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3.9.25

Cuarenta y cuatro grados a la sombra (XXIII): Navidad, reggaetón y redoble de pandereta


CUARENTA Y CUATRO GRADOS A LA SOMBRA (XXIII): Navidad, reggaetón y redoble de pandereta

La llegada de diciembre no trajo nieve (como siempre), ni trajo frío de verdad (como casi siempre), pero sí trajo lo inevitable: villancicos en bucle, luces parpadeantes que causaban epilepsia estética, y debates existenciales sobre si el turrón blando es mejor que el duro o si, directamente, ambos deberían estar prohibidos por la OMS.

La primera en decorar fue Doña Alfonsa, que a 1 de diciembre ya tenía su casa convertida en un parque temático del espíritu navideño. A los cuatro días, su belén casero contaba con:

  • Tres Reyes Magos,

  • Un cuarto Rey reserva (“por si falla alguno, que ya están mayores”),

  • Dos cerdos ibéricos con gorro de Papá Noel (“el detalle rural no se puede perder”),

  • Y una lavadora de juguete que representaba, según ella, el milagro de la modernidad en Belén.

—A ver si os creéis que la Virgen lavaba a mano —dijo, indignada, a quien osara cuestionar la presencia del electrodoméstico.

En el Ayuntamiento, el concejal de Cultura, cuyo currículum incluía tres cursos de macramé y uno de biodanza, anunció con solemnidad:

—Este año, el belén viviente será el más realista de la historia de Villa Fresno.

Don Cipriano, con su habitual entusiasmo visionario, insistió en que los animales debían ser de verdad.
Naturalidad. Es lo que pide la gente, dijo, mientras llenaba el patio del colegio con heno robado de la finca de su primo.

El resultado fue, como era de esperar, glorioso:

  • Una mula se soltó y acabó en la churrería, donde se comió seis porras y derribó el toldo.

  • El pastor principal se negó a salir, alegando que el traje “le daba alergia moral al ser de tergal”.

  • El Niño Jesús, un bebé que se había apuntado por sorteo, fue sustituido a última hora por un muñeco de plástico que lloraba al moverlo y tenía ojos que daban vueltas como en las películas de miedo.

Frédéric, el francés que llevaba año y medio en el pueblo y ya era más querido que muchos nacidos allí, fue nombrado “pastor universal” del belén. Le entregaron un zurrón oficial, crocs forradas de lana y una trompeta de juguete que tocó sin motivo durante toda la representación.

Esta es la Navidad más real que he vivido, declaró emocionado al final, con una lágrima colgando de su bigote fino.
Y añadió:
—Y eso que en Lyon una vez me disfrazaron de tronco parlante.

La Nochebuena en el bar de Nines fue una epifanía popular. Había 27 personas sentadas en 12 sillas, más tres niños sentados sobre una caja de botellines vacía. La mesa principal era una tabla de planchar forrada con mantel navideño del año 2004. El menú fue variado y heroico:

  • Sopa de sobre con fe y pimentón de la vera.

  • Carrilleras en salsa de “tú no preguntes”,

  • Y un postre misterioso que Don Isidro describió como “turrón líquido de Castueta con regusto a infancia perdida”.

La música, cómo no, fue tema de conflicto generacional.
A las 23:15, una señora pidió “Los campanilleros”. A las 23:18, un joven gritó “¡Pon Quevedo!” y fue abucheado por los mayores, pero defendido por la juventud con el cántico improvisado:
—¡El Belén es urbano, y el Niño es bacano!

A medianoche, con una copa de anís en la mano y otra en el estómago, llegó lo inevitable: el karaoke espontáneo.

La transición fue la habitual, conocida por todos los lugareños como la deriva festiva:
“Los peces en el río” → “Ande ande ande” → “El venao” → “Quédate” de Quevedo → “La Macarena” versión reggaetón.

Don Cipriano acabó bailando sobre una caja de botellines, coronado con un gorro de reno, gritando:

—¡Este año pediremos los Reyes a ritmo de perreo!

Y lo cumplieron. Porque la cabalgata de Reyes del 5 de enero fue una epopeya rural:

  • Melchor en burro, aunque el burro se negó a avanzar si no le ponían pan con aceite.

  • Gaspar en quad, que al final acabó llevando también la megafonía.

  • Baltasar con chaqueta de lentejuelas, gafas de sol y más flow que los otros dos juntos.

Los caramelos llovieron con violencia: uno rompió las gafas de la señora Rita y otro entró por la ventana de un coche, haciendo llorar a un bebé.

Se repartieron además roscones, algún que otro mazapán caducado, y un vale para un masaje gratuito en la peluquería de Mari Nieves, que se ofreció “por amor al arte y porque en enero no viene nadie”.

Frédéric fue ascendido a “Rey suplente”, con corona de cartulina reciclada, manto de una bata de baño roja y una bolsa de sugus como cetro real. Al final del recorrido, alzando la vista al cielo (cubierto de nubes de espuma de afeitar), dijo:

—Yo vine buscando calor rural… y me dieron calor humano.
Y azúcar hasta en los calcetines.

Don Isidro cerró las fiestas con su ya clásico brindis de Año Nuevo, de pie sobre un taburete inestable, copa en mano, voz grave y solemnidad impostada:

Que el año que viene traiga menos sustos, más brasero, menos política y más postres. Que nos visite la salud, la suerte y, si puede ser, el que robó el microondas del consultorio. Y que el que no lo celebre… ¡que se atragante con la uva sin pelar!

Y todos brindaron con lo que tuvieran a mano: cava del bueno, sidra El Gaitero, refresco de cola marca “Maricarmen” o un sorbo de licor de hierbas que alguien trajo “de Galicia o de Guadalupe, no me acuerdo”.

Y así, entre abrazos, carcajadas, braseros y villancicos versionados por DJ Jotapegue, se despidió otro año en VillaFresno.
Con el corazón caliente, el alma con azúcar… y el Niño Jesús envuelto en papel de aluminio, esperando volver a su caja hasta el diciembre siguiente.


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