoras de ordenador, los discos vírgenes por centenas, y los tarros —sí, tarros, como si de galletas se tratara— llenos hasta el borde de películas. Tarros de 25, de 50, a veces hasta de 100 discos. Ediciones especiales, versiones extendidas, cajas metálicas con sus extras y chorradillas varias que uno adoraba como quien guarda los envoltorios de los caramelos de su infancia. Durante años, mi compulsiva afición por coleccionar films fue fuente intermitente de discusiones y peloteras con la familia y con mi pareja. Lo de siempre: que si dónde vas a meter todo esto, que si esto ocupa más que un trastero de Ikea, que si no puedes seguir viviendo entre torres de plástico y estuches vacíos. Y tenían razón, no lo niego. Pero lo curioso, lo verdaderamente irónico de todo, es que cuando alguien necesitaba ver una película concreta —esa que no estaba en el videoclub ni la emitían en la tele—, ¿a quién crees que acudían? Exacto. Al archivista cinéfilo. Muchas películas salieron de casa prestadas con promesas de vuelta que jamás se cumplieron. Algunas las vi irse con resignación; otras, directamente, ni recuerdo a quién se las dejé. Después, con la llegada de las plataformas de streaming —Netflix, HBO, Amazon Prime, Disney+, FlixOlé y un puñado más a las que ni estoy ni estaré abonado—, el tiempo de las descargas, las copias y el coleccionismo casero llegó, poco a poco, a su fin. Era más cómodo, más limpio, más inmediato. Pero también más frío. Uno ya no poseía la película: la alquilaba a una nube impersonal que podía hacerla desaparecer del catálogo de un día para otro sin previo aviso. Y hoy, siete de julio de 2022, más de veinte años después de haberme independizado, me veo de nuevo ante las reliquias de aquel viejo amor. En casa de mis padres, como un arsenal olvidado en una trinchera, han sobrevivido decenas —tal vez centenares— de cintas VHS. Me han obligado a recogerlas, a decidir su destino. Y aquí estoy, con cajas polvorientas llenas de celuloide magnetizado entre las manos, preguntándome qué cojones hago ahora con ellas. Porque me duele, lo reconozco. Me da verdadera pena pensar que tanto dinero invertido en mis años jóvenes, tantas horas de grabación, de etiquetado, de montaje casero y esmero nostálgico, acaben su viaje en un contenedor. Y que allí, entre latas vacías de cerveza, peladuras de plátano, preservativos usados y propaganda electoral, tenga que compartir espacio Orson Welles, John Wayne, Jodie Foster, Michelle Pfeiffer (mi Michelle, que cantaban los Bad Boys Blue en aquel francés macarrónico), James Dean, José Luis López Vázquez o Charo López, entre otr@s. Pensar en Michelle Pfeiffer sepultada bajo restos de pizza y papel de váter me parte el alma. A veces uno colecciona cosas no porque las necesite, sino porque le recuerdan quién fue, y quién soñaba ser.

6.7.22

Cuestión de perspectiva

Las redes sociales, ese universo paralelo que decidimos inventar hace ya más de una década —posiblemente con más ilusión que criterio—, siguen siendo nuestro vertedero emocional favorito. Allí volcamos sueños truncados, fotos de desayunos innecesarios, indirectas muy directas y filosofías dignas de un posavasos. Hace unos días, mientras hacía scroll sin rumbo fijo, me encontré con una imagen que me recordó una de mis más temerarias hazañas: una postura casi acrobática que adopté en la Alhambra de Granada con el único objetivo de conseguir una foto “medio decente”. Aclaro: decente para el estándar 2011, porque hoy esa foto no pasaría ni el filtro del filtro.

Han pasado once años desde aquella escena, que en mi cabeza sigue teniendo la épica de una película de acción, pero con más torpeza y menos presupuesto. Desde entonces, he vuelto varias veces a esa bella y Lorquiana ciudad que huele a jazmín, historia y tapas... pero no he regresado a ese majestuoso monumento. Tal vez por respeto, tal vez por pereza, o simplemente porque a uno le da miedo no estar a la altura de los recuerdos (o de las escaleras).

Las fotografías, como casi todo en esta vida, dependen del ángulo: del que tomas y del que te toma por sorpresa. A veces son espejismos; otras veces, portales. Las imágenes de ayer se comportan como esos calcetines perdidos que aparecen cuando ya te habías rendido: sin previo aviso y en el momento menos pensado. Y cuando reaparecen, no puedes evitar sonreír, aunque sea con un poco de nostalgia o con cara de “¿en serio tenía ese peinado?”

Recordar es sencillo cuando lo que recuerdas te saca una sonrisa (o al menos no una denuncia por mal gusto). Pero hay una cosa que deberíamos tatuarnos en el alma —aunque la memoria sea tan resbaladiza como una pastilla de jabón en ducha ajena—: el hoy ya es nunca más. Y eso, amigos, nunca hay que olvidarlo… aunque casi siempre lo hagamos.

Casi dos años después regreso a este blog, que ha estado ahí todo este tiempo, como un gato que te observa desde lo alto de un armario: silencioso, paciente, juzgándote un poquito. Dos años intensos, vividos a tope, saboreados con la lengua entumecida y digeridos como buenamente se pudo. A veces uno quiere volver atrás y reescribir el comienzo —poner una coma donde hubo un punto, o cambiar de guión por completo—, pero no se puede. Lo que sí se puede es comenzar desde donde estás y reescribir el final. O dejarlo todo como está, si no va tan mal, y seguir el camino con los cordones bien atados y la cámara lista.
Por si acaso. Verano 2022.